Por Stacy Keltner, Kennesaw State University
Hace 50 años, los científicos descubrieron un cráneo fosilizado casi completo y cientos de piezas óseas de un espécimen femenino de 3,2 millones de años del género Australopithecus afarensis, a menudo descrito como “la madre de todos nosotros”. Durante una celebración posterior a su descubrimiento, se le dio el nombre de Lucy, por la canción de los Beatles Lucy in the Sky with Diamonds.
Aunque Lucy ha resuelto algunos enigmas evolutivos, su aspecto sigue siendo un secreto ancestral. Las simulaciones más populares la cubren con un espeso pelaje marrón rojizo, que cubre todo excepto la cara, las manos, los pies y los pechos. Sin embargo, esta imagen peluda de Lucy podría ser errónea.
Recientes avances en la tecnología usada para el análisis genético sugieren que Lucy podría haber estado prácticamente desnuda. En concreto, según la historia coevolutiva de los humanos y sus piojos, nuestros antepasados inmediatos habrían perdido la mayor parte de su pelaje corporal hace entre 3 y 4 millones de años, aunque no se vistieron hasta hace entre 83 000 y 170 000 años.
Esto significa que, durante más de 2,5 millones de años, los primeros humanos y sus antepasados estuvieron, simplemente, desnudos.
Como filósofa, me interesa cómo influye la cultura moderna en las representaciones del pasado. Y la forma en que Lucy ha sido representada en periódicos, libros de texto y museos puede revelar más sobre nosotros que lo que dice realmente sobre ella.
De la desnudez a la vergüenza
La pérdida de vello corporal en los primeros humanos se debió, probablemente, a una combinación de varios factores. Entre ellos, la termorregulación, el retraso en el desarrollo fisiológico, la atracción de parejas sexuales y la protección contra los parásitos. Es posible que factores ambientales, sociales y culturales favorecieran, más tarde, la adopción de la indumentaria.
Ambas áreas de investigación –cuándo y por qué los homínidos se despojaron del vello corporal, pero también cuándo y por qué acabaron vistiéndose– hacen hincapié en el enorme tamaño del cerebro, que tarda años en crecer y requiere una cantidad desproporcionada de energía para mantenerse en comparación con otras partes del cuerpo.
Dado que los bebés necesitan un largo periodo de cuidados antes de poder sobrevivir por sí solos, los investigadores interdisciplinarios de la evolución han teorizado que los primeros humanos adoptaron la estrategia de la vinculación por parejas: un hombre y una mujer se asocian después de crear una fuerte afinidad el uno por el otro. Al trabajar juntos, los dos pueden gestionar más fácilmente años de cuidado parental.
Sin embargo, la formación de parejas conlleva riesgos. Como los humanos son sociables y viven en grandes grupos, es inevitable que sientan la tentación de romper el pacto de monogamia, lo que dificultaría la crianza de los hijos.
Se necesitaba algún mecanismo para asegurar el pacto social-sexual. Ese mecanismo fue, probablemente, la vergüenza.
En el documental ¿Cuál es el problema con la desnudez?, el antropólogo evolucionista Daniel M.T. Fessler explica así la evolución de la vergüenza:
“El cuerpo humano es un anuncio sexual supremo… La desnudez es una amenaza para el contrato social básico, porque es una invitación a la deserción… La vergüenza nos anima a permanecer fieles a nuestras parejas y a compartir la responsabilidad de criar a nuestros hijos.”
Límites entre el cuerpo y el mundo
Los humanos, descritos acertadamente como “simios desnudos”, son únicos por su falta de pelaje y la adopción sistemática de la vestimenta. Sólo mediante la prohibición de la desnudez se hizo realidad la “desnudez”.
A medida que se desarrollaba la civilización humana, debieron establecerse medidas para hacer cumplir el contrato social –penas punitivas, leyes, dictados sociales– especialmente con respecto a las mujeres.
Así nació la relación de la vergüenza con la desnudez humana. Estar desnudo supone quebrantar las normas y reglamentos sociales. Por lo tanto, nos hace sentir vergüenza.
Sin embargo, lo que se considera desnudo en un contexto puede no serlo en otro. Los tobillos desnudos, por ejemplo, provocaban escándalo en la Inglaterra victoriana. Hoy en día, los tops desnudos en una playa mediterránea francesa son normales.
En materia de desnudez, el arte no imita necesariamente a la vida.
En su crítica de la tradición europea de la pintura al óleo, el crítico de arte John Berger distingue entre la desnudez –“ser uno mismo” sin ropa– y “el desnudo”, una forma de arte que transforma el cuerpo desnudo de una mujer en un espectáculo placentero para los hombres.
Críticas feministas como Ruth Barcan complicaron la distinción de Berger entre desnudez y desnudo, insistiendo en que la desnudez ya está moldeada por representaciones idealizadas.
En Nudity: A Cultural Anatomy, Barcan demuestra que la desnudez no es un estado neutro, sino que está cargada de significados y expectativas. Describe la “sensación de desnudez” como “la percepción intensificada de la temperatura y el movimiento del aire, la pérdida del límite familiar entre el cuerpo y el mundo, así como los efectos de la mirada real de los demás” o “la mirada interiorizada de un otro imaginado”.
La desnudez puede provocar toda una gama de sentimientos, desde el erotismo y la intimidad hasta la vulnerabilidad, el miedo y la vergüenza. Pero no existe la desnudez fuera de las normas sociales y las prácticas culturales.
Los velos de Lucy
Independientemente de la densidad de su pelaje, Lucy no estaba desnuda.
Al igual que el desnudo es un tipo de vestido, Lucy, desde su descubrimiento, ha sido presentada de formas que reflejan supuestos históricos sobre la maternidad y la familia nuclear. Por ejemplo, Lucy aparece sola con un acompañante masculino o con un acompañante masculino e hijos. Sus expresiones faciales son cálidas y alegres, o protectoras, reflejando imágenes idealizadas de la maternidad.
La búsqueda moderna para visualizar a nuestros antepasados lejanos ha sido criticada como una especie de “ciencia fantástica erótica”, en la que los científicos intentan rellenar los espacios en blanco del pasado basándose en sus propias suposiciones sobre las mujeres, los hombres y cómo se relacionaban.
En un artículo de 2021 titulado Visual Depictions of Our Evolutionary Past, un equipo interdisciplinar de investigadores intentó un enfoque diferente. Detallaron su propia reconstrucción del fósil de Lucy, poniendo de relieve sus métodos, la relación entre arte y ciencia y las decisiones tomadas para completar las lagunas del conocimiento científico.
Su proceso contrasta con otras reconstrucciones de homínidos, que a menudo carecen de sólidas justificaciones empíricas y perpetúan ideas erróneas misóginas y racializadas sobre la evolución humana. Históricamente, las ilustraciones de las etapas de la evolución humana han tendido a culminar en un varón europeo blanco. Y muchas reconstrucciones de homininos femeninos exageran rasgos ofensivamente asociados a las mujeres negras.
Uno de los coautores de Visual Depictions, el escultor Gabriel Viñas, ofrece una aclaración visual de la reconstrucción de Lucy en “Santa Lucía”: una escultura de mármol de Lucy como una figura desnuda envuelta en una tela translúcida, que representa las propias incertidumbres del artista y la misteriosa apariencia de Lucy.
Wow. A marble sculpture titled “Santa Lucia” carved in 2019 based on a scientific reconstruction of Lucy, the Australopithecine. pic.twitter.com/uFk73ayyzb
— the_architectopteryx (@rchitectopteryx) March 1, 2021
La Lucy velada habla de las complejas relaciones entre la desnudez, la cobertura, el sexo y la vergüenza. Pero también presenta a Lucy como una virgen con velo, una figura venerada por su “pureza” sexual.
Y, sin embargo, no puedo evitar imaginarme a Lucy más allá de la tela, una Lucy ni en el cielo con diamantes ni congelada en la idealización maternal, una Lucy que escucha “Apeshit” por los velos que le echan encima, una Lucy que podría verse obligada a llevar una máscara de Guerrilla Girls, si es que lleva algo.
Stacy Keltner, Chair of the Department of Interdisciplinary Studies and Professor of Philosophy, Kennesaw State University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.