1. Dinero y pasaportes
Mientras países europeos le cierran la puerta en la cara a cientos de miles de refugiados, y dejan que muchos de ellos se ahoguen en el mediterráneo, sus Federaciones de fútbol aprovechan la inmigración. 24 de las 32 selecciones tuvieron extranjeros en sus filas.
Suiza cuenta en su equipo con varios jugadores de procedencia albanesa: Xhaka, Shaquiri, Behrami y Dzemaili. El país con leyes migratorias más complejas del mundo tiene en su selección 13 nacionalizados en total, más que ningún otro equipo de esta Copa. Además de los albaneses están Mvogo, Embolo, Moubandje y Oberlín de Camerún; Fernandes de Cabo Verde y Djourou de Costa de Marfil.
En Francia Mandanda es de Zaire y Umtiti camerunés. Lemar es francés pero de los territorios “de ultramar”: nació en Guadalupe. En España Diego Costa y Rodrigo son brasileros. Como Fernándes, el defensa ruso, y Pepe, el defensa portugués. En Portugal además están Martins de Cabo Verde y Carvalho de Angola. Sterling, el 10 inglés, es jamaiquino.
En casi todos los países “centrales” hubo jugadores nacionales o descendientes de la “periferia”. Pero en algunos de la “periferia”, como Senegal y Túnez, sucede al revés: en cada uno de esos equipos hubo al menos 7 jugadores nacidos en Francia. Aunque la diferencia de nivel entre los nacionalizados que juegan para Francia y los franceses nacionalizados africanos es grande: en el fútbol manda cada vez menos el pasaporte y cada vez más el dinero.
Nueve de los últimos 10 campeones mundiales de clubes son europeos, 11 de los últimos 12 semifinalistas del Mundial de selecciones fueron europeos. Como escribió Fernández Moores en The New York Times “el dinero del fútbol europeo supera hoy todos los récords. Y el fútbol, que compensaba desigualdades, comienza a parecerse cada vez más al mundo de ricos cada vez más ricos, y pobres cada vez más pobres”.
2. Todos contra Serbia
Suiza y Serbia se jugaban en el segundo partido del grupo E gran parte de la clasificación a la segunda ronda. Fue, inesperadamente, el partido más politizado de la Copa.
Serbia no reconoce a Kosovo, con 9 de cada 10 habitantes de origen albano, como Estado independiente. Las heridas por la guerra de los Balcanes no cicatrizan aún.
Serbia se puso por delante rápidamente con un gol de Mitrovic a los 5 minutos del primer tiempo. El propio Mitrovic es quien, en el partido que enfrentó a Serbia y Albania por la Eurocopa 2016, se había encargado de sacar de la cancha un dron que sobrevoló proveniente de la tribuna albanesa con la bandera de la Gran Albania (que comprende Albania y los territorios que los albaneses reclaman).
A los 7 del segundo tiempo, Suiza volvió al partido con un golazo de fuera del área del 10, Granit Xhaka. Xhaka salió corriendo tras anotar haciendo el gesto del águila bicéfala de la bandera de Albania. Él nació en Basilea, Suiza, pero sus padres son albaneses. Su padre fue prisionero político en Kuršumlija, en el sur de lo que Google Maps marca como Serbia.
Tras el festejo, se escucharon rechiflas cada vez que los suizos tuvieron el balón. Además de los serbios presentes en el estadio, muchos rusos estaban a favor de Serbia. La Guerra Fría no pasó hace mucho. No pasó del todo.
El partido se moría en el empate pero a los 92 minutos, Xherdan Shaqiri en una corrida imparable y memorable se le escapó a todos y estampó el 2-1. Su festejo fue como el de Xhaka. Un mes antes de la Copa, Shaquiri había posteado en Instagram la imagen de un par de botines, a la izquierda se veía la bandera de Suiza y en el derecho la de Kosovo.
Tras el partido, el secretario general de la Federación Suiza de fútbol, Alex Miescher, anunció que Suiza evalúa seriamente no permitir, de ahora en más, que aquellos jugadores que no hayan declinado de una segunda nacionalidad jueguen en el equipo.
No fue la única polémica alrededor de Serbia. Nolan Djokovic twitteó una foto con Modric y Rakitic, las estrellas croatas, antes del partido con Francia, deseándoles suerte. Fue insultado por una catarata de trolls serbios nostálgicos de la ex Yugoslavia. Esta Copa del Mundo estuvo balcanizada.
3. Irrupción femenina
Kolinda Grabar-Kitarović, la presidenta de Croacia, es una fan más de su equipo. No va a ver los partidos con el protocolo de una mandataria sino con la pasión de una hincha: nada de trajes, se pone la camiseta con cuadros rojos y blancos. Gritó, saltó, sufrió y festejó. Cuando terminó el partido contra Inglaterra bajó al vestuario pero no para saludar sino para celebrar en el medio de los jugadores. Para el partido contra Dinamarca evitó la zona VIP, compró una entrada y fue a la platea; luego se fue al Fan Fest de la Plaza Roja de Moscú a ver Rusia-España.
Kolinda viajó al Mundial en vuelos comerciales pagados de su bolsillo y se descontó de su sueldo los días no trabajados. Aunque su partido es de centro derecha –conservador en varios temas como en la oposición al matrimonio igualitario– la figura de Kolinda implica varios cambios progresistas: es, por ejemplo, la primera presidenta de Europa del Este.
La de la mandataria croata no fue la única irrupción feminista de la Copa. Hubo, también, varias denuncias en contra del machismo. Antes del Mundial la Asociación del Fútbol argentino imprimió un manual con “recomendaciones para conquistar mujeres rusas” que fue repudiado hasta por la embajada de Rusia en Buenos Aires. Varias periodistas reaccionaron ante los manoseos de los fans, como una periodista española que le gritó en vivo a un acosador. Y no pocos fans, casi todos latinoamericanos, han sido sancionados con las expulsión del país por burlarse o aprovecharse de mujeres rusas o de otras nacionalidades no hispanohablantes. El sitio alemán DW concluyó en un artículo que el público latinoamericano fue, notablemente, el más machista del torneo.
4. Putin y las dedicatorias
Kolinda no es la única premier que salió ganando. Putin también. Organizar el Mundial puede beneficiar un poco a los mandatarios que encabezan al país anfitrión o pueden perjudicar bastante, como le sucedió a Dilma Rousseff con los casos de corrupción de Brasil 2014.
Para los políticos organizadores, la expectativa de rentabilidad es baja y el riesgo es alto. Depende de los resultados deportivos, los resultados económicos de semejante esfuerzo y la normalidad –en tanto seguridad– con la que transcurre la Copa.
Antes del torneo hubo muchas polémicas que van desde el arresto del vicegobernador de San Petersburgo, Marat Oganesyan, por fraude en la reforma del estadio de esa ciudad, hasta la explotación de obreros norcoreanos. Pero Putin cerró este Mundial con saldo positivo. No hubo atentados ni episodios de violencia. La infraestructura funcionó bastante bien. Y el equipo ruso estuvo a punto de llegar a semifinales.
A Putin le alcanzó para confirmar entre los rusos la sensación sobrevaluada de que siguen siendo una potencia. Hacia afuera le sirvió para lavar un poco la imagen de Rusia, tras su intervención en la guerra en Siria y las sanciones económicas tras el conflicto de Crimea con Ucrania.
Domagoj Vida, el lateral croata, recordó el conflicto ruso-ucraniano. En un video que subió a las redes antes del partido contra Inglaterra, le dedicó el triunfo sobre Rusia a los ucranianos: “Gloria a Ucrania”, gritó.
Vida no tiene orígenes ucranianos ni ascendientes que hayan vivido el Holomodor de Stalin en 1932. Pero jugó en el Dinamo de Kiev cuatro años (2013-2017), se quedó con muchos amigos allí y entonces se hizo un poco ucraniano.
Hay todo tipo de nacionalizados. Siempre ha sido esta Copa un evento político y económico. ¿Si no, cómo se explica que el próximo Mundial sea en Qatar?
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