Mientras dura el juego, la pizarra del estadio Cándido González semeja un faro construido en medio de la más mediterránea de las ciudades cubanas. Durante nueve innings, peloteros y aficionados permanecen atentos a sus señales, aunque muy pocos saben qué sucede dentro de la lejana mole de hormigón.
Durante las últimas cuatro temporadas de la Serie Nacional de Béisbol, Jorge Luis Yera Vento e Iraldo Reyes León “El Zurdo” han acompañado desde allí las alegrías y tristezas de los Toros de Camagüey. Cada uno en su propia soledad.
“Si nos pusiéramos a ver el juego o conversar entre nosotros, no anotaríamos. Apenas da tiempo para gritarnos lo imprescindible: ‘son 2 outs, no 1’, o algo por el estilo”, dice Jorge Luis sin abandonar la segunda planta de la pizarra, en la que actualiza las estadísticas correspondientes a las entradas y el CHE (carreras, hits y errores). En el piso inferior, “El Zurdo” se ocupa de las bolas, los strikes y los outs. A la tercera planta solo suben antes de la voz de Play ball!, para poner en orden las alineaciones.
La del Cándido González es la única pizarra mecánica que queda en los estadios de capitales provinciales, donde transcurre la mayoría de los encuentros de la Serie Nacional, y de torneos como la Liga Élite. En su momento, cada uno de los estadios “fundacionales” —los primeros construidos luego de 1959— contaba con la suya, pero al cabo de pocos años las del Guillermón Moncada santiaguero y el Augusto César Sandino santaclareño fueron sustituidas por marcadores electrónicos. En este siglo, la del Capitán San Luis, en Pinar del Río, terminó dando paso a un tablero electrónico y una pantalla gigante, sin demasiado éxito: el primero comenzó a fallar a poco de estrenado y la segunda, luego de una dilatada construcción, alcanzó a trabajar solo unos meses, antes de quedar destruida por el huracán Ian, en septiembre de 2022.
Camagüey estuvo a punto de cometer el mismo error. En 2014 el Inder compró una pizarra como la de Pinar del Río para instalarla en el estadio de la provincia. En principio, se pensaba montarla sobre el edificio de la pizarra mecánica y, al concluir la temporada, demoler esa estructura y construir una nueva al fondo del jardín derecho. Solo la masiva oposición de deportistas, aficionados y prensa interrumpió el proyecto. Para 2017, cuando los directivos del deporte en la provincia intentaron retomarlo, ya las malas experiencias con las pizarras electrónicas habían desencantado hasta a partidarios más fervientes.
“Si un día sobra el dinero y da para una pantalla gigante, que la pongan. Nunca estaría de más por los videos y esas cosas. Lo que sí no deberían es quitar la pizarra. Ese es nuestro ‘Monstruo verde’”, me comentó un aficionado.
La pizarra del “Cándido” ha llegado, incluso, a las transmisiones televisivas y radiales, con los narradores visitantes secundando los elogios de la prensa local. “Lo digo y lo repito: no hay mejor pizarra en todo el país. De día, de noche, como sea… se ve, y se ve bien”, suele repetir Luis Florencio Rodríguez, uno de los comentaristas de Radio Cadena Agramonte.
Antes de la primera bola
Para Jorge Luis, cada día de juego comienza dos o tres horas antes de la primera bola, cuando sale a esperar el ómnibus en el que viajará a Camagüey. Los equipos visitantes se alojan en el hotel de Florida, la ciudad en la que vive, 40 kilómetros al oeste de la capital provincial. Con ellos viene y va en los días de partido. “El Zurdo”, por su parte, prefiere quedarse en el cuarto habilitado para ambos en los alojamientos del estadio.
“Yo soy de Esmeralda [80 kilómetros al noroeste]. No hay forma de que pueda andar en esos trajines”, sentencia.
Por dentro, la pizarra es ascética, agresiva casi. Paredes despintadas, un teléfono, algunas luces y un par de bancos son toda la decoración; se extraña un baño o una llave con agua.
“En esta serie, con los juegos a partir de las 2 de la tarde, muchas veces estuvimos como dentro de un horno”, confiesa Jorge Luis. “El Zurdo” lamenta que no siempre se acuerden de ellos: “Sería bonito que nos mencionaran cuando nombran a todos los que trabajan para el espectáculo”.
Sin embargo, ninguno de los dos se plantea cambiar de oficio. La determinación no se explica por los veintitantos pesos que cobran por juego, ni las gorras y pullovers que recibieron par de temporadas atrás. Jorge Luis pudiera tener una vida más tranquila si se limitara a su ocupación “oficial” como administrador de un combinado deportivo; y “El Zurdo” a ser obrero del Inder en Esmeralda, como consta en nómina.
El “Cándido” probablemente luciría mejor con una pizarra electrónica y los camagüeyanos quizás sufrirían menos si optaran por renegar de su equipo y se afiliaran a una franquicia más ganadora.
Pero ni la primera ni el resto de esas posibilidades están camino de concretarse. En Camagüey juegan variables culturales que trascienden lo deportivo. Son ellas las que justifican la sobrevida de la pizarra mecánica del “Cándido” o el hecho de que ese parque se mantenga cada año entre los de mejores promedios de asistencia de público, sin importar el paso —casi siempre vacilante— de los Toros. Ambos, pizarra y equipo, forman parte la tradición beisbolera local y, como tal, se heredan y defienden.
“Hace algún tiempo en el Parque Agramonte nació una quinta palma real y, por fidelidad a la tradición1, tuvimos que asumir la tarea ingrata de eliminarla. Parecía que nadie iba a notarlo; pero no fue así, y muchas personas nos trasmitieron su opinión al respecto. Todo cuanto se hace en Camagüey tiene un impacto. Hay un orgullo muy grande por lo legado”, contó hace pocas semanas, en un programa del telecentro local, el director de la Oficina del Historiador de la Ciudad, José Rodríguez Barreras. Para el caso, donde dice “palma real”, pónganse “pizarra” o “Toros”.
“Cuando uno ve este estadio así, dice: ‘Coño…’”, sentencia “El Zurdo”, sin dejar de atender al conteo del árbitro, a 400 pies de distancia.
Camagüey busca seguir adelante en la postemporada a hombros del equipo con más novatos del país. Las gradas están casi llenas, y todo el que llega tiene un gesto tan inconsciente como inevitable: mirar hacia la pizarra para ver cómo marcha el juego. Como si de persignarse al entrar al templo se tratara.
Nota:
1 Las cuatro palmas reales del Parque Agramonte rinden homenaje, desde mediados del siglo XIX, a Joaquín de Agüero y tres compañeros suyos del alzamiento independentista de 1851, fusilados por el gobierno colonial español.