, Hope College
Las palabras no son suficientes cuando bombas de más de 900 toneladas destrozan vidas y miembros.
El número de niños muertos en los ataques israelíes contra Gaza es devastador: al menos 13 000 en los seis primeros meses de guerra. Pero de alguna manera me dejan aún más estupefacto los titulares, apilados uno tras otro, sobre niños que han conseguido sobrevivir a un bombardeo pero a costa de una de sus extremidades:
-
En noviembre: “Quiero recuperar mis piernas”: los niños amputados de la guerra de Gaza.
-
Unos días después de Navidad: “Los niños de Gaza se enfrentan a amputaciones sin anestesia”.
-
En enero: “Más de 10 niños pierden las piernas en Gaza cada día”.
-
En febrero, lo sombrío se había vuelto grotesco: “Amputación en la mesa del comedor”.
Aunque la escala actual de amputaciones pediátricas no tiene precedentes, la pérdida de miembros y la división de territorios han sido características demasiado comunes de la experiencia palestina desde la Nakba, o “catástrofe”, de 1948, cuando 750 000 palestinos fueron expulsados de sus tierras o huyeron de ellas.
Por esta razón, la amputación ha desempeñado durante mucho tiempo un papel importante en la literatura palestina. En los relatos de los escritores palestinos que he estudiado y traducido, los miembros perdidos representan tanto la pérdida física como la metafórica.
La amputación como indignidad
Durante la Nakba, miles de palestinos desplazados huyeron a países como Líbano, Siria e Irak, donde las condiciones para los refugiados eran terribles.
La novela de Ghassan Kanafani de 1963 Hombres en el sol es la historia de tres palestinos que intentan emigrar clandestinamente de Irak a Kuwait en busca de una vida mejor.
En el clímax de la novela, los refugiados mueren asfixiados mientras se esconden en el depósito de un camión en la frontera, consecuencia, según sugiere Kanafani, de su timidez ante la opresión. Sin embargo, dos ejemplos de amputación en la historia revelan las ideas más complejas del autor sobre el victimismo interiorizado.
La primera amputada que los lectores conocen en la novela es Shafiqa, la madrastra de uno de los refugiados, Marwan. Shafiqa perdió la pierna durante el bombardeo de Jaffa por grupos paramilitares sionistas en la guerra árabe-israelí de 1948. Su marido, el padre de Marwan, se casó con ella para acceder al dinero que ella recibe de la caridad. Marwan desprecia a Shafiqa, la considera la causa de la escisión de su familia y la llama “esa mujer deforme”.
En un momento dado, mira a su madrastra con una especie de curiosidad asqueada:
Estaba sentada sobre una alfombra de piel de cabra. El bastón yacía a su lado, y él pensó: ‘Me pregunto dónde termina su muslo’.
El retrato que hace Kanafani de la amputación es tan despiadado que algunos lectores podrían preguntarse si roza la culpabilización de las víctimas. Pero el personaje de Shafiqa en realidad representa los peores temores del autor sobre las víctimas que se convierten en objetos de explotación, y Hombres en el sol es en última instancia un cuento con moraleja que llama a los palestinos a luchar contra el victimismo a toda costa.
Sin embargo, Kanafani también quiere que los lectores comprendan que incluso los que resisten pueden ser humillados y degradados. Eso es lo que le ocurre al personaje de Abul Khaizuran, el contrabandista al que Marwan y sus compañeros contratan para que les ayude a cruzar la frontera.
Khaizuran es el antihéroe de la novela. Es el responsable último de la muerte de los tres refugiados, pero se niega a aceptar cualquier culpa.
En sus días de gloria, Khaizuran había sido un combatiente de la resistencia, pero en la guerra de 1948 sufrió una herida que le llevó a un tipo diferente de amputación: la castración quirúrgica.
Durante diez largos años había intentado aceptar la situación. ¿Pero qué situación? ¿Confesar simplemente que había perdido su virilidad por el bien de la patria? ¿Y de qué había servido? Había perdido su hombría y su patria, ¡y al diablo con todo!
Luchar por la propia dignidad no garantiza en absoluto conservarla; al mismo tiempo, el victimismo y el nihilismo pueden ir de la mano.
En un flashback, un médico intenta razonar con un inconsolable Khaizuran tras su operación. “Al menos es mejor que morir”, le dice el médico.
“No”, responde él. “Es mejor estar muerto”.
Los palestinos sometidos a amputaciones se enfrentan hoy a una “elección imposible” similar entre la vida y el miembro. En circunstancias normales, muchas de las amputaciones que tienen lugar en Gaza podrían evitarse. Pero debido a las condiciones insalubres y al limitado acceso a la atención hospitalaria, los pacientes corren el riesgo de contraer infecciones, lo que obliga a los médicos a recurrir a la amputación como medida para salvar vidas.
En general, la medicina moderna permite a los niños amputados tener un futuro en condiciones saludables con cuidados regulares. Pero este nivel de tratamiento es imposible en Gaza.
Con los hospitales asolados por los bombardeos israelíes y mientras se impide la llegada de suministros médicos, cada paso del proceso de amputación –desde la propia operación, pasando por el tratamiento postoperatorio, hasta la gestión de la discapacidad– se ve empañado por el dolor y la indignidad.
En 1972, agentes israelíes asesinaron a Kanafani, que también era portavoz del Frente Popular para la Liberación de Palestina, facción palestina de izquierdas. Momentos después de que su esposa, Anni, le diera un beso de despedida, una explosión sacudió su casa en Beirut. Anni bajó corriendo las escaleras y encontró los restos de su coche y, junto a ellos, la pierna izquierda de Kanafani.
La amputación como desunión
Yousri Alghoul, autor palestino de 43 años, creció en un campo de refugiados de Gaza. Actualmente sobrevive con su familia a la guerra en el norte de la franja.
Un tema recurrente en la obra de Alghoul es la alteración de los rituales funerarios y el proceso de duelo. También describe el horror visceral de los cuerpos con miembros amputados. Para Alghoul, la amputación es un símbolo de la fragmentación de la sociedad palestina.
En una novela de Alghoul de 2021, cuyo título podríamos traducir como Horca de las tinieblas, un personaje llamado Hudhayfah sufre una amputación. Hudhayfah es un destacado miembro de Hamás liberado en el acuerdo de intercambio de prisioneros de 2011, en el que Israel liberó a más de 1 000 palestinos a cambio del soldado israelí Gilad Shalit.
A su regreso a Gaza, Hudhayfah se propone acabar con las luchas internas entre facciones palestinas y unirlas para forjar un frente unificado contra la ocupación israelí.
Durante la descripción que se hace en la novela de la campaña militar israelí de 2012 en Gaza, Hudhayfah coordina los esfuerzos bélicos con combatientes que representan a otros grupos palestinos, entre ellos el FPLP y los rivales de Hamás, el partido Al Fatah.
Un día, militantes de Hamás se presentan en su puerta para llevárselo, supuestamente para salvarlo de un inminente intento de asesinato israelí. Dicen que quieren ponerlo a salvo en los túneles. Pero cuando desciende en un ascensor improvisado, éste se estropea y cae por el hueco.
Cuando Hudhayfah despierta, descubre que le han amputado la pierna. Hay una ironía cósmica en la separación de su miembro del cuerpo, dados sus esfuerzos por unir a las facciones palestinas. Y tiene la extraña sensación de que los miembros de Hamás que le acompañan en la clandestinidad se alegran de que se encuentre así. Se pregunta entonces: ¿ha sido un atentado deliberado contra su vida por parte de sus compañeros de lucha?
Aunque el lector no tiene más remedio que suponer que la avería del ascensor fue el resultado de un juego sucio de los miembros de Hamás, persiste la posibilidad de que el incidente fuera causado por un ataque israelí.
Las ambiguas circunstancias del evento pueden interpretarse como un recordatorio de que Israel contribuyó a crear las condiciones para las violentas luchas internas palestinas. De hecho, durante años, Israel utilizó al movimiento Hamás contra otros grupos políticos palestinos como parte de una estrategia de “divide y vencerás”.
A Hudhayfah se le da la opción de ser sacado clandestinamente de Gaza para ser tratado en un hospital europeo. Hudhayfah se niega y busca la unidad, pero esta vez no la política, sino la unidad física de su propio cuerpo.
Su pierna ya ha sido enterrada en un cementerio de Gaza, según la costumbre islámica. Hudhayfah bromea diciendo que si muriera en el extranjero, su cuerpo y su pierna serían enterrados por separado, y el Día de la Resurrección se vería obligado a saltar sobre una pierna, buscando la otra.
Muere pocos días después.
Historias de amputados
Tras la creación de Israel en 1948, Emile Habibi, escritor y político palestino ya fallecido, “permaneció resueltamente en Haifa”, como reza su lápida en esa ciudad.
La colección de relatos cortos de Habiby, Sexteto de la Guerra de los Seis Días, describe el dolor que sintieron los ciudadanos palestinos de Israel durante los 19 años en los que estuvieron aislados de sus seres queridos que habían sido expulsados del territorio israelí.
El motivo de la separación recorre todo el Sexteto. Pero la cita más llamativa de toda la colección se produce en el tercer relato. Termina prematuramente cuando el narrador recuerda un cuento que le contaba su abuela antes de irse a dormir. Debido a su edad, a menudo se confundía y empezaba la historia por la mitad.
Habiby escribe:
“Ni una sola vez nos quedamos despiertos hasta el final del cuento, y ni una sola vez llegó ella al final sin dormirse. Y cuando crecimos nos acordábamos de mi abuela y de su historia, que llamábamos ‘al-batrā’ [la incompleta –literalmente, la amputada–] y nos ahogábamos de risa”.
A pesar de su brillantez, la historia de la abuela no tiene principio ni fin. Del mismo modo, en lugar de un final para su historia, Habiby simplemente inserta el cuento para dormir, añadiendo: “Que esta historia permanezca batrāʾ, hasta que escribamos juntos su final”.
Los lectores saben por los anteriores relatos de Habibi en el Sexteto que el verdadero “amputado” es Palestina: su mapa y sus tierras ha sido físicamente cortados en pedazos.
En gran parte de la cobertura mediática del conflicto en curso, a menudo veo amputados el principio y el final de las historias de Palestina.
Por ejemplo, las fuerzas israelíes respondieron a las manifestaciones abrumadoramente pacíficas de la Gran Marcha del Retorno 2018-19 matando a decenas de manifestantes de Gaza y mutilando a otros, lo que provocó 156 amputaciones. Estos y muchos otros detalles cruciales de la narrativa palestina a menudo han sido eliminados de las historias contadas en los principales medios de comunicación occidentales.
Y, sin embargo, uno de los rasgos más conocidos de Habibi es su capacidad para abrirse camino a través de la catástrofe para encontrar pequeñas pepitas de positividad, una actitud apodada pesoptimismo.
¿Cómo sería “escribir” el “final” de esta guerra en Gaza? Si Gaza ha sido amputada de Palestina y del resto del mundo, ¿cómo puede ser injertada de nuevo?
Desde el comienzo de la guerra se han realizado esfuerzos para lograr este tipo de prótesis figurativa. Ejemplo de ello son los periodistas palestinos que se niegan a que las historias de la vida bajo las bombas queden sin contar, y las iniciativas de solidaridad global.
A pesar de estos intentos de ofrecer prótesis, es posible que muchas de las heridas de Gaza nunca cicatricen. Ni siquiera un tratamiento protésico literal a gran escala devolvería las piernas a los niños de Gaza. No hay palabras que puedan cambiar eso.
Este artículo fue publicado en The Conversation. Para leer el original.