La muerte de Ronaldo Veitía me sorprendió de madrugada, ese templo oscuro y silencioso que él, como nadie, aprendió, junto a sus estelares judocas, a transformar en momentos de luz y júbilo para una pequeña isla del Caribe. A miles de kilómetros de distancia, la energía del maestro podía levantarnos de la cama, sin importar el cansancio, y colocarnos frente a una pantalla a sudar con los combates de sus guerreras en los más lejanos tatamis del planeta.
Los Juegos Olímpicos de Sydney, Australia, son, quizás, el recuerdo más claro de esas noches mágicas. La gran puesta en escena de Sibelis Veranes, la eléctrica proyección de Legna Verdecia a la japonesa Noriko Narazaki, sus saltos de alegría, la recia mano levantada de Veitía para anunciar el ippon, sus enormes ojos abiertos y su exuberante sonrisa antes de elevar a Legna al cielo forman un perfecto cuadro de las imágenes que quedaron grabadas como parte de nuestros más dulces desvelos.
Pero no todo ha sido coser y cantar antes de nuestros amaneceres olímpicos. En Atenas 2004 nos fuimos sin títulos por primera vez desde 1992, justo cuando el preparador vivió su primera experiencia bajo los cinco aros al frente de la selección nacional. Después, en Beijing 2008, también madrugamos y sufrimos con Veitía por las injustas derrotas de Yurisleidys Lupetey y Yalennis Castillo, las cuales nos privaron del regreso a la cima estival.
Por desgracia, no siempre tuvimos la oportunidad de trasnochar para acompañar a Veitía desde el borde del tatami, donde empujaba y guiaba a muchas de las mejores atletas que ha parido Cuba. Me hubiera gustado verlo festejando el primer título mundial de la inigualable Driulis González en Chiba 1995, o las siete medallas del orbe en Osaka 2005, o el primer podio global de Idalys Ortiz en Tokio 2010. En cada uno de esos escenarios, el más completo entrenador en la historia del judo antillano forjó un legado que hoy es patrimonio del deporte cubano y mundial.
Una de las cosas que más me impresionó de Veitía es la admiración que provocaba, no ya dentro de su equipo, sino entre muchas estrellas de otras disciplinas. Ana Fidelia Quirot, leyenda del atletismo y una de las mayores fuentes de inspiración para cualquier ser humano, lo consideraba un padre, un educador, un hombre capaz de dejar su huella en las generaciones del presente y las del futuro, porque sus ideas y sus prácticas conforman una base de estudio sobre cómo formar atletas de máximo nivel.
Precisamente, su grandeza habría que medirla no solo por lo que aportó mientras tuvo las riendas del equipo nacional, sino por lo que todavía podemos aprender y poner en práctica para retomar la senda triunfal en un deporte que ha dado la impresión de navegar sin rumbo fijo durante los últimos tiempos. La cuestión está en mantener vivo ese legado y no engavetarlo en los despachos del recuerdo.
Que esto último sucediera, quizás, era el mayor miedo de Veitía, quien dejó la selección cubana después de los Juegos Panamericanos de Toronto 2015, cuando afloraron incomprensiones y cuestionamientos a su trabajo y sus métodos. “Sin dudas, estaba plenamente convencido de que podía seguir, pero ya llevaba 30 años en el cargo y eso parece que molestaba (…) Fue entonces cuando me di cuenta que era hora de terminar”, dijo en una entrevista a OnCuba en el 2021.
Luego de ese episodio, el estelar entrenador aseguró en más de una ocasión que muchos extrañarían su presencia, pero lo que más le preocupaba era que se sintiera su ausencia, porque eso solo significaría olvido. Afortunadamente, a nivel popular, ese olvido no parece cobrar vida; no hay evidencias que así lo demuestren hasta hoy, y tampoco entre sus discípulas, que vienen siendo uno de los más grandes tesoros que dejó.
“Jamás te olvidaremos”, dijeron Anailys Dorvigny y Dayaris Mestre. “Tu legado permanecerá por siempre. Dios te acoja en su santa gloria, campeón”, escribió Driulis González.
Junto con ellas, muchas más han dejado mensajes desde el corazón en sus perfiles en redes sociales, que a continuación reunimos:
Yanet Bermoy: “Qué tristeza siento, se ha ido el estelar profesor Ronaldo Veitía. Yo que pensaba que este 17 de diciembre velarías a tu viejito y le pedirías mucha salud. En paz descanse profe y reúnete con el amor de tu vida. Me uno al dolor de la familia, gracias por hacer de nosotras mujeres de bien y lograr convertirnos en campeonas a todas, el judo cubano está de luto.”
Yurisel Laborde: “Profe, hoy te vas a un mejor lugar para descansar en paz. Nos deja a muchos llenos de tristeza y dolor, pero a la vez con gratos recuerdos que jamás olvidaremos. Fueron muchas victorias y derrotas juntas las que vivimos, una historia inigualable que nada ni nadie podrá borrar. Fuiste duro y severo con tu equipo con el fin de convertirnos en campeonas. ¡Lo lograste! Y hoy agradezco la mujer fuerte y guerrera de la vida en la que me convertí. Vaya tranquilo y descanse al lado de su bella esposa, que su misión en la tierra quedó cumplida.”
Diadenys Luna: “Hoy, qué dolor tan grande llevo en mi corazón y en mi alma. He perdido a una persona muy, muy importante en mi vida, mi entrenador, amigo y padre en las buenas y malas. ‘El Veiti’, como lo llamábamos algunos, tengo tantas cosas que decir que no me salen palabras, pero lo único que voy ha decir es que te amé mucho y te seguiré amando porque siempre estarás en mi corazón y en cada rincón de este mundo. Descansa en paz y que Dios te cuide y guarde donde quiera que te encuentres mi gordo.”
Dayma Beltrán: “Hay noticias que por más que uno piense [que] está preparado, no es así. Después de perder a Mercedes era muy triste leer sus mensajes (…) Estará en un lugar mejor, mucha luz para su alma y que en su camino lo guíe su amada esposa. EPD Ronaldo Hilarion Veitía Valdivié. El profe, el gordo, el nazi, el más exigente, el que con sus métodos me hizo creerme que no importaba lo que pesara, a quien me enfrentara, podía ganarle a quien quisiera si me lo proponía. Con quien tuve tantas peleas en los largos 17 años en selección nacional, pero a quien también tengo MUCHO, MUCHO que agradecerle (después comprendí que la relación atleta-entrenador es de amor-odio). Nadie es perfecto, y él no lo fue, pero cada vez que se hable de resultados en el judo femenino cubano, estará presente porque es la realidad, y aunque eran otros tiempos, dejó la vara bien alta.”
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Cuando uno lee estas declaraciones, da la impresión de que cada una de ellas habla con Veitía como si todavía lo tuviera delante, como si su imagen imponente no desapareciera nunca. Ellas le hablan a ese Veitía que quizás nunca llegamos a conocer en público. Un Veitía reposado, pedagógico, analítico, sin gestos bruscos, sin tanta impulsividad. Un Veitía que, más allá de medallas y de reconocimientos, tenía como meta esencial inyectar valentía, principios, ética y valores que sirvieran a sus guerreras para toda la vida.