¿Sabes si el árbitro saldrá por aquí?, pregunta, para el asombro de su interlocutor, un anciano en la puerta principal del estadio Pedro Marrero, minutos después de que el guyanés Sherwin Moore pitara el final del partido de fútbol entre Cuba y República Dominicana.
Gorra y espejuelos cubriendo su rostro escuálido, coloreado este por una barba blanca en plena formación, lleva en su mano derecha un pomo de agua natural de Ciego Montero que batuquea con ensañamiento, aunque, realmente, cierto color oscuro impregnado en el plástico hace dudar de la procedencia de dicha agua.
– “No, mi tío, esa gente tienen otra salida para ellos solos, tú no ves cómo está esto aquí afuera”, le replica con cierta indiferencia el joven cuestionado.
El viejo dibuja una sonrisa picaresca y, levantando una vez más su pomito, le suelta entre dientes: “coño, qué pena, aunque sea un chorro de agua le hubiera echado encima. ¡Hizo zafra el condenado!”.
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Cosas de aficionados. De cualquier manera, culpar al colegiado no era más que un acto anodino, lo típico entre espectadores parcializados. Cuba ganó su partido 1-0, pese a todo, incluido el árbitro según algunos fanáticos, aunque a decir verdad, las decisiones del principal no influyeron de ninguna manera en el resultado final estampado en la pizarra del Marrero.
El choque dejó impresiones diversas. Por momentos, un intercambio de jugadas de ataque pletóricas de desparpajo y empuje. Otros minutos fueron una tortura entre balonazos y discusiones colectivas, para recordar, claro está, que por los 22 jugadores corría sangre caribeña y que estaba en juego una meta muy importante para ambos elencos. Un encuentro tenso y emocionante a nivel general.
La euforia final consumió cualquier posibilidad de análisis objetivo sobre la imagen dejada por los cubanos en su tercera comparecencia correspondiente a la Liga de Naciones de Concacaf. La algarabía de la gente, necesitada de una alegría así tras tanto tiempo tragando buches amargos, llevó en volandas a una plantilla que, mirándolo algunos días después, con frialdad en el cerebro y el corazón, tiene herramientas para practicar un mejor fútbol.
Si bien el gol de Yordan Santa Cruz, valedor de un importantísimo cupo a la Copa de Oro, rompió los fantasmas que sobrevolaban el estadio con el 0-0, los retos futuros (casi inmediatos) obligan a buscar fórmulas para consolidar una selección que tiene, ante sí, la posibilidad de acomodarse entre las mejores de la región.
República Dominicana tampoco era un contrincante fácil. Férreo en defensa, casi infranqueable por alto y con jugadores muy habilidosos, dejó mucho que desear en la salida desde su área.
Muchísimos balones perdieron intentado construir jugadas desde la zaga y fue este el aspecto que les costó el partido. Más allá de que Bonnín, su capitán, Emmy Peña y Edipo Rodríguez disputen cada fin de semana minutos en España, es una selección en ascenso que todavía no está lista para encarar el primer nivel de Concacaf.
A partir de este punto debería iniciar el verdadero estudio de las fortalezas y debilidades de la selección tricolor. Los problemas en defensa y en ofensiva opacan constantemente un medio del campo que se comportó de forma espectacular ante los quisqueyanos, con Daniel Luis Sáez imperial en su función de volante de contención –arrebató un buen número de pelotas–, Andy Baquero espléndido y casi perfecto en la efectividad de pases y Arichel Hernández otorgándole ese halo de magia al equipo cuando toca la esférica.
Tres meses completos tendrá Mederos para perfeccionar la línea defensiva. Deberá ponerse las pilas el villaclareño, puesto que a nivel táctico apenas se notan mejorías. El problema en los carriles parece difícil de solucionar, a no ser que Samuel Malhamaki venga de Finlandia y se haga cargo del lateral izquierdo, dejando la derecha para Yosel Piedra.
Si se cumple dicha conjetura, estaríamos a un nivel aceptable para encarar a las mejores selecciones de la región. El punto débil estaría entonces en la zaga, puesto que Yasmani López ha lucido bien, pero al parecer Erick Rizo no goza de la confianza de los técnicos.
La otra cuestión estaría en la línea de ataque. Sin embargo, a priori esta no necesita de hurgar debajo de la tierra ni mucho menos para encontrar su remedio. Una dupla integrada por Onel y Marcel Hernández no tendría nada que envidiarle a casi ningún equipo de Concacaf y combinaría a la perfección con los jugadores más talentosos de la plantilla, dígase Baquero, Arichel o el propio Roberney Caballero, autor de muchísimas jugadas peligrosas por banda ante los dominicanos pero que luego carecieron de un rematador nato.
Todas estas observaciones están sujetas a cualquier debate. Nadie tiene la verdad absoluta en este mundillo del fútbol, pero lo importante es evitar el triunfalismo incluso cuando Cuba ocupa la parte superior de la tabla, codeándose sin complejos con Haití, Jamaica o Canadá, hasta hace poco tiempo rivales que miraban a los nuestros con aires de superioridad. Al parecer, el don de alcanzar resultados a base de coraje se mantiene intacto, mas a veces también se necesita de buen fútbol.
La nota esperanzadora la pone el idilio entre jugadores y aficionados, tan necesario en estos tiempos en que la pasión por el fútbol en la isla se le achaca a la fiebre mundial que despiertan figuras como Messi o Cristiano. Hasta cierto punto, parece este un argumento cargado de cinismo. Con echarle un ojo a las gradas del Marrero basta para desmentirlo. El sentimiento en torno a la selección cubana florece a partir de resultados como el conseguido ante Dominicana, en el cual los jugadores defendieron su escudo de forma pasional y retribuyeron el cariño de sus seguidores.
Decía Raúl Mederos tras finalizar el partido que comienza una nueva etapa para el fútbol cubano. A estas alturas, después de tantos tropezones, a uno le cuesta ilusionarse. Sin embargo, resulta inevitable pensarlo. ¿Y si Mederos tuviera razón? ¿Y si a Haití viajara una selección cubana con todos, con Onel, Marcel y el resto de los muchachos que sueñan con vestir nuestra elástica y tienen la calidad suficiente para ello? ¿Y si ganamos en Puerto Príncipe? Todo está en despojar a este deporte de todas las impurezas que lo enferman.
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