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Por, Profesora universitaria, neuropsicología, adicciones sin sustancia, Universidad Francisco de Vitoria
Es difícil imaginar nuestro día a día sin tener al alcance un móvil y estar conectados con los demás, con acceso fácil a la información disponible en internet. Los más jóvenes destacan como los internautas más activos, aunque su uso se vincula principalmente al acceso a las redes sociales, a las que consideran como algo esencial en sus vidas.
En España, en torno a un 90 % de los jóvenes y adolescentes son usuarios activos de redes sociales, si bien se han encontrado ciertas diferencias de género: en general, las chicas tienden más a usarlas como forma de relación con otras personas, y en ellas es más común el anhelo de aceptación o reconocimiento social. Los chicos tienden a manifestar con mayor frecuencia la necesidad de control, mostrando un impulso más marcado por supervisar la actividad de otros e influir en los demás. Tanto chicos como chicas pueden usar las redes para resolver conflictos y expresar emociones, y de esta forma evitar el malestar de las interacciones presenciales.
El uso abusivo o patológico del teléfono móvil (y en concreto en relación con el acceso a redes sociales) se está convirtiendo en un problema de salud mental a nivel mundial, que se englobaría dentro de las llamadas “adicciones comportamentales” (y que incluyen, entre otros, el uso patológico de videojuegos o el uso abusivo de la pornografía en línea).
Aunque aún no están reconocidas como adicciones por las clasificaciones diagnósticas oficiales de salud mental, las adicciones comportamentales muestran grandes similitudes con los abusos de sustancias en términos de fenomenología, epidemiología, procesos neurobiológicos, recuperación y tratamiento.
Ansiedad, depresión y aislamiento
Los efectos adversos del uso abusivo del móvil y, en concreto, de la adicción a redes sociales son muchos y diversos. Además de la dependencia o necesidad imperiosa de revisar constantemente las redes a través del teléfono (experimentando un intenso malestar en caso de no poder disponer de él), multitud de estudios han asociado dicha utilización abusiva con alteraciones psicológicas como la ansiedad, sintomatología depresiva y una mala calidad del sueño.
El uso excesivo del móvil también coincide con baja autoestima, aislamiento social y malas relaciones familiares. Por otra parte, la adicción a redes sociales se asocia con una pérdida de productividad, afectando a la eficiencia en las tareas y a la concentración, con los consecuentes retrasos en la finalización de tareas como consecuencia del uso habitual del teléfono.
El papel del sistema nervioso central
Desde un punto de vista neurológico, la adicción al móvil y a las redes sociales puede provocar cambios significativos en la estructura y función del sistema nervioso central. A diferencia de las adicciones a sustancias, donde predomina una alteración en la química del cerebro, en este caso la influencia se ejerce principalmente sobre su actividad funcional, afectando al denominado circuito de recompensa y otras áreas implicadas mediante procesos de aprendizaje operante.
Se ha relacionado el uso excesivo del móvil y la adicción a redes sociales con una reducción del volumen cerebral en áreas clave como la corteza cingulada anterior y el giro frontal superior, particularmente en adolescentes y jóvenes, cuyo cerebro está aún en proceso madurativo. Esta reducción impacta en los mecanismos de control inhibitorio y se asocia con una mayor impulsividad en los usuarios.
Regulación emocional y modulación de respuestas
¿Qué hacer al respecto? La investigación sugiere que las prohibiciones y restricciones estrictas sobre el uso de redes sociales en adolescentes y jóvenes son una respuesta ineficaz y pueden tener consecuencias negativas, como generar sentimientos de aislamiento, fomentar la rebelión contra la autoridad y contribuir a un desarrollo deficiente de la alfabetización digital, privando a los jóvenes de una conexión significativa para ellos sin ofrecer alternativas valiosas.
En lugar de establecer limitaciones, se propone un uso saludable de las redes y una navegación más segura por el entorno digital, promoviendo el desarrollo de la regulación emocional y la autorregulación. Esto supone enseñar a los más jóvenes a distinguir qué clase de publicaciones, imágenes o interacciones deben seleccionar y qué elementos deben evitar para mantener su bienestar emocional.
Es decir, ayudarles a identificar, tanto antes como después de la utilización de las redes, el impacto emocional que generan los contenidos a los que acceden, distinguiendo entre aquellos que provocan malestar y aquellos que promueven el bienestar.
Se trata de enseñar la importancia de evitar contenidos negativos, así como la capacidad de reorientar la atención hacia aspectos positivos o determinados contenidos, y fomentar la reinterpretación cognitiva —por ejemplo, comprendiendo que la autoestima no depende de la validación en línea, o distinguiendo entre las interacciones sinceras con amigos y la aprobación masiva—. De este modo, los padres fortalecen la capacidad de sus hijos para afrontar de manera consciente y autónoma las experiencias emocionales en el entorno digital.
Además, es importante que aprendan a modular sus respuestas ante las interacciones en línea, desarrollando estrategias para gestionar sus emociones y reacciones ante comentarios, mensajes o situaciones que puedan resultar desafiantes o incómodos. De esta forma, les estamos proporcionando herramientas valiosas para navegar por el entorno digital de manera saludable, permitiéndoles disfrutar de los aspectos positivos de las redes sociales y minimizando el impacto negativo de las experiencias adversas.
Este artículo fue publicado en The Conversation. Lea el original.