Andrés Ayub (Santiago, 1982) rompió todas las barreras en 2012. En los colchones del Exhibition Centre en Londres, se convirtió en el primer luchador chileno en la historia de los Juegos Olímpicos. Su aventura en la capital británica fue fugaz, pues perdió en su combate de estreno frente al georgiano Guram Pherselidze, pero su nombre quedó inscrito para siempre en los libros de récords de la cita bajo los cinco aros.
Casi tres años después de aquel episodio glorioso en la historia del deporte chileno, Ayub, sin tener muy claro lo que estaba haciendo, comenzó a fundir la primera medalla de su país en la lucha grecorromana de los Juegos Olímpicos. Para ello no tuvo que subir al colchón ni proyectar a ningún rival, le bastó conducir hasta el centro de Santiago y abrirle la puerta de una nueva vida a un viejo amigo, a un hermano.
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El paso decisivo
En la madrugada del 27 de abril de 2015, solo unas horas después que terminara el Campeonato Panamericano de lucha en la capital chilena, Ayub llegó con su auto al hotel Fundador, en la Región Metropolitana, y le escribió por Messenger al cubano Yasmani Acosta (Agramonte, 1988) para que saliera de su habitación y fuera al encuentro pactado unos días antes.
“Yasmani estaba súper nervioso, miraba para todos lados porque pensaba que lo iban a pillar (…) Lo único que se me ocurrió fue que había un motel aquí en Marín y le dije: ‘Ya Yasmani, te voy a dejar acá —le pasé plata— y te vengo a buscar mañana’”, contó Ayub en un programa de la Televisión Nacional (TVN) justo antes de los Juegos Panamericanos de Santiago 2023.
El matancero tuvo que superar el miedo, el salto en el estómago, las dudas, la preocupación y hasta un posible arrepentimiento; pero al final asumió determinado la decisión de abandonar la delegación caribeña tras competir en la lid continental, donde había obtenido medalla de bronce y la clasificación a los Juegos Panamericanos de Toronto 2015.
El motivo
“Quedarme significaba estar ocho años sin regresar a mi país, sin ver a mi familia, que es lo que más duele. Sabía que me podían llamar desertor o traidor, son los términos que se usan cuando uno toma este tipo de decisiones. Pero creo que no importa lo que digan ni quién lo diga, vale más lo que uno siente como persona. Todos en Cuba me conocían, mis compañeros, mis vecinos, sabían qué tipo de ser humano era, y sabían que por tomar una decisión como esta, por la razón que la tomé, no significaba que fuera un desertor”, relató Yasmani en el programa CNN Íntimo, con la periodista Matilde Burgos.
En Cuba, Acosta se había asentado en el equipo nacional como uno de los luchadores con mejores perspectivas, pero coincidía en la misma división con Mijaín López, quien en aquel momento estaba en la cumbre de su carrera: era doble campeón olímpico, cinco veces titular mundial, y tenía 33 años.
“Cuando salí de la categoría juvenil era el primero de mi división en Cuba, y al llegar al equipo nacional me convierto en rival de Mijaín. Lo aproveché al máximo, pero estar en el mismo equipo del mejor luchador del mundo tenía puntos a favor y en contra. Por una parte, podía entrenar con él día a día, mañana y tarde; y en contra, a pesar de sentirme bien preparado y capacitado, no podía competir en Mundiales y Juegos Olímpicos porque tenía esa gran figura por delante”, explicó Acosta en CNN.
El regreso a los colchones
Los primeros meses de Yasmani Acosta en Chile no fueron sencillos. De entrada, lo recibieron algunos amigos y le dieron un trabajo como guardia de seguridad. “Yo tenía que pagar el arriendo, la movilización, el Metro y ese trabajo me ayudó mucho. Yo controlaba los accesos a eventos y fiestas, los accesos a los sectores VIP sobre todo. Trabajé en Casa Piedra, Hotel W, Parque Araucano”, confesó en otra entrevista replicada por el sitio Emol el gladiador cubano, quien estuvo separado de los colchones y de la acción competitiva durante meses.
Finalmente, en 2017 recibió la nacionalización por gracia y la autorización para volver a competir en escenario internacionales, esta vez representando a Chile. Su impacto fue inmediato. Ese mismo año ganó dos Grand Prix en Madrid y Rumanía, el título sudamericano en Río de Janeiro, y una plata en el Panamericano de la disciplina celebrado en Lauro de Freitas, Brasil, donde perdió en la final con su compatriota Oscar Pino.
Acosta sentía algo de temor por encontrarse con sus antiguos compañeros, pero la primera vez que chocó con ellos, todo fluyó con naturalidad. “Tenía un poco de vergüenza, estaba apenado. Tenía esa duda de si me iban a ver igual, si me iban a tratar igual, pero ellos mismos fueron los que se acercaron, me llamaron, me dieron un abrazo y me dijeron que seguía siendo el mismo, que estaba más fuerte, más grande. Empezamos a hablar y como si nada hubiese pasado.
“Creo que ahí entendí que esa mentalidad y ese término de desertor hay que dejarlo en el pasado. Muchas personas salen porque quieren triunfar, porque quieren lograr sus metas en la vida. Eso es lo que importa”, sentenció en CNN.
El sueño olímpico
Yasmani Acosta vive convencido de que nunca habría cumplido su sueño olímpico si permanecía en el Equipo Cuba. La presencia imponente de Mijaín en su división (130 kilogramos) y la escasa diferencia de edad entre ambos, prácticamente cerraba las puertas del matancero a las Olimpiadas.
En cambio, con Chile sus opciones de competir en citas estivales se multiplicaron de manera exponencial y logró finalmente la meta en Tokio 2020, donde salió victorioso 5-1 en su debut contra el tunecino Amine Guennichi. Después siguió su camino y desbancó 2-0 al uzbeco Muminjon Abdullaev, pero en semifinales frente al Iakobi Kajaia una polémica decisión arbitral lo privó de discutir la corona.
“En mi mente siempre estuvo llegar a una final olímpica con Mijaín. Él es el mejor luchador del mundo, fue mi compañero de equipo por nueve años y no hay nada más lindo que estar en una final con él. Yo lo proyecté, miré las llaves: él estaba por un lado y yo por otro. Si cada uno ganaba su grupo nos veíamos por el oro. Lo pensé así, lo visualicé en mi mente y se estaba dando, hasta las semifinales, donde pasaron algunas cosas injustas con el arbitraje, pero son cuestiones del deporte que uno tiene que superar”, rememoró en CNN Íntimo.
Rendirse no es opción
Los Juegos Olímpicos de Tokio terminaron con una doble decepción para Yasmani Acosta. No solo vio frustrado su sueño de disputar el título contra Mijaín López, su máximo referente, sino que también tuvo que despedirse con el amargo sabor de no poder ganar la medalla de bronce frente al ruso Sergey Semenov. Sin embargo, a su regreso a Chile recibió una inyección de energía totalmente inesperada: su madre estaba esperándolo.
“Fueron seis eternos años sin poderla ver”, aseguró a la periodista Matilde Burgos, a quien relató que separarse de la familia durante tanto tiempo es lo más complicado que le ha pasado en la vida.
“Cuando salí de mi casa para viajar a Chile, le di besos y abrazos a mi madre y mi hermano, tomé las maletas, viré la espalda y salí caminando. En ese instante tuve deseos de mirar atrás y quedarme con esa última imagen de ellos y de mi casa, pero no lo hice. Estaba llorando y no quería que me vieran así, porque se hubieran puesto a llorar ellos también y entonces no me iba a quedar [en Chile]”, rememoró.
Recuperar el aliento junto a su madre fue una bendición para Acosta, quien a golpe de determinación superó cualquier temor y enfiló la mirada a la meta de París.
París, el último baile
Yasmani Acosta se define como un gladiador inteligente, hábil, fuerte y resistente, cualidades que considera no deben faltar a ningún deportista de élite. Además, desde pequeño —cuando practicó fútbol, béisbol, boxeo y finalmente la lucha— entendió que si quería transitar un camino de éxito no podían faltar la disciplina, el enfoque y el sacrificio.
Durante los últimos dos años, el cubano-chileno ha seguido al pie de la letra esa filosofía para llegar en la mejor condición posible a París 2024, su último baile entre tackles y desbalances. Lo más curioso es que gran parte del camino reciente lo ha transitado en conexión total con Cuba y con los luchadores de la isla.
El regreso al Cerro Pelado y a su barrio, el reencuentro con su hermano y los amigos de años, las horas de entrenamiento con Mijaín López en La Habana, en Croacia o en las montañas búlgaras de Teteven… Todas esas vivencias lo revitalizaron, lo elevaron a otra dimensión.
Junto a varios de sus antiguos compañeros, bajo la guía de Raúl Trujillo y Néstor Almanza, “de los mejores entrenadores del mundo”, encontró la fórmula para cumplir el sueño truncado en Tokio.
A nivel táctico, su puesta en escena en París ha sido quirúrgica. Ha manejado los combates con inteligencia, sin esfuerzos excesivos, dominando el arte de la defensa en el suelo y manejando los tiempos y las puntuaciones a su favor. Acosta ha dado una lección de crecimiento y superación en los colchones franceses, donde dejó en el camino al búlgaro Kiril Milov, al egipcio Abdellatif Mohamed y al chino Meng Lingzhe.
Todo su esfuerzo vale una presea bajo los cinco aros. Yasmani Acosta se ha consagrado como el primer medallista de la lucha en la historia olímpica de la nación austral, nueve años después de que Andrés Ayub, el primer gladiador chileno en citas estivales, lo recogiera en un auto en medio de la madrugada santiaguina. Ha sido un relevo perfecto.
Pero lo mejor de la historia es que la definición llegará contra Mijaín López, en lo que probablemente sea la culminación de sus respectivas carreras al más alto nivel. Para Acosta, es una oportunidad que no tiene precio, tal cual relató en Chilevisión este lunes: “[Mijaín López] Es el mejor luchador del mundo. Es mi atleta favorito, lo admiro mucho. Es mi amigo y ahora mi rival; pero en el colchón vamos a darlo todo, a sacar chispas”.
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