Por obra y gracia del reordenamiento, luego de completarse las tres primeras subseries en la segunda ronda de la 58 Serie Nacional, los Cachorros de Holguín están ahora más lejos de la zona clasificatoria que tras sus fatídicos nueve partidos iniciales de la anterior fase del campeonato.
En agosto, la novena que dirige Noelvis González perdió siete juegos en línea y culminó sus tres primeros compromisos particulares con balance de 1-8, a 3.5 unidades del octavo escaño, último con acceso a los play off de comodines. Además, se ubicaba a cuatro rayas de los conjuntos que estaban igualados en la sexta posición.
Después resurgieron de la nada, ganaron 27 de sus siguientes 36 desafíos y escalaron a la cima junto a los Tigres avileños. Sin embargo, un arranque lento (2-7) en la segunda fase del certamen, combinado con el caótico reordenamiento implantado por la Dirección Nacional (DNB) en la presente campaña, ha mandado de nuevo a los Cachorros hasta el sótano, ahora a seis rayas del último pasaje a la postemporada.
La renta de los holguineros se ha esfumado en el oscuro precipicio creativo de la DNB, que, como tendencia, estudia y analiza decenas de propuestas para quedarse con la peor. Así ha sucedido con el reordenamiento, medida que desde el primer instante generó el descontento de fanáticos y un sector de la prensa especializada, aunque también encontró algunos defensores.
Estos últimos se apoyaron en la aplicación internacional de la variante, en el hecho de que los mentores de la lid la aprobaron sin reparos, en la posible reducción de los “escapados” y en el teórico aumento de la paridad y la justicia, obviando otros detalles que, puestos en una balanza, atentaban contra la estabilidad del clásico doméstico.
El reordenamiento y justicia
Escuché en algunos círculos de especialistas que la nueva estructura era más justa que las anteriores, sin contar, por supuesto, la fórmula de todos contra todos, que deja al más fuerte en la cima sin necesidad de pasar por la prueba adicional de los play off.
La tesis se sustentaba en el valor superior de los pareos entre las selecciones más poderosas, lo cual tiene sentido, aunque no es sinónimo de absoluta justicia. Ya hemos visto el caso de Holguín, pero olvidemos por un momento este hecho puntual y analicemos la situación de reordenamiento más cruda que se puede dar.
Un equipo gana 30 juegos en la fase inicial, cantidad suficiente para comandar la tabla de posiciones, y pierde 15, con la mala fortuna de que esas 15 derrotas fueron contra los cinco rivales que clasifican.
En este supuesto caso, el gran líder de 30 éxitos comienza la siguiente fase en el sótano, sin victorias y con la misión de remar a contracorriente.
¿Hay justicia en un hecho de este tipo?
Esa interrogante pasa por la cabeza de los holguineros, quienes por segunda ocasión en una misma temporada deben remontar un déficit enorme, con el único consuelo de la clasificación directa y la posibilidad de pedir al segundo y al octavo pelotero en la selección de los refuerzos, como si eso fuera realmente una ventaja sustancial.
¿Estos premios de verdad compensan la macabra desaparición de más de 20 victorias y la caída del primer escaño al último? Particularmente, no lo creo, de ahí que el argumento de la justicia esté sustentado con pinzas.
El reordenamiento, la paridad y la competitividad
Quienes piensen que Holguín y Mayabeque se incluyeron entre los mejores de la 58 Serie Nacional como consecuencia del reordenamiento, están cometiendo un pecado mortal: obvian el panorama completo y el rasgo fundamental del béisbol cubano en la actualidad.
La pelota en la Isla se distingue por la paridad –no calidad–, la cual está directamente vinculada a las circunstancias actuales del deporte de las bolas y los strikes, cuya crisis se ha acrecentado por las incesantes salidas de jugadores a otros países, las malas gestiones de las autoridades y el propio déficit cualitativo que arrastran la inmensa mayoría de nuestros peloteros desde las categorías inferiores.
Eso nos ha conducido a un escenario de máxima igualdad, en el cual un equipo puede estar en la cumbre por una o dos temporadas y después caer con estrépito, y viceversa. Los múltiples ejemplos de la última década lo confirman.
Paridad, en este contexto, es sinónimo de competitividad, valor que no le ha faltado a la Serie Nacional en los últimos años, particularmente desde que comenzó la política de refuerzos. Vibrantes fueron los campeonatos que discutieron los matanceros, el regreso a la cima de Villa Clara, la temporada de ensueño de Isla de la Juventud o la corrida triunfal de los granmenses.
Por otra parte, es profundamente infantil y simplista defender la idea de que hay mayor competitividad y rivalidad con este formato porque nadie puede descuidarse al no saber quién clasificará.
Señores, incluso sin el engendro del reordenamiento, los equipos tampoco pueden permitirse bajar la guardia sin importar el contrario, basados en un principio básico del deporte que indica que todas las victorias cuentan y, mientras más se obtengan, mejor.
El miedo a los “escapados”
En la Cuba actual, añoramos la pelota de los años 70 y 80, por la extrema competitividad y la calidad de un enorme grupo de peloteros. Muchos cuentan que en cada equipo había al menos una figura a seguir, de ahí que fuera tan complejo armar una selección nacional sin cometer alguna “injusticia”.
Pero en esos gloriosos años también hubo “escapados” en el béisbol cubano, elencos poderosos que marcaron enormes diferencias con escuadras mediocres que se ahogaron nada más lanzarse al mar.
Un dato lo ilustra claramente: en 180 ocasiones una escuadra ancló a diez rayas de la cima entre las décadas de 1970 y 1980. Además, en los 80, un total de 32 veces un equipo se ubicó a más de 20 juegos de la cima.
Incluso, si retrocedemos un poco más nos encontraremos con la campaña de 1967-1968, en la cual Pinar del Río ancló a ¡61! juegos del primer lugar (La Habana), récord del béisbol revolucionario.
Para profundizar un poco más, en toda la historia de las Series Nacionales, 52 veces las novenas que lideraron la tabla general del campeonato o las posiciones por grupos, zonas o etapas lograron una ventaja cinco juegos o más.
Entonces, no hay ningún motivo para temerle a los “escapados” ni a la confluencia entre poderosos y débiles, ese es un rasgo común en el deporte desde hace muchísimo tiempo. Además, con el estado actual de nuestro béisbol doméstico, de seguro nos corresponde ocuparnos de muchas otras y más importantes cuestiones antes de pensar en que alguien se separe demasiado o se quede muy atrás.
Era de ilusos pensar que el reordenamiento iba a acabar con una tendencia de décadas. En efecto, durante esta Serie 58 al menos cinco equipos se descolgaron de la lucha por la clasificación cuando faltaba un tercio por completar, y en el lado opuesto, ya se sabía antes de los últimos diez encuentros más de la mitad de los conjuntos que estarían, como mínimo, en los duelos de comodines.
La “coartada” internacional
La aplicacion del arrastre o reordenamiento en eventos internacionales ha sido una de las bazas más importantes de quienes defienden con uñas y dientes la variante.
Y es cierto, en Clásicos Mundiales y otras lides de la Confederación Mundial de Béisbol y Softbol se ha expandido la utilizacion se este método, aunque todos esos torneos son de corta duración y no hay riesgos de que un equipo caiga abruptamente de una posición de privilegio hasta el sótano, o viceversa.
Por las características de la Serie Nacional, un certamen largo dividido en dos etapas, estas posibilidades crecen exponencialmente. Además, de ser un sistema tan justo, competitivo y atractivo, por qué ninguna de las grandes ligas del planeta se han planteado un cambio de sus estructuras para aplicarlo.
Y aquí encontramos una de las fallas más notables de los decisores, quienes tomaron como referente lides que, en esencia, no tienen nada que ver con el modelo de la Serie Nacional. La apuesta era premiar a los mejores entre los mejores, olvidando, quizás, que ya para eso existe una postemporada.