Rancés Barthelemy se marchó de Cuba en mayo de 2008. Tomó una lancha rumbo al norte y tocó tierra, sano y salvo. Se fue por varias razones, entre ellas el abandono de su hermano Yan de una delegación oficial en 2006, en Venezuela.
Dos años antes de tomar esa decisión en suelo suramericano, el mayor de los hermanos Barthelemy se había convertido en héroe y figura con su medalla de oro olímpica en Grecia, y no tuvo en cuenta que su acción afectaría a otros. En otras palabras, Rancés se marchó porque las autoridades le retiraron la confianza y los viajes a eventos en el exterior no iban a ser cosa simple para él. Lo común era pensar que iba a “volar”, como su hermano. Y “voló”.
Otro de los detonantes de su salida fue que no pocos le mencionaron que su estilo era de profesionales. Como en el béisbol, los boxeadores también quieren probarse al más alto nivel, como los voleibolistas, los balonmanistas, los fisiculturistas… los chefs. Entonces, Rancés se fue en busca de sueños.
Su hermano, Yan, boxeó en la arena rentada y, a pesar de su linaje, no estuvo a la altura de su verdadera calidad. Quizás ahí se plantó un nuevo reto para el hermano menor: lucir como no lo hizo la estrella precedente.
Rancés Barthelemy mezcla lo necesario para convertirse en el rostro del boxeo profesional cubano en breve. Sobre el ensogado mantiene estatus de invicto, no aburre, es elegante, tira a la lona con frecuencia y levanta a los fanáticos de sus asientos cuando se lo propone. Su presente está en estado de calma: es campeón mundial y está bajo el amparo de Al Haymon, uno de los “duros” en materia de promoción. Vive consciente de que de nada vale apurarse, y de que su futuro luce espléndido. Al menos eso parece.
Habanero de pura cepa, cuenta en exclusiva a Oncuba que la decisión de lanzarse al mar la tomó a la ligera. “Solo lo pensé una vez”, manifiesta casi ocho años después, conocedor de que fue la decisión correcta, según dice, a pesar del peligro y las adversidades. Nunca le temió a los cambios, al cambio de país, de ambiente, de estilo de vida. No temió dejar a un lado cabecera y camiseta, combates de tres o cuatro asaltos.
Actualmente vive y entrena en Las Vegas. Lo extraño e interesante es que, según nos relata, echa mucho de menos a Cuba. Barthelemy prefiere Las Vegas para concentrarse, lo que también resulta paradójico, porque Las Vegas, describen, es la Ciudad del Vicio y del Pecado. Aun así, encuentra quietud para entrenar cinco horas al día, seis días a la semana, disfrutar con su hija y leer un poco.
Al principio, le golpeó mucho el idioma. “Eso fue lo más difícil”, recuerda. “Desde que llegué, fui por varios gimnasios, hablé con entrenadores y traté de asimilar lo antes posible todo lo relacionado con el boxeo profesional”, narra.
Rancés debutó en agosto de 2009 y derrotó por nocaut al estadounidense Jamal Arcilla. Desde ese momento ha sido un manojo de victorias. No sabe lo que es quedarse con la mano abajo cuando suena el campanazo final. Veinticuatro éxitos, 13 de ellos por la vía rápida, y ningún fracaso.
Claro, ha tenido duelos difíciles, como el que sostuvo contra el afgano Arash Usmanee en Florida (2013), o contra el dominicano Argenis Méndez para sostener por primera vez un cinturón de la Federación Internacional (FIB) en sus manos. Sin embargo, unos golpes después de sonar la campana dejaron sin resultado la pugna y tuvieron que reprogramar la pelea. Meses después, el desenlace no varió, ganó, y alcanzó su faja como campeón mundial, tras votación unánime ante el escurridizo fajador quisqueyano.
Para que el boxeo profesional cubano triunfe solo “resta que los propios cubanos, los seguidores, apoyen”. Al menos eso piensa Rancés. “Antes no se nos proveía la mejor atención. No se nos tenía en cuenta y daban razones absurdas, pero el panorama ha cambiado después de victorias como la mía ante Denis Shafikov y la de Luis Ortiz frente a Bryant Jennings, entre otras muy importantes. Eso de que no vendemos boletos, que el estilo no gusta, que aburrimos… no existe. El boxeo cubano goza de gran salud”.
El año en curso será determinante para su carrera. Planea realizar tres combates ante oponentes que le pueden dar un impulso definitivo. Terence Crawford, Viktor Postor y Adrien Broner son los rivales que desea enfrentar. Todos de alto vuelo, de calibre. El propio Crawford ya tiró por piso las potencialidades de Yuriorkis Gamboa. Nueve asaltos le bastaron al norteamericano para maldecir el invicto del “Ciclón de Guantánamo”.
Rancés quiere contender con los más calificados. No tiene duda de sus potencialidades y nada mejor que hacer gala de su valía ante los contrincantes adecuados.
Barthelemy dedicó su última victoria (19 de diciembre) a los cubanos varados en Costa Rica. Ese no fue un triunfo cualquiera. Significó su segunda corona mundial, ahora en las 135 libras. Antes había conquistado la faja cuando su cuerpo marcaba 130 en la báscula. Ese día dijo: “Que este título mío sirva para estimular a mis compatriotas, para volver a tener más campeones del mundo y destrozar algunos mitos por ahí de que no podemos batallar cuando es preciso”.
Ahora está satisfecho -revela-, porque el dilema encontró solución y esos miles de coterráneos llegarán a suelo norteño. Algunos a Las Vegas, la mayoría a Miami, otros, tal vez, a Alaska, pero llegarán, si todo sale como está previsto. No tomarán una lancha ni cruzarán el estrecho de la Florida en una embarcación. Una travesía en extremo riesgosa, tanto como cruzar la selva de Colombia o vender su suerte a coyotes desconocidos. Determinar qué es más aventurado depende del criterio de cada cual. Igual, Rancés está conforme con lo planeado para solucionar la situación de sus connacionales. El fin justifica los medios, muchos dirán.