Las primeras décadas del siglo XX marcaron el despegue definitivo del béisbol en Cuba, pero también fueron testigo de los remanentes de la pasión balompédica de los residentes españoles y sus descendientes en la Isla. El fútbol declinó en paralelo al auge de la pelota; no obstante, en esos años hubo jugadores foráneos en las canchas antillanas y hasta un equipo local capaz de arrodillar a parte de los primeros campeones mundiales de 1930: los uruguayos.
La delegación diplomática de la República Oriental del Uruguay en Estados Unidos organizó la gira del club Nacional de Montevideo por territorio estadounidense en 1927, gracias al éxito de una similar por Europa dos años antes, pero los buenos dividendos incitaron a los futbolistas a continuar viaje hacia Cuba y México.
En Nueva York se les anunció como los campeones olímpicos del Uruguay –los charrúas habían ganado en París 1924–, sello que mantuvieron en todo el trayecto. Equipos de ciudades como Brooklyn, Newark, Boston, Detroit, Filadelfia y Chicago, compuestos por varios emigrantes europeos, fueron sus rivales.
El fuerte carácter uruguayo chocó con el ambiente estadounidense, y algunos partidos terminaron en grandes riñas. José Leandro Andrade, “la maravilla negra” de los Juegos de París, causó un gran revuelo solo por el color oscuro de su piel.
Entre los resultados en suelo norteamericano hubo dos empates y tres polémicas derrotas con disturbios incluidos, pero en sentido general los de Uruguay demostraron su calidad al sumar nueve éxitos.
Después de tanta tormenta, los uruguayos siguieron rumbo al Caribe y en La Habana la acogida fue más cálida entre las asociaciones españolas.
El alcalde Miguel Mariano Gómez participó en la bienvenida, que tuvo desfiles, fotos y grandes homenajes con olivos y flores para famosos jugadores como “el Mago” Héctor Scarone.
Ante el glamour futbolístico de los visitantes, las selecciones retadoras de Cuba optaron por mixturas que le permitieran ofrecer un digno espectáculo. Los equipos Hispano y Juventud Asturiana eran dos de los permanentes candidatos al gallardete de la Isla y, por tanto, ideales para escoger entre sus mejores hombres a quienes le harían frente a los uruguayos. Otro buen club que se reforzó fue el Real Iberia, con hombres del Fortuna.
El Almendares Park, sitio de la pelota profesional, fue la cancha utilizada para los partidos, en gran medida por el alto veraniego de la liga beisbolera. La prensa cubana elogió la maestría de Andrade y del portero Fausto Bastignioni, líderes del club uruguayo que le endosé sendas goleadas, 1-4 al híbrido de Real Iberia y Fortuna, y un apabullante 1-8 al de Hispano-Juventud.
No obstante, el 16 de junio de 1927 la suerte cambió en el mismo escenario. Un épico desafío favoreció 4-2 al once del Juventud Asturiana sobre el Nacional, lo que les hizo merecer la copa Reloj Omega, que los vencedores conservaron durante años, al igual que la pelota utilizada, en su sede en La Habana.
En las reseñas de este partido, usualmente aparece que los visitantes eran el once titular de Uruguay, sutil error basado en el predominio dentro del club de los regulares de la camiseta celeste, tan alabados por entonces a escala universal.
De aquel juego, los charrúas se marcharon asombrados tras aplaudir a la mezcla de criollos y peninsulares que no se achicaron ante una pléyade campeona olímpica en París y que pronto ganaría en Ámsterdam 1928 y alzaría la Copa Jules Rimet en el primer Mundial de 1930.
Y no es para menos porque entre los llegados a la Isla estaban, además de Andrade y Scarone, figuras como Héctor “El Manco” Castro, José Pedro Cea, Santos Urdinarán, Zoilo Saldombide, Pedro Petrone y Lorenzo Fernández, este último un refuerzo proveniente de Peñarol.
Por los del Juventud Asturiana alinearon el guardameta Amador García (de Gijón), los defensas Goyo y Constante; los centrocampistas Bienvenido, Antonio Fernández Mieres, y Candazu; y en la delantera Casielles, Polón (del club Hispano), Edelmiro (refuerzo del Iberia), Avelino y Gacha (Hispano).
Los de Cuba salieron a la cancha con un sistema 2-3-5 –¡vaya fútbol de entonces!–, pues los esquemas de antaño eran muy ofensivos, con pelotas pesadas, de cuero, difíciles de cabecear –hasta una innovación en 1938– al extremo de que los hombres altos utilizaban bonetes o protectores para intentar su golpeo.
De los hispano-cubanos podría escribirse mucho; sin embargo, la nota más curiosa la protagonizó el portero Amador García, al detenerle casi todo a los uruguayos, incluso un penal a Scarone.
Casi de adolecente, el guardameta había debutado en Primera División de España con el Sporting de Gijón, pero los malos tiempos lo obligaron a emigrar a Cuba, donde luego de la llegada al puerto de La Habana se fue a trabajar al central Vertientes y jugó en el Juventud Asturiana Camagüey. Allí lo redescubrió el scout Baltasar Junco, quien llamó a Lucio Fuentes, presidente del habanero Juventud Asturiana, para contratarlo.
En pocos meses de 1927, García se ganó el puesto de titular y ayudó con sus paradas a los albirrojos-marrones –un traje que imitaba al de Gijón—, con quienes llegaría a ser campeón un poco más tarde, en 1930. Así llegó al tope con el Nacional de Montevideo, cuando no dio margen a los uruguayos a pesar de su andanada de chutazos.
Scarone llegó a decir: “¡Ni Cristo le metería gol a este niño!”. Otros afirman que la frase del estelar fue: “Si de verdad Dios existe, es asturiano, y hoy estuvo en la puerta de la Juventud”. Como sea, fue una alabanza gloriosa de un gran capitán.
De los estelares uruguayos, solamente no alineó el “Negro” Andrade, no por problemas raciales sino por decisión del técnico Emilio Servetti, y si tenemos en cuenta los elogios uruguayos podremos valorar la trascendencia de aquel triunfo. No fue este un resultado al azar, porque un poco después los asturianos de La Habana también plantaron cara al poderoso Real Madrid, frente al que apenas cayeron 1-2.
El resto de la gira de Nacional por un país tan futbolero como México, también engrandece lo sucedido en Cuba. En territorio mexicano, los uruguayos golearon en par de ocasiones a la selección nacional y al Real Club España, más otra victoria sobre un club militar y un equipo español. De esta forma, concluyeron su viaje por el hemisferio norte con 15 ganados, dos empates y solo cuatro derrotas, una magnifica preparación a un año de los Juegos Olímpicos.
De los descalabros, el más notable –por su limpieza– fue el sufrido ante el Juventud Asturiana, pues los anteriores fueron en Estados Unidos entre la sangre, los puñetazos, los partidos definidos antes de tiempo, la multitud y la policía saltando al campo y hasta tensión diplomática incluida.
En los años treinta ocurrió otra visita de un equipo uruguayo a Cuba, pero la de 1927 es la más recordada por el hito de los astures.
Aquella se convirtió en la época dorada del fútbol cubano, con victorias, empates y cerrados pleitos contra el Sabaria húngaro, el Espanyol de Barcelona, el Colo Colo de Chile, el Real Madrid, el Alianza Lima, el Galicia de Nueva York y el América de México, y hasta un octavo lugar en la Copa Mundial de 1938 con un equipo conformado con hombres de cuatro clubes hispano-cubanos.
Sin embargo, aun ante aquellos logros, el éxito del Juventud Asturiana frente al Nacional está entre los hechos más memorables del fútbol cubano, una hazaña impensable hoy que descubre cuánta historia y orgullo atesora el deporte más universal en la Isla.