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Cuando a mediados de marzo se escuchó la voz de ¡Play ball! para dar inicio a la III Liga Élite del Béisbol Cubano, muchos guardaban al menos una pequeña esperanza de que el deporte nacional podía seguir siendo una fuente de orgullo y emoción. Pero tras varias semanas, lo único que pudimos ver en los diamantes fue un espectáculo deslucido, fragmentado y decepcionante que ha generado más dudas, frustración y resignación entre los fieles que todavía siguen la pelota de la isla.
Una de las imágenes más duras del evento fue ver las gradas casi vacías del estadio Latinoamericano en un partido de postemporada que tenía a Industriales y Ciego de Ávila como protagonistas. Desde que tengo uso de razón siempre he escuchado que en el Coloso del Cerro caben 55 mil personas, dato al que nunca le he dado mucha importancia, más que nada porque no hay una vía confiable para confirmarlo o desmentirlo. Pero si algo me queda claro es que, cuando el feudo capitalino se llena, se remueven los cimientos de la ciudad.

Obviamente, es muy notable la diferencia cuando las gradas están abarrotadas y cuando están desoladas; salta mucho a la vista. Y ese golpe nos lo llevamos todos en el duelo de marras entre Leones y Tigres en semifinales, buscando el pase a discutir la corona.
Debo reconocer que los fanáticos habaneros son muy particulares y muchas veces pasan la temporada lejos del templo beisbolero por excelencia, pero luego acuden religiosamente en masa para los playoff, ese momento en el que casi todos cambian el chip y cumplen fieles a su cita con el juego, independientemente de que el nivel sea malo.
Por eso me causó una sensación de vacío enorme cuando vi las gradas del Latino prácticamente desiertas mientras Industriales se jugaba la vida. Poco más de 5 mil aficionados —según cifras oficiales— presenciaron ese quinto encuentro en el que los discípulos avileños de Danny Miranda dieron la estocada definitiva a los capitalinos y sellaron su pase a la discusión de la corona contra los Leñadores de Las Tunas.

El dato, por desgracia, no es aislado. En los 20 partidos que Industriales jugó como local en la fase clasificatoria de la presente Liga Élite, el promedio de asistencia al Latinoamericano fue de apenas 1929 fanáticos, sin un solo encuentro con más de 4 mil personas en las tribunas. La concurrencia tope se produjo el sábado 22 de marzo, cuando llegaron al parque 3892 aficionados para el choque entre los anfitriones y los Alazanes de Granma.
En cambio, uno de los desafíos con menos público fue uno de los clásicos de la pelota cubana: Industriales-Pinar del Río.
Solo 809 personas se dieron cita en el Latino el pasado 9 de abril, un escenario impensado en un pasado no muy lejano, teniendo en cuenta la rivalidad y el peso histórico de estas dos escuadras.
Números rojos y caos
La Liga Élite del Béisbol Cubano es un proyecto que nació torcido hace algunos años, cuando las autoridades del deporte nacional en la isla ni siquiera sabían cómo se llamarían los equipos que participarían. Hicieron entonces una encuesta popular, pero sus resultados fueron totalmente ignorados y se asignaron nombres sin ningún tipo de representatividad, los cuales desaparecieron en la segunda edición del certamen.
Este es solo un botón de muestra del mal rumbo del torneo, aunque lo peor es que nunca ha logrado llenar el nombre de “Élite”, con un nivel cualitativo muy por debajo de las expectativas.

En esta tercera edición, por ejemplo, el poder ofensivo brilló por su ausencia (un jonrón cada 55 comparecencias al plato) y la defensa también dejó mucho que desear, con cinco de los equipos con promedios inferiores a .970. En tanto, los lanzadores permitieron más de 10 jits por cada nueve entradas y siguen con la brújula del control averiada, pues la tasa de ponches por cada boleto fue de 1.16.
Números en rojo, juegos densos, sin ritmo y errores de estrategia han sido tendencia. Más allá de los resultados, la sensación es que estamos ante un béisbol sin brillo, donde lo que debiera ser élite apenas se sostiene por el nombre.
Un calendario distorsionado
Uno de los elementos más controvertidos de esta edición ha sido la desorganización del calendario, provocada en gran medida por la participación de Las Tunas en la Champions League. Cuando todo indicaba que lo más lógico era detener el evento, las autoridades decidieron continuar con la Liga Élite mientras los Leñadores estaban fuera del país, lo que generó una verdadera distorsión.
Durante semanas, varios equipos se vieron obligados a paralizar su actividad competitiva, perdiendo ritmo y forma. Entonces, luego de muchos días sin jugar, debieron enfrentarse a una postemporada que exige el máximo nivel de rendimiento. Lo sucedido dejó secuelas en la estructura del torneo y afectó directamente el desempeño de varios equipos.

Esta decisión de seguir jugando “a medias” mientras uno de los conjuntos protagonistas cumplía un compromiso internacional es un reflejo de la improvisación que a menudo marca el rumbo del béisbol cubano. La planificación y la coherencia brillaron por su ausencia.
La desilusión de una Liga sin estrellas
Desde antes de la tercera edición de la Liga Élite se habló de una modificación de los salarios para los peloteros, que aumentarían hasta los 8500 CUP sin escalas. O sea, cobraría lo mismo un jugador titular que un suplente, un mal que no se ha logrado erradicar en los torneos beisboleros cubanos, da igual el rango.
El aumento salarial, sin embargo, apenas cubre las necesidades de deportistas que deben pasar la mayor parte del tiempo alejados de su familia mientras juegan. Por ello, casi todos los que tienen la oportunidad salen del país por contratos profesionales, incluso, a circuitos sin demasiado cartel o prestigio, pero que les ofrecen una mejora económica a la que no pueden renunciar.
El caso del santiaguero Yoelquis Guibert es simbólico. El mejor de los peloteros que permanece en la isla, lágrimas mediante, tuvo que despedirse de sus compañeros horas antes de iniciar la postemporada con las Avispas. Líder en jonrones y promedio ofensivo, Guibert se marchó a Venezuela porque no tenía otra opción.

Debemos recordar que la carrera de los deportistas es muy corta y los ingresos económicos que no puedan percibir ahora difícilmente podrán lograrlos después de retirados. Entonces, es comprensible que los jugadores muchas veces tengan que dejar atrás a sus equipos de la infancia, a sus fanáticos, a quienes verdaderamente quieren representar, para ganar algo más de dinero en el extranjero.
El caso de Guibert no es uno aislado, porque otros equipos también han sufrido la partida de hombres importantes durante la presente edición de la Liga Élite. Este es un fenómeno sistémico que golpea la esencia misma del campeonato. La salida de los mejores jugadores desnaturaliza la competencia y desalienta a los aficionados que ven cómo sus ídolos no están justo cuando más los necesitan.
Más allá de lo emocional, está lo estructural. La falta de una estrategia coherente para manejar los ingresos que generan estas contrataciones es una herida abierta. La Federación Cubana de Béisbol no ha sido transparente sobre el destino de los porcentajes que llegaron a sus arcas por los contratos millonarios de Alfredo Despaigne, Raidel Martínez o Liván Moinelo, por solo mencionar a los que más dinero han generado durante su estancia en Japón.

Lo que sí es un hecho es que ese capital no se ha invertido ni en mejorar los terrenos de base o de primera categoría, ni en la organización de más torneos nacionales en los distintos niveles, ni en la optimización de las condiciones de los peloteros. Todo ello, lógicamente, incentiva la desmotivación, coloca a todos en la necesidad de buscar fuera lo que no pueden tener en su tierra y, para rematar, debilita todavía más una estructura ya resquebrajada.
En las condiciones actuales, el béisbol, como cualquier actividad profesional, debe asumirse como negocio en su totalidad, enfoque que en Cuba no se termina de asumir o se hace solo parcialmente. La contratación, por ejemplo, se aceptó por necesidad, pero la gestión posterior de sus beneficios es opaca y muchas veces ineficiente, sin una hoja de ruta clara para traducir las ganancias en desarrollo.
Mientras nada de esto cambie, será muy complicado acabar con la desorganización, la decadencia estructural y la desconexión con las necesidades reales de los jugadores y los aficionados. Mientras nada de esto cambie, la Liga Élite o la Serie Nacional no serán más que eventos sin alma, desprovistos de estrellas y sin horizonte claro.
Todavía la pelota en Cuba sigue viva. La pasión y la tradición sostienen en un hilo al pasatiempo por excelencia de los antillanos, pero si no se toman decisiones valientes y transparentes, podría extinguirse en la burocracia, la improvisación y la falta de visión. Y entonces, ni siquiera los jonrones que escasean podrán salvarla.