La vida de Jasiel Rivero cambió para siempre una tarde de 2003, cuando él tenía 10 años y la única certeza que albergaba era la de que un día crecería y tendría que trabajar y ayudar a su familia. Aquella tarde, un señor anónimo abordó a su padre, en una calle de Centro Habana, y le preguntó: ¿Usted tiene hijos? A lo que él respondió: Sí, tengo dos. Un niño y una niña ¿por qué?
Dieciséis años después de aquel episodio que Jasiel no vivió, pero que su padre le ha reconstruido miles de veces, el ahora adulto jura que podría reconocer, entre millones de voces, esa fantasmagórica pero atractiva voz: la voz de la oportunidad.
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Jasiel está sentado en una cafetería de una ciudad muy diferente a su Habana. Una ciudad que alberga prácticamente el doble de habitantes que tiene Cuba y que está ubicada a poco más de siete mil kilómetros de la casa en la que creció en el municipio de Boyeros. Mientras hace memoria, sonríe con cierto dejo de nostalgia, y sus dientes de oro iluminan un ceniciento día de otoño que sabe opacar el pintoresco barrio de La Boca, en Buenos Aires.
Viste un conjunto deportivo, azul oscuro, con varias banderitas de Cuba sutilmente estampadas. Su mano derecha lleva dos anillos que difícilmente pesen menos de cien gramos, y de su muñeca izquierda cuelga un impresionante Rolex con varios baños del metal que volvió locos a los españoles hace siglos. Cada oreja lleva una lujosa figura medio encaracolada que hace las veces de pendiente. Sus ojos son profundos, pero vivarachos y asegura no tener tatuajes, ni querer hacerse alguno, tal vez lo único que hace falta para completar su aspecto de cantante de reguetón o trap.
Fuera de la cafetería, está el estadio Luis Conde, más conocido como La Bombonerita, la casa del equipo profesional de básquet del Club Atlético Boca Juniors, para el que Jasiel juega como pivot desde 2018.
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Empezó a entrenarse desde mucho antes de la tarde definitiva, pero como jugador de voleibol. En la escuela se destacaba, más que nada por su temperamento competitivo y disciplinado. De hecho, ese sería el deporte al cual le hubiera gustado dedicarse si en algún momento alguien le hubiera preguntado. Pero la vida da muchas vueltas y el azar lo puso detrás de una pelota de baloncesto.
El señor anónimo resultó ser un entrenador de las inferiores del club Los Capitalinos de La Habana y la pregunta al padre de Jasiel la había hecho porque imaginó que, si medía dos metros, era probable que su hijo creciera tanto o más que él. Y no se equivocó: con tempranos 20 años Jasiel ya había superado la altura de su padre por unos largos 6 centímetros.
Ya como jugador de Los Capitalinos, empezó a dividir su tiempo entre el estudio y los entrenamientos. Sacrosantamente, todos los días, durante unos quince años, estudiaba en la mañana y en la tarde se dedicaba al deporte. Su alma mater fue la Escuela de Iniciación Deportiva Mártires de Barbados, ubicada en el municipio de Cotorro. Allí no solo terminó la secundaria, sino que siguió estudiando hasta obtener el título de técnico, que lo avalaba para desempeñarse como entrenador de baloncesto.
Un día Jasiel se dio cuenta de que siempre enfrentaba a los mismos, que deportiva y físicamente todo era rutinario, que no recibía un pago o un apoyo económico por su esfuerzo diario que le permitiera jugar tranquilo y asegurar lo mínimo básico, entonces empezó a sentir que el sueño de profesionalizarse podría verse estropeado si no salía de la isla. No obstante, nunca pensó seriamente en irse.
Ahora bien, justo en estas idas y vueltas mentales, la estrella que sabe iluminarlo desde el 31 de octubre de 1993, cuando nació, volvió a brillar: lo llamaron a formar parte del seleccionado nacional de baloncesto.
Era la mejor de las noticias. Esto garantizaba nuevos rivales, nuevos entrenamientos, otros aprendizajes, competencias internacionales y, aunque no tenía nada que ver con acceder a remuneración económica alguna, él tenía claro que esa era la plataforma idónea para mostrarse fuera.
Con la selección nacional viajó a varios países. Competencias en República Dominicana, El Salvador, Puerto Rico, Panamá, Colombia, China, Belice, Islas Vírgenes, todo pago por la FCB (Federación Cubana de Baloncesto). Hasta que en 2015, después de un viaje a México, fue contactado por un agente que le ofreció irse a jugar al Uruguay, un país que hasta ese momento y, desde el punto de vista deportivo, en la cabeza de Jasiel era sinónimo de fútbol.
Meses después, siendo jugador del Atlético Tabaré de Montevideo, Jasiel sintió que por fin se había profesionalizado. Recibir su primer sueldo fue la consumación de ese sueño que en algún momento pareció inalcanzable. La nueva vida se tornó perfecta, más aún porque en medio de la distancia, y en los momentos de flaqueza emocional, Jasiel descubrió una minúscula sucursal de La Habana en el cono sur: la ciudad vieja de Montevideo. Un barrio céntrico que tranquilamente puede albergar el devenir de la calle Obispo, Neptuno o Galiano, con un puerto al lado, y sus casas medias, añosas y con ropas colgadas.
Todo estaba tranquilo hasta que una inesperada lesión en su pie derecho lo sacó del equipo y de la temporada. La recuperación, que no fue difícil, sí caló muy hondo en el ánimo de Jasiel.
Una vez recuperado, la ruleta de su vida volvió a girar y esta vez el número ganador cayó en una pequeña ciudad argentina, limítrofe con el Uruguay: Concordia. El nombre del Club le gustó, porque Jasiel nunca dejó de sentirse un aprendiz: Estudiantes de Concordia, un club en el que la lesión persistió pero que le brindó todo el apoyo para superarla totalmente. Al principio solo jugó tres meses continuos entre 2015 y 2016 y, después, solo pudo volver en óptimas condiciones para la temporada 2017-2018.
Una mañana el teléfono de la gerencia de Estudiantes de Concordia sonó y tanto el pedido como la transacción fueron asuntos breves: San Pablo Burgos, un club español, quería comprar a Jasiel.
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El cubano firmó con el San Pablo Burgos por cuatro años y, cuando estaba preparando sus maletas para cruzar el Atlántico, se le notificó que su pase había sido cedido por un año a Boca Juniors. La felicidad fue desbordante. Aunque ya se sentía un jugador de baloncesto profesional, esto ya era la tapa de un sueño que empezaba a agarrar un curso autónomo.
A principios de 2019 trajo a su esposa a Buenos Aires. Viven juntos en el barrio porteño de Parque Patricios. Él con sus más de dos metros y ella con su metro sesenta. Sonríe. Pero así es el amor, señala.
Boca Juniors suministra todo a la pareja: vivienda, transporte, seguridad social, alimentación. Desde que Jasiel salió de Cuba intenta volver por lo menos dos veces al año. Le gusta esa frecuencia, dice, porque cada vez que va, ve cambios distintos, todos cambios lentos, muy lentos, pero cambios al fin y al cabo.
Ayuda a su familia, pero no les da todo. Dice que a la gente no se le puede facilitar toda el agua del mundo porque se corre el riesgo de que se olviden dónde queda el pozo. Su padre sigue trabajando como director de una fábrica textil y su madre se dedica al hogar después de haber trabajado muchos años como agrónoma. Los ahorros que ha podido juntar espera poder llevarlos a Cuba si la movida económica sigue mejorando.
Extraña el congrí y la ropa vieja que prepara su madre, extraña las playas y reunirse con los amigos, en cualquier esquina. En Buenos Aires la vida transcurre más en espacios privados o a puerta cerrada: boliches, bares, restaurantes… Cuba es su raíz y sabe que allí la gente ha empezado a reconocerlo como un ejemplo de vida. En el tiempo libre juega con su play station y, de vez en cuando, se toma dos dedos de ron y sale con su esposa a hacer eso que los enamoró: bailar.
Jasiel entiende que está afuera de Cuba por trabajo y que el trabajo, como todo en la vida, algún día tiene que terminar. Se siente cómodo en el Río de la Plata pero no le gusta el nivel de obsesión de argentinos y uruguayos cuando de deportes se trata: hace mucho dejaron de ser alegres rivales, para convertirse en tristes enemigos y matarse por colores y camisetas. No le encuentra ningún sentido al mate, adora con el mismo fervor la carne de res y los chocolates y se encuentra totalmente a favor del aborto legal, gratuito y seguro, no solo para las mujeres argentinas, sino para las mujeres del mundo entero.
Su sueño ahora es algún día llegar a jugar en la NBA. Irse a España ya es un paso enorme porque es la segunda mejor liga del mundo. Se sensibiliza cuando habla de sus grandes referentes del deporte cubano, que son Javier Sotomayor y Mijaín López. Dice que lo mejor que le ha pasado en la vida es tener la posibilidad de representar a su país, por puro amor a la camiseta, al origen y que eso no lo cambiaría por nada.
– Una última cosa: ¿qué es lo más difícil de ser Jasiel?
– Pues hermano, la verdad que lo más difícil de ser yo es que el mundo no está diseñado para gente tan alta.
Excelente trabajo.