Ana de Armas está de nuevo en Cuba, esta vez para rodar un filme. La invitaron a un encuentro con realizadores audiovisuales, donde conversó con la revista Somos Jóvenes. En esta entrevista cuenta cómo aprendió inglés, qué sintió al dejar Cuba sola con 300 euros y 18 años, cuáles son sus criterios sobre la mega industria que es Hollywood y cómo se ha ganado un lugar procurando ofrecer como artista mucho más que una cara bonita.
Los ojos de Ana pueden dejar obnubilada a gente madura, decidida y pensante. Alelados, atontados. Tal vez por ese tono amarillento, típico de depredadores nocturnos. La boca de Ana, entretanto, habla de cifras exactas o quizá, sencillamente, esa es su forma de hablar:
“…El 97 por ciento de las personas del mundo no logra entrar a Hollywood; para eso, hay un factor muy grande que es la suerte y otros son mucho trabajo, paciencia, e invertir tiempo, dinero, dejar a tu familia atrás, dejar a todos… simplemente hacerlo”.
Es delgada, más de lo que supuse por sus películas. Por las estrellas estampadas en su vestido, una noche parece cubrirla desde las clavículas hasta el relieve más pronunciado del muslo, con extensiones hacia los tres cuartos de manga.“…Cuesta confiar. Cuesta confiar en alguien de otro país, en una latina que no parece latina… que cuando encima me pongo el pelo rubio, ya es el colmo de los colmos; no entienden, no saben cómo ubicarte…”.
Luce bastante desenfadada. Acomoda su cabello, sonríe, gesticula con las manos, empuja, hacia afuera, sus cachetes con la lengua; reacomoda su pelo, suelta una carcajada, y se vuelve seria de repente: “…Tienes que trabajar en el acento. Son muchas cosas que a la industria le preocupan: darte un puesto, un lugar en una película… porque todo es dinero; cada decisión significa dinero, y llegar a ganarte esa confianza de ser capaz de sostener un rodaje o de trabajar al lado de actores como Ryan (Goslyn), Keanu (Reeves) o Robert de Niro, cuesta tiempo”.
Todos la escuchan atentamente, embelesados con su acento de chica Almodóvar, con arrebatos momentáneos de cubanismos y pausas entre sílabas ante pronombres enclíticos: ubicar-te, adaptar-te, mol-dear-te, como si después de vivir cuatros años en California sufriera el yugo de una conjugación en castellano. O tal vez sucede que, a pesar de su vasta experiencia ante las cámaras, micrófonos y paparazzis, siente timidez frente a un puñado de jóvenes recién graduados de Artes y Humanidades.
A ratos arruga sus ojos, serena el semblante y así ratifica la seriedad de sus palabras: “Hollywood es una industria muy complicada. El tema racial sigue siendo uno de los principales problemas. Es muy hipócrita. Dicen que está cambiando y no es verdad. Sigue siendo súper difícil luchar con la dualidad de saber adaptarte. Una: de pensar que eres tú quien llegaste a esa industria y tienes que aprender el inglés, y moldearte, entender el humor, la ironía y cómo ellos hablan. La otra: mantener tu identidad y demostrar que eres latina y puedes hacer personajes de latina… pero también puedes hacer otros”.
Ana es la invitada principal a una “charla” junto a realizadores de audiovisuales en ciernes, acontecida en los finísimos arrabales de El Vedado.
Si bien conocía de su existencia, apenas redescubrí a la actriz hace unos años cuando llegaron a la isla las primeras copias piratas de Knock knock. No la identifiqué siquiera por su deje latino, ni por sus desnudos o escenas escabrosas detrás del cristal de la ducha acompañada de Keanu Reeves y Lorenza Izzo, fotograma que regresa a la memoria cuando aparece por ahí el nombre del filme.
Luego sorprendió de nuevo en Manos de piedra y War dogs como la respectiva esposa de sendos protagonistas. En ese momento me acordé del personaje surrealista que Ana interpretó en Madrigal, siendo todavía una adolescente, bajo la dirección de Fernando Pérez. Y recordé, además, que en mi propia pubertad se corría la voz de una actriz cubana en El Internado, una serie española de moda por esa época. Comprendí con estos reencuentros que ella nunca llegó a desaparecer de la pantalla: siempre estuvo allí, solo que no en Cuba.
Después del bombazo de Blade Runner 2049, estrenada en 2017, incluso empecé a toparme con jóvenes eufóricos tras lograr hacerse selfies junto a ella en algún bar de La Habana: “Ana de Armas y Camila Cabello: de una isla, las dos mejillas”, afirmó alguien en cierta ocasión.
Justo ahora, en la charla en el Vedado, le acaban de preguntar a la invitada si le gustaría actuar en su país natal.
“Tengo muchas ganas de hacer cine en Cuba. Lo he dicho, he regado por ahí. Quizá es porque piensan que voy a decir no, quizá por eso de que no me van a pagar lo que creen que me deben pagar; pero ni siquiera se me acercan… En once años que no he vivido en este país me han llegado solo dos guiones”, responde.
El diálogo continúa durante media hora más. Revela Ana de Armas que conformará el elenco de la película Wasp Network, con la dirección del francés Olivier Assayas y una producción franco-hispano-cubana. Esta cinta narrará la historia de los Cinco Héroes según pasajes del libro Los últimos soldados de la Guerra Fría, del escritor y periodista brasileño Fernando Morais. De Armas trabajará junto a Penélope Cruz, Gael García Bernal y Édgar Ramírez.
Los concurrentes se dispersan. Algunos salen disparados para la calle y la mayoría queda deambulando dentro del local. Una ronda de bebidas y maníes; otra de fotos con la superestrella; un guionista inédito intenta meterle por las córneas su obra maestra; y un periodista pide cinco minutos de entrevista que se convertirán en quince:
A solas con Ana de Armas
SJ: ¿Vienes mucho a Cuba?
“Bueno… cuando puedo. Una vez al año siempre; si puedo vengo dos, tres; depende de en qué país ande yo”.
SJ: ¿A visitar familia, amigos…?
“Familia, principalmente. Y amigos, sí…”.
Ana de Armas cuenta de su nacimiento en La Habana, un lustro de niñez en Santa Cruz del Norte y su posterior retorno a la capital. Habla de cuando a los trece empezó la escuela de teatro; también de su hermano fotógrafo.
Relata la anécdota de su debut cinematográfico: en la adolescencia asistió a una fiesta de cumpleaños donde coincidió con los hijos de Jorge Perugorría. Días después, el protagonista de Fresa y Chocolate preguntaba a la gente por “la niña del cumpleaños” para el casting de una película.
De ahí, Ana se convirtió en Marie durante el rodaje de Una rosa de Francia. En cuestión de dos años interpretó, además, personajes en Madrigal y El Edén perdido antes de viajar al exterior.
Los padres de Ana apoyaron a su hija en la decisión de continuar su carrera en el extranjero. Solo les hubiera gustado que se graduara del nivel medio de Teatro.
“La escuela es la experiencia en la vida, no un título. La gente en este país se preocupa muchísimo por un papel. En otras carreras, quizá sí, pero si tú eres artista, eres artista. No necesitas que un organismo, que un papel, te ponga un cuño. No vas a ser más o menos artista por ese papel. Ese era mi pensamiento cuando tenía dieciocho años”.
SJ: ¿Qué sentiste cuando entraste a El internado?
“Imagína-te, yo me fui de este país con 300 euros, sola, con dieciocho años, a España, sin conocer a nadie. Yo vengo de una familia muy humilde, nosotros no teníamos dinero: 300 euros fue la mitad del dinero — porque la otra mitad se la di a mis padres — que pude ahorrar de mis películas en Cuba; para mí eso significaba muchísimo dinero. No sabía que en España eso era nada. Entonces, cuando llevaba como dos semanas, me escogieron para El internado. Fue una cosa loca”.
SJ: Después hiciste Mentiras y gordas, que tuvo gran repercusión en España, y luego repetiste con el mismo director (David Menkes) en otro filme…
“Sí, en Por un puñado de besos. Esa segunda vez fue un intento fallido de hacer un personaje más adulto; quizá porque después de hacer un mismo personaje por tres años, en uniforme, de dieciséis años, es difícil que los directores te vean fuera de eso.
“O tal vez fue el guion que leí, con el que conecté en algunos aspectos: la parte positiva era que tenía un personaje más complejo, que tocaba un tema bastante fuerte. No funcionó.
“No me arrepiento, porque de todo se aprende, y fue como una experiencia más.No es que haya repetido con el director porque fuera maravilloso y me muriera de ganas de volver a trabajar con él”, bromea.
SJ: ¿Qué te enseñó España?
“Fue una época de mi vida súper bonita, donde crecí como mujer… y como actriz, por supuesto.
“Trabajar en la televisión, al ritmo en que se trabaja en esta, es una cosa bestial, eso no se calcula. Mejor escuela no hay. Y a la vez estaba intentando compaginar cine, pero fue bastante difícil, por lo cual tal vez me provocó un poco de rechazo hacer televisión.
“Todo el mundo me preguntaba: ‘¿Por qué te matan siempre en las series?’ Porque soy yo quien no puede más y digo: ‘Por favor, mátenme, ya no aguanto más’. Nunca puedo esperar al final.
“Hubo un momento en que estar en España me aburrió. Me sentí estancada, realmente no había nada interesante que hacer…”.
Pronto la llamaron sin aviso para que participara en la audición para el personaje de Felicidad iglesias, la esposa del protagonista panameño en Manos de piedra. En ese momento decidió probar suerte y mudarse a los Estados Unidos.
En cuanto acabó el chequeo de la aduana, Ana salió del aeropuerto, tomó un taxi y se bajó en la escuela de inglés para estudiar gramática desde cero, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, durante cuatro meses.
“Yo no hablaba nada de inglés, nada. Lo único que sabía era lo que se enseña en estas escuelas (las cubanas): ya sabemos cómo es, que se olvida absolutamente todo.
“Es un proceso complicado, porque si ya prepararse para un personaje y actuar es difícil… si encima de eso tienes que estar preocupado a nivel técnico por cómo hablas… eso te puede distraer, quitar credibilidad.
“Se nota cuando alguien está actuando en otro idioma. Se le ve incómodo, que no está relajado. Y eso siempre preocupa, porque quieres que la gente se fije realmente en tu trabajo, no en cómo suenas.
“Es un trabajo extra que una actriz americana no tiene que hacer, lo tengo que hacer yo; entonces el tiempo que debo dedicar al esfuerzo y entrenamiento es doble”.
SJ: Sobre Blade Runner 2049.
“Esta es la película que realmente, hasta el momento, ha sido la de producción más grande en que he participado, quizá el director (Ridley Scott) más grande con el que he trabajado; la producción más compleja, más… larga”.
SJ: ¿Sientes que te están encasillando en algún tipo de personaje?
“No, para nada, para nada. Tal vez más al principio, porque la gente casi siempre trata de jugar al seguro, de ‘ah, sí, a ella le quedó bien ese personaje en la última película, vamos a darle lo mismo en la próxima’. Pero a medida que tu trabajo se va enseñando y tú sigues luchando contra el estereotipo, más que la cantidad, lo que quieres es elegir.
“Al final, poco a poco, vas demostrando tu capacidad y puedes llegar a… desmontar mitos” (sonríe tímidamente). “Pero es difícil, muy difícil, que haya personajes femeninos protagonistas; que cuando los haya sean interesantes, que no sean siempre la que está al lado del marido, la que el hombre tiene que rescatar, porque… ¡pobrecita!; que no sea la maltratada, la prostituta.
“Es difícil encontrar un personaje femenino que guíe la historia, la heroína; si encima de eso, añades que estás como pez fuera del agua porque, al final de todo, ese no es mi país, no es mi industria… estoy nadando en aguas (vuelve a reír) ajenas”.
SJ: Entonces, qué crees de…
“Pero cuando lo haces — interrumpe — puedes llegar a trabajar con gente tan talentosa; entrar en un círculo de gente tan buena, tan creativa, con proyectos tan interesantes… que son los trabajos que tú siempre has querido hacer, que todo ese dolor y esa angustia, y ese desespero, y sacrificio, todo eso… se te olvida, y vale la pena”.
¿Cómo crees que hubiera sido tu vida si no te hubieras ido?
“Ay, mi madre…”
Imagínatelo, imagínatelo… ¿cómo te ves a ti misma si te hubieras quedado en Cuba?
Los ojos de Ana pueden dejar obnubilada a gente madura, decidida y pensante.