Néstor Cortés Jr. es un chico cubano nacido en el Surgidero de Batabanó y criado en la vorágine de Hialeah, al sur de la Florida. Allí se hizo pelotero hasta llegar a las Grandes Ligas, donde ha jugado 7 años con varias apariciones en postemporada, aunque no sabía lo que era trabajar bajo los focos de una Serie Mundial, el mayor escenario del béisbol. Por eso, después de sufrir una distención en el flexor del codo hace alrededor de un mes, hizo todo lo posible por ponerse a punto y regresar a tiempo para el Clásico de Otoño.
“Hemos sopesado las consecuencias que esto puede traer, pero si tengo un anillo y luego un año fuera del beisbol, que así sea”, dijo Cortés a principios de esta semana, consciente de que volver al montículo de manera precipitada podría representarle una lesión mayor y, por ende, poner en riesgo la firma de un nuevo contrato en la agencia libre.
“Creo que cuando la adrenalina entre en acción y dado el hecho de que estamos en el escenario más importante del beisbol, podré hacerlo. Creo que dada mi versatilidad y los diferentes roles que he desempeñado a lo largo de mi carrera, estaré a la altura de la tarea y listo para comenzar”, añadió el zurdo antillano a ESPN poco antes de comenzar el esperado duelo entre Yankees y Dodgers por el título de MLB.
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Y así fue. Cortés regresó a la lomita como relevista de los Bombarderos del Bronx en la décima entrada del primer partido de la Serie Mundial en Chavez Ravine. Su misión era sacar los 2 últimos outs del choque contra la artillería pesada de los Dodgers, dígase Shohei Ohtani, Mookie Betts y Freddie Freeman, tres fenómenos que saben lo que es ganar el premio de MVP.
Pese a que el cubano estaba fuera de la acción desde hace más de un mes (su última salida en la temporada regular se produjo el 18 de septiembre), el manager Aaron Boone apostó por la experiencia del zurdo, quien terminó la campaña con efectividad de 1.58 en sus últimas 7 aperturas, con balance de 6-1 y solo 7 carreras limpias permitidas en 40 entradas de labor.
Pero de esa versión del caribeño solo quedaba el recuerdo tras la lesión. La inactividad, una inyección de plasma y las posteriores sesiones de rehabilitación no trajeron de vuelta al mejor Cortés, quien al final no pudo completar la tarea y sellar la victoria de los Yankees.
Es cierto que un primer momento dominó al peligrosísimo Ohtani con un elevado al izquierdo en zona foul, pero después de dar boleto intencional a Betts chocó con la maestría y el swing eléctrico de Freeman, autor del primer grand slam para terminar un partido de Serie Mundial.
Freeman, quien ha jugado toda la postemporada con molestias en el tobillo, asumió como un desafío el último turno del duelo, con la obligación de producir, pues los Dodgers perdían 3-2 y había 2 outs en la pizarra. Su plan táctico fue muy básico: atacar el primer picheo de Cortés y buscar una conexión que le abriera las puertas del plato a Chris Taylor, el corredor en la antesala.
“Este es el tipo de escenarios con el que sueñas cuando tienes 5 años y estás jugando en el patio con tus hermanos mayores: dos outs y bases llenas en un partido de la Serie Mundial”, aseguró Freeman tras el choque, definido finalmente con un bombazo de 409 pies que se perdió en la marea azul tras las cercas del bosque derecho.
El inicialista de los Dodgers golpeó una recta de 92.5 millas en la zona baja y adentro y mandó la pelota a volar a 109 millas por hora, el cuarto batazo más sólido de la jornada en Chavez Ravine. Entonces se desató la locura en las gradas, donde más de 52 mil almas explotaron poco antes de las 9 de la noche en Los Ángeles.
Enseguida se evocó el recuerdo de Kirk Gibson, quien salió del banco de los Dodgers en el primer partido de la Serie Mundial de 1988, también con un tobillo lastimado y casi sin poder correr, y pegó un jonrón memorable contra los envíos del inmortal Dennis Eckersley (Oakland). Ese fue el punto de inflexión que les dio a los angelinos el título de aquella campaña y quizás el destino ahora sea el mismo.
No obstante, queda historia por escribir en la presente Serie Mundial, un choque de muchos matices. El encuentro inicial fue una muestra de ello, pues antes del desenlace fatal para Cortés y los Yankees, el partido había sido un duelo memorable entre los abridores Jack Flaherty y Gerrit Cole, quienes no permitieron demasiadas libertades a sus oponentes y entregaron la bola tras 6 entradas con ajustada pizarra de 2-1 favorable a los neoyorkinos.
Los Dodgers salieron delante por un triple de Kike Hernández y un elevado de sacrificio de Will Smith, pero los Yankees respondieron con un jonrón de 2 carreras de Giancarlo Stanton, quien soltó un misil de 116.6 millas y 412 pies por la banda izquierda. Esa conexión sacó del juego a Flaherty, hasta ese momento indescifrable con su curva de nudillos, su slider y su recta de 4 costuras, que rozó las 94 millas.
A golpe de puro veneno también avanzó Cole, quien mostró su versión de as para beneplácito de los Bombarderos del Bronx. El derecho mezcló sinker, slider, cambio, cutter, curva de nudillos y recta de 4 costuras para maniatar a los Dodgers.
Sin embargo, la defensa de los Yankees desperdició la ventaja mínima que había dejado el diestro en el octavo capítulo. En esa entrada Ohtani pegó un doble contra las cercas del jardín derecho y enseguida Gleyber Torres cometió un error infantil en una jugada de rutina con el tiro desde los jardines. Eso permitió al japonés avanzar de gratis a tercera para anotar después el empate por elevado de sacrificio de Betts.
Con el choque igualado, los cerradores Luke Weaver y Blake Treinen hicieron un buen trabajo de contención para extender las acciones hasta el décimo capítulo, donde los Yankees volvieron a ponerse delante por margen mínimo gracias a Jazz Chisholm Jr., quien fabricó una carrera a pura velocidad, con sencillo, 2 robos de base y un roletazo al cuadro que lo remolcó.
De esta forma, Chisholm se convirtió en sexto jugador de la historia que suma 3 estafas en un partido de Serie Mundial, algo que antes solo habían conseguido Honus Wagner (1909), Willie Davis (1965), Lou Brock (1967 y 1968), B.J. Upton (2008) y Rajai Davis (2016). El veloz antesalista, además, es el primer Yankee que consigue tal hazaña en el Clásico de Otoño.
Con esa carrera de Chisholm parecía que los neoyorkinos se ponían a las puertas de arañar una importante victoria en Los Ángeles, pero Freddie Freeman tenía concebido un desenlace mucho más espectacular con su grand slam.
La Serie Mundial se le pone ahora cuesta arriba a los Yankees, no solo por el jarro de agua fría que significó el grand slam decisivo de Freeman, sino también porque las estadísticas juegan en su contra: los equipos que ganado el primer partido del Clásico de Otoño han terminado coronándose en el 64 % de las veces (41 de 74), y en los últimos 21 años en 17 ocasiones el vencedor del duelo inicial logró llevarse el título.