No hace tanto tiempo —treinta años, para ser exactos— la delegación cubana que participó en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce 1993 conquistó la mayor cantidad de coronas (227) en la historia de las citas regionales. El dominio antillano en suelo boricua fue tan apabullante que, entre el resto de las 15 naciones con al menos un título, totalizaron tan solo 158 medallas de oro.
Esta fue una tendencia marcada desde inicios de los años 70 hasta finales del pasado siglo. En ese lapso (1970-1998) de 8 ediciones, Cuba logró más cetros (1264) que el resto de las delegaciones juntas (938). Si vamos cita por cita, solo en México 1990 la comitiva de la isla no logró superar por sí sola a las otras naciones combinadas; aunque la diferencia fue de solo un metal dorado (180 los antillanos y 181 el resto de los países).
Pero de aquel paso arrollador ya no queda nada. El mapa deportivo de la región se ha modificado por completo, con el ascenso definitivo de México a la cima tras una poderosa y bienintencionada inversión que les ha permitido ampliar enormemente su espectro de posibilidades de podio. Por otra parte, Colombia se ha sumado a la lucha por los puestos de avanzada gracias al desarrollo acelerado en algunas disciplinas en las que se han convertido en potencia mundial.
En la lid de San Salvador 2023 ha quedado plasmado muy claramente el nuevo reparto de fuerzas. Los aztecas ganaron más de 300 preseas por primera vez en la historia de sus participaciones en Juegos Centroamericanos y del Caribe en los que Cuba también ha intervenido; mientras Colombia superó su total de títulos (87 por 79) respecto a hace cinco años, cuando fueron sede en Barranquilla.
Cuba, en cambio, quedó con menos de 75 coronas (74), algo que no sucedía desde la cita regional de San Juan 1966, cuando la comitiva de la isla viajó a suelo boricua en el buque Cerro Pelado. Además, en San Salvador se ganaron menos de 100 oros por primera vez desde Panamá 1970, y menos de 200 metales en total por primera vez desde Medellín 1978.
A pesar del notable y esperado bajón, la directiva de la delegación aseguró que se habían cumplido los objetivos pre competencia, los cuales en esta ocasión estuvieron mucho más cerca de la realidad actual de nuestro deporte. Contrario a los pronósticos triunfalistas de otros certámenes, esta vez se apostó por la cautela y se estableció como meta ganar entre 70 y 80 preseas doradas.
Durante algunos días daba la impresión de que Cuba iba siguiendo la pista de Colombia; pero al final se trataba de una persecución estéril, un simulacro que jamás cobró vida. Los cafeteros, aunque ganaron 26 medallas menos que en 2018, se escaparon con un salto de calidad y de efectividad en las batallas directas por la cumbre del podio. En 14 disciplinas superaron la cantidad de coronas logradas en Barranquilla; todo lo contrario de Cuba, que en 15 deportes quedó por debajo de su actuación dorada hace cinco años en tierras colombianas.
Las principales diferencias se evidenciaron en el tiro deportivo (bajaron de 12 títulos en Barranquilla a 5 en San Salvador), gimnasia (7-2), esgrima (7-2), taekwondo (6-2), ciclismo (5-2) y remo (5-3), deportes con limitaciones materiales en sus rutinas de preparación y con déficit de fogueo en la arena internacional. También quedó en deuda el boxeo (6-2), lastrado por una crisis de resultados que ya fue evidente en el pasado Campeonato Mundial.
El drama de los deportes colectivos continuó. El béisbol, el softbol, el polo acuático, el hockey sobre césped y el baloncesto se fueron en blanco, lo mismo que el voleibol femenino y el voleibol de playa. Solo los dos conjuntos de balonmano y el voleibol masculino lograron sacar la cara y escalar a la cima; pero ello no alcanzó para igualar las 5 coronas que aportaron las disciplinas por equipos en Barranquilla.
Por números, el atletismo logró una corona menos (9 por 10) respecto a Barranquilla, pero lograron una medalla más (28 por 27) con un equipo renovado y prácticamente sin estrellas. A pesar de ese detalle, muchos competidores superaron sus marcas personales y dieron muestras de recuperación para un deporte duramente golpeado por el éxodo en los últimos tiempos.
Entre las disciplinas que mostraron progreso y efectividad destacan el tenis de mesa, la natación, el clavados, los debutantes del ajedrez, el judo y la lucha, transformados estos últimos en salvadores de la delegación al conseguir más un tercio de todos los títulos.
Obtener una medalla de oro fue más difícil que nunca para la inmensa mayoría de los atletas cubanos. Muchos de ellos no tenían experiencia en certámenes de este tipo, en los cuales prima la presión de toda una comitiva por cumplir un objetivo con muy estrecho margen de error. Sin embargo, un grupo importante de atletas supo imponer su calidad y conquistar posiciones de privilegio.
De los 133 deportistas cubanos que ganaron medalla de oro en San Salvador entre pruebas individuales, combinadas y por equipo, 98 (73.7 %) no habían escalado antes a lo más alto del podio regional. El indicador refleja claramente la juventud e inexperiencia de la mayoría de los campeones.
En una comparación respecto a Barranquilla, hay un incremento, porque en la cita colombiana el 65 % de los monarcas (128 de 197) no había ganado nunca una corona en Juegos Centroamericanos y del Caribe. Detrás de estos números hay una evidencia abrumadora: Cuba y su movimiento deportivo no han logrado conservar los vínculos con buena parte de los atletas que hace cinco años presentaron credenciales para convertirse en figuras.
Si tantos deportistas fueron campeones en Barranquilla en sus primeras experiencias en citas regionales, se suponía que continuarían el camino hasta los siguientes Juegos; pero no ha sucedido. En San Salvador, una nueva hornada fue la encargada de sacar la cara. A muchos, desde el punto de vista generacional, no les tocaba asumir el reto, pero el éxodo creciente en múltiples disciplinas los ha obligado a quemar etapas.
Esto nos ha dado la oportunidad de disfrutar de primera mano de los nuevos talentos; a la vez, ha demostrado la fragilidad del sistema de alto rendimiento, que no ha escapado de la precaria situación económica que vive el país y ha retrocedido. Practicar deportes en Cuba hoy es muy complicado, y financiar un movimiento sin inversiones ni inyecciones externas lo es todavía más.
Cambiar el modelo, desechar ideas y planes arcaicos, ajustarnos a la realidad del deporte moderno y tomar como referencia los cambios emprendidos por otras naciones que hasta hace muy poco se encontraban muy lejos de nuestro nivel, podrían ser los primeros pasos del movimiento deportivo cubano para recuperar su vitalidad y el interés para todos los actores que intervienen en el proceso, desde los atletas hasta los entrenadores (cientos de ellos ganaron medallas con otras naciones en El Salvador) y el personal médico.
Si no logramos corregir el rumbo, será muy complicado atraer de vuelta a quienes todavía estén dispuestos a representar a su país. Si no logramos corregir el rumbo, además de esa operación de rescate, tampoco estaremos en condiciones de retener el talento que sigue brotando de las calles y las escuelas, aun en pésimas condiciones.
Muy bueno el artículo
Bueno artículo y muy analítico.
Un análisis muy claro y directo.