Por primera vez ninguno de los múltiples campeones arriba a instancias decisivas. El fútbol vive un cambio en las ideas que lo gobiernan. Aunque solo será recordado si se parece al arte.
El Mundial ofrece una pausa estos días. Ahora que no estamos corriendo: pensemos cómo se juega y a qué se juega.
Para ganar (nadie juega para perder) hay que hacerlo mejor que el rival. Esto es, desde un punto de vista objetivo, convertir más goles que el equipo contrario. ¿Cómo ganar? Una discusión tradicional en el fútbol se da entre los líricos y los resultadistas: entre los que argumentan que lo importante es jugar bien y los que dicen que hay que ganar “como sea”.
Teoría del buen juego
Es más probable ganar jugando bien. Jugar bien es tener un plan que contemple el juego del rival y ejecutarlo correctamente reduciendo el margen para la contingencia. El “como sea” es, por el contrario, apostarlo todo a la contingencia. El “como sea” es jugar sin plan. Argentina jugó sin plan contra una Islandia que sí tenía uno y eso achicó todas las diferencias individuales que había. Lo mismo sucedió entre Irán y Portugal.
Puede resultar bien alguna vez, como les resultó a los argentinos contra Nigeria, porque este deporte impone una dinámica a veces impensada, pero en términos de probabilidades no, no es lo más probable ganar como sea.
Plan, proyecto y proceso
Un plan de juego sostenido en el tiempo da forma a un estilo. Brasil ha jugado con un estilo determinado durante varias generaciones y todos identificamos a la verdeamarelha con el jogo bonito. Italia ha mantenido su plan de defensas férreas: el catenaccio. Uruguay ha apelado a la “garra charrúa”. El Barcelona de Guardiola ha sostenido un plan de posesión con rotaciones.
Los estilos son paradigmas. Cada país debe preguntarse a qué juega. De ahí nace todo. Si se sostiene un estilo durante varias generaciones, nace una identidad. Y así es más sencillo pensar un plan de juego, tener un proyecto nacional y pensar en un proceso.
Es posible sostener un plan de juego de Selecciones en el tiempo cuando existe un proyecto integral nacional acorde. Es decir, cuando los que llegan a la Selección fueron formados desde chicos en esa idea.
Cuanto más chicos practiquen un deporte durante más tiempo, más probabilidades habrá de que salgan buenos exponentes. Lo que hace una selección en un Mundial es el resultado de lo que hicieron las divisiones inferiores o juveniles en todos los niveles de todos los clubes del país que forman profesionales. Los jugadores que arriban a la Selección mayor no son una casualidad excepcional, sino el resultado de un proceso con varios filtros y etapas de aprendizaje.
Se dice que un seleccionador no tiene tiempo para trabajar y es cierto: no se puede solucionar en un par de días algo que debe venir desde muchos años antes.
Nuevo paradigma
Suele suceder: cuando tenemos todas las respuestas, nos cambian todas las preguntas. Al igual que en la ciencia, en el fútbol hay paradigmas vigentes hasta que otra idea se comprueba mejor y desplaza a la anterior. Materialismo dialéctico puro: los paradigmas nuevos no niegan, superan. Contienen la idea anterior y la mejoran o actualizan. El Mundial es una especie de Feria Universal en donde se ponen a prueba la vigencia de los planes, proyectos y procesos de cada país.
El paradigma que este Mundial vino a romper es el promovido por Josep Guardiola en la primera década de este siglo. El catalán que ganó todo con Barcelona no inventó nada, hay resabios de Bielsa y Cruyff en su idea. Pero Pep consiguió que su propuesta tuviera éxito y se impusiera.
El juego de Guardiola consiste, a grandes rasgos, en tener la posesión de la pelota todo lo que se pueda, ser ancho para poder ser profundo, sin posiciones fijas en ataque y presionando lo más arriba que se pueda. Es un modelo fino. España y Alemania ganaron los mundiales de 2010 y 2014 con versiones diferentes (y estilos) de ese paradigma.
En este torneo los equipos que más tuvieron la posesión, corazón del modelo Guardiola, se fueron rápido a casa: España, Alemania y Argentina. Emergió una idea superadora que consiste en presionar en propio campo y contar con jugadores muy rápidos abiertos por las bandas para salir de contra.
El nuevo modelo plantea líneas defensivas anchas que vuelven inútil la posesión del rival porque este no puede profundizar y se desgasta. El desgaste es aprovechado con la rapidez de la transición defensa-ataque.
Siempre con diferente estilo, bajo ese nuevo paradigma jugaron esta Copa Uruguay, Francia y Bélgica. Así jugó México sus primeros dos partidos, así Colombia derrotó a Polonia, así intentó jugar Islandia. Bélgica, sobre todo con De Bruyne y Hazard, pero también Francia con Mbappé y Uruguay con Cavani, son la vanguardia.
Bélgica más que cualquiera: mixtura el nuevo paradigma con el anterior. Los belgas, además de salir rápido de atrás, tienen la posesión como los equipos de Guardiola. Es el equipo más memorable de todos los que participan.
Los otros estilos
Croacia y Brasil han jugado bajo el paradigma de Guardiola y les ha costado. Su éxito ha estado determinado por el talento de Modric, Rakitic, Coutinho y Paulinho para filtrar balones y romper líneas.
Argentina y Portugal directamente no han tenido plan de juego y su apuesta ha sido por el gesto individual de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo: ambos se han vuelto en octavos y llegaron con suerte a esa instancia.
El nuevo paradigma achica la distancia entre mediocampo y defensa dejando poco espacio a los astros como el argentino y el portugués cuando se tiran hacia el centro para generar juego.
Inglaterra, Japón, Suiza o Rusia –con sus diferencias– han apostado por una versión más conservadora y clásica: defienden según el nuevo paradigma, pero en vez de apostar por los carrileros, prefieren el pelotazo largo a un centrodelantero, para que éste, de espaldas al arco, reciba el balón, se lleve con él los dos defensores centrales del rival y se generen espacios para los mediocampistas que lleguen. Claro que como varían las características de los jugadores, esto se implementa de manera diversa: el inglés Kane y el ruso Dzyuba no son como el suizo Shaqiri.
El hecho de que no haya ningún equipo americano en semifinales tiene que ver también con el nuevo paradigma. Los planes de juego y los proyectos nacionales de Argentina y Brasil están en crisis. Por desidia de las dirigencias pero también porque son los principales exportadores mundiales de jugadores y eso implica que se van muy jóvenes, antes de que puedan formar parte de un proceso. Además sucede allí algo que le pasa a la región en general: aún no se le da a la cuestión física y a la alimentación la misma importancia que en Europa.
Apostar por la belleza
El hallazgo de un lenguaje artístico eficaz es un logro, escribió Alejandro Dolina. Hay maneras exitosas de ganar que se esfuman al día siguiente. Nadie recuerda la Alemania campeona de 1974, todos asocian ese torneo al subcampeón Holanda. Todos recordamos mucho más al Barcelona de Messi, Xavi e Iniesta que al Real Madrid de Mourinho, porque nos emocionó verlo jugar más que ganar.
Como en la política: el “Mayo francés”, de 1968, no cambió nada en concreto pero quedó en la memoria de todos los que participaron y de todos los que observaron, por lo que ese movimiento proponía, por la irrupción que significó. Lo mismo vale para los movimientos que encabezaron Gandhi, el Che, Mandela, Pancho Villa o Robespierre. No se trata tanto de lo que se logra como de lo que se hace para conseguirlo. Va más allá del resultado final. Más que jugar bien y ganar, hay que aspirar a lo bello.
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