Veinte Grand Slams sumaba el palmarés combinado de todos los hombres inscriptos en el Abierto Mexicano de Tenis (AMT). Y el australiano Nick Kyrgios, 23 años, se ha encargado de multiplicarlos por cero tras vencer en noches consecutivas al español Rafael Nadal y al suizo Stanislas Wawrinka.
Este jueves, Kyrgios mostró un juego lúcido y potente que superó a un Wawrinka de buen nivel en las últimas semanas, luego del calvario de su grave lesión de rodilla y las dificultades ulteriores para recuperar su confianza dentro del circuito.
A ratos desdeñoso, soberbio, pero siempre punzante y efectivo con su tenis, Kyrgios superó en tres sets (75, 4-6, 6-4) al campeón helvético de tres grandes. Entregó su servicio solo una vez; su derecha fue fulminante, torrencial.
En el tercer parcial, Kyrgios golpeaba erguido, como quien entrena a cancha vacía, un winner tras otro, cada uno con mayor aceleración que el anterior. Virtualmente incapacitado para tirar su drive fuera de las líneas. El mismo público que el miércoles en la noche lo despidió entre silbidos, ahora terminó aplaudiendo.
De esta manera, Kyrgios avanzó a semifinales del torneo y se enfrentará al gigante estadounidense John Isner, noveno en el escalafón mundial, quien ya en la madrugada se deshizo por 7-6, 6-7 y 7-6 de su tocayo australiano John Millman.
Será otro duro y excitante match para Kyrgios, con el alemán Alexander Zverev (3) en el horizonte de una probable final. Pero en todo caso nada asegura que estos días vaya a ser algo más que anécdota para Nick.
Nadie en su sano juicio puede aventurar que el AMT sea por fin el punto de viraje en la carrera de enfant terrible Nicholas Kyrgios, un jugador superdotado a quien le gusta, sobre todas las cosas, encestar balones anaranjados, y que ya alguna vez ha llegado a un partido oficial de tenis con los zapatos equivocados, es decir, con sus sneakers de baloncesto puestos.
Por lo pronto surfea su ola en Acapulco.
Tan temprano como en octavos de final, el torneo más importante de Latinoamérica dijo adiós a su máxima estrella, el español Rafael Nadal, luego de una batalla física y psicológica espoleada por más de siete mil espectadores.
Nick estuvo del otro lado de la red. Fue un partido estrafalario. Kyrgios, en modo díscolo, desquiciante, frente a un Nadal luchador, pero tal vez algo falto de ritmo (no pudo entrenarse a full en días previos por molestias en una de sus muñecas).
Siempre pareció que ganaría el número 2 del mundo, y sin embargo perdió.
Estas cosas suceden con frecuencia en el tenis; un ajedrez que se juega a mil pulsaciones por minuto. Pero es leyenda que a Rafa Nadal, la mente más poderosa en la historia de este deporte, le suceden bastante menos. El mallorquín no solo desaprovechó varias bolas de break entre el segundo y el tercer sets, lo que habría decidido mucho antes la suerte del duelo, sino que más tarde dejó escapar tres match points en el tiebreak final.
Nadal no podía creerlo, aunque se marchó saludando a la grada y firmando autógrafos en su camino hacia los vestidores. Todavía hubo entonces, durante largos minutos, una andanada cruzada de “buuuuu…” contra Kyrgios, quien, después de lanzarse al suelo para festejar, y levantarse, enfrentó con su descaro habitual el booing y no hizo otra cosa que apuntarse al oído y provocar aún más a los fanáticos para que dispararan con todo.
Ciertamente, luego de imponerse en el primer parcial por 6-3, capitalizando el único quiebre del encuentro, Nadal se encontró con un Kyrgios mucho más enfocado en los intercambios y, sobre todo, en su servicio (21 aces).
El partido –uno de los más vibrantes que se recuerden en el Open de Acapulco– se dirimía en diferentes niveles. En la pista fue pasando del trámite cortado y descafeinado a la lucha intensa y llena de variantes.
Si el australiano parecía de salida ya en las primeras escaramuzas, quejoso y malencarado debido a supuestas molestias en sus rodillas (usaba vendajes), o quizá debido a los problemas estomacales que, según contó, lo tuvieron en cama todo el día miércoles, con el paso de los minutos fue mostrando una plenitud y potencia físicas que no dejaron de sorprender a su rival.
“He perdido el partido sin que me hicieran ningún break y concediendo muy pocas oportunidades de break al contrario (…). Sabía que un break me llevaba prácticamente a ganar el partido. Pero, bueno, no ha sido el caso… También ha sido un partido extraño. Han sucedido muchas cosas (…). Por momentos él parecía muy lesionado, después parecía que estaba en perfecto estado. Son cosas que van sucediendo en el partido. Por diferentes factores las cosas no han estado de mi lado. (…). Suelo ser crítico conmigo mismo y mi crítica tiene que ser no haber jugado un poquito mejor según qué momentos”, dijo más tarde Nadal en rueda de prensa.
Algunos de esos “momentos” fueron el 0-40 a su favor para romper el servicio de Kyrgios con cuatro games por lado en el segundo set, o los cinco puntos de break que tuvo en el sexto juego de la tercera manga, pero, sobre todo, los dos tiebreaks: en el primero, Nadal se desconectó frente a los bombazos de aussie; en el definitivo, contó con tres bolas de partido, una de ellas con su saque, pero no las supo aprovechar.
Una inusitada doble falta condenó al balear en las postrimerías y sancionó, en definitiva, luego de tres horas y tres minutos de juego, la pizarra de 3-6, 7-6, 7-6.
Para entonces ya se había vivido en el estadio Pegaso un maremágnum de emociones. La noche de viento fresco y ligero se había convertido en una olla coral de aliento para el español (“Rafa…, Rafa…”; “Vamos Rafa…”) y en un plebiscito para Kyrgios, quien recibió lo mismo el empuje de su minoritaria pero incansable barra de fanáticos (“Come on Kyrgios…”) como los abucheos del resto de la multitud.
El juez principal tenía que llamar constantemente la atención del público, inquieto en los pasillos, desacompasando una y otra vez el flujo del juego con imprecaciones, deprecaciones, alaridos, rechiflas, protestas, gritos de ánimo y los sarcásticos, o demasiado obedientes, Ssshhhh…
—Dale, vamos, Nick, hombre…. —suelta alguien desde cuarta o quinta fila.
—Shhhh… —responde el resto de la grada.
—Rafa, te amo…
—Sshhhh…
Kyrgios cosechó aplausos y vítores con sus tiros (drop shots, latigazos besando las líneas, aces inapelables), pero se mostró una y otra vez displicente o agotado y hasta solicitó atención médica para su espalda al final del segundo parcial, para luego saltar felinamente sobre las pelotas más difíciles; dejó caer su raqueta Yonex, lanzó una bola contra las lonas laterales; encaró y protestó al juez de silla sin venir a cuento; maldijo a voz en cuello y recibió un warning por obscenidad; en medio de los abucheos levantó el rostro y escupió al viento; justo antes del primer juego de desempate sacó por debajo, tal vez para desconcertar a Nadal, pero sobre todo para aguijonear a los aficionados.
“No porque un chico se dedique a hacer cosas extrañas (…) me va a despistar. Llevo (…) años en el circuito ya. Otra cosa es que creo que tiene que mejorar en ese sentido. No creo que él intente sacar de quicio. Creo que él hace su show. Es un jugador que tiene un talento descomunal y… hoy le ha salido bien y ha ganado. Cuando uno se dedica a hacer todo este show, al final… Un jugador que en teoría tiene el talento para ganar Grand Slams, un jugador que en teoría tiene el talento para estar luchando las primeras posiciones del ranking… pues por algo está donde está (número 72 de la ATP). Es un jugador peligroso, pero le ha faltado continuidad y por algún motivo será. Dicho esto, no creo que sea un mal chico, para nada, creo que es un buen chico, pero le falta un poquito de respeto para el público, para el rival y hacia sí mismo también. Hoy hay que felicitarle, las cosas le han salido bien, ha ganado…”, insistió Nadal, aún con la adrenalina en las venas, apenas cinco minutos después de finalizado el match.
El español también se mostró incómodo durante el encuentro; muchas veces detuvo su movimiento de saque o pidió a Kyrgios que detuviera el suyo debido a los gritos o el trasiego en las gradas. En cada ocasión masculló un “Sorry, Nick…” por sobre la red con el logo de la ATP y publicidad de Fly Emirates.
“Creo que, de 10 partidos como este, con las mismas situaciones, mínimo ocho los tengo que ganar por probabilidades”, reflexionó el ganador de 17 Grand Slams, con el rostro desencajado en una sala de prensa abarrotada. Quería salir del trance frente a los medios lo antes posible y acudió aún en shorts y con el maletín a cuestas.
Luego de un match turbulento y nada praxitélico, pero sí apasionante y a todas luces excepcional, Nadal advirtió que tendrá ahora unos 10 días para entrenar bien de cara a los Masters 1000 de Indian Wells y Miami, en Estados Unidos. Aceptó, eso sí, estar dolido por un resultado que aplaza su tercer título (el primero sobre canchas duras) en las playas de Pacífico mexicano.
De hecho, confesó: “Triste, evidentemente. Era una semana importante para mí, venía de un tiempo sin competir (desde su derrota en la final del Australian Open 2019), me apetecía competir y perder un partido así, que he tenido ganado infinitas veces, claro que me deja triste, y más en un lugar que quiero mucho como Acapulco. La mayor tristeza para mí, más que la derrota, es que mañana no voy a tener la oportunidad de volver a competir aquí”.
Luego Kyrgios acudiría ante los medios y diría lo suyo: “Rafa no me conoce y no voy a escuchar lo que me diga. Cada uno es como es. Por ejemplo, él es muy lento a la hora de sacar y la regla dice que tienes que darte prisa y él traspasa la norma. Pero no me voy a meter en cómo juega”.
Fanático de la NBA, el australiano de ascendencia griega no ha dudado siquiera en jugar alguna vez al trash talking: “(Thanasi) Kokkinakis se ha acostado con tu novia (la tenista croata Donna Vekic), siento decírtelo colega”, llegó a decirle al propio Stan Wawrinka durante un partido en el Master de Montreal.
Y así va saliendo indemne, victorioso en Acapulco, por ahora, el bad boy Kyrgios; el odioso y esplendente Nick Kyrgios.