No viven en Poniente ni comparten su mundo con dragones y caminantes blancos, pero serán siete los reinos en disputa en Rusia 2018. Al menos siete.
El Juego de Tronos del Mundial de fútbol pone esta vez a casi todos los campeones de la Historia en la lucha por la corona, salvo Italia, que ahora tendrá que resignarse a ver la serie por televisión. Y entre esos campeones están los principales aspirantes a sentarse nuevamente en el Trono de Hierro de la FIFA.
Todos tienen sus armas y su leyenda, sus blasones y paladines, aun cuando unos sean más favoritos que otros entre fanáticos y especialistas. Pero todos, incluso los venidos a menos y los que nunca se han sentado en la mesa de la corte, miran con ambición –de frente o de soslayo– la silla real con las mil espadas fundidas por el fuego de Balerion, el Terror Negro.
O por Pelé, el más grande y poderoso monstruo del balompié que han conocido las Copas del Mundo.
Puede que no coincidan exactamente con las de la celebérrima serie de HBO, pero estas son las casas reinantes que en solo horas lanzarán sus ejércitos a los terrenos rusos. Las que, para OnCuba, tienen las mayores probabilidades para triunfar.
Alemania-Targaryen: Los conquistadores. Aunque no son los máximos ganadores de títulos, los alemanes han impuesto su ley durante décadas en el fútbol mundial. Han sabido renacer de sus cenizas y poner en jaque a Poniente, Copa tras Copa. Como dice una repetida frase, siempre o casi siempre ganan, o al menos están invitados al banquete. Son, por demás, los actuales monarcas y llegan a Rusia con una mezcla de experiencia y sangre joven, y con la misma filosofía ganadora de Joachim Low. No tienen dragones, pero sí bestias que escupen fuego y muerden en el campo sin renunciar a la belleza. En su primera línea, espadas en alto, estarán de seguro Thomas Müller, Toni Kroos, Mesut Özil y Joshua Kimmich. Con semejante tropa, lo tienen todo para hacer felices a la reina Daenerys-Merkel y a sus muchos parciales.
Francia-Stark: Los tenaces. Están desde el principio, desde aquella primera Copa de Uruguay 1930 y, aunque luego han sufrido duros inviernos, han logrado consolidarse entre los grandes. Su triunfo como locales en 1998 los consagró como casa reinante y luego, en 2006, estuvieron nuevamente a punto de sentarse en el trono, pero su líder Zinedine Zidane-Ned Stark perdió la cabeza y fue expulsado de la final. Ahora regresan con los pendones en alto en manos de una generación fuerte y talentosa, lista para la estocada mayor. A Antoine Griezmann, con su rostro de principito y sus botines asesinos, le toca ser a la vez Jon Snow y Sansa Stark, y liderar una armada que se bate como lobos huargos –aun teniendo al gallo como símbolo– sobre el terreno. No debería extrañar si finalmente se ciñen la corona.
Argentina-Lannister: Los aristocráticos. No son todos rubios como los Lannister ni pagan siempre sus deudas, pero cargan con la prestancia de la aristocracia futbolística cuando son tirados por un genio. Han tenido y tienen héroes y villanos, como los Lannister, y como ellos son siempre candidatos al Trono de Hierro. Y tienen al enano, al mejor personaje de la serie y del fútbol, al que, sin ser el más corpulento, conduce los hilos y levanta exclamaciones de admiración por donde pasa. Messi es también el guerrero más formidable, suma de Tyrion y Jaime, e incluso de Bronn, que no es un Lannister pero pelea a su lado y tiene mil mañas para sobrevivir en cada combate. En él, y solo en él, descansan las probabilidades del mejor desenlace para los albicelestes.
Brasil-Martell: Los indomables. Las lejanas tierras de Dorne –lejanas de Europa en este caso– fueron las únicas que no pudieron conquistar los Targaryen en Juego de Tronos, de ahí que su lema sea “Nunca doblegado, nunca roto”. A Brasil le viene que ni pintado, aunque guarden la espina de sus dos derrotas en los Mundiales en casa. Los brasileños son guerreros letales y pintorescos, impredecibles y espectaculares, desprejuiciados y vengativos. Como los Martell de Dorne. Olvídese de que a estas alturas en la serie ya perdieran a sus héroes; en las canchas rusas tendrán más de uno, empezando por un Neymar que encandila con su danza guerrera del príncipe Oberyn, secundado por las lanzas envenenadas de Coutinho, Marcelo, William y todo un ejército que ha recuperado la confianza y la alegría bajo las órdenes de Tite. Aunque tienen cinco coronas, quieren –y pueden– volver a reinar.
España-Baratheon: Los revolucionarios. Los españoles revolucionaron el fútbol hace ocho años con su tiqui-taca. Se convirtieron en casa reinante liderando una sublevación balompédica de la que todos, incluso Alemania, tomaron nota. De aquellos campeones quedan todavía algunos –Iniesta, Piqué, Ramos, Busquets, Reina– para encabezar un cambio generacional que busca repetir la gloria tras la decepción hace cuatro años. Guerreros tienen para conseguirlo, pero como a los Baratheon, los lastran los problemas internos. Como si no fuera poco dejar de lado la encarnizada pugna Real Madrid-Barcelona, a los ibéricos les ha caído el mazazo de la destitución del técnico Julen Lopetegui –artífice de la nueva caballería roja– a solo horas del Mundial por fichar por los merengues. Veremos si no los deja exánimes en el campo de batalla.
Inglaterra-Greyjoy: Los ahogados. Para ser los inventores del juego, a los ingleses no les ha ido muy bien en las Copas del Mundo. Solo pudieron reinar en el torneo que organizaron en 1966; el resto de las veces han naufragado estrepitosamente a pesar de su fama de buenos marineros. Como los Greyjoy de las Islas del Hierro. Aunque no se les debe dar por muertos. Simulan ahogarse durante el bautizo, pero en realidad vuelven a sacar la cabeza del agua y a respirar. Ahora mismo no son el equipo más temible de Rusia pero tienen casta y talento, lo que, combinado con la ambición apropiada, pudiera llevarlos lejos. Y los futbolistas ingleses son ambiciosos, como los Greyjoy. Solo falta saber si tienen ciertos atributos masculinos para imponerse o, como el príncipe Theon, los perdieron con una daga ensangrentada.
Uruguay- Dothraki: Los corajudos. Ya sé que los Dothraki son en realidad un pueblo nómada y salvaje y no una casa real de Juego de Tronos, pero no se me ocurre ningún ejército mejor para equiparar a los charrúas. Los ganadores de los Mundiales de 1930 y 1950 no tendrán el jogo bonito de los brasileños, ni la arrolladora fuerza de los tanques alemanes ni el genio argentino de Lio Messi, pero les sobra garra y coraje, y sus arremetidas en el terreno intimidan tanto como las temibles cabalgatas de los Dothraki de Essos. Nunca han vencido en una Copa cuando han cruzado el mar, pero para romper la maldición tienen no uno sino dos Khal liderando sus huestes a golpe de goles: Khal Luisito y Khal Cavani. Y, como ventaja sobre los verdaderos Dothraki, tienen la sapiencia del maestro Tabárez en el banquillo. No es poca cosa.
Fuera de estos siete reyes alguna vez coronados, quedan pocos otros aspirantes. Son casas nobles con ejércitos nada desdeñables, aunque no sean los favoritos –deportivos y sentimentales– de la mayoría.
Bélgica, por ejemplo, con una generación ya madura liderada por Hazard y De Bruyne, bien pudieran ser los hábiles y poderosos Tyrell de Altojardín; los polacos, capitaneados por Lewandowski, serían los crueles Bolton del Norte; la Croacia de Modric y compañía, los valerosos Tully de Aguasdulces; y los colombianos del general James Rodríguez, los encrespados Arryn del Nido de Águilas. Aunque también pudieran ser los que usted prefiera.
Como en la serie televisiva, si cualquiera de ellos terminara conquistando Poniente sería una sorpresa.
He dejado para el final al Portugal campeón de Europa. Los lusitanos cuentan con un ejército más poderoso y organizado de lo que muchos estiman, llegan inspirados por el título del Viejo Continente, y, por encima de todo, tienen a Cristiano Ronaldo.
Los portugueses vendrían a ser como el Pueblo Libre –el epíteto de “salvajes” no les encaja tanto, salvo a Pepe– que sigue hasta las últimas consecuencias a su capitán, y CR7 sería entonces una mezcla de Mance Rayder –el Rey Más Allá del Muro–, un gigante y el barbudo Tormund, pero más estilado y vanidoso, y afeitado, por supuesto.
Aun así, mete miedo, pero, ¿alguien imagina a Tormund sentándose al final en el Trono de Hierro por mucho que se afeite?
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Muy buena la analogía!!!
Excelente artículo, me encantó qué creatividad la de Eric Caraballoso.