Hace poco más de una semana, luego de que el Real Madrid naufragara estrepitosamente en el Emirates Stadium contra el Arsenal, un periodista apareció en directo desde Londres para atizar a los merengues en una de las tantas tertulias deportivas de la madrugada española. No le faltaba razón en su arenga; el equipo de Carlo Ancelotti había deambulado sin sentido en el partido de ida de los cuartos de final de la Liga de Campeones, su competición fetiche.
Tan hundido estaba el reportero que terminó diciendo: “No me sale pensar en la remontada, ni en la épica del Bernabéu”. Esa sentencia era la lógica, una conclusión basada en hechos, sensaciones y en las múltiples evidencias estadísticas que brinda el deporte de élite sobre la realidad de los clubes y los deportistas.

Sin embargo, en medio de su discurso demoledor denunciando la actitud y la falta de ambición de los futbolistas y el pobre volumen de juego madridista, puso algo de maquillaje: “Quiero creer en la remontada, ahora mismo no me sale. Mañana tendré un 1 % de posibilidades y el miércoles siguiente estaré seguro de que el Madrid remonta”.
Esta última idea, muy sutilmente, dio paso al relato ya no tan coherente que hemos visto en los últimos días, al entusiasmo desmedido y sin fundamento que llevó a una parte nada despreciable del madridismo a montarse en el tren de la remontada, cuando era una misión imposible, incluso, para un equipo con una desmedida capacidad de supervivencia.
Es cierto que se habían tambaleado sobre el estambre en múltiples ocasiones, que casi siempre habían encontrado los recursos para salvarse y llegar a la cima, pero ahora todo era diferente. Sin un líder definido en el equipo y muchas estrellas reclamando tímidamente ese rol, sin un arquitecto en el centro del campo y con la ausencia de figuras trascendentales que dijeron adiós a la temporada por lesiones serias, el Madrid era un transatlántico a la deriva.

En la ecuación de la fantasiosa remontada, ninguna de estas variables salió a relucir, como tampoco se consideró señalar a la cúpula del club entre los responsables del rumbo errante de la temporada. Con el poder no conviene jugar, y en el Madrid el poder es Florentino Pérez, uno de los presidentes más trascendentes en la historia de la entidad, quien controla absolutamente todo con muy pocas voces influyentes a su alrededor.
Florentino, de 78 años, tiene cierta tendencia a la testarudez, más ahora que ha liderado una de las etapas más exitosas del club. Inamovible por todo lo ganado y sin sombra en la dirección deportiva desde que borrara ese cargo de la estructura del club en 2009, el empresario decidió el verano pasado por quedarse tranquilo, no escuchar ninguno de los reclamos de su entrenador y apostar por una plantilla mal planificada y con carencias significativas.

Todos estos desmanes los ha arrastrado el Real Madrid desde mediados de 2024, cuando el champan corría por el vestuario tras ganar el doblete de Liga y Champions. Embriagado de éxito, el plan de Florentino fue introducir retoques mínimos en la segunda línea de la escuadra y confiar en que todo iría color de rosas con la adición de Kylian Mbappé. Lo peor es que, cuando se dieron situaciones de emergencia (las lesiones de Carvajal o Militao), tampoco dio su brazo a torcer y no acudió al mercado.
Con estas decisiones —ahora lejanas en el tiempo— el Madrid comenzó a perder la más mínima oportunidad de remontar, no contra el Arsenal, sino ante cualquier situación de máxima exigencia en competiciones domésticas o continentales. Sin más, ahí están las debacles contra el Barcelona, que todavía está a tiempo de hurgar más en la herida de los blancos en la final de la Copa del Rey y en su último enfrentamiento liguero en mayo.
Estos detalles ahora son comidilla en varios espacios de análisis de la prensa española. Después de meses de críticas y reclamos a jugadores y cuerpo técnico, la estrepitosa caída contra el Arsenal ha abierto de buenas a primeras la caja de Pandora y han aparecido los cuestionamientos a la gestión de Florentino en la planificación de la plantilla. Los reclamos no solo llegan tarde, sino que parecen ahora un tanto ventajistas.

Hace poco más de 6 meses, cuando se anunció el fichaje de Mbappé, muchos de los analistas que hoy lapidan al Madrid y a toda su estructura, hablaban de una nueva era de “galácticos”, de un equipo invencible por profundidad, talento y dinamita. Ninguno de esos calificativos estaba plenamente apegado a la realidad, porque las costuras del plantel eran palpables a simple vista.
Lo peor es que los mismos especialistas hace solo una semana enarbolaron la bandera de la remontada y contagiaron a media humanidad con ese espíritu, a sabiendas de que el Madrid no tenía ni fuerzas ni herramientas para darle la vuelta a la eliminatoria contra el Arsenal. Todo un clásico de los grandes medios, vender la piel del oso antes de cazarlo.