Por Philippa Martyr, The University of Western Australia
La escritora francesa Marie Darrieussecq escribe en sus memorias de 2023 Sleepless:
El mundo se divide entre los que pueden dormir y los que no.
El insomnio es una preocupación bien documentada a lo largo de la historia que incluye la dificultad tanto para conciliar el sueño como para permanecer dormido. Suele venir acompañado de angustia y ansiedad durante el día.
Hay muchas y variadas razones por las que la gente padece insomnio. Entre ellas se incluyen cambios biológicos a medida que envejecemos o debidos a nuestras hormonas, problemas de salud física o mental, los medicamentos que tomamos, así como la forma y el lugar en que vivimos y trabajamos.
El insomnio como forma de tortura
La privación del sueño es, literalmente, una forma de tortura. Y el cónsul romano Marco Atilio Régulo es supuestamente la primera persona de la historia que murió de insomnio. Alrededor del año 256 a. e. c. fue entregado a los enemigos de Roma, los cartagineses, que al parecer lo torturaron hasta la muerte. Para ello, le amputaron los párpados y le obligaron a mirar fijamente al Sol.
Lo cierto es que la leyenda no se sostiene: no existen relatos fiables de cómo murió Regulus. Pero aunque la tortura de privación de sueño no le matase, se sigue utilizando en muchos países hoy en día.
Una de las mejores descripciones tempranas del insomnio la realizó el clérigo inglés Robert Burton en su libro The Anatomy of Melancholy (1628).
Burton sabía que el insomnio era a la vez causa y síntoma de la depresión. También recomendaba evitar comer col, que “causa sueños molestos” y no acostarse inmediatamente después de cenar.
Luego vino la industrialización
En los países no industrializados, el insomnio es bastante raro: sólo lo padece alrededor del 1-2 % de la población. Nada que ver con el Reino Unido moderno, donde las tasas de insomnio estimadas son del 10-48 %, dependiendo del estudio, o con Australia, donde el 14,8% de las personas presentan síntomas que cumplen los criterios del insomnio crónico (de larga duración).
En España, algo más de un 20 % de las personas tiene problemas para dormir, un porcentaje inferior al de los vecinos Francia o Portugal, donde roza el 30 %.
Para entender las diferencias hay que remontarse al comienzo de la industralización. En el momento en que pasamos de trabajar en el campo a hacerlo mayoritariamente en fábricas, usando máquinas, las cosas que ahora asociamos con el insomnio pasaron a formar parte de la vida de la gente. Entre ellas la iluminación artificial y los relojes. También aumentó el ruido ambiental, se produjeron cambios significativos en la dieta y en la vivienda. Como consecuencia de esta nueva forma de trabajar y de vivir, nuestros hábitos de sueño cambiaron.
Más o menos al mismo tiempo, la era de la Ilustración de las nuevas ciencias florecientes a finales del siglo XVIII nos regaló el término “insomnio” y donde hay “insomnio”, tiene que haber “insomnes”. Así que “insomnes” se convirtió en un término de diagnóstico para las personas con problemas de sueño.
El mal común de los escritores
En el siglo XIX comenzaron a difundirse curas médicas para el insomnio, algunas de ellas probablemente eficaces. En Australia, por ejemplo, se anunciaban los “cigarrillos indios” de Grimault & Co, que contenían cannabis. Fue también en ese siglo cuando surgieron las ideas médicas modernas sobre la ansiedad, que ahora sabemos que puede causar insomnio.
Tantos escritores y artistas modernos famosos tuvieron insomnio que ya es casi un cliché. Tanto Victor Hugo como Franz Kafka, Marcel Proust o Ernest Hemingway lucharon contra el insomnio.
En el relato corto de Hemingway Now I Lay Me, su narrador, soldado y alter ego, dice:
“Yo mismo no quería dormir porque llevaba mucho tiempo viviendo con la certeza de que si alguna vez cerraba los ojos en la oscuridad y me dejaba llevar, mi alma saldría de mi cuerpo”.
Tampoco es casualidad que los primeros fármacos barbitúricos se descubrieran en esta época. El barbital, comercializado como Veronal, fue sólo uno de una serie de nuevos fármacos que prometían un sueño fácil a quienes tenían dificultades.
Estos fármacos relajaban y adormecían a las personas activando el sistema del ácido gamma-aminobutírico (GABA) del organismo. Esta parte de nuestro sistema nervioso inhibe procesos corporales que, de otro modo, nos mantendrían despiertos. El problema es que, en exceso, pueden frenar demasiado estos procesos: los suicidios y las muertes accidentales por sobredosis de somníferos se hicieron tristemente comunes en las décadas siguientes.
Por su parte, la famosa enciclopedia para la vida doméstica Enquire Within Upon Everything ofrecía una cura que sonaba científica para el insomnio:
“Las personas nerviosas, aquejadas de vigilia y excitabilidad, suelen tener una fuerte tendencia de la circulación sanguínea hacia el cerebro, con las extremidades frías. La presión de la sangre en el cerebro lo mantiene en un estado estimulado o de vigilia […] levántese y frótese el cuerpo y las extremidades con un cepillo o una toalla, o frótese inteligentemente con las manos para favorecer la circulación, y retire la excesiva cantidad de sangre del cerebro, y se dormirá en unos instantes. Un baño frío, o un baño de esponja y frotar […] ayudará a igualar la circulación y promover el sueño.”
Ahora bien, la “higiene del sueño” significa algo diferente a tomar un baño frío. Se refiere al proceso de aquietar el cuerpo y la mente antes de acostarse.
Cafeína, portátiles y teléfonos móviles, una combinación fatal
En el siglo XXI, la vida occidental ha añadido dos nuevos perturbadores del sueño a la mezcla. Bebemos enormes cantidades de cafeína. También nos acostamos con dispositivos portátiles, con sus luces brillantes y constantes descargas de dopamina que nos estimulan y nos impiden dormir.
Nuestros problemas de insomnio no muestran signos de desaparecer. Esto se debe, en parte, a que nuestra economía se organiza cada vez más en torno a un trabajo que priva del sueño. En Estados Unidos, los trabajadores del sector de la producción son los que más probabilidades tienen de padecer trastornos del sueño, posiblemente debido al trabajo por turnos. En el Reino Unido, los jugadores profesionales de fútbol abusan de los somníferos para relajarse tras el subidón de adrenalina de un partido.
En Australia, el coste económico de dormir mal se estima en 26 000 millones de dólares australianos al año, principalmente por la pérdida de productividad o los accidentes. Esto indica que hay un buen incentivo económico para abordar el problema.
Y si nos guiamos por el mercado mundial del insomnio, éste se ha convertido en un tremendo negocio, cada vez más grande. Se prevé que alcance los 6 300 millones de dólares en 2030, impulsado en gran medida por el aumento de los diagnósticos y las terapias, así como por el uso de ayudas para dormir, como las aplicaciones para dormir.
Philippa Martyr, Lecturer, Pharmacology, Women’s Health, School of Biomedical Sciences, The University of Western Australia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.