Por , Universidade Estadual de Campinas (Unicamp)
La película brasileña de Walter Salles Aún estoy aquí ha obtenido tres nominaciones a los Premios Óscar: Mejor Película Extranjera, Mejor Actriz Protagonista, para Fernanda Torres, y Mejor Película. Aunque no se lleve alguna estatuilla a casa, el filme ya está batiendo récords históricos para el cine brasileño.
En 1960, Orfeu Negro, de Marcel Camus, ganó el Óscar a Mejor Película Extranjera para Francia —porque era producción gala aunque sucediese en Brasil—. Hasta hoy, esa película, que hizo famosa la canción “Manhã de Carnaval”, era una de las referencias internacionales del cine brasileño. También lo era O Pagador de Promessas, de Anselmo Duarte, que ganó la Palma de Oro en Cannes en 1962 (y fue nominada a los Premios de la Academia).
En 1999 Estación Central de Brasil obtuvo esa misma nominación, la de Mejor Película de Habla no Inglesa, y la de Mejor Actriz para Fernanda Montenegro —madre de Fernanda Torres—. Pero al final fue Gwyneth Paltrow quien se llevó el premio, por Shakespeare enamorado.
Otro éxito internacional fue Ciudad de Dios, que optó a cuatro Óscar en las categorías principales: Dirección (Fernando Meirelles), Guion Adaptado (Bráulio Mantovani), Montaje (Daniel Rezende) y Fotografía (César Charlone).
‘Aún estoy aquí’ arrasa
Nada comparable, sin embargo, al éxito de Aún estoy aquí, basada en la novela original del escritor Marcelo Rubens Paiva, hijo del diputado brasileño encarcelado Rubens Paiva, en la que cuenta la historia de su propia familia.
El autor es también un símbolo para los jóvenes de su generación, gracias a su bestseller de 1982 Feliz año viejo, en el que relata su vida y el trágico accidente que le dejó parapléjico. La propia Fernanda Torres ha subrayado en entrevistas su admiración por él.
Una de las razones del triunfo del largometraje es, precisamente, el carisma de su protagonista. Torres, popular por sus numerosas apariciones en televisión, escritora y guionista, es, como decía, descendiente de una de las grandes actrices brasileñas, Fernanda Montenegro. Aplaudir el logro de Torres al ganar el Globo de Oro a la Mejor Actriz, algo sin precedentes para una brasileña, compitiendo con estrellas como Angelina Jolie, Nicole Kidman, Tilda Swinton y Kate Winslet, también supuso un soplo de aire fresco para el cine nacional.
Retrato de un país
Pero el éxito de la película no se limita a sus logros cinematográficos, ni al virtuosismo con el que Walter Salles recrea la vida familiar y la época. La narración ha sacado a la luz testimonios conmovedores en Brasil, donde recientemente se ha vivido una ola de violencia antidemocrática bajo la presidencia de Jair Bolsonaro. Esta ola culminó en un intento de golpe de Estado tras la victoria de Lula en 2022.
Ahora, la película se ve como una respuesta al rechazo al cine, y las artes en general, por parte de la extrema derecha, que ve en las políticas públicas de apoyo a la cultura nacional un despilfarro de dinero público. El filme de Salles está financiado por las productoras privadas VideoFilmes, del propio cineasta y su hermano João Moreira Salles, RT Features, de Rodrigo Teixeira, y la francesa MACT Productions.
Aún estoy aquí recuerda el pasado reciente del país y la tortura institucionalizada de la dictadura militar que tuvo lugar en el periodo comprendido entre 1964 y 1985. También pone de manifiesto unas heridas que nunca han cicatrizado del todo. Muchos jóvenes y adolescentes que han ido al cine a verla nunca habían oído hablar de la dictadura militar, y mucho menos desde el punto de vista de otro joven.
El punto de vista
¿Qué hace que la película cumpla esta función política, sin ser panfletaria, de forma tan contundente?
Por un lado, su delicada reconstrucción de la época, realzada por las impecables interpretaciones de Fernanda Torres y Selton Mello —interpretando a Rubens Paiva— y los jóvenes actores que encarnan a los cinco hijos de la familia. El reparto crea la atmósfera perfecta para Torres durante la mayor parte de la película, y para Montenegro al final, cuando interpreta a una Eunice enferma de alzhéimer.
Por otro, la perspectiva desde la que se presenta la narración, según la visión del mundo de Eunice, una mujer de clase media que vive feliz con el hombre que ama y su familia hasta que se enfrenta al horror y la devastación. De la noche a la mañana, su marido es brutalmente secuestrado y con él se va la perspectiva de una apacible vida familiar.
Esta caracterización, magistralmente desarrollada por el guión y con discreción por la actriz, evoca los recuerdos más profundos de aquellos años de plomo en Brasil. Pero también retrata la vida de alguien que se enfrentó a un reto personal extraordinario: criar sola a cinco hijos.
Paiva era un hombre abierto a los cambios del mundo y la sociedad, mientras que Eunice, aunque licenciada, sólo había sido un ama de casa sin mucha experiencia vital hasta la desaparición de su marido.
Hay una escena que retrata claramente los conflictos sociales a los que le toca enfrentarse. Al darse cuenta de que su marido debe estar muerto, Eunice va al banco para intentar sacar dinero. Pero el director le explica amablemente que sin el “consentimiento” de su marido no puede hacerlo, una traba habitual en las cuentas conjuntas, incluso cuando las personas estaban casadas en régimen de comunidad universal de bienes.
Desamparada en la sociedad, se da cuenta de que tendrá que cambiar de vida. Decide estudiar Derecho y se convierte en abogada y en una de las mayores activistas por la defensa de las tierras indígenas.
Y hasta 1996 Eunice no obtiene el certificado de defunción de su marido, tras una larga batalla para lograr esta victoria, que celebró con fina ironía.
Aunque el esposo cariñoso personificado brillantemente por Selton Mello —idéntico al Rubens Paiva real incluso en la forma de sonreír— está siempre presente en el recuerdo y las escenas familiares, queda claro que la película de Salles es sobre todo un homenaje a una mujer de carne y hueso que soñó con un país fuerte e independiente al son de Tom Zé y Juca Chaves, de Caetano Veloso y Chico Buarque.
La interpretación mesurada, sensible y elegante de Fernanda Torres le da fuerza y complejidad a una visión humanizada de la historia, que sitúa al sujeto en el centro de la acción política, y que ya estaba en el libro.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.