A usted, querido lector, puede cautivarlo en materia de deportes ver a Eldrick “Tiger” Woodspegarle a la pelotita de golf y elogiarlo hasta que se le seque la garganta. Por mi parte, si me pidieran otorgarle una puntuación al golf en el universo deportivo en una escala de cero a diez, no pasaría de uno coma cinco, pese a que si nos dejamos guiar por los chocantes ingresos de los golfistas, el juego merecería la máxima nota y yo, por tanto, una bofetada astronómica. Y ahora que acabo de hacer una referencia a lo sideral, creo que usted tendría todo el derecho del mundo a enfadarse y a comentar que el tonto que escribe esto ha cometido el gravísimo desliz de obviar que los astronautas Alan Bartlett Shepard y Edgar Dean Mitchell, tripulantes de la misión Apolo 14, se distrajeron un rato jugando al golf en la luna. Entonces le diría basta, deténgase con lo que no lo favorece o no lo conduce a nada sustancioso, que si Shepard y Mitchell hubieran hecho bailar trompos sobre la superficie lunar, quién se atrevería a jurar que los señores de la publicidad no hubiesen levantado una campaña con frases comerciales tipo Baile un trompo y siéntase como en la luna por elevar las ventas del juguete.
Pero pasemos la página. En un final, lo que propongono es hablar ni deTiger Woods, ni del golf, ni de astronomía, sino de fútbol, y más que de fútbol, de fútbol en La Habana, y más que de fútbol en La Habana, algo de fútbol en La Habana a la espera de Brasil 2014. Hace unos años usted, de seguro, hubiera dicho pues sí que a este hombre le faltan quince tornillos, retráctese compañero; ignórenlo porque está delirando, qué locura es esta de que La Habana aguarda por una competición de fútbol, desde cuándo a los cubanos los hace palpitar el fútbol, a los cubanos denles un bate y una bola y la indumentaria entera del béisbol que con tales atavíos la emoción les invade la mismísima mirada, el béisbol en el extracto de la nacionalidad, eso, olviden el balompié que no se dirige al núcleo, que no es gollería.
En Cuba, años de béisbol infundido. Corre por las venas. ¿Hemos cambiado, el béisbol, las venas? Pongo ambos deportes en una balanza. Si bien no prevalece claramente, el fútbol hace contrapeso, o busca hacerlo, echa plomo en los bolsillos, se esparce, lucha, ocupa… La Habana no ha conseguido resistirse.
Dos cuestiones. Lo que se entiende por universal y el mercado. Lo universal, hecho a partir de cada uno de nosotros, los destinatarios, los que iban a enterrarse en el fútbol por su naturaleza, la del fútbol y la de ellos, y los que iban a decirse no, señor, no es para mí, pero que caerían, la mayoría caemos como por gravedad. Nuestro destino es caer.
El mercado, quien sirve el buffet. Nosotros, los seres que caen, nos servimos del buffet del mercado, escogemos el plato. Hay algo como un ciclo, como una panacea. Algo en lo que participamos sin participar, medio místico.
Por supuesto que ha de haber magnetismo, polos que se atraen. El anzuelo se pica solo si la carnada es apetitosa.
Es de veras difícil que no cautivara la elegancia de Zidane campeando sobre el césped, armando al equipo y desarmando a la defensa enemiga, descortinando al adversario, apabullante: ah, el poder y la magia de sus piernas llevando el fútbol a la máxima expresión, el facsímil davinciano del fútbol, manifiesto en una volea, su volea noble con la zurda en la final entre el Real Madrid y el Bayer 04 Leverkusen en 2002; Ronaldo Luís, el letal Ronaldo, el plomo concluyente de cañón contra las fragatas, plantado burla, arranca ayes a los contrincantes y el júbilo del gol, aplastante, a sus compañeros de equipo y sus seguidores; el fantástico Ronaldinho Gaúcho, regateando en el campo, irisando en el campo, todo sonrisas en el campo, alegre, como seguro de haber tocado las nubes y que esto le provocara un efecto de regodeo infinito mientras los que intentaban detenerlo yacían lamentándose en el terreno por los fallos. No probemos engañarnos. El fútbol vende porque es prodigioso, porque es el juego más fulgurante que se ha rasgueado con las piernas.
Precipitadamente en La Habana los niños con su apego a los roles eligieron ser Zidane, Ronaldo o Ronaldinho, aunque para los dos últimos las chicas tenían sus menoscabos por no ser lo que conseguimos denominar hombres apuestos. A Zidane lo encontraban, cuando menos, interesante. Pero los niños o los adolescentes habaneros de principios de este siglo, eran de todas formas Ronaldo o Ronaldinho, y no sé si tantos eran Kendry Morales, y no es que no hubiera fans de Kendry Morales, acaso por primera vez el béisbol en Cuba tenía un rival intenso en las preferencias y no valía exclamar Vade retro o Sal fútbol de este país, o Abandona este país para siempre.
Nos ha invadido el fútbol. Ha ido reviviendo del averno al que lo habían sentenciado, poco a poco.
Donde hay tierra, los partidarios del juego clavan dos palos, a una distancia aproximada de siete pasos uno del otro y las porterías alejadas conforme la suma de jugadores. Donde hay asfalto, los partidarios del juego colocan mesas escolares como puertas. Las canchas improvisadas se multiplican cuando se acerca un mundial. Antes, durante y después de un mundial.
Ahora los niños eligen ser Messi o CR7. Si les sale un amago como Dios manda, dicen que son Messi. Si desbordan, si despliegan su potencial físico, dicen que son CR7. En agosto fui testigo de un golazo. Un tiro que dio en el larguero y se fue al fondo, de una distancia tremenda. El autor, un fanático futbolero de Alamar. Le preguntaron cómo lo logró y él dijo ni yo mismo sé. Lo lindo del fútbol es lo que no se explica del fútbol. Qué es el gol sin la grandeza, sin el enigma, un gol áspero. Todavía constan, —no se asombre el lector, mantenga la calma si es usted un fiel defensor de este deporte— quienes piensan que es un sinsentido la práctica de patear un balón de un lado a otro de la cancha y tratar de colarlo entre tres palos. Presto atención y oigo discutir por los valores del fútbol y lo que se me hace innegable es que ese juego en La Habana goza de más seguidores en la generalidad de los jóvenes que en los que han pasado la juventud.
En otros tiempos, el fútbol no se transmitía en televisión nacional con la frecuencia en vigor. Ni partidos en vivo del Real Madrid contra el FC Barcelona de la Liga BBVA, ni finales en vivo de la UEFA Champions League. Unos prefieren pagar en pesos convertibles por seguir los choques en hoteles y casas que reciben el servicio de cable, legal e ilegalmente. Los que no cuentan con el capital requerido conocen los resultados por un camino similar a la vox pópuli, primero que por el camino de los noticieros y los periódicos.
En el Canal Habana han anunciado que entregarán al ganador de un concurso una copia del balón oficial de Brasil 2014. Para obtenerlo, quien participe deberá contestar una serie de preguntas cuyas respuestas saldrán solo al concluir el mundial, pues todas giran alrededor de su final, por lo que más que responder, los concursantes harán verdaderas profecías. Los presentadores, como previendo un alza extensa de bilis, aclaran que en caso de que no hubiera un alma que acertara, concederían el premio por acercamientos.
Grandes estrellas futbolísticas comenzaron su desempeño en calles pobres o corriendo sobre terrones, como se juega hoy en La Habana. Cuán absurdo sería soñar con un portento del fútbol salido de un barrio habanero.
Le pregunto a Marcos de diecinueve años si le gusta más el fútbol que el béisbol y me contesta que se queda con el fútbol. Le pregunto por qué prefiere el fútbol y me dice que porque es vistoso, porque es dinámico, se atasca un poco y finalmente quizás por accidente o por salirme con unas palabras que le suenen bonitas, me parafrasea la fórmula de Luis Omar Tapia: y (gran pausa)…porque es el deporte más hermoso del mundo. Risas de sus amigos y una palmada abusiva en la espalda. Palmada de te saliste con la tuya, escapaste del aprieto.
Repito las interrogantes para un grupo.
Alejandro: El fútbol, de lejos. ¿Por qué? La pelota que he visto en los últimos tiempos es muy lenta. Y muy larga. Pero por qué el futbol. Exacto, por lo contrario. Por lo dinámico. Lo difícil. Lo orquestal. Y el tiempo limitado. Y por lo poético. Lo igualitario.
Andrés: Los dos por igual. Uno me complementa al otro. Sin el uno no hay el otro dentro de mí. Son el yin y el yin. Supongo que la razón más honda de esto esté vinculada a los hábitos de mi infancia y adolescencia, hábitos por seguir los deportes y practicarlos.
Amanda: Fútbol, no tolero a los peloteros cubanos. Creo q en principio por la cultura, la euforia que se ha creado alrededor de este. Es bien pegajosa. Y el juego, el juego me entusiasma, pero estimado desde la lógica es más tonto que darle un batazo a una pelota y echarse a correr.
Pepe: Uf, con la pelota el aburrimiento está garantizado. El fútbol, mira, anota…entretenido, mayor emoción, los partidos suelen durar noventa minutos y en la pelota, horas y horas. El fútbol, al mismo tiempo, más suerte, los goles son del azar, la destreza del jugador vale, el azar define, créeme.
Diana: Déjame con el fútbol. Los futbolistas son bellos, los estadios son bellos, alegres, un espectáculo. Los mundiales son un espectáculo exultante, con el béisbol no disfruto de las mismas sensaciones, tampoco me las transmite.
Ariel: Ponme fútbol y me harás feliz. Noventa minutos de felicidad. Ponme béisbol si lo que quieres es torturarme.
Al último le anoto que exagera. Usa una camiseta del Bayern München, sin nombre en el dorso y no me hace caso. No sé si la camiseta del Bayern München tiene que ver con que no me haga caso o con que lo aburra el béisbol. Saca de su mochila un póster inmenso del brasileño Neymar y dice: Si te gusta, chamaco, agárralo, es tuyo por un cuc.
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Van a acabar con los jardines. hacen falta muchas canchas de microfútbol . Es una inversión no tan alta y muy necesaria.