Un desayuno en Quimper, comuna en la región francesa de Bretaña, no se parece mucho a la vida que dejó Rosanna Giel en el pasado. Aunque quizá, mientras huele el aroma del café, tenga la misma sensación de plenitud que sentía cuando era la niña que correteaba jugando kikimbol en el central Venezuela de la provincia de Ciego de Ávila.
El pasado nunca nos deja, y ella lleva el suyo con orgullo. El retozo bajo los aguaceros, en los cañaverales es un recuerdo que nunca se le va a borrar; tampoco cuando le dio por apuntarse en kayak, aunque la madre se lo prohibiera por ser algo peligroso.
Su hiperactividad la hizo luego querer jugar baloncesto, pero se reconoció mala. Sin embargo, un día el voleibol se presentó en su camino. Jugó, jugó y jugó. No dejó de hacerlo, hasta llegar a la selección nacional cubana, hasta ser su capitana y cansarse, como otros tantos, de los partidos que tenía que jugar fuera de la cancha.
Casi claudica, pero resistió. Ahora respira el aire de Bretaña, a orillas del río Odet, y sabe que, después de todo, el viaje ha valido la pena.
“Soy hija única y a mi mamá no le gustó ni un poquito la idea de que fuera a la Eide”, empieza a contar Rosanna. “Una de mis tías me llevó a hacer las pruebas; fue llegar y apenas me midieron me dijeron: ‘Tú eres de aquí’. El proceso resultó bastante duro. Mi mamá no quería porque yo iba a estar sola, becada con solo 10 años. Dije que sí y mis tías y mi abuela me apoyaron.
“El primer año, en 2002, no hice mucho en el voleibol. Fue muy difícil, estaba durmiendo en un albergue lejos de casa. Empecé a extrañar, lloraba, tenía hambre porque no comía nada y quería la comida de mi mamá. Aprendí a comer ahí a empujones. Casi renuncio. En 7mo grado las cosas fueron mejorando, comencé a adaptarme, a hacer amistades y aprendí lo que era el voleibol. Aprendí rapidísimo. Tenía 11 o 12 años y con 13 llegué al equipo nacional”.
Antes de sumarse a las filas de la selección tuvo su primera experiencia internacional, en Venezuela, en un torneo de voleibol de playa donde se hizo con la medalla de oro. “Después de esa competencia tuvimos los Juegos Escolares y me captaron como atleta de perspectiva inmediata para el equipo Cuba. Tenía la talla y el nivel no era tan malo para mi edad.
“Mis entrenadores en Ciego de Ávila me estaban como preparando para ese momento. Siempre me decían que lo más probable era que me fuera pronto para La Habana, que aparecía en la lista y los técnicos estaban muy interesados en mí, que era un prospecto… Tenía en la mente el aquello de que si seguía trabajando duro podía lograrlo. Cuando llegó la noticia de que me subían por supuesto que me puse muy contenta, no tanto mi familia. A mamá todavía no le entraba en la cabeza que yo estuviese en la Eide, imagínate cuando le dijeron que me iba para la capital sola, con 13 años. Fue un show, pero al final entendió que era lo que yo quería y me fui”.
La atleta recuerda que los nervios se apoderaron de ella en el primer entrenamiento, donde vio de muy cerca a figuras que habían sido su ejemplo a seguir. “Fue emocionante esa primera vez, cuando sabes que tienes que dar lo mejor de ti porque quieres llegar lejos. Pisar el terreno y ver a todas esas jugadoras: Regla Torres, Martha Sánchez, Yumilka [Ruiz], ver a Nancy [Carrillo] y a Zoila [Barros] delante de mí nunca se me olvida. Me puse súper nerviosa y ellas fueron muy buenas con nosotras. Enseguida me pusieron el apodo. Todo el mundo me decía ‘la flaca’, pues no había nadie más flaca que yo, estaba en el hueso.
“Nos acogieron muy bien. Siempre se metían con nosotras, se quedaban a ver las prácticas, les decían a los profesores que yo iba a ser buena. Sentíamos mucha emoción por entrenar ahí y que estuvieran mirándote te daba muchos deseos de querer hacerlo lo mejor posible todo el tiempo”.
—¿Y los técnicos?
—Tuve los mejores entrenadores del mundo cuando llegue al equipo nacional. Mi entrenadora era Ana Ibis Díaz y pienso que fue lo mejor que nos pudo pasar: entrenadora-madre. Nos enseñó no solo en el voleibol, sino a ser mujeres de verdad. Y siempre la recuerdo. A todos en general. [Los entrenadores] se mostraban fuertes, no entendían de dolor; nos sacaban lo mejor. Eran los entrenamientos más duros del mundo, pero eran humanos. Siempre nos estaban mimando fuera del terreno, no tengo quejas de ninguno y hoy los extraño mucho.
—¿Cómo de intensas podían ser las sesiones de práctica?
—De muerte. Cuando trabajábamos la defensa terminábamos muertas en el terreno. No podías levantar los pies. Teníamos un ejercicio que se llamaba ‘net alta’, donde debíamos atacar 100 o 120 veces con la net a la altura de la de los hombres y no la podíamos rozar; además teníamos que dirigir el ataque y hacerlo duro en un tiempo determinado. En la parte física era muy potente, muy agotador.
A pesar de verse de un momento a otro rodeada de grandes figuras, Rosanna confiesa que con la que más química tuvo fue con la mejor jugadora del siglo XX, la central Regla Torres: “Iba muy seguido a desentrenarse y nos empezó a ayudar mucho. Cuando cumplí 15 ya estaba en el primer equipo y ella iba mucho a trabajar con las centrales. Nadie mejor que ella para eso. Y, aparte de ser mi entrenadora, fue mi modelo, una madre, una amiga; hoy día tenemos la mejor relación del mundo.”
No obstante, no todo fue un camino de rosas. Como muchos atletas del alto rendimiento, debió sobreponerse a circunstancias algo adversas. “No era como ahora, que dan un módulo. Antes tenías que luchar y cuidar cada licrita o tenis que te daban. Después de almuerzo tírarte en el piso a dormir un poco más de una hora para volver a entrenar; la verdad que sí amamos lo que hacemos, porque para entrenar así a una tiene que gustarle lo que hace”.
“En esa época tú me hablabas de ese tema y te hubiera dicho que todo estaba bien. Pero ahora que he visto más y sé cómo son las cosas, puedo decirte que no teníamos una alimentación tan buena con relación a lo que entrenábamos. Por ejemplo, en las reuniones trimestrales exigimos agua con azúcar, porque te podías deshidratar entrenando. Con todo lo que jugábamos y sin comer ni una fruta, ni una merienda, te podías caer desmayada.
“Lo que nos mantenía motivadas era que, según los entrenadores vieran que tu nivel subía, ibas subiendo de equipo. Para una cadete empezar a entrenar con el juvenil era como el primer logro, quería decir que poseías un buen nivel. También a veces te invitaban a entrenar con el equipo nacional y luchábamos por ganarnos esa invitación“.
—¿Cómo era para ti y tus compañeras tener que lidiar con un pasado como el que escribieron las Morenas del Caribe?
—Eso es algo que siempre llevas en tu espalda, porque la gente quiere seguir viendo resultados de las Morenas del Caribe. Y pasaron muchas cosas. Recuerdo cuando se empezaron a retirar las muchachas y lo hicieron a la vez, ahí fue cuando pasé, con 15 años, al primer equipo, en el año 2007. Juan Carlos Gala me haló con él desde el día uno. Me ponía entre las primeras seis y me decía: ‘Tienes tremenda cara de miedo y no te voy a sacar del terreno… Hazte mujer y juega voleibol’. Esas palabras nunca se me olvidan. Él me hizo jugadora. En todo momento tuvimos ese peso sobre los hombros: éramos la nueva generación y teníamos que hacerlo igual o mejor que las Morenas del Caribe. Ellas dejaron todo en un estándar demasiado alto. No era que no quisiéramos llegar ahí, sino que las cosas se dificultaron. No eran los mismos tiempos y la verdad nunca pudimos subir tan alto.
Una de las mejores experiencias que tuvo Rosanna con el uniforme de las cuatro letras fue la consecución de la medalla de plata en los Juegos Panamericanos de Guadalajara (2011). “Fueron mis primeros Juegos. La verdad, llegar y ver a todos los países juntos en una villa, lo bonito de la organización, la recreación dentro de la villa, el ambiente alegre… fue una gran experiencia para mí. La pasamos muy bien. Disfrutamos mucho esa competencia, fue increíble.
“Después de haber perdido la medalla de oro contra Brasil, hubo un momento emocionante cuando nos recibió la delegación cubana en la villa. Estaban prácticamente todos apoyándonos y diciéndonos que levantáramos la cabeza, que habíamos hecho mucho por nuestro país, por las Morenas… Nos hicieron sentir muy queridas. Valoraron lo que hicimos en la cancha. Me sentí muy querida“.
—¿Te dejó un sabor agridulce que fuera una presea de plata y no de oro?
—Perder el primer lugar nunca se va a sentir bien, sobre todo cuando luchas tanto por algo y lo tienes tan cerca… Ese fue un partido de cinco sets, estuvo bastante fuerte y llega un punto donde piensas que lo vas a lograr y sabes que estás luchando por algo que, al final, no será lo que esperas. Se siente feo. Me ha pasado muchas veces y siempre se siente igual.
Cuando más estable marchaba la selección de voleibol, después de 2012, como un efecto dominó comenzaron a abandonar el barco muchas figuras del primer equipo. Ahí se comenzó a desatar el caos. Ese justo momento fue el detonante para que Rosanna decidiera reacomodar su vida y explorar nuevas rutas hasta llegar, diez años después, a caminar a orillas del Odet.
“En 2013 decidí acabar. Me quedé sola en el equipo nacional. Todas se fueron sin mirar atrás. Me dijeron: ‘Nos vamos, Rosi, cuídate mucho, te dejamos aquí. Deberías venir tú también. Ya nosotras no damos más’. Son cosas que entiendo ahora; en ese momento no las entendía muy bien. Ya no era lo mismo. Miraba alrededor y pensaba: ‘Dios mío, ¿dónde está mi equipo?’. No me sentía bien.
“Entrenaba por entrenar. Mi nivel empezó a bajar. Tenía cero motivaciones y deseos de jugar voleibol. Ahí fue cuando me puse a pensar que era el momento de irme también. Empecé a pensar más en mi futuro y en mi familia, porque no había otra manera. No tenía ningún tipo de ingreso estando en el equipo nacional ni nada que me pudiera garantizar un bienestar en el futuro. Todavía no había contrataciones y llegó un día que dije: hasta aquí.
“Fue un poco duro y raro. Me desperté y dije que no iba a entrenar. Ellos ni se tomaron tampoco la molestia de llamarme. Hicieron una reunión sin mi presencia y firmaron mi baja. Me sancionaron como dos años sin poder salir de Cuba. Busqué representación legal y gracias a eso en unos meses pude salir“.
—¿Cómo se da el contrato para jugar en Serbia, donde ganas varios títulos locales?
—A través de mi mánager. Cuando estaba en la selección nacional tenía contactos de mánagers y agencias que querían trabajar conmigo y me decidí por la agencia de unos serbios que me sacaron de Cuba. Fui directo a Suiza, a un equipo del mismo propietario. Había estado casi un año sin jugar voleibol y entonces me dijeron que jugara en Serbia, para que me pusiera en forma y alcanzara mi nivel poco a poco. El Vizura Beograd era un buen grupo y fue mi primer equipo profesional. Me acogieron bien y la experiencia terminó siendo muy bonita en la temporada 2015-2016. Llegar y ver que te empiezan a tratar como una verdadera atleta profesional… Hay un punto donde piensas: ‘Coño, todo esto me lo merezco de verdad. Estoy entrenando fuerte, me preparo, dejo toda mi energía en el terreno por hacer mi trabajo. Entonces sí me merezco los buenos tratos y las comodidades, qué lástima que muchas jugadoras muy buenas en Cuba no puedan vivir esto’.
—¿Qué significó para ti, como persona y como atleta, vivir esa experiencia por primera vez?
—Te impresiona demasiado. Es un cambio brusco. Estando en el equipo nacional no iba a tener nunca esta posibilidad de enfrentarme a la realidad y de saber lo que es jugar a nivel profesional, donde cada esfuerzo es recompensado y todos los deseos de jugar y hacerlo bien te hacen regresar. Cuando terminé en Cuba no sentía esa pasión y me daba lo mismo si volvía a la cancha o no.
Cómo llega una cubana de un central a vivir y jugar voleibol en Europa es una pregunta que tiene una respuesta sencilla. Para Rosanna, el cerco se fue cerrando, se sintió cada vez más sola, sin aliento, y eso le generó dudas, le recordó que se le escapaba un tesoro que nunca se recupera: el tiempo.
“Tomé la decisión porque no sentía que iba a hacer nada más en Cuba y en lo personal quería prosperar. Si puedo jugar voleibol, que es lo que sé hacer y por lo que me pueden pagar bien, puedo salir adelante, ayudar a mi familia y construir un futuro, pues ese es el camino. Donde estaba no daba más, eso pensé en aquel momento.
“Mi familia no se lo tomó ni bien ni mal. Sabían que representaba que estaría fuera del país por largo tiempo, aunque mi mamá siempre me dijo que tenía que hacer mi vida y que avanzara si yo pensaba que esa era la forma“.
Aterrizar en otras tierras no fue fácil. El clima deprimente, las barreras del idioma y la soledad casi la quiebran al principio. Nadie dijo que sería sencillo. “En Zurich, antes de ir a jugar a Serbia, no me podía comunicar, no sabía inglés, tampoco tenía conocimiento de si alguna compañera hablaba español. Un día fuimos a un restaurante y no sabía qué pedir; me hacían preguntas y a mí, en lugar de decir que no entendía, me dio por llorar. Estuve llorando como tres horas incansablemente. Tuvieron que buscar a alguien en el club que hablara español, porque yo no tenía consuelo. Casi me llevan al médico.
“Tenía hambre, no había pedido mi comida; además todas hablaban y no entendía lo que estaban diciendo. Si me miraban y se reían me sentía mal y quería regresar. No llevaba tres días en Suiza y quería virar para acá. Creo que todo se acumuló y la pasé muy mal esos primeros días. Después de mi llantén todo cambió, las muchachas se me acercaron, había jugadoras con mucha experiencia que habían jugado en varias ligas y hablaban un poco de español y me ayudaron.
“Los managers viajaban bastante a Cuba y siempre hablaban con mi mamá. Me dieron un teléfono para que la pudiera llamar… En ese momento el internet no era igual y había que pagar 10 dólares por una tarjeta, pero cada vez que se podía me daban un teléfono para que llamara a mi papá y mi mamá, y por lo menos dos veces a la semana sabía de mi familia“.
Al terminar la liga en Serbia, en la que Rosanna se puso a tono, regresó a Zurich, donde recibió propuestas de varios clubes, entre ellas las del Uralochka ruso y el Le Cannet francés. Finalmente se decidió por el conjunto galo, pues le ofrecía un contrato de menor duración iniciando en 2016.
“Tuve la posibilidad de firmar por el Uralochka de Karpol, pero querían que fuera por dos o tres años y mi mánager dijo que no era factible, porque yo estaba empezando y mi nivel iría subiendo. Entonces me fui a Francia. No éramos favoritas allí; teníamos un pronóstico como de quinto lugar y discutimos el oro. Pensábamos que habíamos ganado el campeonato y lo celebramos, entonces el árbitro cantó que la bola había rozado en la varilla y no nos pudimos recuperar“.
Rosanna pasó dos años jugando con Le Cannet, hasta 2018. De esa experiencia guarda muchos recuerdos de sus compañeras y del experimentado entrenador Carlo Parisi. “Tuvimos unos buenos choques al inicio, no sé si era por el carácter de él o porque yo no me dejaba gritar, aunque en Cuba es como un poco normal. Yo le respondía y el segundo entrenador, César Hernández que ahora es el director del equipo nacional de Corea, me decía: ‘¡Noooo, Rosa, así no, no puedes gritar!’, y le contestaba: ‘¿y por qué él me grita?’. Todo el tiempo chocábamos, pero ese hombre me hizo evolucionar y se podía ver en cada partido.
“El último día, después de que se acabó la liga, hicimos un almuerzo juntos e iba jugadora por jugadora a abrazarlo. Me quedé de última como diciendo: ‘¡Jum, ahora lo tengo que abrazar!’ —sonríe. Pero se nos salieron las lágrimas y nos deseamos lo mejor.
“Lo otro que recuerdo mucho de esa etapa es la ciudad. Jugar en Cannes es un paraíso, quien no se sienta bien ahí no lo hará en ningún otro lugar. Te levantas y tienes el mar frente a ti, te puedes tomar un café frente a la playa y esa tranquilidad te ayudaba entre un partido y otro“, rememora.
Culminada esa etapa pasó por el Halkbank Ankara de Turquía en la campaña 2018-2019. Más tarde una rodilla se le resintió tras una operación y todo eso se unió con la propagación de la pandemia de COVID-19. Rosanna se vio de regreso en Cuba. “Hice una buena pausa, de hecho estuve a punto de no jugar más, porque era la rodilla y también tuve grandes problemas personales. La recuperación la hice con el equipo de los Búfalos avileños, de baloncesto, fueron ellos los que me sacaron de arriba de la cama. Me deprimí feo y poco a poco me fui dando cuenta de que esa era mi vida, la estaba extrañando y empecé a entrenar con ellos.
“Ahí me llegó el contrato para Rumanía, pero el club tenía problemas económicos y hasta que no pagaran su deuda no podían fichar extranjeras. En todo ese proceso pasaron meses. Le dije a mi mánager que me buscara un equipo para jugar una temporada entera y apareció el Chamalières, en Francia. Pero llegamos allá y tuvimos inconvenientes, incluso estamos en litigio.
“En un inicio se pactó con el club que no llegaría a jugar directamente, sino que primero iba buscar un poco de tono físico, como mismo había hecho antes, en Serbia. Ellos estuvieron de acuerdo, sin embargo, empezó el problema del dinero, que si mi salario era mucho; me mandaron a hacer pruebas médicas. Determinaron que no estaba lista para jugar voleibol. No conocía la ciudad, pero había viajado Europa entera y sabía moverme mejor.
“Cuando me dejaron en el hotel fui al hospital, donde me hicieron las pruebas, busqué a la secretaria y le dije que por favor me diera los resultados de todos los tests, para tenerlos. Los conseguí y se los mandé a mi mánager, que se lo envió a varios doctores, también a un psicólogo. Todos coincidieron en que estaba más que lista para jugar y que todo había sido una mentira. Entonces ya era yo la que no deseaba seguir en el club y quería mi dinero de todo ese tiempo y más, por el fraude“.
En ese momento de tensión, Rosanna recibió el golpe de la pérdida de dos familiares por el coronavirus, pero una llamada de su mamá consiguió convencerla de que no regresara a Cuba. “Me iba a ir de allá, porque fue una cosa detrás de la otra: cayeron mi mamá, mi abuela y mi tía al mismo tiempo. Falleció mi abuela, por la madrugada mi tía, y yo dije: ‘va a fallecer mi mamá, me voy de aquí’. Estaba mal y entre todo ese caos tuve una conversación con mi mamá y me quedé“.
Así Rosanna Giel arribó a Quimper Volley 29, un equipo de la región francesa de Bretaña, a mediados del año 2021, luego de que varias compañeras le recomendaran pactar con dicha entidad. Para su fortuna, el paso de dos temporadas por ese club acabó con la dichosa e inesperada sorpresa del ascenso a primera división.
“Me presenté, me hicieron un test, levanté pesas, me lanzaron algunas bolas para que atacara y ese mismo día firmé mi contrato. Primera vez que jugaba en segunda división, pero está bien, era la segunda división de Francia.
“En esta última campaña la meta era clasificar a los play offs, pero llegamos con solo dos derrotas y el entrenador nos dijo: ‘Tenemos un objetivo nuevo: quedar entre los tres’. No perdimos un juego y logramos el ascenso, eso fue una sorpresa. Allí hubo equipos que se gastaron mucho dinero para subir y nosotras no creímos en nadie. Fuimos a jugar los play offs a lo que saliera. Teníamos mucha crítica arriba, la gente decía que ya habíamos llegado hasta donde teníamos que llegar y que no iba a salir más nada, porque éramos la selección más floja. Eso nos motivó.
“A medida que fuimos ganando, empezamos a creer. Lo hicimos paso por paso, enfocadas en el rival de turno y notábamos como que la gente se preocupaba cuando nos enfrentaba. El director utilizó el contexto para fortalecernos. Recuerdo que en el último partido necesitábamos un punto para ser campeonas. Ganamos el primer set ampliamente y en el segundo íbamos delante 16-8 y lo perdimos, lo mismo en el tercero, con ventaja de 12. Había que ganar el cuarto para asegurar el punto, porque se nos escapaba el ascenso. El entrenador no podía hablar, las jugadoras se empezaron a poner nerviosas y tuvimos que gritarnos para despertar. Salimos a la cancha, nos abrazamos y cada punto de ese set fue con lágrimas. Lo logramos, todo el mundo respiró y al final también nos llevamos el tie break“.
—¿Cuál ha sido el momento más feliz de tu carrera?
—Los Panamericanos de 2011, porque mi mamá no me ha podido disfrutar en otras competencias. Tengo tantos recuerdos de esos juegos, de Ciego de Ávila, de la gente orgullosa de mí, de lo que hicimos y eso nunca se me ha borrado. En lo profesional, la final con Le Cannet. Llegamos ahí porque dijimos que íbamos a llegar; teníamos una media de 20 años y fuimos las novatas que rompieron la liga y nadie lo esperaba.
—¿Y lo más triste?
—La primera vez que perdí la clasificación para los Juegos Olímpicos con el equipo Cuba, en mayo de 2012. Ver cómo las dominicanas nos gritaban en la cara que ellas iban y nosotras no. Haber perdido contra ellas… no hubo nada más triste y que me llenara más de impotencia que eso. Es algo que nunca se me quita, porque no pude ir a la Olimpiada y encima que me lo hayan restregado en la cara, después de habernos preparado tan fuerte.
Junto a este pasaje, la avileña carga con los decepcionantes momentos que pasó cuando quiso desligarse del equipo nacional. “El trato que se me dio cuando decidí irme no fue el mejor. Primeramente, me quedé sola, se fueron todas, y me pusieron de capitana sin yo enterarme, como diciendo: ‘Espérate, vamos a aguantar a esta’. Me sentaba mucho a hablar con Ariel Saínz. Me dijo que no me podía ir, que si el ciclo olímpico, y dije que no. Expresé a las buenas mis deseos, lo que no hizo nadie, y lo que no pudieron hacer con todas las que se fueron me lo hicieron a mí
“Es cierto que después de eso me desaparecí de los entrenamientos unos cuantos días. Resulta ser que de buenas a primeras me mandan mi baja firmada por ellos mismos, como si hubiese sido yo; no me enteré de cuando hicieron mi reunión ni nada. Luego me pusieron una sanción de las que pone el Inder que no puedes ni jugar yaquis en un parque. Te desahucian como si hubieses sido lo peor. A mí el Inder aquí no me dio nada, ni el de La Habana ni el de Ciego de Ávila. Atendían a otros, pero nunca puse mi cara para reclamar algo que me debería haber tocado. A ellos no les debo nada, lo que me duele es el mal trato que me dieron siendo la que menos se lo merecía.
“Cuando vine al Inder a ver por qué me habían sancionado dos años sin salir de Cuba, porque debía salir del país, tuve que traer a una abogada y la gente que decía que estaban para el exterior de momento empezó a salir de las oficinas. La verdad que eso fue triste”, cuenta.
—¿Hallaste lo que buscabas cuando decidiste irte?
—Sí. Para mí lo más importante era ver el fruto de mi trabajo, hacer lo que me gusta, hacerlo bien y que me paguen por eso, que reconozcan el trabajo. Jugaba aquí porque le tenía amor a mi bandera, a representar a Cuba, pero en el momento en que cambió todo necesitaba salir y responderme por qué estaba jugando voleibol. Me fui tan decepcionada que me daba lo mismo jugar que no, pero me quedaba amor por el juego y terminé hallando lo que necesitaba.
—¿Qué le hace falta al voleibol femenino en Cuba para levantar?
—Tiene que abrir la mente. Tenemos mucho talento, un equipo que entrena y entrena, sin embargo hay que hacer lo que se hizo con el masculino, pues existen montón de jugadoras con demasiado que aportar y que pueden ayudar. Hace falta crecimiento mental, pensar en ganar sin importar quién esté al frente. Creo que se necesita un poquito de deseo. Lo primero es empezar a recibir ayuda, prácticamente a todas las compañeras de mi tiempo las llaman y seguro están dispuestas a jugar por Cuba.
A sus 31 años, Rosanna se encuentra motivada con el reto de volver a intentar el ascenso, esta vez con su nuevo club, el Sens Volley 89. En sus planes está jugar por dos o tres años más.
“Quiero formar mi familia. Ahora mismo estoy luchando un poquito con mi cuerpo, porque tengo algunos problemas hormonales y he subido mucho de peso, por lo que tuve que eliminar algunos medicamentos para tratar de que mi rodilla me aguante un poco más y jugar los próximos años todo lo que pueda entre las titulares. Ya después, según como me sienta, veré si decido seguir como jugadora de cambio. Pero ahora quiero estar en una cancha. Me gusta muchísimo lo que hago.
“No te voy a decir que me queda la incertidumbre de que podía haber estado en una liga mejor, porque estoy contenta con todo lo que he hecho. Me ha traído muchas alegrías, tanto a mí como a mi familia, los he podido ayudar como no puedes imaginar y me he sentido bien donde he estado”.
—Y si te llaman para volver a representar a Cuba, ¿lo harías?
—Estaría para ayudar si me lo piden, pero no creo que vuelva a jugar con el equipo nacional.
A orillas del Odet todo está en calma. Rosanna parece estarlo también. Debe mudarse a otra ciudad. Quimper quedará en el pasado y será solo un recuerdo más, uno cálido, que poco a poco se irá alejando, como el humo que se desprende de una taza de café.