Roberlandy Simón Aties está de vuelta en Cuba. Ha cruzado el Atlántico desde Italia para sentir el calor de su tierra. Su monumental físico ha desempolvado sin mucha prisa los recuerdos de los que muchas veces se vanagloriaron de su destreza en el Coliseo de la Ciudad Deportiva.
Allí se tomó fotos con todos los que quisieron, atravesó la entrada y paralizó la cola, inundó de personas la puerta principal y camino a la platea alta fue dejando una larga fila de fanes boquiabiertos tras su paso.
Hace poco más de un año que Roberlandy decidió apartarse de la selección nacional de voleibol (2011), muy corto tiempo para olvidar su potencia ecuménica. Todavía en las esquinas del Coliseo resuenan los servicios y remates de este guantanamero de 2.06 m de altura, todavía la sombra de su presencia se pasea por los bajos del tabloncillo simulando las enigmáticas órdenes del ex capitán de Cuba, todavía los aficionados cubanos, acongojados y tristes por los sucesos de la Liga Mundial, se desgañitan en elogios para con Simón.
Y es que es un monstruo del voleibol. Desde hace años es si no el mejor –solo el central ruso Dimitri Muserski puede posarse cerca-, uno de los mejores centrales del planeta. Una vez que dejó Cuba para convertirse en voleibolista profesional, la vida no le ha cambiado mucho en ese sentido.
En el Piacenza italiano Roberlandy sigue luciendo esa percha impresionante, capaz de intimidar a cualquier rival, sigue dándole vueltas a la esférica que baila sobre su dedo índice antes de hacerla viajar hacia territorio enemigo, sigue inconmensurable en el bloqueo y efectivo como pocos en el ataque.
Esa imagen recobró forma para los aficionados que asistieron al primer encuentro entre Cuba y Rusia en el Coliseo. La presencia de Roberlandy en la grada de la Ciudad Deportiva minimizó, por suerte, la paliza de Rusia a Cuba en tres set. El ex capitán de la selección nacional no tuvo un momento de tranquilidad en el encuentro, no pasó un segundo sin que nadie lo inquietara para fotografiarse o para tomar un simple autógrafo.
No hubo tal partido entre Cuba y Rusia, no importó la presencia en La Habana de los campeones olímpicos del voleibol, no hubo tanto sufrimiento con la enésima parca actuación de los nuestros en esta Liga Mundial, para que mentir, en realidad no hubo casi nada, salvo la bienvenida de Roberlandy Simón a casa.
Seguro que si él y otros como él pudieran, jugarian con Cuba.