Déjala tranquila entretenida con su juego de pasión/…que a mí
me está gustando/… intriga con su magia/ ¿qué ella estará
tramando?/… Déjala que siga, yo la agarro bajando…
No es extraño entrar a su hogar y encontrarse con melodías como la de Gilberto Santa Rosa que, en el caso, puede asociarse a la actividad realizada por esta mujer durante largo tiempo en uno de los juegos colectivos más dinámicos del planeta. Ella, parecida al salsero boricua, la pelota la agarraba bajando.
El portalito de Josefina O’Farrill Fonseca se identifica en estos días de diciembre de 2019 por la música. Se escucha un reguetón estridente. Deben ser los hijos y nietos y, aunque reconoce que simpatiza con algunos temas del género urbano, prefiere unos buenos arreglos salseros acompañados por un trago de ron añejo, sin importar las consecuencias que pueda traer para su cuerpo, con evidencias de un pie diabético en una de sus piernas.
O’Farrill nació en el Cerro en 1963 y rápidamente cambió las pistas y la arena del salto largo por el juego vistoso brindado por el balón de voleibol. En el atletismo se corría más de lo que se saltaba y eso la hizo abandonar pronto, pese a la insistencia de los entrenadores, quienes habían ido hasta la escuela primaria Braulio Coroneaux a buscarla.
En idioma de Van Van, de niña era “¡la candela!”. Recuerda cómo se la pasaba en la calle jugando a las bolas o a cualquiera de los pasatiempos que suelen ponerse de moda entre los chiquillos de los barrios habaneros. Tampoco se olvida de sus fugas por la ventana del baño de la escuela para ir al Consejo Voluntario Deportivo (CVD) a jugar voleibol; aunque lo que le cayera encima fuera “mucho”.
A principios de los 70, con solo 8 años, ya practicaba en el área deportiva conocida como El Carvajal, en la calle Carvajal, entre Agua Dulce y Diana, en el Cerro. Bajo las órdenes de Bertha Santos comenzó el aprendizaje y no pasó mucho tiempo para recibir la noticia de que en la EIDE querían contar con su talento.
Josefina sabía, por conversaciones y comentarios, del prestigio de las cubanas en los tabloncillos; aunque no las había visto mucho por televisión, pues era más fuerte el deseo de jugar que el de sentarse a mirar un tope.
Al paso, yo vengo al paso…/ Desde el 70 yo vengo subiendo y
bajando…/ Y todavía te encanto…/ Al paso, yo vengo al paso…
Los 70 fueron unos años maravillosos para Josefina, quien ascendió con éxito la pirámide del alto rendimiento junto a una talentosa generación, que comenzó a insertarse en las prácticas de la selección mayor con vistas a convertirse en el relevo de aquellas prestigiosas jugadoras de las que tanto había oído hablar.
“Se hizo una elección a finales de la década y tres veces por semana íbamos a entrenar al Cerro Pelado con el equipo Cuba. Estoy muy agradecida de haber estado en ese momento. Tuve la oportunidad de practicar con grandes figuras. Habían ganado el Mundial de 1978 y se hacía la preparación para la olimpiada del 80.
“No fui a Moscú, pero formé parte de aquellos entrenamientos con Mercedes Pomares, Lucila Urgellés, Ana María García, Mercedes “Mamita” Pérez, Erenia Díaz… todo ese gran conjunto que tanta alegría dio, el del despertar del voleibol cubano con la medalla de plata en la Copa del Mundo de 1977, en Japón, y el mencionado título mundial de 1978, en la Unión Soviética.
“Imilsis Telléz, Mercedes Pomares, Mamita… eran jugadoras espectaculares. Recuerdo una vez en la ESPA nacional, cuando los Juegos Olímpicos del 80, que nos sentamos a ver uno de los partidos en el comedor y fue súper emocionante. Nunca se me olvida una acción muy llamativa: una defensa magnífica de Mercedes Pérez. Desde el suelo, con los pies abiertos, se metió debajo del balón y levantó la pelota. ¡Fascinante!
“Siempre fueron un ejemplo. En esa preparación con vistas a la olimpiada me ayudaron muchísimo en mi desarrollo. Era constante el apoyo, el consejo sobre cómo debía hacer las cosas, porque mi posición era el eje del equipo. Sentía seguridad de ellas hacia mí y sabía lo que tenía que hacer: pararme ahí, hacer el pase y ellas eran las responsables de atacar. No había discusión; ya después sí. La pedían un poquito más alta, un poco más larga, más rápida… eso venía con los días.
“Fue un aporte muy grande para mi aprendizaje, además de contar con la excelencia de Eugenio George, Pérez Vento y Antonio Perdomo”.
Con la emoción llegaban nuevas responsabilidades. Las admiradas voleibolistas serían sus compañeras y Josefina debía estar a la altura de los retos en la preparación si quería mantener viva la esperanza de permanecer en el equipo nacional: “Los entrenamientos eran muy fuertes… Fuertes, fuertes, fuertes y con mucha exigencia, porque el mundo del voleibol se fijaba en Cuba luego del 78. Todo dependía de nuestros preparadores y de lo que fuéramos capaces de exigirnos nosotras para alcanzar el resultado”.
Además de la preparación física, táctica y psicológica, existía el ambiente propicio para generar armonía y, con ella, los triunfos que acumularía la que sería mundialmente conocida como Escuela Cubana de Voleibol. La presión, de alguna manera, se transformaba en un arma para una nueva hornada, presta a llevar el peso de ser herederas de las glorias de antaño.
“Había un sistema. A lo mejor era un secreto de nuestro entrenador, que lograba que, pese a la juventud, adquirieras responsabilidad. Llegaba un momento en el cual la presión te la dabas tú misma. Estabas en el terreno y debías hacerlo bien o lo mejor que pudieras, porque en dependencia de nuestra actitud sería el resultado del equipo al final. La presión iba dentro y la sacábamos con aquello del cubano: ‘Seré más fuerte que tú y vamos p’alante’. Todo era una escuela dentro y fuera del terreno”.
Y parte de la filosofía del juego era también la legendaria formación 6-2, donde las armadoras hacían las veces de atacadoras con una efectividad envidiable para jugadoras de cualquier escuadra. Tener opciones ofensivas extra significaba una preocupación para los rivales, lo cual generaba, a su vez, cierta ventaja a las rematadoras del conjunto cubano.
“Para nosotras fue súper positivo; defensivamente nunca fuimos muy buenas en comparación con las asiáticas, que tenían los mejores parámetros en ese aspecto. Sin embargo, nos caracterizaba la fuerza. Las pasadoras atacábamos y, aunque no era nuestra principal función, éramos un punto decisivo en ese sistema”, explica Josefina.
Confiesa que del voleibol le encantaba todo, pero lo más complaciente para ella, aparte del pase, era bloquear, si bien mostró dotes de excelente sacadora, ubicándose entre las punteras en eventos de primer nivel como la Copa del Mundo del 85, donde fue la tercera en el servicio.
“Me sentía muy potente cuando bloqueaba; me excitaba mucho. El saque era un elemento fundamental también”, afirma cerrando sus puños y moviendo los brazos, como si acabara de realizar la acción y estuviera festejando un tanto.
Luego de la discreta participación en el Mundial juvenil de México 1981 (séptimo lugar), pudo vestir la chamarreta de las cuatro letras y representar a Cuba en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1982, celebrados en la isla. Santiago de Cuba era la sede del voleibol y a la temperatura de la tierra caliente, las chicas respondieron arrasando a sus rivales y devorando helados de coco, mientras Perdomo las perseguía peleándoles para que pararan de comer.
“Nos tocó jugar en Oriente. Fue muy emocionante. Allá el deporte lo seguían increíblemente y aquel estadio se ponía repleto. Todavía se encontraban en la selección algunas atletas del ‘78 y fue una cosa emotiva lo que sucedió en el ateneo. Nunca se me olvida. ¡Pa’ qué fue aquello! —suelta una risa. Y lo otro, saber que ya tenía una responsabilidad dentro del equipo. Había que hacerlo bien; y así fue. En el partido final se iba a jugar el punto decisivo y no se escuchaba el silbato del árbitro, el público estaba convencido de la victoria. Terminó como los verdaderos juegos: con un buen bloqueo”.
A veces llega la lluvia/ para limpiar las heridas/ a veces solo una gota/ puede
vencer la sequía/ Y para qué llorar, pa qué/ si duele una pena se
olvida/ Y para qué sufrir, pa qué/ si así es la vida y hay que vivirla la-la-le…/
Voy a vivir el momento para entender el destino/ Voy a escuchar el silencio para encontrar el camino…
En 1983 encontrar el camino parecía difícil para las cubanas. Flora Hyman y Rita Crockett lideraban la pesadilla en la que se convirtió Estados Unidos para las Morenas. Casi era imposible vencer a las norteñas y solo Eugenio George fue capaz de ver, entre tanta derrota, la gota de agua pura utilizable para dar vuelta al asunto. Los Juegos Panamericanos de Caracas esperaban el desenlace.
“Esa es otra de las sensaciones grandes, ¡porque la entrega era tanta en los entrenamientos! No había demasiado para regañar y tuvimos una preparación sólida: mañana, tarde y noche. Muchas horas al día y repitiendo hasta que saliera todo bien. Tanto así, que mira los resultados. Unas de las primeras en recibir el impacto fueron las peruanas, quienes osaron decir que no contaban con el equipo Cuba y tendrían el mejor resultado después de Estados Unidos.
“Le metimos un 3-0 rasante —dice y pasa la mano de un lado a otro como picando una rebanada de queso. Ya después, la efervescencia era el choque de Cuba contra Estados Unidos.
“No existía el temor o la indecisión de si podíamos ganar o no. Íbamos dispuestas a irles p’arriba a ellas, a fajarnos y que fuera lo que fuera. A morirnos en el terreno. Eso Eugenio lo sentía también. En el tabloncillo éramos ‘perros’.
“No existían amiguitos. Siempre quisieron imponer la superioridad sobre nosotras y al cubano no se le puede cuquear. ¡Teníamos un temple! Y eso es una de las cosas que añoro mucho en los equipos actuales. Los deseos, el decir: ‘Tú me estás ganando; pero yo voy a hacer hasta el final pa’ demostrarte que también puedo’. Así es como se forja el respeto de una jugadora a otra. Sin embargo, fuera de la cancha teníamos tremendas relaciones con las americanas”.
El triunfo en la final, 3-2 frente a las estadounidenses, devolvió la seguridad al equipo con el año olímpico tocando a la puerta. Lamentablemente, esta no le abrió al grupo de voleibolistas y para O’Farrill nunca lo haría.
Cuando habla del tema, se desdibuja un poco su rostro. No asistir a unos Juegos Olímpicos mata la ilusión de cualquier atleta. Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, por situaciones extradeportivas, no contarían con Cuba entre sus participantes.
“La olimpiada es el objetivo máximo. Habíamos hecho una preparación muy fuerte y no pudimos demostrarlo. Hubo algo de frustración; pero a la vez, la esperanza de poder participar en las otras. A pesar de no haber asistido a esas dos olimpiadas, el trabajo psicológico y del colectivo de entrenadores fue grande; aunque es una decepción para mí no haber estado en unos Juegos Olímpicos. Me habría gustado. ¡¿A quién no?! Y más teniendo la calidad y la grandeza de aquellos equipos en su momento”.
Entre Los Ángeles y Seúl, las Morenas del Caribe conquistaron medallas de plata en la Copa del Mundo de 1985, en Japón, y el Campeonato Mundial de 1986, en Checoslovaquia. Estos resultados parecían consecuencia de la mezcla de desmotivación por la no asistencia a la cita de los cinco aros y otras situaciones que laceraron el funcionamiento interno del grupo.
“Aparte de que pudo haber existido alguna desmotivación, faltaban cosas y había factores que nos afectaron en el ámbito interno del equipo. Mireya [Luis] acababa de tener a su bebé, otras jugadoras iban mermando, y siempre se necesita un líder; cuando este no está o se debilita, influye en el desenlace. Si bien llegábamos, se notaba la falta de ese líder al final; además, no se puede negar que el equipo chino era insuperable. Fue un partido increíble, pero no se pudo lograr lo que hubiéramos querido.
“Sin embargo, seguimos arrastrando aquello hasta 1989, cuando logramos el gran resultado y después la Copa de los Cuatro Grandes, en Hong Kong, que más o menos sanaron un poco las heridas de eventos anteriores. No obstante, me siento satisfecha de lo vivido y de las emociones experimentadas en el transcurso de mi carrera”.
Para Fina, como también la llaman, esta selección de la segunda mitad de la década de los 80 pudo haber dado más. Al parecer, el destino conspiró para que la historia se escribiera de una manera algo difícil para ellas.
“Estoy convencida de que en el ‘84 fue el puntillazo duro, el golpe de no haber asistido a la olimpiada; porque, a pesar de los torneos posteriores, las preparaciones y los topes, Los Ángeles sería la medida exacta de lo que pasaría en el ‘88 y no pudo ser. Son ocho años perdidos prácticamente.
“Después se sumaron poco a poco figuras jóvenes, estábamos súper estudiadas por los rivales y el nivel internacional era muy alto. Todo eso provocaba una exigencia mayor. Seguíamos teniendo resultados importantes en torneos, aunque en la Copa del Mundo no pudimos lograr el objetivo completo y en el ‘86 tampoco. En ambas ocasiones perdimos 3-1 ante China, campeón vigente de esos eventos y titular olímpico de Los Ángeles. Sin embargo, se podía haber conseguido. No quiero ser malinterpretada, sino que era el contexto y las cosas simplemente pasan. Esa generación podía haber hecho más”, asegura.
“De 1989, antes de que lo preguntes, me llevé la alegría más grande del mundo al saber que de verdad éramos capaces de superar lo que no habíamos hecho, porque nos preparamos para eso y lo alcanzamos. Por fin pude tener la medalla de oro en un evento importante. Todo el mundo ubicado en la competencia. Nos quedábamos viendo los partidos, analizando los rivales del día siguiente. Cuando estás al cien, nada te puede distraer.
“¡El último día, pa’ qué!… Era toda aquella gente arriba de uno queriendo autógrafos, los de la Federación muy contentos con el resultado y todo el foco era Cuba, siempre con la exigencia de que debíamos seguir para Hong Kong a jugar los Cuatro Grandes, donde también fuimos primeras”.
Para ese evento, los contrincantes no esperaban el rendimiento tope de las antillanas. Josefina recuerda que andaban tan enfocadas que podían llegar al tie break con cualquiera, pues mientras más pasaban los sets, mejor lo hacían. La suma de 50 mil dólares que se llevaría el vencedor no tendría otro destinatario.
“De ese dinero se les pagaba a los jugadores un porcentaje, en ese momento decidimos traer el premio y destinarlo a la terminación de las instalaciones para los Juegos Panamericanos de 1991; pero nos dijeron que se destinaría a promover los ejercicios aeróbicos”.
Yo soy el cantante, muy popular donde quiera/ pero cuando eso se acaba soy otro humano
cualquiera/ Y nadie pregunta ¡ay! si sufro, si lloro, si tengo una pena que hiere
muy hondo…/ Y sigo mi vida de risas y penas, de ratos amargos y con cosas buenas…/ Yo soy el cantante
vamo a celebrar, no quiero tristeza lo mío es cantar, cantar…
Mientras se escucha a Lavoe a lo lejos en su portal, halla en el baúl de los recuerdos personas y situaciones que motivan un enjambre de sentimientos: retiro, Eugenio, castigos, declive del voleibol, pérdidas y momentos cumbres se suceden como en una secuencia fotográfica.
“Eugenio de por sí castigaba muy poco y, si ponía algún castigo, le echaba la culpa a Perdomo; sin embargo, cada correctivo era una enseñanza, porque verdaderamente, de no haber sido así, no habríamos logrado nada. Si había que ponernos en la pista a correr bajo agua, lo hacía, igual que tocaba pesas y de pronto decía que no, y todas debíamos cantar una canción. Los castigos eran un aprendizaje, tanto en lo deportivo como en lo personal. Imagínate una preselección de 25 muchachas y cada una con un problema diferente. Aquello era apoteósico.
“Recuerdo una vez, en Perú, íbamos a almorzar y solo había dado 5 minutos, no daba tiempo a bañarse. Todo el mundo se refrescó, se cambió la ropa y se puso un pañuelo en la cabeza. Cuando bajamos dice: ‘¡Aguanten un momento! Ahora mismo todo el equipo de piratas este —sonríe con aire de añoranza— sube para allá arriba y se quita todos los trapos esos de la cabeza, que les estoy dando 5 minutos más’”.
Al hablar del mítico entrenador se le ensombrece la mirada. Así también le pasa al recordar uno de los episodios más duros de su vida: perder a su padre mientras estaba en una gira de invierno por la República Federal de Alemania, en 1985. Llegar y encontrarse con la noticia fue un golpe que todavía la hace llorar.
“Allí tuvimos la discusión del primer lugar con las soviéticas y fue uno de mis mejores partidos: estuve bien en el pase, el saque, el bloqueo… No sabía nada de lo que había pasado. Soy una persona muy alegre; sin embargo, en esa ocasión no festejé. Solo quería estar tranquila en el hotel. Mi papá estaba enfermo; pero me fui a esa gira por él. Me dijo: ‘Te vas, que cuando regreses, yo estoy aquí’. No pudo ser”.
Descubrir cuál era el instante propicio para decir adiós al deporte tampoco fue sencillo. “El retiro es duro. Llega un momento en el que crees poder y verdaderamente no entiendes que se terminó. Aunque bueno, después hicimos un equipo de veteranas y fuimos a jugar unos topes en Perú, en 1997, y en 1998 me fui de contrato seis meses para Hungría con Aracely Serrano. Integramos el club de Budapest y fue muy satisfactorio, conseguimos llevarlo del octavo al segundo lugar”.
Mientras pasa la tristeza, va surgiendo en sus labios una sonrisa de victoria al hablar del nacimiento de sus hijos, Mercedes e Ignacio, a quienes considera “el pase de su vida”, o de cómo entrena hoy a los atletas del voleibol sentado, o simplemente cuando afirma que para ella pertenecer a las Morenas del Caribe fue lo máximo.
Con dos hijos, dos nietos y casada con el exjugador de hockey sobre césped Eduardo Aroche, está feliz de haber vivido tantas cosas, agradeciéndole a su deporte y a quienes la encaminaron hacia ello.
“Te digo sinceramente, la vida me dio dos posibilidades: o jugaba un año más o hacía mi familia. Podía haber escogido formar un hogar más tarde y quizá hubiera llegado a participar en una olimpiada; pero no me sentía con el impulso de antes. Además, tuve el temor de pasar por lo que han pasado otras compañeras que escogieron al revés y no pudieron lograrlo. El voleibol lo amo; pero amo más a mi familia y, hoy por hoy, es la fuerza de mi vida, porque me ha hecho vivir momentos maravillosos y en los pasajes más difíciles siempre han estado pendientes de mí”.
Desde 2010 trabaja preparando a los atletas de capacidades especiales del voleibol sentado en La Habana, actividad que la llena de regocijo: “Es una experiencia grandiosa. Resulta increíble la fuerza de voluntad transmitida por esos jugadores. Quisiera que se les prestara más atención, porque si el pueblo se emocionó con el convencional, también puede hacerlo con las jugadas sorprendentes de esos muchachos. Hay tremendo potencial y creo mucho en lo que son capaces de hacer las personas con discapacidad”.
La larga sequía por la que atraviesa el deporte de la malla alta la lleva a vivir de la historia con la convicción de que ahí se encuentran las respuestas a tantas interrogantes.
“Hay que hacer hincapié en el trabajo en las bases; es fundamental. Y lo otro son las ESPA: un escalón muy importante, pues es donde el atleta pule su preparación para llegar a la máxima exigencia. Si no pasas por ese peldaño, en el alto rendimiento no puedes dar marcha atrás a lo que ya no tiene solución. Es muy brusco, violas una etapa”, manifiesta.
Su carácter desenfadado quizá no la hace pensar en negativo, si bien es consciente de que, a veces, no se recuerda mucho el voleibol: “Quisiera que se hablara un poco más. Hay partidos, cosas que a lo mejor al pueblo, que tanto nos siguió, le gustaría volver a ver. Muchas voleibolistas de esas épocas merecen una entrevista como esta”.
—¿La mejor de todos los tiempos?
—Mireya.
—¿La que más admiras?
—Pomares.
—¿La más guapa?
—Todas.
—¿Qué te haría llorar?
—Ver cómo se pierden las cosas importantes. Que no se mantengan. Yo viví orgullosa de mi tiempo y quisiera estarlo también de estos.
—Las Morenas del Caribe…
—Lo mejor del mundo. Ser de las Morenas del Caribe y tener el reconocimiento nacional e internacional vale más o igual que una medalla olímpica. Es algo muy especial para mí. Me voy a morir y todavía voy a estar agradecida de haber estado ahí.
—¿Qué te hace feliz?
—Mi familia… Y me haces feliz tú, que hayas venido hasta aquí a hacerme la entrevista.
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Son mejor que los de ayer/
Compárenme criticones…
Esta entrevista forma parte del libro Tie Break con las Morenas del Caribe, publicado por UnosOtrosEdiciones. Pincha el banner para leer la serie completa:
Sería bueno se siguiera sacando a la luz voleibolista s q hicieron mucho en losn80 y están olvidadas x no haber estado en una olimpiada.