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Por Susana López Ortiz, Universidad Europea Miguel de Cervantes; Alejandro Santos-Lozano, Universidad Europea Miguel de Cervantes y Celia García Chico, Universidad Europea Miguel de Cervantes
En 1967, Marta Cinta fue primera bailarina del Ballet de Nueva York. Casi 50 años más tarde, en 2014, llegó a una residencia de Alicante con un diagnóstico de enfermedad de Alzheimer. Allí pasó sus últimos años de vida, hasta marzo de 2020, momento en que falleció.
Al ingresar en el centro, seguramente muchos pensaron que ya no quedaba “nada de ella”. Sin embargo, un día, un terapeuta que formaba parte de la iniciativa “Música para Despertar”, decidió ponerle la música del famoso ballet El Lago de los cisnes de Piotr Ilich Chaikovski, y la reacción de Marta emocionó a todo el país.
La artista de origen español empezó a bailar en su silla de ruedas, moviendo los brazos con una delicadeza que parecía imposible para alguien con su enfermedad.
El baile de Marta Cinta en una etapa en la que ya presentaba un estado avanzado de la enfermedad hizo que muchos pensaran en la posibilidad de reenfocar el tratamiento del Alzhéimer: ¿y si el quid de la cuestión estuviera en cómo entendemos la capacidad de las personas mayores que padecen esta enfermedad?
Definiendo la capacidad intrínseca
Para dar respuesta a esa pregunta, en primer lugar, nos remitimos al concepto de capacidad intrínseca, introducido en 2015 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el Reporte Mundial de Envejecimiento y Salud. Según sus autores, el concepto hace referencia a todas las capacidades físicas y mentales de un individuo en un momento dado, y no solo a sus carencias y enfermedades.
Desde entonces, la OMS identifica cinco dimensiones principales de la capacidad intrínseca: locomoción, cognición, estado psicológico, vitalidad y capacidades sensoriales (definidas por la capacidad de audición y de visión de la persona).
Un enfoque más positivo
En la actualidad, las personas mayores buscan atención médica cuando ya se ha producido un declive evidente de sus capacidades o cuando ha ocurrido un evento adverso. Sin embargo, la evidencia científica demuestra que el deterioro funcional puede manifestarse antes de que aparezcan síntomas clínicos evidentes de demencia. Además, nos consta que este desgaste puede retrasarse o revestirse si se llevan a cabo las intervenciones adecuadas.
Desde esta lógica, la capacidad intrínseca se focaliza en evaluar las capacidades que se mantienen (no las que se pierden) y esto puede ser especialmente crucial en enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer.
La anticipación como estrategia
La enfermedad de Alzhéimer, una patología neurodegenerativa crónica y progresiva, ha sido tradicionalmente abordada desde una mirada centrada única y exclusivamente en la pérdida de memoria. No obstante, esta concepción puede ser considerada reduccionista, ya que minimiza a la persona a su deterioro e invisibiliza aquellas capacidades que aún permanecen intactas como la capacidad sensorial, psicológica o motora.
El enfoque desde la capacidad intrínseca busca precisamente lo contrario: observar, prevenir y preservar. De hecho, la detección temprana de deterioros de cualquiera de las capacidades puede ayudarnos a crear intervenciones individualizadas y eficaces que ayuden a mantener una capacidad intrínseca adecuada durante más tiempo.
Además, un deterioro en cualquiera de los dominios de la capacidad intrínseca puede conllevar una reacción en cadena. Por ejemplo, una pérdida de la audición no detectada a tiempo puede abocar a un aislamiento social, lo que podría afectar al estado de ánimo promoviendo estilos de vida más sedentarios.
Mejorar la vida de las personas con Alzhéimer
De acuerdo con el último informe mundial sobre la enfermedad de Alzheimer, en torno a un 40 % de los casos de demencia podrían prevenirse o retrasarte actuando sobre doce factores de riesgo a lo largo de la vida, como la educación, la inactividad física, la hipertensión o la salud auditiva.
Estos factores están presentes desde etapas muy tempranas, por lo que la prevención no solo es responsabilidad del sistema sanitario, sino también de políticas públicas, comunidades y entornos educativos.
Actuar sobre ellos no requiere de intervenciones clínicas complejas, sino de estrategias individuales y comunitarias que ayuden a potenciar la capacidad intrínseca de estos individuos. Por ejemplo, el fomento de la actividad física, que fortalece la dimensión locomotora; la implementación de terapias cognitivas y de estimulación sensorial, contribuye a mejorar la cognición; o la creación de espacios de encuentro para personas mayores, por su importancia a la hora de cuidar el aspecto psicológico.
En definitiva, más allá de los ensayos clínicos y las búsquedas de nuevos biomarcadores, la capacidad intrínseca podría convertirse en una poderosa arma para anticiparnos a los efectos del alzhéimer y mejorar la vida de quienes lo padecen.
Un estudio longitudinal en el que se analiza la trayectoria de la capacidad intrínseca en casi 15 000 personas ha demostrado que la merma en dominios como la locomoción o la cognición predice con gran fiabilidad la aparición de demencia, discapacidad y mortalidad.
Objetivo: preservar la independencia
Hemos visto la utilidad de la capacidad intrínseca para un nuevo abordaje de la enfermedad de Alzheimer, pero también se posiciona como uno de los principales conceptos para entender el envejecimiento saludable. Así se recoge en la Década del Envejecimiento Saludable (años 2020-2030), un documento que muestra la estrategia de la OMS sobre el envejecimiento y la salud.
El informe define envejecimiento saludable como el “proceso de fomentar y mantener la capacidad funcional, el cual facilita el bienestar en la edad avanzada”. Asimismo, sus autores señalan la calidad de vida de las personas mayores y de sus familias, así como de las comunidades en las que conviven, como principal objetivo del envejecimiento saludable.
Para lograrlo, la OMS propone cuatro áreas de acción esenciales para pasar de un modelo de dependencia a un modelo de participación activa:
- Cambiar la forma en que pensamos sobre la edad y el envejecimiento.
- Crear comunidades que apoyen las capacidades de las personas mayores.
- Ofrecer atención integrada y centrada en la persona.
- Garantizar el acceso a cuidados de larga duración cuando sean necesarios.
Conocer y comprender las dimensiones que componen la capacidad intrínseca y los factores de riesgo que influyen en el inicio y la progresión de la demencia permitiría el desarrollo de estrategias orientadas a preservar las capacidades físicas y mentales de las personas mayores. Por ejemplo, actividades dirigidas como entrenamiento funcional o estimulación cognitiva.
Por si fuera poco, incorporar evaluaciones de la capacidad intrínseca a lo largo de vida podría mejorar la comprensión de las conexiones en los procesos que subyacen al envejecimiento y la adherencia a estilos de vida saludables.
Fomentar estos hábitos no solo incrementaría los beneficios que proporciona su práctica, sino que también favorecería su mantenimiento a largo plazo, impulsando un envejecimiento activo, saludable e independiente.
Susana López Ortiz, Personal Docente e Investigador en Ciencias de la Salud, Universidad Europea Miguel de Cervantes; Alejandro Santos-Lozano, Chair professor, Universidad Europea Miguel de Cervantes y Celia García Chico, Personal Docente e Investigador en Ciencias de la Salud, Universidad Europea Miguel de Cervantes, Universidad Europea Miguel de Cervantes
Este artículo fue publicado en The Conversation. Lea el original.