Primero, silencio por todos los infartados, los taquicárdicos, los ingresados exprés en psiquiátricos, los caídos por la Copa, y por la Copa que termina.
Los cánticos, las canciones, las locuras para aquellos que revivieron con la pierna izquierda de Emiliano Martínez y con el rostro de mujer en el hombro zurdo de Montiel. Quizá la mujer que sabe el devenir “porque ve con el ojo del sur”. Los hinchas movieron las olas y no había realidad después de ese penal. Solo ondas en el aire. Sonaba Spinetta en toda Argentina, aunque la Mosca Tse Tse, Fito, Charly estuvieran en la ronquera de miles.
La bengala perdida se le posó a Messi, “un Dios de probeta, de piadosa luz”. Y el cielo ahora tiene sus pies. Sus manos, el trofeo. El amanecer que buscaba de piel en piel, que le anunció la cábala (casi todas) y que se lo empezó a aclarar Ángel Di María hasta que llegó Mbappé para robarse el sol de la bandera, que es lo mismo que robarle a Messi el protagonismo en una final.
Aún no se sabe qué fue más escandaloso, si el penal que le pitó Marciniak a Dembelé o el nulo juego de Francia. Theo Hernández parecía el brasileño Branco (lateral izquierdo también) en Italia 90, drogado por el agua de los argentinos. Griezmann, que apuntaba a proclamarse rey, se degradaba a Barón y Dembelé era el Dembelé de todo el torneo. Di María era el del gol en los Juegos Olímpicos de 2008, del tiempo extra ante Suiza en Brasil 2014, el de la final de la Copa Ámerica. Scaloni comenzó a ganar la final cuando lo puso en el once, y casi le cuesta el título haberlo sacado antes del fin.
Horas después se dice fácil, difícil era ver que Francia hizo su primer disparo en el minuto 70 y que el choque lo rompía el último jugador que entró a la convocatoria, un extremo del Frankfurt que estaba en Qatar por la rotura de Nkunku en el entrenamiento previo a la primera jornada. A los albicelestes que creen en profecías seguro les pareció una maldición. Como el golazo de Mbappé en triangulación con Mauni y Marcus, el hijo de Thuram, que al lado de Djorkaeff miraba lo que sufría su equipo en la cancha.
Lo que pasó entre el 80 y el 81 es como el término del Flaco Spinetta: “un porno bajón”, que no se sabe bien qué cosa significa ni de dónde sale. Así fue el empate. Ante tanta agonía, Maradona buscaba una línea en todo el cielo.
Un exorcismo para Francia con el fraile Mbappé y la vuelta de todos los demonios para la Argentina de Messi, que caía en cruz.
Hasta poco antes, a Francia parecía importarle muy poco la final y a Argentina demasiado. Jugaba un equipo y el otro erraba; no lograba dar tres pases seguidos. Así los mantenían los sudamericanos hasta que serían revolucionados por Coman y Camavinga, que no son generales ni líderes, pero vaya a saber quién hace las revoluciones.
Y más en el fútbol, donde se puede ver cómo en el tiempo extra Lautaro primero es Higuaín y luego el que le revienta la cara a Lloris para que Messi llegué al cenit de Maradona al participar en 10 goles en el torneo. Así, hasta que Mbappé, con 23 años, se convirtiera en el primer hombre con 4 goles en finales del mundo. Le anotó tres penales consecutivos al Dibu Martínez, pero no pudo evitar que el meta en el 120 sacara la pierna izquierda para detener el remate de Kolo Muani, a quien iban a tener que crearle un premio especial al Héroe Más Inesperado.
La pierna y los tres penales atajados en dos tandas le valieron al cancerbero llevarse el Guante de Oro; el mismo que en plena celebración se llevaría hasta la entrepierna, en un gesto que su afición le ha criticado tan poco como los 8 goles que le colaron en el torneo.
Francia sufrió a Lloris en la tanda de penales y quizá en este instante se detiene a llorar por los ausentes. Argentina enloquecerá semanas “por un color solo por un color”, que en realidad son dos. Y además lo hará por un hombre, solo por uno, que en realidad son dos o veintiséis, o más. Después de esto, todo puede ser. “Todo va a estallar… ondas en aire, ondas en aire, ondas en aire…”.