La hinchada cubana es muy compleja, y en cuestiones de filias, muchas veces prefiere apoyar a un jugador que a un equipo. Hoy día no se divide entre Madrid y Barcelona, sino entre Cristiano y Messi.
Cuando los culés vivían sus peores tiempos antes de la llegada de Laporta, media Cuba iba con los galácticos de Fiorentino, y preferían ver cómo Zidane, Figo, Raúl, Roberto Carlos y demás fichajes mediáticos jugaban un fútbol de fantasía. A casi nadie le interesaba los goles de Kluivert y Saviola, y mucho menos los constantes cambios de porteros. Por eso, como hoy nuestro país se debate entre Lionel y Ronaldo, amantes y detractores se dieron cita ante la pantalla para ver qué hacía la Pulga en el debut de la albiceleste.
En bares o en casa, con amigos o en familia, incluso en la soledad de un custodio, la atención de toda persona con un interés medio en el más universal de los deportes estaba centrada en el primer partido de Argentina.
Los sentimientos encontrados: unos deseaban una tempranera lesión del crack de Rosario y otros la derrota de los dirigidos por Sabella. El fútbol logra eso, un odio desmedido hacia un desconocido, porque aunque veamos una y otra vez los goles del mejor jugador del mundo -con el permiso de los ronaldistas-, ¿qué sabemos de él? Messi podrá ser un perro, el diez del Barça, el mesías, inspiración o némesis, pero nada más, es solo un ícono de lo que amamos, incluso si odias a muerte al Barça y no te bancas a la Argentina.
Por eso, a las seis de la tarde con treinta segundos del día 15 del mes en curso, cuando la albiceleste comenzaba el mundial frente a la debutante Bosnia y Herzegovina, niños, jóvenes, adultos, ancianos, todos los que disfrutan con algo tan inverosímil como veintidós hombres corriendo tras un material sintético lleno de aire comprimido, se olvidaron de que era el tercer domingo de junio, y posaron los ojos en la transmisión de Brasil 2014. Si el Papa detenía sus labores por noventa minutos, ¿cómo nosotros no íbamos a disfrutar del espectáculo?
¿Se paralizó La Habana? ¿Cuba? No, tampoco seamos extremistas, el tedio de una tarde de domingo no lo rompe nadie, ni siquiera un gol en propia puerta de un tal Kolasinac. Todas las señas presagiaban una goleada, pero ya decía, el status quo del último día de la semana es inamovible. Las calles estaban más silenciosas que de costumbre; los fans de la albiceleste suspiraban una vez más ante la decepción: Argentina no convencía a nadie. Transcurrió más de una hora en el total sopor, hasta que el pequeñín armó una jugada con el pipa y puso a gritar a todos los fanáticos conquistados con sus piques hacia la izquierda.
Fue un cambio drástico, la tertulia de la tarde-noche del domingo tuvo un único tema: “no convencieron pero marcó”. No importaba por qué calle caminaras, las conversaciones giraban en torno al crack argentino, favorables o en detrimento de su figura; los niños lo hacían de forma aspaventosa y los jóvenes y adultos como si el mundo hubiese dejado de girar y lo único importante fuese el fútbol. Entre tantos gritos y criterios defendidos a garganta limpia, saltaba otro no relacionado con el diez del Barcelona: el debut de Cristiano Ronaldo.
El primer partido del lunes era un manjar, Alemania se enfrentaba a Portugal: la maquinaria perfecta frente a los escuderos del Balón de Oro. El mundo no se detuvo, pero entre las doce del día y las dos de la tarde, muchos cubanos desaparecieron de manera misteriosa de sus centros laborales; otros abandonaron el puesto de trabajo y se sentaron frente al único televisor de la empresa. No todos los días se enfrentan jugadores de ensueños y los trabajadores de la República de Cuba dieron un no rotundo a la marginación: ellos también lo verían en vivo. Claro, hubo reuniones impostergables, turnos de clase y exámenes. Pero incluso sin ver el partido, cuando el póker fue oficial, la mofa cayó sobre el astro portugués.
Las caras de las jóvenes de enseñanza media lo decían todo: el ídolo, el hermoso, la perfección hecha músculo y sonrisas fracasaba. Era tanta la vergüenza que lo mejor fue el silencio. En otros círculos, donde los argumentos se imponen con gritos, el crack del Real Madrid sí era tema de conversación. Sus expresiones de asombro, sus reacciones casi histéricas reclamando penal, su nula presencia en el juego de Portugal, toda la mofa cayó sobe CR7.
Messi ganaba el primer round y Cuba lo disfrutaba o lo sufría, en dependencia de la ciudad donde vivieses: Cristianópolis o Messilandia.
muy creativo y bueno este articulo
Buen artículo…el fútbol en Cuba pasa por ser un momento “histérico”…Estamos muy lejos de una cultura del más universal a la altura que se merece un deporte tan sensacional…!!! Igual, para el resto del deporte estamos lejos de ser suficientes, a pesar que creemos como para otras situaciones, que somos “los elegidos”. En varios lugares nos dicen “los argentinos del Caribe”.