Tomás Soto Fernández (Guásimas, 1939) ha visto en colores y sin filtros más de la mitad de la historia del béisbol cubano. Desde finales de los años 40 y principios de los 50, cuando empezó a golpear pelotas en la manigua, su vida ha estado estrechamente ligada a los diamantes.
Con 18 abriles fue Novato del Año de la Liga de Quivicán y en 1958 quedó campeón de la Unión Atlética Amateur vistiendo la casaca de los Rifleros de Regla. Pero esos logros quizás están muy distantes en el tiempo. Cuando se escucha su nombre, muchos lo asocian con el punto cero de las Series Nacionales, el 14 de enero de 1962, hace ya 59 años.
Ese día, Soto pisó la grama del Latinoamericano y se convirtió en uno de los fundadores del clásico doméstico, del cual sería, además, uno de sus primeros campeones, tras coronarse con Occidentales esa temporada. Tres años después, repitió la corona como refuerzo de la dinastía de Industriales, y casi en la despedida de su carrera como jugador logró el cetro con Henequeneros, el equipo de su tierra.
De su paso por aquellos equipos yumurinos le quedó un apodo para toda la vida: D’Artagnan. “Bobby Salamanca fue el que inventó eso, no solo el D’Artagnan, sino también los Tres Mosqueteros en referencia a Wilfredo Sánchez, Rigoberto Rosique y Félix Isasi.
“Enseguida eso pegó, sobre todo aquí en Matanzas. Fíjate que todavía hay gente que me dice así. Salamanca era un narrador de pelota muy simpático. Cuando nos tocaba batear, hacía un sonido como si nosotros viniéramos entrando a caballo”, recuerda Soto.
Su casa es un pequeño museo, con fotos de distintos momentos de su carrera, trofeos, medallas y recortes de periódico. Para rematar, tiene un archivo de audios con disímiles historias suyas y de sus contemporáneos, el tesoro de lo vivido durante más de medio siglo.
Quizás esos cientos de relatos cortos, el olor de los diarios viejos o las imágenes gastadas le permitan recordar, a sus 81 años, los más ínfimos detalles de una trayectoria exquisita, digna de uno de los diez mortales que ha logrado coronarse como mánager y como jugador en Series Nacionales.
¿Cómo vivió ese primer momento de tránsito del béisbol profesional a la Serie Nacional a inicios de los años 60?
Había mucha incertidumbre y duda sobre si el béisbol de la Serie Nacional iba a atraer a los aficionados de la misma manera que lo hacía la Liga Profesional, que era una de las más fuertes del Caribe, porque se nutría de extranjeros que venían a Cuba y de otros circuitos fuertes a lo interno, como la Unión Atlética Amateur, la Liga de Quivicán, la Popular, la Pedro Betancourt, la Liga de Sagüita… En todas esas estuve yo.
Pero volvamos a la pregunta original. Cuando se plantea el cambio y se da a conocer que desaparecía la pelota profesional en Cuba, mucha gente miró con escepticismo las ideas que se proponían. Que si jugar desde la base, que si torneos regionales, que si Serie Nacional… Imagínate, nada de eso encajaba con lo que la gente estaba acostumbrada, por lo que no había certeza de que iba a recibir apoyo popular.
Sin embargo, la afición respondió, se llenaron los estadios y más temprano que tarde cada cual empezó a identificarse con algún equipo. Tuvo mucho que ver la calidad de los peloteros que jugaron en esos inicios. Había buenos atletas que venían de la Unión Atlética, de la Liga Pedro Betancourt y todas esas que te mencioné. Hombres con talento que perfectamente podían alcanzar los máximos niveles profesionales en Estados Unidos, pero decidieron quedarse en Cuba.
Otra cosa importante que influía en la calidad de esos primeros tiempos fue que varios managers tenían experiencia profesional y empezaron a dirigir desde las regionales. Eso ayudó mucho al crecimiento y al desarrollo de los jugadores que estábamos en esas ligas. Se potenciaron aspectos técnicos, tácticos, de estrategia, métodos de preparación e interpretación de juego. Gracias a eso subimos el nivel.
No se puede negar tampoco el gran apoyo de la Revolución a la liga nueva. Las autoridades impulsaron ese modelo de la pelota cubana y la prensa también ayudó mucho. En sentido general, en aquella época teníamos menos recursos que ahora, por ejemplo, en medicina deportiva, pero de lo que había, nosotros lo teníamos todo.
¿Usted percibió algún tipo de ruptura ente los peloteros que se quedaron en Cuba y los que decidieron irse a Estados Unidos?
Yo creo que no hubo ruptura. Los profesionales tenían su trabajo en el exterior y aquí se jugaba amateur. Por las reglas de la época, los profesionales no podían estar en ligas amateur. Pero eso, al menos en mi caso, no despertó ningún resentimiento ni odio. Entre los peloteros nos admiramos, a los de allá y a los de aquí. Lo que sí no había era comunicación; ni ellos se enteraban mucho de lo que pasaba en la Serie Nacional, ni nosotros podíamos saber lo que pasaba en la pelota de Estados Unidos.
¿Cuál fue la liga más fuerte de todas las que jugó?
Creo que la Serie Nacional. Ahí se reunieron jugadores de todas las otras ligas en las que estuve. Antes había tremenda calidad pero, por ejemplo, en la Unión Atlética no pudieron jugar los negros durante mucho tiempo, por prejuicios raciales.
En diez años de Series Nacionales, como jugador ganó tres títulos con tres equipos diferentes. Supongo que, por su condición de matancero, el campeonato con Henequeneros haya sido especial…
Sin dudas, fue el que más disfruté, por aquello de ganar representando a mi provincia. Antes yo había sido campeón con Occidentales en la primera Serie, pero en ese equipo se juntaron los mejores peloteros de Pinar del Río, Matanzas y, sobre todo, La Habana, que tenía una base importante del Teléfonos, uno de los conjuntos más renombrados de la Unión Atlética Amateur. Una constelación de estrellas…
Después, fui refuerzo de Industriales en la Serie del 65, con Ramón Carneado y el cierre fue con Henequeneros, en 1970. Teníamos un equipo fuerte, pero nadie contaba con nuestra victoria ni nos daban como favoritos. En esa época, todo el mundo pensaba que ganaba Industriales o Azucareros, pero al final se conjugaron muchas cosas a nuestro favor.
Lo primero es que ese equipo lo iba a dirigir Menéndez Miñoso, un entrenador que estaba de misión internacionalista en Italia. Como él no pudo incorporarse al inicio del campeonato, Miguel Ángel Domínguez asumió de manager y llegamos a ganar 11 juegos seguidos en algún momento del campeonato. Ya tú sabes, cuando Miñoso regresó, hubo temor de que perdiéramos el paso y dejaron a Miguel Ángel, que tenía grandes conocimientos.
Te repito, en Cuba entera no se esperaba que Henequeneros saliera campeón, y justamente romper todos los pronósticos es un gran mérito para la provincia. Nos ayudó mucho la experiencia acumulada por casi todos los jugadores de años anteriores, un gran team work y una ofensiva letal con Wilfredo Sánchez, Rigoberto Rosique y Félix Isasi en el tope de la alineación, los famosos “Tres Mosqueteros”.
Pero el resto del equipo titular también era sólido. Por ejemplo, Evelio Hernández era el receptor, yo estaba en primera, en segunda Isasi, el torpedero era José Morgan, en tercera alternaban Rafael Herrera y Armando Sánchez, y en los jardines Rosique, Wilfredo y Rigoberto Estrada, tío de “Pepito” Estrada, que años después hizo equipos Cuba y creo que fue hasta campeón olímpico. Si te virabas para el pitcheo, ahí encontrabas al “Curro” Pérez, Alfredo García, Jesús Torriente… había material.
Ya que habla de los “Tres Mosqueteros”, ¿se atrevería a escoger a uno por encima del otro?
¡Qué va! Es muy difícil. Los tres tenían muchas habilidades. Wilfredo era capaz de tocarte la bola y después robarse segunda y tercera. Pero venía Rosique y hacía lo mismo, y venía Isasi y hacía lo mismo. Wilfredo daba un doble y los demás podían dar dobles también. Era una locura verlos jugar.
Por suerte, siempre fueron mis compañeros de equipo, porque tenerlos de rivales hubiera sido un dolor de cabeza tremendo. Te reitero, su calidad era suprema, lo demostraron en Cuba y en eventos internacionales. Realmente sería injusto decir que uno era mejor que otro.
Me gustaría conocer su criterio sobre tres peloteros que son íconos de aquella primera etapa de las Series Nacionales. Empiezo con Urbano González…
Un jugador que lo hacía todo bien. Tocaba bien la bola, bateaba para todas las bandas, jugaba segunda y tercera, y aportaba mucho al equipo. Era muy entregado a la causa, muy humilde, siempre abierto a ayudar a los demás. Yo jugué con bastantes peloteros, pero Urbano está en la lista de los mejores.
¿Miguel Cuevas?
Siempre fue mi contrario y lo sufrí. Era un bateador temible, capaz de decidir juegos con un swing, pero, a pesar de su fuerza bruta, era un tipo tremendamente inteligente.
¿Aquino Abreu?
El clásico lanzador que nunca quieres enfrentar. El suyo es un caso peculiar, porque no era el que más duro tiraba en aquellos tiempos ni el que más intimidaba, pero movía la bola como pocos, sabía lanzar e incomodar a los rivales. Además, Aquino tenía algo: retaba con la misma intensidad al tercer bate que al noveno, no bajaba jamás el ritmo.
Sorprendió a todos cuando dio dos no hit no run seguidos. Realmente, entre nosotros no pensábamos que fuera él quien daría el primer no hitter de aquella época, y ya vez, dio dos seguidos.
¿Cómo recuerda la génesis de la rivalidad entre equipos orientales y occidentales en Series Nacionales?
El cubano es competitivo por naturaleza. Desde el mismo inicio de las Series, esa rivalidad existió y fue creciendo con el paso de los años, porque todo el mundo quería ganar. Claro, eso llegó a un punto culminante cuando Orientales le rompe la racha de campeonatos seguidos a Industriales, con aquella famosa historia de Manuel Alarcón, que mandó a cerrar la trocha.
Las rivalidades entre Orientales y Occidentales o entre Santiago e Industriales son las más renombradas, pero no las únicas. En aquellos tiempos, todo el mundo jugaba duro a la pelota, agresivo, intimidando al contrario y todos los juegos tenían su picante.
Poco a poco eso ha ido desapareciendo. Los peloteros de todas las provincias empezaron a unirse en los equipos nacionales, se hicieron amigos y se perdió un tanto la agresividad que caracterizó el juego.
¿Podríamos decir que esa pérdida progresiva de agresividad y rivalidad extrema ha incidido en el descenso del nivel del béisbol cubano?
Quizás, es uno entre muchos más factores. A la gente no le gusta que yo diga esto, pero a mí me gusta la pelota agresiva, que no implica ni ser violento ni arañar al contrario con los spikes. Hay que tirarse duro en las bases, hay que tirarse de cabeza, hay que meter el codo y coger un pelotazo, hay que intimidar al rival; esa es la pelota, eso es lo que le da el sabor. El juego no puede ser silencio total, como vemos a veces por ahí.
Claro, hay que tener bien claros los límites para que no se den situaciones desagradables o peleas entre jugadores y equipos. Por ejemplo, yo estoy en contra del bolazo. Dirigí muchos años y nunca lo permití. Si alguien lo hacía, siempre lo castigaba, porque es una expresión de impotencia, una jugada de cobardía.
Nadie en Matanzas ha sido campeón como jugador y como mentor, salvo Tomás Soto. ¿Cómo recuerda aquella etapa de director, más allá del puro resultado?
En sentido general, fue una etapa de mucho aprendizaje. Desde que me retiré del deporte activo, me enfoqué en superarme y en prepararme. No pensé nunca en ir directamente de jugar en Series Nacionales a dirigir, como sucede ahora de manera habitual.
Yo primero trabajé en la EIDE, en la ESPA, en la base, en la Academia. Dirigí equipos en provinciales y regionales, trabajé de coach en algunos equipos en Series Nacionales, es decir, antes de ser manager al máximo nivel, me nutrí de varias experiencias.
Yo no estoy en contra de que peloteros destacados terminen su carrera y enseguida vayan a dirigir, pero me parece que no es lo más adecuado. Debería existir una preparación previa. A mí me ayudó mucho, sobre todo en la comunicación con los peloteros, en la paciencia a la hora de tomar decisiones… Al menos ese es mi criterio en base a la experiencia que viví.
¿Cuáles fueron las bases del título que ganó con Citricultores como mentor, en 1984?
Dos años antes de ese campeonato, se decidió que Henequeneros se quedara con los mejores peloteros de Matanzas, y a Citricultores lo dejaron con un grupo de jugadores jóvenes para desarrollar. En ese equipo había talento y calidad, pero no tenía mucho recorrido en eventos de primer nivel.
Hombres como Carlos Mesa, Rolando Arrojo, Anselmo Martínez, Juan Luis Baró, Lázaro Junco, Leonardo Goire y Armando Dueñas venían despuntando, todavía con un largo camino para demostrar sus herramientas. Sin embargo, con esos mismos jóvenes quedamos subcampeones dos años consecutivos y al tercero fue la vencida, logramos el título.
Ya después ese equipo se rompe. De nuevo pasaron a la mayoría de los jugadores a Henequeneros, y Citricultores quedó como una especie de sucursal, lo mismo que ya pasaba en Pinar del Río con Vegueros y Forestales, o en La Habana con Industriales y Metropolitanos.
Eso alguien lo puede ver con algún tipo de resentimiento, pero la verdad era lógico que Matanzas siguiera la misma línea de La Habana o Pinar del Río. Si no se unen todas las estrellas matanceras en un mismo equipo, no había forma de ganarles a Industriales o a Vegueros. Lo que en vez de darme la dirección a mí de aquellos Henequeneros, confiaron en “Sile” Junco, de lo cual me alegro, porque era una figura ganadora, fresca, que venía subiendo con buenos resultados en la provincia, y yo ya acumulaba un desgaste importante después de tantos años.
Su última temporada con Citricultores fue a principios de los 90. ¿Por qué vuelve a dirigir entonces en el 2000?
Fue una solicitud que me hicieron en la provincia y acepté para ayudar, porque realmente era un momento muy complejo para el béisbol matancero. Habían quitado la Academia provincial y eso mermó la cantidad de peloteros disponibles para confeccionar las preselecciones del territorio. Un gran error.
También asumí porque nunca he estado a favor de que directores de otras provincias vengan a dirigir Matanzas, y eso aquí ha pasado mucho. No solo tenemos los ejemplos recientes de Alfonso Urquiola y Víctor Mesa, antes fueron Orlando Leroux, “El Coco” Gómez, Jorge Trigoura… Sin embargo, la historia dice que los cuatro managers que han sido campeones con Matanzas son matanceros. Para nada demerito a todos esos que han venido, al contrario, los respeto como los hombres de béisbol, pero no se puede negar que los resultados no han sido buenos, a excepción de Víctor Mesa, que sí estuvo cerca de ganar y la suerte no lo acompañó.
¿Cuál es el mejor pelotero que ha dirigido?
Creo que Lázaro Junco. Matanzas le debe mucho, desde sus jonrones e impulsadas hasta su entrega y disciplina. Junco era el primero en todo, no había que llamarle nunca la atención, rendía en los momentos importantes, era una bujía. Lo mismo que Wilfredo Sánchez, quien aportó en el primer título de la provincia con Henequeneros, en 1970. Ahí fuimos compañeros, y después lo dirigí en el 84 con Citricultores, cuando ya él estaba en el final de su carrera. Me estoy metiendo en camisa de once varas, pero en respuesta a tu pregunta, me quedo con Junco y Wilfredo como los mejores peloteros que he dirigido.
Como hombre de béisbol, ¿cuáles considera que sean los principales problemas de la pelota cubana y las vías de solución?
Hemos retrocedido mucho en cuanto a resultados internacionales. Eso no es más que el reflejo de los problemas internos de nuestro béisbol, los cuales no están ocultos ni son un misterio. De hecho, son muy seguidos por la prensa y los especialistas los mencionan, pero no se encuentran vías de solución por diversas razones. Precisamente, teniendo en cuenta que las deficiencias están aquí dentro, yo discrepo cuando alguien me dice que todo se solucionaría con un equipo unificado o con un acuerdo con Grandes Ligas.
No, realmente eso nos daría un aire, un impulso, sobre todo para competir en los principales torneos con nuestra selección nacional, pero ganar el Clásico o el Premier no va a arreglar el desastre que hay en la base y en la pirámide, en sentido general. Es muy diferente ayudar al equipo Cuba que ayudar al béisbol cubano. Para esto último nos harían falta programas de desarrollo, superación de entrenadores, actualización de métodos de entrenamiento y más seriedad en sentido general.
Partir desde cero en los años 60, tras la eliminación del profesionalismo o este momento de crisis que vivimos en la actualidad… ¿cuál ha sido para Tomás Soto la etapa más compleja para la Serie Nacional de Béisbol?
Mucha gente dice que en los años 60 no se jugó buen béisbol en Cuba, comparando la Serie Nacional con la Liga Profesional. Es cierto que, al desaparecer esta última, hubo un vacío, pero la Serie sobrecumplió las expectativas y fue un éxito.
No es pura palabrería; los estadios se llenaron a reventar. Yo jugaba primera base y tenía el público arriba. En Santiago rompían una y otra vez las sogas que delimitaban el terreno, de tantas personas acumuladas. Había interés porque el nivel era alto, con jugadores de tremenda calidad ya establecidos, y otros que surgieron y crecieron hasta convertirse en grandes estrellas.
En estos momentos, la crisis es superlativa, no se puede negar. Creo que ahora vivimos los tiempos más difíciles de la Serie Nacional. Últimamente se ha pagado mucho dinero a los jugadores cubanos y eso, unido a las deficiencias internas, ha aumentado el flujo de nuestros peloteros rumbo a ligas profesionales de todo el mundo. Ese éxodo ha golpeado fuertemente al campeonato. No tengo dudas de que estamos en el peor momento de todos.