No me acusen de apocalíptico. Que el béisbol cubano no entre en los Juegos Olímpicos de Tokio no es, ni de cerca, una sorpresa.
Desde que arrancó el proceso clasificatorio del deporte de las bolas y los strikes se vio, muy claramente, que el camino tenía demasiadas espinas para la Isla, sumida en una profunda crisis estructural, organizativa y de éxodo si de pelota se habla.
La conjunción de esos factores ha incidido, como es lógico, en el bajón de los resultados internacionales, arena en la que ya somos uno más, casi del montón, demasiado alejados de aquellos años de permanentes triunfos.
El Premier 12 sirvió para acentuar la crisis, si acaso eso fuera posible. Los discursos triunfalistas volvieron a chocar con la paupérrima imagen del elenco, cuyos sueños olímpicos pasan ahora por ganar alguno de los dos certámenes clasificatorios que restan.
Y justo en esta última sentencia encontramos la clave por la cual Cuba no va a meterse entre los seis equipos que disputarán el béisbol en Tokio 2020. Enfóquense específicamente en ganar, ese vocablo que ha desaparecido del diccionario de la pelota nacional, y le surgirán algunas interrogantes perturbadoras.
¿Quién recuerda lo que significa ganar? ¿Cuándo fue la última vez que ganamos? ¿Alguien, en su sano juicio, cree que podamos ganar a corto plazo?
Ganar no es simplemente levantar un trofeo. El camino hasta ese instante de gloria está plagado de trabajo serio, estudio y desarrollo, elementos ausentes del libreto del béisbol cubano, que deambula a la deriva apostando a un golpe de suerte en cada torneo.
En el último lustro, las victorias han sido sucesos aislados. Podemos mencionar los oros de Veracruz 2014 (Juegos Centroamericanos y del Caribe), San Juan 2015 (Serie del Caribe) y nada más.
La victoria de México, hace cinco años, entraba en los planes. Aquel equipo, comandado por Víctor Mesa, tenía a 12 jugadores que ya hoy no están en Cuba, diez de ellos vinculados actualmente a organizaciones de Grandes Ligas.
Por su parte, en la Serie del Caribe de San Juan, el mentor pinareño Alfonso Urquiola también disponía de una escuadra potente, pero ante los campeones de las ligas profesionales de la región las pasó canutas, hasta que el elenco resurgió de la nada y ganó viniendo de abajo con liderazgo indiscutible de Frederich Cepeda y Héctor Mendoza.
Fuera de estos dos éxitos, el resto de las experiencias (Panamericanos, otras Series del Caribe, Premier 12, Clásico Mundial, topes con Estados Unidos, Nicaragua o El Salvador, pasantías por la Liga Canam) solo han servido para minar un poco más la moral del béisbol cubano.
Si somos medianamente serios, si analizamos el panorama actual e interiorizamos que el ya desgastante inmovilismo de las autoridades no va a cambiar, entonces podremos concluir que no es prudente poner las manos en el fuego por nuestra selección nacional de cara a los Preolímpicos del año próximo.
La primera parada –y probablemente la única– será en Arizona, donde se jugará el clasificatorio continental en marzo frente a Estados Unidos, República Dominicana, Canadá, Puerto Rico, Venezuela, Nicaragua y Colombia.
Con un solo boleto en disputa, ganar es una obligación para materializar el sueño olímpico.
Si no se logra, habría que quedar segundos o terceros –casi igual de complicado– para acceder a un Preolímpico mundial, donde estará Holanda y casi seguramente Taipei de China y Australia. Ahí también hay que ganar, no vale ningún otro resultado para acceder a Tokio.
Entonces, si nuestras únicas opciones de clasificación olímpica pasan por triunfar, por subir a lo más alto del podio, definitivamente no veo posibilidades de llegar a Tokio. ¿Acaso las ve usted?
desde que escuché hace rato las variantes qu ehabái para clasificar para tokio 2020 en beisbol estoy convencido de que cuba no va a estar… y es lo mejor que nos puede pasar… si un golpe de suerte nos hubiese pasado a la superronda del premier 12 en japón, la vergüenza hubiese sido espectacular en esa segunda parte…