Hace seis años, Ramón Arias, uno de los entrenadores de la selección nacional de taekwondo, me decía que los atletas cubanos de esta disciplina tenían que ser leones y jamás conformarse para aspirar a un resultado en la arena internacional.
Por aquellos tiempos, la Isla había irrumpido con fuerza en el escenario global con un histórico segundo puesto por naciones en el Mundial de Puebla 2013, donde cinco exponentes subieron al podio, justamente por la confianza en sus posibilidades y la capacidad para remontar ante rivales más experimentados.
Uno de ellos fue Rafael Alba, santiaguero de solo 20 años que burló los pronósticos y escaló a la cima. Poderío físico (2,02 metros de estatura), exquisitez técnica y agresividad lo colocaban en el tope de la división pesada, en la cual llamó la atención su gran movilidad, impropia de atletas tan altos y corpulentos.
Ese estreno dorado presagiaba una carrera excepcional para el indómito, quien, seis años después, ha demostrado que puede sostenerse en la cumbre, siempre y cuando se apegue a la máxima de competir como un león.
En Manchester, Reino Unido, Alba logró este domingo su segunda corona mundial, la cual tiene un valor inmenso en el orden personal, pues llevaba casi tres años sin resultados verdaderamente relevantes en la arena internacional, más allá de algunas victorias en Grand Prix y torneos regionales y continentales.
Si bien esos triunfos también son destacados por la coincidencia geográfica con México, una de las grandes potencias mundiales del taekwondo, nada se compara con la exigencia de una cita del orbe, en la cual intervienen los mejores especialistas de todo el planeta.
Frente a ellos, y sin el rodaje internacional que requiere un deporte cada vez con más requerimientos tácticos y dependencia de la tecnología, Alba volvió a mostrar su mejor versión, basada en la velocidad, la potencia de pateo y el trabajo casi perfecto desde la distancia, aprovechando sus largas extremidades.
Por su orden, el santiaguero derrumbó al estadounidense Jonathan Healy (14-9), al croata Vedran Golec (superioridad de 20 puntos), al sudcoreado Kyo Don-In (16-9), al brasileño Maicon Siqueira (17-13) y al mexicano Carlos Sansores (9-5), oponentes de máximo nivel, incluidos todos entre los 25 mejores del ranking global en su última actualización.
Los primeros cuatro combates resultaron los más complejos, porque todos contrarios integran el Top-15 del orbe. Healy ocupa el puesto 12, Golec el 11, Siqueira el 15 y Don-In es el líder de la división superpesada, con un amplísimo margen sobre el resto de los contendientes.
Alba, que en su momento integró el Top-10 del mundo y aspiró con fuerza a la cima del ranking, ahora ha caído al puesto 39, lo cual no es un reflejo de su verdadera calidad. Alejado de los principales escenarios de competencia, alejado de los circuitos con mayores recompensas de puntuación, el indómito ha visto un tanto frustradas sus opciones de ascender.
Este es un mal que, en sentido general, ha golpeado fuertemente al taekwondo cubano en el último lustro, y ha impedido su crecimiento exponencial.
La materia prima existe, son muchísimos los jóvenes con aptitudes y actitud para triunfar en la disciplina, pero sin roce internacional, solo entrenando al este de La Habana sin grandes motivaciones, es muy complicado dar un salto cualitativo.
Después del segundo lugar por naciones en Puebla, hace seis años, el taekwondo merecía un premio, merecía un mejor trato, merecía más oportunidades, pero no se identificó jamás al deporte como posible punta de lanza en citas múltiples y torneos de primer nivel.
Hoy, cuando ya se ha apagado la euforia por aquel sonado éxito (entre los cinco más relevantes del deporte cubano en la presente década), Rafael Alba, quien arrastra desde Río 2016 la deuda de los Juegos Olímpicos, se ha encargado de devolver la ilusión a sus compañeros y a la disciplina en sentido general. Lo ha hecho peleando como un león.