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El 7 de agosto de 2024 es una fecha que Yusneylis Guzmán jamás podrá olvidar. Sabe que desde ese día su vida cambió. En la Arena Campo de Marte, muy cerca de la torre Eiffel, la estadounidense Sarah Hildebrandt celebraba el oro, mientras Filiberto Delgado consolaba a una muchacha que se coló en la historia, al convertirse en la primera luchadora cubana en subir a un podio olímpico.
Era la medalla de los 100 gramos, la de la frustración de la atleta india Vinesh Phogat, que se pasó en la báscula y dio entrada a la “Chiqui” Guzmán en la final. Lágrimas de plata que corrían a modo de agradecimiento, como un homenaje a sí misma, a sus padres, al tío que le daba 10 pesos cubanos convertibles para que pudiera competir fuera de La Habana.
No hay crédito a la suerte. El 7 de agosto fue simplemente como volver a nacer. Un regalo de cumpleaños que se adelantó unas pocas horas.

El camino al Olimpo no es por la libre
Yusneylis Guzmán (8 de agosto de 1996) creció en el capitalino municipio de Diez de Octubre y a los 12 años, gracias al embullo de su madre, se encaminó hacia la lucha libre. En ese momento había comenzado a verse con mejores ojos que las mujeres compitieran varios deportes vetados para ellas durante mucho tiempo, debido al conservadurismo y al desconocimiento existente en el país.
“En aquel entonces la lucha estaba ganando popularidad y mi mamá, que fue judoca, me insertó en ese deporte de combate, porque siempre he sido muy hiperactiva. Al principio me lo tomé como un juego, no sabía la responsabilidad que tendría poco tiempo después”, recuerda.
Un año más tarde, la “Chiqui” estuvo entre las muchachas que ascendieron a la ESPA Nacional, escuela en la que pasó tres cursos, hasta que su talento se pulió lo suficiente como para ser llamada al equipo nacional. La exigencia sería otra, lo sabía bien, pero nada podía matarle las ilusiones.
“Llegué al Cerro Pelado en septiembre de 2012, luego de los Juegos Olímpicos de Londres. Mi mentalidad en esta escuela de alto rendimiento cambió mucho, comencé a interactuar con figuras de mayor nivel y coincidí con un ídolo como Mijaín López. Eso me motivó muchísimo”, rememora, ya acomodada en un quicio rodeado de hierbas, a las afueras de un gimnasio.
No fue sencillo establecerse como primera figura y, a pesar de que no imaginaba por esa época estar donde está hoy, siempre trató de mejorar cada día, con los pies en la tierra y el deseo de triunfar que jornada a jornada le recordaba sus metas, incluso cuando los pensamientos debatían otras posibilidades.
“Soy muy perseverante en la vida, vengo de una familia humilde. Mis padres eran pobres, por eso me gusta sacrificarme a plenitud cuando quiero obtener algo. Recuerdo que iba a casa de un tío mío en el Vedado a pedirle 10 cuc —peso cubano convertible— para poder viajar y competir en otras provincias. Nunca tuve la posibilidad de que mis padres me lo dieran todo y lo agradezco, porque me impulsó a luchar con fuerzas por los objetivos.
“Siempre lo digo, estoy orgullosa del barrio de donde soy, de mi gente y de mi familia. En aquellos años en que llegué al Cerro Pelado era una más y me propuse viajar para combatir en el extranjero, que me reconocieran por el televisor… ser primera figura de mi división”, asegura la doble medallista panamericana juvenil (oro en Venezuela y bronce en Cuba).

Con mucho trabajo, sus sueños se hicieron realidad y llegó a ser la número uno de su categoría en Cuba, lo cual le hizo sentir un tremenda responsabilidad sobre sus hombros, sobre todo en su primera gran competencia en el extranjero: los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz 2014.
“Era muy joven, solo 18 años. Estaba muy nerviosa por debutar en un certamen de buen nivel competitivo. Mis entrenadores y el psicólogo me ayudaron bastante y creo que lo asumí muy bien. Salí con una mentalidad muy clara, no tenía nada que perder y sí mucho que ganar. Afortunadamente alcancé la medalla de plata y eso favoreció a que me conocieran un poco más en diferentes lugares, o sea, mi vida empezó a cambiar”, explica.
A nivel regional exhibe en su palmarés preseas de los tres colores, pues a la plata en Veracruz sumó un bronce en Barranquilla 2018 y el cetro en la cita de San Salvador 2023, año en el que también logró hacerse de la corona continental en los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile.

“Sobre esas medallas de oro en 2023, recuerdo decirle a mi madre que, antes de irme de la lucha, deseaba ser campeona centroamericana y panamericana, y los dos sueños se me cumplieron en cuestión de meses. Acerca de la final de los Juegos Panamericanos de Chile 2023 te digo que fue bastante intensa, pues me enfrenté a una adversaria muy reconocida en el área, la ecuatoriana Jacqueline Mollocana. En esa pelea hice mi trabajo, cumplí las orientaciones de mi entrenador y felizmente conseguí la victoria”.
París: sorpresas a orillas del río Sena
El tiempo corre y varias de sus compañeras van saliendo del gimnasio. Los entrenadores que pasan cerca le hacen bromas y algunos recalcan que es muy conversadora. Ella sonríe y los mira, como advirtiéndoles que tendrá revancha. Las preguntas sobre sus incursiones olímpicas la vuelven a meter en la charla.
Primero evoca el recuerdo de Tokio 2020, donde terminó en el lugar 12, una posición que, asegura, le sirvió para alimentar sus deseos de volver a participar en una competición tan prestigiosa y mejorar su resultado. “Los resultados del 2023 me empujaron a confiar más en mí y a aspirar a actuaciones superiores. Cuando aseguré mi boleto para París 2024, supe que debía entrenar con más fuerzas, pero no tenía muy incorporada la pretensión de conquistar una presea”, precisa.
Entonces, las escenas de la aventura bajo los cinco aros de París salen de su boca de un tirón: “Un deportista nunca puede pensar en la final sin pasar antes por el camino que te lleva a la discusión del título. Nuestro primer contrario siempre es la pesa, si te pasas, pierdes. Cuando conoces el pareo debes estudiar al contrario, cada rival tiene un estilo y hay que analizarlo para preparar una táctica. Eso hice en cada uno de mis combates.
“Mi primera pelea fue con la turca Evin Demirhan Yavuz y siempre supe que si la derrotaba tendría grandes posibilidades de avanzar hasta semifinales. Gracias a Dios vencí 7-6 y después choqué con la lituana Gabija Dilyte, con quien me medí por primera vez y me sentí mucho más cómoda, al punto de derrotarla 10-0. En semis me enfrenté con la india Vinesh Phogat, quien meses antes, en un torneo en España, me doblegó 14-4”.
Yusneylis Guzmán, primera cubana en una final olímpica de la lucha
Ese antecedente, de alguna manera, condicionaba a la “Chiqui”: “Cuando te mides a una atleta que te derrotó no es que sientas miedo, pero sí tienes presión. Ella me volvió a ganar, aunque sé que di lo mejor de mí, me entregué completamente. Entonces mi mente se preparó para discutir la medalla de bronce al día siguiente”.
Sin embargo, mientras se acercaba la hora del combate, un rumor empezaba a crecer por los pasillos. La india Vinesh Phogat quizás se había pasado de peso apenas unos gramos. Aquello era diferencia suficiente para que Guzmán ocupara su lugar en la final y asegurara la primera medalla olímpica en la historia de la lucha cubana. La tensión iba creciendo, al punto de ser desquiciante.
“Estaba en el comedor en ese momento, con el profe Filiberto Delgado, y él me dijo que fuera para la habitación a descansar. Descansé poco. El teléfono no paraba de sonar, todos me escribían o llamaban para felicitarme y darme apoyo. Le pedí mucho al Señor: ‘«Diosito dame la oportunidad, por favor, dame la oportunidad». Lloré, grité. Fue desesperante aquello, la verdad, hasta que el profesor me dijo que me preparara, que ya era súper oficial, porque mi inclusión en la final había salido en la página del evento.
“En la lucha existen dos pesajes oficiales y en el segundo la india se pasó por 100 gramos. En ese momento viví tensión y a la vez demasiada alegría. Te digo que hay que pasar por eso para saber de lo que hablo. Le pedí mucho a Dios y se cumplió. No es lo mismo discutir un bronce, pues si pierdes, quedas fuera del podio, pero estar en una final te asegura ser medallista. Imagínate que te digan que no discutirás bronce y sí oro, las emociones que tuve fueron muy grandes”.

Lo único que Yusneylis pidió en ese momento fue hablar con su mamá: “Ya sabía que era medallista segura, la primera de la lucha femenina cubana en la historia, y solo pensaba en la familia. Hablé con mi mamá por cámara y le dije: «¡Mami, tu hija es medallista olímpica!» Me emocioné demasiado”.
Los recuerdos le sacan las lágrimas, que brotan como resultado de esa lucha interna que tienen casi todos los seres humanos. Y es que la mayoría de las veces preferimos guardar todo lo que nos afecta en los profundos rincones de la discreción, sumando desagravios a una carga que, en algún momento, comienza a hacerse pesada.
“Salí a dar mi mejor versión en la final contra la estadounidense Sarah Hildebrandt, quien me derrotó por 10-0 en el Campeonato Panamericano de Argentina, en 2023. No me quedé satisfecha después de esa pelea, siempre pienso que se puede más, pero acabé muy orgullosa de mí, pues perdí por 3-0, es decir, que mejoré bastante en comparación con aquel enfrentamiento de 2023.
“Me emociono mucho al hablar del tema, porque son cuatro intensos años de preparación para, primero, llegar a los Juegos Olímpicos, el sueño de todo deportista, todo un desafío. Y después conquistar una medalla es otro reto enorme. Detrás hay muchas cosas que la gente no conoce, presenté varios problemas familiares y lesiones durante la preparación, situaciones que me chocaron y a la vez me obligaron a crecer.

“Solo yo sé cuánto lloré y sufrí antes y durante los Juegos. Cada vez que me tocan este tema se me salen las lágrimas. Tengo a mis padres enfermos y ellos me inspiran. Hay veces que uno dice que no quiere seguir, que no quedan apenas deseos, es decir, por un lado está el diablito con eso, y por el otro Dios diciéndote que sí, que tú puedes”, afirma.
La historia de los 100 gramos
La india Vinesh Phogat se pasó 100 gramos en el peso y perdió cualquier oportunidad de discutir la corona olímpica en París. Pero esa nota es solo la punta del iceberg de una historia en la que Yusneylis Guzmán, en las sombras, también fue protagonista con su actuar profesional, a pesar de que algunas opiniones restan mérito a su resultado final en la capital francesa.
“A quienes le han quitado mérito a mi medalla por lo sucedido en semis con la india les recuerdo que la lucha tiene dos pesajes oficiales. En el primero, el 6 de agosto, no tuvimos problemas con la báscula. Al día siguiente, ella se pasó por 100 gramos en la segunda prueba, y yo cumplí con el reglamento, con mi peso. Como he dicho antes, no fue suerte. Gané mis dos combates iniciales, perdí en semis, pero ella no cumplió con el peso.
“Cuando terminé la semifinal, me vestí y fui con Gabriel Rosillo a correr en una estera. Luego me metí en una sauna para poder llegar al peso. Me acosté con 400 gramos por encima de lo permitido y se lo comenté al profe Filiberto. Le dije que estuviera tranquilo, que esos 400 gramos los perdía. Él me levantó a las 6 de la mañana del 7 de agosto y cuando me pesé, tenía 100 gramos de más. A esa hora me forré (con abrigos), fui para una estera a correr 20 minutos y después a la sauna para poder bajar los 100 gramos.
“Muy pocos saben de esto, por lo tanto, una vez más digo que no fue suerte. Pasé hambre, apenas tomé agua, corrí muchísimo en una estera y estuve buen tiempo en una sauna para cumplir con lo establecido”, manifiesta.
La huella de la “Chiqui”
La “Chiqui” prefiere dejar pasar los criterios negativos, como hizo hace años con quienes se burlaban de ella por practicar la lucha. Es la hora de saborear los éxitos y, por qué no, buscar nuevos triunfos.
“Ser subcampeona olímpica es algo que disfruto mucho, soy un ejemplo para mis compañeras en el gimnasio, las personas me reconocen en muchos lugares, la vida me cambió, es algo bello. El día de mañana recordarán mi nombre, porque pasé y dejé una huella. Cuando se hable de la lucha femenina cubana el nombre de Yusneylis Guzmán siempre va a resaltar. Ser parte de la historia me da un orgullo tremendo como mujer cubana.
“Nunca he pensado en qué pasará conmigo cuando deje el deporte. He estado casi toda mi vida sobre los colchones. No me veo fuera de esto. Ni siquiera la posibilidad de quedarme sin medallas en París me hubiera hecho pensar en el retiro, jamás tal opción ocupó mi cabeza, creo que eso es cosa de cobardes. He tratado de tomar todo siempre como experiencias enriquecedoras. Cuando llegue el momento de estar fuera, sé que me chocará bastante. Ahora mismo mi mente sigue en los entrenamientos, ya veremos después qué viene”.
Su mentalidad está muy influenciada por la cercanía con el entrenador Filiberto Felgado, otra figura indispensable en la historia de la lucha cubana. “Casi todos mis logros en el deporte son gracias al profe. Llevamos dos ciclos olímpicos trabajando juntos, le he dado bastante guerra –sonríe–, pero ha encontrado la manera de educarme y enseñarme el camino correcto. Me ha dado la mayor confianza con cada uno de sus consejos, ya sea desde la esquina, en los entrenamientos o fuera de los colchones. Es un padre más para mí, nos ha inculcado muchos valores y para la lucha femenina cubana representa demasiado. Hoy, mañana y siempre le estaré agradecida por todos estos años”.
Aunque le cuesta, hace silencio por un momento y posa para las fotos. En el gemelo de la pierna izquierda lleva el tatuaje de los Juegos Olímpicos de Tokio. El de París lo luce en una zona cubierta de su cuerpo. Mira al lente en posiciones de combate. Se cruza de brazos. Ríe.
Yusneylis Guzmán ha aprendido a valorar las cosas buenas de la vida. Entra al colchón cubriéndose con el abrigo del equipo Cuba y la luz tenue oscurece el azul de las letras en la espalda alta. Se sienta en el centro de la duela. Solitaria. Inmóvil. Tal vez medita sobre el pasado o visualiza algún escenario futuro.

A lo mejor se lamenta porque Sarah Hildebrandt se retiró y ya no habrá revancha. Pueden ser muchos los pensamientos de un deportista en momentos de abstracción. Su cuerpo espera por el tatuaje de una presea del orbe que no tiene y que, según sus propias palabras, la haría una “atleta más completa”. Su cuerpo espera por la marca eterna de una medalla que no se oxide y, que, al mismo tiempo, nos recuerde un legado que todavía puede agrandar.