No importa que sea el penúltimo mes del calendario; la intersección de Santa Catalina y Primelles hierve de calor y a unos metros, en la Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte Manuel Fajardo, en el Centro de Investigaciones del Deporte Cubano (CIDC), está ella. Lleva varios años allí como colaboradora y especialista en el observatorio tecnológico. Luce algo diferente a la imagen que todos conocemos. Extrañamente parece más joven, más alta. Bromea en primera instancia y enseguida se aferra al primer tiempo técnico:
—Flaquito, mira apareció una reunión a las 10. ¿Cómo hacemos: empezamos y luego seguimos?
—Mejor esperamos que termine. Me quedo por aquí, me llamas y yo regreso.
—Okey —dice mientras verifica el número—. Ya. Te timbro.
Yumilka Daysi Ruiz Luaces nació el 8 de mayo de 1978 en Camagüey y, como casi todas las que serían sus compañeras de equipo, creció en una familia humilde. El barrio El Modelo de la capital provincial la vio correr, jugar kikimbol y empinar barrilete, como le dicen en su tierra al papalote.
“Tuve la suerte de aprender a jugar casi todo. Nos enseñaron los juegos de mesa en la casa: damas, parchís, dominó. Jugaba bolas, trompo, saco, zancos, burrito 21, al cogío, al cuatro esquinas… Tuve una infancia que recuerdo muchísimo, la tengo muy presente. En ese entonces no existía nada de tecnología; disfruté al máximo”, recuerda.
Era una chiquilla activa e inquieta, a quien desde pequeña le inculcaron el amor por el juego de la malla alta. Yumilka no olvida cuando la familia se reunía a ver el voleibol. Veinticinco personas y un solo televisor. Evoca esos instantes y habla de que vivían todos en un mismo patio, en casitas muy malas, siempre juntos.
“Mi mamá era una fanática del voleibol. Cuando lo ponían, se cambiaba el canal y disfrutábamos del partido. Continuamente estuvo esa influencia en mí, y después el apoyo por parte de mi familia.
“En aquel entonces existían las áreas especiales donde uno se iniciaba en el deporte. Se hicieron convocatorias para que los niños fueran a jugar la disciplina que quisieran. Desde un principio me gustó el voleibol. Hice las pruebas de habilidades y fui captada automáticamente para la EIDE Cerro Pelado. Entré con 8 años y pasé cuatro allí. Ya luego formé parte de la preselección nacional de cadetes, el sub 17, aquí en La Habana”.
—Cuando eras pequeña, ¿seguías a alguna jugadora?
—Sí. Tenía fijación con varias. Entre ellas, por supuesto, “Mamita” Pérez, Imilsis Téllez; empezaba la efervescencia y el auge de Mireya Luis, que era de Camagüey, y Josefina Capote, capitana del equipo Cuba en ese tiempo.
—¿Cómo evocas tu paso por la EIDE en Camagüey?
—Tuvimos la posibilidad de ganar dos Juegos Escolares. Fue una etapa muy bonita. Disfrutábamos de nuestra entrenadora Cándida Jiménez, que nos preparó muy bien para la vida. Era una profesora que nos mostraba cómo sentarnos, cómo hablar, no nos prohibía jugar bolas, trompo; nos enseñaba a lavar la ropa, a tender las camas, a estar peinaditas. Fue una época sana que deja recuerdos como estos. Ella siempre dijo que, ante todo, debíamos ser mujer en el sentido completo de la palabra. Y en la actualidad lo llevamos muy presente.
—¿Desde el inicio se planteó la posibilidad de integrar el equipo nacional en el futuro?
—Es difícil de decir, éramos muy pequeñas. En realidad me gustaba divertirme, jugar. No me interesaba nada. Además, no teníamos la meta de llegar al equipo nacional, o quizá estaba muy en el fondo. No te puedo mentir, cuando me hablas de equipo nacional, no lo tenía presente.
—¿Qué posibilitaba la formación de tan buenos voleibolistas en Camagüey?
—Se hacía un trabajo muy bueno y consciente. Llegábamos a La Habana con tremenda preparación técnica y eso facilitaba el camino para ascender a las diferentes categorías. El trabajo allá era excelente. Date cuenta, vine para La Habana después de los Juegos Panamericanos del 91 y junto conmigo subieron siete del equipo regular, más una del banco. Todas de la misma categoría; es decir, fue una captación bastante grande.
Recordar el momento de la bienvenida en la capital le saca una sonrisa. El contexto se antojaba complicado. Cuba comenzaba a entrar en el período más difícil después de 1959 y una niña dejaba su hogar para buscar un sueño que la llevaría a volar tan alto como aquellos papalotes de su infancia. Sin embargo, venir junto a muchas de sus compañeras amortiguó el impacto de llegar siendo adolescente a un entorno completamente distinto al acostumbrado.
“Era un cambio total, aunque me sentía cuidada y en familia. Llegamos a un curso en el que entraron alrededor de 18 o 20 atletas. Después, con el paso de los años, solamente llegamos tres al equipo nacional.
“Muchos entrenamientos los hacíamos en la ESPA nacional, hoy Club Habana, y otros en la Sala Polivalente Ramón Fonst. Nos llevaban en guagua. Era una vida nueva; pero muy divertida. En verdad ni me resistí ni sentí tanto el cambio. Además, conocía a otras jugadoras avileñas y espirituanas que vinieron en esa época”.
—¿Tendrás fotos de cuando jugabas?
—Creo que tengo algunas aquí en el teléfono —dice, mientras lo desbloquea.
La asaltan las memorias. Pasajes del ayer llegan al presente por medio de la pantalla táctil de seis pulgadas. Imágenes con el equipo nacional, su paso por la liga rusa, amigas que hizo y algunas fotos de los campeones cubanos de boxeo Arlen López y Robeisi Ramírez con sus medallas olímpicas; son las instantáneas que componen la galería de recuerdos.
—La de mis compañeros me gusta, por eso la tengo todavía –apunta mientras sigue pasando con sus dedos largos.
De repente, aparece una fotografía de ella recibiendo in extremis. El cuerpo arqueado, un pie en el aire, pelo en movimiento y la pelota en el preciso instante del contacto con sus dos brazos. “¡Ufff, esta me fascina!”, reconoce con entusiasmo.
Para 1993 pasó a formar parte de la preselección nacional de mayores y asistió a su primera base de entrenamiento en la altura mexicana. Pero en la categoría juvenil a Cuba le quedaba un Campeonato Mundial. Las jovencitas se llevaron el título con un equipo de ensueño, en el que estaban las campeonas olímpicas de Barcelona 1992 Marleny Costa, Regla Torres y Ana Ibis Fernández, entre otras. El hecho de haber incursionado poco en esta experiencia internacional no opaca los flashazos que le vienen a la mente.
“Era una de las jugadoras de cambio allí, porque en mi posición abrían Martha Sánchez o Mirka Francia, las pasadoras Marleny Costa y Taismary Agüero, y de centrales estaban Ana Ibis y Regla Torres. Logramos conquistar el Mundial, una competencia bonita, porque tuvimos contrarios muy buenos, Italia, Corea… y pudimos ganarles a esos equipos que ya venían con una historia”.
Compartir cancha con muchachas del equipo grande fue provechoso para Yumilka. Le dio aún más seguridad a la hora de enfrentar los adiestramientos con la selección mayor.
—Como ya tenía confianza con esas jugadoras, al llegar a la preselección nacional, independientemente de que era de las más jóvenes, me sentía en un ambiente cómodo. Solamente debía entrenar y dar lo mejor de mí.
—¿Cuán duros eran los entrenamientos?
—Muy fuertes, largos… Yo tenía una cualidad: me gustaba mucho entrenar y me divertía; era joven y no sentía tanto el volumen de ejercicios, la intensidad. Pero sí, eran extensos y siempre había bastantes metas que cumplir.
La camagüeyana sumó a su palmarés el título centroamericano en Ponce 1993, sin embargo, aún no formaba parte del grupo principal. En el año 95 tuvieron esos famosos entrenamientos de altura que eran la base para enfrentar las competencias internacionales. Estuvo en Japón, se coronó en la Copa del Mundo y finalmente quedó fuera de la escuadra conformada para representar Cuba en la cita continental de Mar del Plata 1995.
“Llevaron a compañeras con mucha más experiencia. Me lo informaron y permanecí conforme y tranquila. Ya en el 96, para los Juegos Olímpicos de Atlanta, sí logré ser parte de la selección nacional como tal.
“Allí estaba en el equipo. Solo jugamos uno o dos partidos; cuando más, tres; porque se dio la oportunidad contra rivales como Perú. Para mí fueron unos Juegos Olímpicos en los que no tenía ningún tipo de responsabilidad a la hora de jugar, aunque sí para entrenar”.
—¿Cómo aguanta una atleta joven los deseos de competir y asume que aún no ha llegado su momento?
—A decir verdad, conocíamos nuestro papel. Había voleibolistas muy por delante de nosotras. En mi caso, se encontraban en el cuadro regular Mireya Luis y Regla Bell, deportistas excepcionales, y como primer cambio Idalmis Gato. Sabía quiénes eran las jugadoras encargadas. Si pasaba algo, allí estaba Gato para entrar. Tenía ganas de jugar, sí, pero sabía que no iba a pasar, a no ser que se diera la oportunidad con equipos más débiles, como sucedió.
—En el Grand Prix de 1996 jugaste como titular. ¿De qué forma hiciste frente a la responsabilidad de comenzar a ocupar el lugar de una figura como Mireya Luis?
—En realidad, por el modo en que entrenábamos, no veía una responsabilidad tan grande. Era lo que sentía. Practicábamos todos los días como si fuéramos a jugar el último partido o clasificar para algo, y esto fue uno de los aspectos determinantes para poder incorporarnos dentro del cuadro regular y hacerlo de la mejor manera.
Yumilka añade que resultaba fundamental la confianza del colectivo técnico, que las hacía sentirse seguras de sus posibilidades y aptitudes en el tabloncillo.
“Los mentores te decían: ‘Hazlo como en los entrenamientos’. Inconscientemente, era como si estuviéramos entrenando. Además, eran muy inteligentes y no nos daban acceso a informaciones de la prensa en las que hablaban sobre la presión o responsabilidad que para ellos implicaba ocupar el puesto de Mireya Luis. No, no. Simplemente era un cambio: ‘Entras tú, si lo haces bien, perfecto. Esfuérzate y juega tal cual lo estás haciendo en la preparación’”.
—El año 1996 se caracterizó por las famosas trifulcas con las brasileñas. ¿Qué papel tuviste en esos episodios?
—Hay otras jugadoras que pueden dar más explicación, porque, verdaderamente, hay una cosa importante –se le escapa una sonrisa–: yo era una de las más delgadas, aparte de ser la más joven. Lo que pesaba era 54 kilogramos. Vaya, no era impedimento, pero en realidad desde mi punto de vista las brasileñas a mí no me habían hecho nada. Solo miré, en realidad no sabía qué debía hacer.
—¿Cuánta responsabilidad tuvieron las cubanas en lo que pasó?
—Nosotras estábamos en el banco y parece que, como se dice, se calentó la jugada allá en el partido. No estábamos dentro, no sabíamos lo que pasaba; sí gritábamos, hacíamos por la victoria. En la cancha hubo intercambios bastante fuertes terminados en esta… “trifulca”, como tú dices.
Cuba dominó los grandes eventos de voleibol en la década del 90; sin embargo, en los Grand Prix las Morenas del Caribe solo consiguieron coronarse en 1993 y 2000. Yumilka piensa que este tipo de torneos “se tomaban más bien como una competencia de preparación. Participamos en varias ediciones y cogíamos muchos segundos, terceros y cuartos lugares; pero íbamos tres, cuatro de la primera selección. Las demás se marchaban de vacaciones”.
—¿Cómo asumías el hecho de competir por premios en metálico y muchas veces no poder recibirlos o recibir solo una parte?
—Se atrasaban los pagos por unos procedimientos existentes; pero sí los recibíamos. Quizá no la cantidad que una hubiera deseado o la que pensaba. Había una escala de premios según el rendimiento. Éramos atletas muy jóvenes y viviendo en nuestro país en aquellos años a mí me daban un dólar y era la gloria. No veíamos tanto el tema del dinero.
—¿Creaba algún tipo de malestar?
—Puede haber existido inconformidad; pero los resultados estaban, ibas a batirte. Si me hablas un poquito de 2003 para acá, ya la concepción era diferente en los otros grupos. Para nosotras, primero Cuba. Todo lo que viniera después… bienvenido. Las jóvenes teníamos una mentalidad diferente. Queríamos un poquito más y, aunque nos daban un poquito menos, nos batíamos.
—¿Cómo recuerdas el Mundial de 1998?
—Fantástico. No se me olvida que a la última rueda de prensa fuimos la capitana, Regla Bell, y yo. Hubo un periodista que le preguntó al entrenador de Rusia: “¿A usted no le da pena que un equipo de jóvenes de Cuba venga y gane el Mundial?”. El entrenador se viró para la derecha, nos miró y dijo: “¿Quién es joven: Ruiz, que ya es campeona olímpica? No, esa no es joven. ¿Quién es joven: Agüero? Tampoco. ¿Torres, que es dos veces campeona olímpica?”. Empezó a mencionarnos a todas como diciéndole al periodista: “¡Tú tienes que estar loco!”, porque solamente faltaba Magaly Carvajal. Todas las demás habíamos sido campeonas olímpicas, estábamos ahí y conquistamos el Mundial. Esta experiencia fue divina.
Cuando llegó a Cuba supo que estaba registrando gran efectividad en ataque. “A nosotras nunca nos daban acceso a las estadísticas; parece que era una política del colectivo de entrenadores para evitar contradicciones sobre quién era mejor o peor, y nos enfocáramos en el rival con la estrategia trazada.
—¿Cómo tomaron la derrota en los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1999, teniendo en cuenta que el equipo estaba diezmado y tú estabas lesionada?
—En diez años no perdimos nada, sacando los Grand Prix. Ganamos todos los Norceca, los Mundiales, las Copas del Mundo. Perder los Panamericanos repercutió en nosotras, varias estábamos lesionadas y no nos fue bien. Después triunfamos en la Copa del Mundo del 99; o sea, que no nos afectó. Quizá desde el punto de vista político sí, pero hicimos lo que pudimos y, como siempre decía Eugenio, “nos fuimos con la que nos tocaba”. El equipo de Brasil llegó muy bien preparado, no tenía lesiones y nos ganó un partido de 5 sets, tampoco fue un 3-0.
—¿Jugaste lesionada?
—Sí.
—¿Por qué elige un atleta tomar ese riesgo?
—No es que lo decidas. Todo el mundo quiere lucir bien, representar a su equipo y determinaron que debía estar en el certamen. Se me dio mucha rehabilitación y jugué el último partido, hice hasta donde pude. No es una decisión como tal, sino que estaba dentro de la planificación, creo yo.
Tantos éxitos parecen abarrotar la memoria de la atacadora cubana. No recordaba haber triunfado invicta la Copa del Mundo del 99 que, en sus palabras, fue un título más.
“Teníamos una mentalidad tan amplia, luchadora, vencedora, que –quizá me equivoque– para nosotras era normal. Aparte, trabajábamos fuerte. Había que correr; que si le preguntas a Raiza O’Farrill, es como si se enfermara cuando escuchaba esa palabra. Corríamos como animales. Por tanto nos merecíamos ganar, según nosotras.
“Decíamos: ‘Esto alguien nos lo tiene que pagar’. No buscábamos dinero, pero los contrarios debían retribuirnos todo el esfuerzo. ¿Cómo lo cobrábamos? ¡Ganándoles! Ese era el pensamiento y fue una de las cosas que más nos ayudó en ese período. También veníamos de un equipo vencedor y solo necesitábamos mantener la bandera en alto. Luchamos y lo pudimos hacer.
—Por esos años, varias jugaron en ligas foráneas. ¿Cómo fue la experiencia?
—Desde el 97 tuve la posibilidad. Jugué tres temporadas en el Reggio Calabria, en el sur de Italia. Fue muy bueno, adquirimos experiencia y logramos resultados con esos equipos.
—¿Qué diferencias fundamentales estableces respecto a Cuba en cuanto a modos de entrenamiento y estilos de juego?
—Los estilos cambiaban, eran diferentes, y los entrenamientos eran muy cortos. Nosotras teníamos una reserva grande que nos permitía, con menos preparación física, poder estar en niveles altos de competencia. Es importante señalar que, como voleibolistas jóvenes, siempre viajábamos con un entrenador y luego nos pasaba visita el equipo nacional. Estuvimos chequeadas constantemente. La preparación física trataban de mantenerla lo más elevada posible durante todas estas temporadas.
—Previo a Sídney 2000 el equipo ganó el Grand Prix, lo cual no se lograba desde 1993. ¿Cuánto influyó en la manera de enfrentar los Juegos Olímpicos?
—Fue muy valioso. Ahí se dio la oportunidad de probarnos verdaderamente y ver cómo estábamos. Volvemos a caer en que era una competencia de preparación. Nos dimos cuenta de que estábamos bien y pudimos enfrentar la olimpiada con una mentalidad positiva. Nos dio una felicidad tremenda y ayudó con la confianza.
En aquel evento, Yumilka Ruiz fue seleccionada como la jugadora más popular de la competencia. El carisma, la sencillez y la entrega eran cualidades admiradas por los aficionados, quienes influyeron en gran medida en que la cubana se llevara el reconocimiento por encima de otras estrellas del voleibol a nivel mundial.
“No era una atleta muy mediática. Siempre trataba de dar lo mejor de mí en lo que podía. Pienso que gané el premio porque me divertía, jugaba feliz y no tenía límites en diferentes aspectos. No solamente en la parte de jugar voleibol, pues lo mismo tomaba un helado con la gente, que me reía y eso les fascinaba; además, tuvimos un rendimiento muy estable. Estaba contenta por poder recibir esto, que me lo hubieran dado delante de grandes conjuntos. Ser la más popular y estar entre las mejores del mundo era una felicidad tremenda.
Después de los títulos olímpicos de Barcelona 1992 y Atlanta 1996 se podía pensar que las Morenas del Caribe llevaban un peso extra por tener la posibilidad de encadenar tres medallas doradas de manera consecutiva. Sería la primera vez que Yumilka abriría de titular en una lid de esta magnitud; pero ella, tal como lo cuenta, parece haberlo tomado con extrema tranquilidad.
“No teníamos carga encima; era una fiesta, como cualquier otra competencia, entre comillas. Disfrutábamos y mirábamos a las estrellas y la foto, cuando se podía. No éramos el centro de los Juegos. Vivíamos suave, relajadas. Sin presión”.
Del choque final recuerda que nunca le pasó por la cabeza dejar escapar el oro, pues siempre estuvieron en juego, “batías”. Perdieron los dos primeros sets frente a las rusas por un margen muy cerrado.
“Sabíamos que podíamos, independientemente de que ya nos habían dado dos cocotazos. Nos vencieron Brasil y Rusia. Cierro los ojos y veo la final completa. Las rusas se estaban metiendo la net por el pecho. A veces decíamos que necesitábamos un poquito de ayuda y los santos aquí celebrando y nosotras allá, ‘batías’. Comentábamos: ‘¿Y esta gente cuándo van a llegar?’. Llegaron tarde, pero llegaron”, mira hacia arriba y sonríe por enésima ocasión.
—¿Algo en específico propició la remontada?
—Luchábamos. Queríamos ganar, igual que ellas. No eran mancas. No sé decirte si salió bien la técnica, la táctica o la parte psicológica, ¡qué sé yo! Solo sé que estábamos fajadas y deseábamos la victoria. Los técnicos nos apuntaban que las cosas se hacían bien; aunque se necesitaban pequeños ajustes. Teníamos claro que había que saltar duro a bloquear, lo hacíamos y las rusas se nos iban. Allí se iba el partido. Yo pasaba la nariz por encima de la net y no bloqueaba a nadie. ¿Cómo me explican eso? Miraba para el banco y preguntaba: “¿Por dónde se me va?”.
—En una ocasión declaraste haber fallado un montón de balones que nadie quería fallar. ¿Qué pasaba por tu cabeza? ¿Cómo te sobrepusiste?
—Te sientes muy mal porque dices: “¡Mierda! Ataqué con un solo bloqueo, el último punto lo fallé, ¡ahhh!”. Un desastre, pero bueno siempre hay alguna que viene y te impulsa: “Dale, no importa; para la otra”, y tú piensas: “Ok, para la próxima”, con el sentido de responsabilidad y de querer vencer; ya con esa bola no puedes hacer nada.
Al recordar el último punto, con aquella corrida de Regla Torres, su cara se vuelve de alegría limpia, sana.
“Cuando iba a sacar Marlen Costa, estaba Ana Ibis Fernández muy cerca de ella, porque Marlen se paraba muy pegadito a la línea. Y Ana Ibis le decía: ‘Ay, Marlencita, no lo falles. Ay, Marlencita, no lo falles’. Y ella, muy lista para ejecutar. Fíjate si era tan grande la concentración; era como si no la escuchara. Marlen golpeó, estábamos en la línea de atrás ella, Ana Ibis y yo, y bloqueaban Taismary, Regla Torres en el centro y Regla Bell en zona 4. En el momento de atacar las rusas, se la dan a Lioubov Chachkova, una de las mejores del mundo. No se me va a olvidar nunca. El bloqueo nuestro tocó el balón, la bola se alzó y fui a pedir la pelota. Marlen gritó: “¡No, yo, yo, yo…!”, y se la dejé a ella. Voleó por arriba bien pegadito para Taismary, que entró, hizo la imitación de ataque y automáticamente se giró para pasar a zona 2. No había nadie, ahí no había nadie en toda esa net y logramos nuestra medalla de oro con el remate de Regla Torres.
—¿Qué emociones te invadieron?
—¡Una locura! ¡Fantástico! Yo creo que en la foto no aparezco. Llegué tarde. Andaba corriendo y no sé para dónde yo iba. Cuando me viré, vi que estaban todas abrazadas. Yo sé que… lo que se siente es alegría.
—Luego de Sídney, ¿se podía vislumbrar el bajón paulatino que sufriría el voleibol en los años posteriores?
—Después de esa competencia debíamos incorporarnos en 2001, como mínimo, el 80 % del equipo; y por diferentes razones (jugadoras que querían tener a sus bebés, otras estaban de vacaciones fuera del país, otras ya no volverían) nos incorporaron solamente cuatro: Martha Sánchez, Zoila Barros, Taismary Agüero y yo. Nosotras llegamos al equipo nacional con base, después de 2001 toda la estructura desapareció. Comenzamos a trabajar con lo que había. Quizá fue el inicio de la debacle, como le llamamos ahora. En aquel momento no lo vimos, pensamos que se concentrarían más atletas; pero algunas buscaron sus bebés y otras se casaron o se quisieron retirar.
Ante la situación enfrentada por el equipo en el nuevo siglo, Yumilka Ruiz asumió los galones de capitana, pues contaba con la mayor experiencia entre las que quedaban. Era la hora de llevar la línea horizontal bajo su número en el uniforme y, con ello, la responsabilidad de sustituir nada menos que a Regla Bell.
—¿Cómo era esa tarea?
—Siempre digo lo mismo: ser capitana, dar el ejemplo. Ese fue un método, una guía y sirvió para sacar el grupo adelante. Eran voleibolistas muy jóvenes, con siete u ocho años menos que nosotras; tenían otra mentalidad. Solamente di el patrón en todo: hablaba bajito, era la primera en la pista, quien mejor hacía las pesas y la defensa. Les di el modelo, así pude engranar el conjunto y que me siguieran.
El Mundial de 2002, en Alemania (quinto puesto) y los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003 (segundo lugar) mostraron las lagunas provocadas por estos acelerados e imprevistos cambios. Existía calidad individual; sin embargo, como conjunto, la capitana reconoce que, esa vez, no había justificación. Se fueron, como les diría Eugenio, con la que les tocaba.
En 2004 resultó la mejor atacadora del Grand Prix, premio individual que recibió como recompensa al trabajo colectivo. “Era una jugadora muy versátil, no sé ni cómo logré ganarme esos galardones. Pienso que los premios que tenían que darme eran en el recibo, porque parecía una loca recibiendo y defendiendo; no obstante, en los países asiáticos eran mucho más efectivos.
—¿Cuál sería el punto más débil de tu juego?
—No me gustaba hacer el voleo por arriba. Al principio era muy mala en el servicio, no sé por qué. Ya después me convertí en una de las mejores sacadoras en suspensión del mundo. Pero voleando por arriba —hace un pequeño ademán— ni te digo.
—¿Por qué ha sido tan valorado el bronce en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004?
—En ese torneo nos llevamos un solo partido 3-0, todos los demás fueron 3-2 y perdimos contra China, a la postre campeón, también 3-2. Fuimos a pelear, éramos un conjunto con el que no se contaba y conseguimos sacar esta medalla de bronce que para nosotras fue la gloria. Era como un oro, porque ganamos todos los choques 3-2. Fue una presea muy luchada, no se contaba con ella y verdaderamente nos supo a oro. Trabajamos duro igual que los otros grupos. Este tenía menos experiencia, menos enfrentamientos internacionales; pero con una convicción y unas ganas tremendas. Había llegado el momento en que fuimos el hazmerreír de los equipos, aunque en lo individual había resultados. Es decir, había talento, podíamos.
A miles de kilómetros de su país, una cultura diferente le abría las puertas ese año. Una tierra de imperios, zares y obreros. El lugar en el que se materializaron sueños impensables y en el que se cometieron errores inexplicables.
Al frío suelo ruso llegó Yumilka Ruiz para representar al club Uralochka-NTMK Ekaterinburg. Su presencia significó un plus. Títulos, premios y récords ensancharon los méritos de la mítica número 1 en aquella experiencia por el gigante euroasiático.
“De seis a ocho meses pasábamos en Rusia. El idioma te golpea y no tuvimos mucha forma de hacer relaciones con gente de otros ámbitos, solo amistad con las compañeras. La vida ahí era como en un equipo nacional. Desayuno, entrenamiento, almuerzo, descanso, comida, descanso.
“Pudimos aprender muchísimo y logramos resultados. En la temporada 2004-2005, lo digo con mucho orgullo, fue la última vez que el club en que jugué ganó un campeonato y quedé como la mejor de toda la liga rusa.
En un partido, dando una auténtica muestra de lo que eran las voleibolistas cubanas, consiguió 53 puntos. Una barbaridad que solo puede lograrse conjugando capacidad física, talento y calidad.
“Hay jugadoras que han roto esta cifra en la liga coreana. No es que no sea bueno su torneo; incluso, por los indicadores, realmente son muy defensivas; aunque no con la estatura de las rusas. Por eso invito a la que quiera a romper ese récord en Rusia, en cuatro sets, no en cinco como se ha hecho en Corea”.
Las siguientes participaciones de la selección nacional continuaban quedándose por debajo. Con la mirada puesta en los Panamericanos, venía un objetivo importante para Yumilka. Esa presea no la tenía. Se avizoraba un nuevo reto.
La samba y el desenfado latino acogían los juegos continentales de 2007. Río de Janeiro era el lugar y, cuarenta y cuatro años después, Brasil volvía a ser sede de estas citas. El Cristo desde lo alto, con sus brazos abiertos, recibía a las cubanas para ser testigo de la reaparición del espíritu de las verdaderas Morenas del Caribe.
El desafío final, para hacer la historia más emocionante, fue frente a las locales auriverdes. La tensión se podía cortar con un cuchillo; o con un remate, un saque o un bloqueo. Las gradas echaban chispas; pero, contra todo pronóstico, Cuba se sobrepuso a la adversidad y ganó el juego 3 sets por 2.
Al fin lograba conseguirlo la camagüeyana, luego de un duelo emocionante que sacó a flotes la estirpe de grupos anteriores y en el que, otra vez, los santos, el destino o sabe Dios qué, pero sobre todo el talento y el trabajo se combinaron para inclinar la balanza a favor de las cubanas.
“Una de las medallas más lindas que yo recuerdo es esa. ¡Wao! Finalmente. A nosotras la suerte nunca nos ha abandonado. Cuando se ve el partido… Rosir Calderón nunca en su vida había hecho una defensa y defendió como tres pelotas con el marcador 16-15. Me supo a gloria; era la única de oro que no había podido lograr”.
La plata del Grand Prix de 2008 en Japón fortaleció las esperanzas de alcanzar el podio en los Juegos Olímpicos de Beijing. Sin embargo, mientras el tiempo va pasando los obstáculos parecen más difíciles de superar.
Yumilka veía en el horizonte su cuarta participación olímpica, en la cual, Cuba quedaría fuera del podio tras conquistar tres títulos y un bronce de manera consecutiva. La Muralla China sería impasable. Se han vencido once almanaques y no se ha vuelto a disfrutar de equipos como los de antaño.
En opinión de la ex capitana, en la ciudad asiática no pudo hacerse más y asegura que el resultado no influyó en su retiro.
“Ya había estado en cuatro Juegos Olímpicos y me había planteado otras perspectivas en la vida. Quería más tiempo para mí y al final terminé con la selección nacional y me fui a mi provincia. Estuve trabajando en la EIDE Cerro Pelado, haciendo el servicio social y el desentrenamiento. Aprendí muchísimo sobre cómo tratar a los jóvenes, a las niñas y me nutrí de mis entrenadores. Para nada me dio nostalgia”.
Más tarde, tuvo la posibilidad de ser miembro de la Comisión de Atletas del Comité Olímpico Internacional (COI).
“La misión era llevar las voces al mismo corazón del movimiento olímpico internacional. Ser elegida me dio un regocijo tremendo, porque éramos 35 candidatos y había deportistas de mucho nivel, de países europeos… y que hubiera salido la negrita, la cubana, fue fantástico; igual que poder representar a los colegas y más a los del tercer mundo, que votaron por mí para ser parte de la comisión. Pudimos, desde el punto de vista nuestro, ayudar a Cuba y a todos los atletas del mundo”.
—¿Qué sensaciones experimenta una jugadora acostumbrada a ganar al encontrarse impotente, en ocasiones, ante el paulatino descenso en los resultados de la selección?
—Trabajaba a diario al cien por ciento. Di el ejemplo como hicieron conmigo. Venía de un equipo victorioso, teníamos la mentalidad esa, por lo menos las más viejas. Por desgracia no pudimos mantener la hegemonía producto de muchas cosas, no solo que no estuvieran nuestras estelares: el mundo creció, el voleibol cambió y cambiamos con él. No llegamos por diversos factores, aunque en lo personal estaba satisfecha, porque daba el máximo día a día.
—Siempre se ha visto a las Morenas del Caribe como una escuadra muy unida. Sin embargo, se dice que no es tan así. ¿Qué hay de cierto en esto?
—Cuando hablas de equipo, lo importante era lo hecho dentro del terreno. Quizá existieran comentarios, pero si juego contigo y tengo afinidad en el voleibol no necesariamente tengo que tenerla también fuera del campo. No quiero ir a comer contigo. Son cosas normales que pasan en todas las selecciones. Vengo, jugamos; pero, al salir, si tengo carro, monto y me voy. Lo importante era la unidad dentro del tabloncillo.
Sin embargo, Yumilka asegura muy seria que tiene excelentes relaciones con todas sus compañeras, tanto con las de antes del 2000 como con las que llegaron después.
—¿Cuál es el recuerdo más grato de tu carrera?
—El oro de Sídney a todas nos marcó; no obstante, me encantó la victoria en los Juegos Panamericanos de 2007. Jugué lesionada todo el tiempo y haber ganado… yo decía: “Ay, Dios mío, estoy al final de mi carrera y nunca voy a ser campeona panamericana…”. Esa medalla para mí es… ¡Vaya! De hecho es una de las pocas que conservo conmigo.
—¿Qué pasa con las otras preseas?
—Están en la casa, en mi provincia natal. Son dos o tres las que tengo aquí. Fueron momentos maravillosos. Los Panamericanos siempre me van a sacar una sonrisa.
—¿Tu jugadora preferida?
—Mireya Luis.
—¿Rival predilecto?
—Me gustaba contra las rusas, no así contra Japón ni contra China; defendían mucho.
—¿Por qué llamabas a Eugenio George “el viejo”?
—Ah, porque ya estaba viejo. Él se reía y me decía: “Ustedes me cogieron a mí viejo y cansa’o”. Como atletas tuvimos la posibilidad de que fuera entrenador nuestro y estuvimos muy contentas. Nos enseñó, ayudó y educó. Era como un padre. Pero nosotras no teníamos relaciones personales con Eugenio, siempre hubo una línea que no se podía cruzar, por lo menos de aquí para allá. De allá para acá él debía auxiliarnos y guiarnos. Fue una relación muy bonita.
El encuentro se ha extendido un poco, parece que estamos en el tie break y Yumilka empieza a desesperarse. Gira el cuello en varias direcciones y trata de buscar una posición cómoda.
Resulta que se convence de jugar un punto más. El match point. Es turno de la última pregunta, la clásica para una jugadora clásica:
—¿Qué significó pertenecer a las Morenas del Caribe?
—Todo. Mi vida. Lo que soy y lo que tengo se lo debo a las Morenas del Caribe. ¡Cómo preguntan estos periodistas! Si yo lo hubiese sabido… ¡Qué va! –Comienza a reír–. Te digo que yo no doy entrevistas.
Afuera, noviembre de 2020 sigue sin enfriar. El cielo está despejado, perfecto para llenarlo de cometas. Así podría empezar una película de su vida, romántica y de acción, como le gustan. Una niña, rodeada de césped, que echa a volar sus sueños en un papalote sin saber que alcanzaría la misma altura, llenando de remates las canchas contrarias para llegar al Olimpo, el de estrellas eternas del voleibol.
*Esta entrevista forma parte del libro Tie Break con las Morenas del Caribe, publicado por UnosOtrosEdiciones. Pincha el banner para leer la serie completa: