Por las motivaciones y la forma como se realizó el ataque de Hamás contra Israel el pasado 7 de octubre fue una operación militar tan cruenta como otras muchas, pero el asesinato de civiles, incluso en sus hogares y la toma de rehenes, la convirtió en acto terrorista.
Así ocurre con la respuesta de Israel que, al masacrar la población de Gaza, incluyendo la destrucción de hogares, lugares de culto, escuelas, centros de salud, plantas eléctricas y acueductos e impedir la entrada alimentos y medicinas, es también terrorismo, aunque ejercido por un Estado.
Aunque ambos comportamientos son condenables, debido a la posición favorable a Israel de la mayoría de los gobiernos, incluidas las potencias occidentales, así como la orientación de los medios de difusión y la islamofobia, la reacción ante ambos hechos favorece a la posición del estado judío. La profesión de fe del presidente de Estados Unido, Joe Biden quien declaró “Yo soy sionista…”, es un botón de muestra.
La notable asimetría de la confrontación que descarga sobre la población civil de Gaza el poderío militar de Israel, motiva numerosas expresiones de compasión y solidaridad hacia el pueblo palestino, sin que ello signifique exoneración ni apoyo a Hamás.
Por razones explicables, tanto las manifestaciones de condena y apoyo a Israel y a Palestina se realizan en las universidades de Estados Unidos, en las cuales las autoridades, obrando en consecuencia con las exigencias y tradiciones académicas y con las leyes, se mostraron tolerantes.
No obstante, debido a que, en tales centros, hay más estudiantes y catedráticos judíos e israelitas que palestinos, predominan las manifestaciones a favor de los primeros que, no obstante, se sintieron molestos, calificando de antisemitas las manifestaciones de apoyo a Palestina y la condena a Israel.
Tales hechos sirvieron de pretexto al sector más conservador de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos para convocar a las rectoras de las universidades de Harvard, Pensilvania y el Instituto Tecnológico de Massachusetts que fueron interpeladas por congresistas que dijeron estar preocupados, por los aspectos ideológicos y la politización de los ambientes universitarios, así como como por la seguridad de los estudiantes y profesores judíos e israelitas.
Aunque las académicas condenaron inequívocamente el ataque de Hamás a Israel, ello no satisfizo a la mayoría del Comité que cuestionó la tolerancia ante las manifestaciones pro palestinas, aspirando a que las autoridades universitarias sancionaran a los estudiantes y las prohibieran.
Para bien del evento, las rectoras asumieron una línea argumental que derivó hacia los ámbitos del derecho a la libertad de expresión consagrado por la Primera Enmienda, la cual es categoría al proclamar que: “El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas…”
De ese modo, el ataque de Hamás y la desproporcionada respuesta de Israel promovieron un debate acerca de la libertad de expresión, base de todas las libertades, el pluralismo ideológico y político, la libertad de cátedra y la naturaleza de las universidades como centros destinados a cultivar la inteligencia y propiciar el encuentro de culturas, visiones del mundo e ideologías.
El affaire ha hecho recordar que, en el pasado reciente, el macartismo amenazó la democracia en los Estados Unidos al fijar límites ideológicos al ejercicio de las libertades asociadas a la Primera Enmienda. En esa época, decenas de profesores, periodistas, profesionales, intelectuales y artistas fueron reprimidos por supuestas simpatías comunistas.
El escalado está a la vista. Primero se acepta la censura a los medios rusos, luego se prohíben las manifestaciones pro palestinas ¿Qué se prohibirá después? ¿Acaso hay un límite natural a la intolerancia?
En un comentario al respecto, un jurista señaló: “Los derechos no son abstracciones sino defensas que surgen cuando se les necesita. La Primera Enmienda se originó para contener las manifestaciones de intolerancia preexistentes…”
En lugar de limitar el alcance del pronunciamiento, habría que abogar por su universalización, no para legitimar ideologías disolventes como el fascismo, el antisemitismo y la islamofobia, contra las cuales es legítimo luchar mediante la batalla de ideas, sino para impedir que los gobiernos se abroguen derechos a interferir en las creencias, las convicciones y las opiniones de los ciudadanos.
Estoy convencido que los jóvenes liberales que de Australia a América condenan la masacre israelí en Gaza, condenaron también el holocausto y el antisemitismo. Antes que cualquier otra, la libertad es la libertad de pensar diferente y expresarlo… Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto!. Se reproduce con la autorización expresa de su autor.