Por: Rubén Padrón Garriga, Maysel Bello Cruz y Darío Alejandro Escobar.
Para hacer buen cine sobre Cuba, hay que quererla; eso significa también apostar por que en ella quepan todos los que la quieren. Desde su guía de la Muestra Joven (ICAIC), la defensa de las obras prohibidas, la oportuna exigencia de un marco regulatorio para el cine independiente, la enseñanza desinteresada y afable a un novel que se enfrenta por primera vez a una cámara o la rebeldía de una protesta en la calle, Fernando Pérez ha hecho mucho por su país y su cine. Su indiscutible obra lo ha erigido como el cineasta vivo más importante que tenemos en la Isla, pero sus acciones y visión lo convierten en una de las figuras más valiosas de la cultura cubana.
En esta entrevista, Luz Nocturna explora su faceta de artista y pensador, su visión particular sobre el cine y los procesos sociales que hoy vivimos. Fernando sostiene sus ideas con la valentía e independencia que le da ser un hombre trasparente y auténtico que quiere una Cuba como la que soñó Martí, y le estorba todo cuanto obstaculice el camino.
Debuta como director de largometrajes de ficción con Clandestinos y, durante más de treinta años, ha transitado por varios géneros y estilos. ¿Cómo siente que ha cambiado su modo de hacer cine a lo largo de su carrera?
De muchas maneras. A mí me gusta hacer cine de todos los estilos. No estoy afiliado a una sola forma de narrar. De hecho, analizando mi filmografía, siento que hay dos líneas: una que es más clásica en el sentido narrativo, con Clandestinos, Hello Hemingway, José Martí: el ojo del canario; y otra con un cine que es más sobre lo metafórico, con un lenguaje mucho más subjetivo, con Madagascar, La vida es silbar, Madrigal y esta más reciente que estoy haciendo.
Yo soy cineasta, pero también soy cinéfilo. Ver películas fue mi manera de aprender cine, aunque, por supuesto, aprendí mucho como asistente de dirección. Intento renovarme siempre. Trato de ir por un camino distinto que no esté determinado por lo que ya sé. Creo que he mantenido ese espíritu.
En su obra cinematográfica destacan dos grandes películas del drama histórico cubano: Clandestinos y José Martí: el ojo del canario. En algunas ocasiones, incluso, se han utilizado como material audiovisual para clases de Historia. Sin embargo, están alejadas de cualquier relato aleccionador sobre el contexto y de sacralizaciones de las figuras. ¿Cree que debe existir una relación necesaria entre producción cinematográfica de corte histórico e intencionalidad didáctica de cara al público? Cuando usted aborda esos temas y figuras de nuestra historia, ¿qué busca como creador?
Creo que hay muchas maneras de acercarse a la historia. La primera es la del historiador y debe estar signada, en la medida de lo posible, por la objetividad. El historiador intenta acercarse con la mayor precisión posible al hecho histórico. Por otro lado, el acercamiento del arte a la historia no parte necesariamente de esa premisa. Debe partir del hecho histórico, pero desde otra perspectiva.
Si el historiador se encarga de lo general, el artista va a lo particular. Te voy a poner un ejemplo. Todos nosotros conocemos lo que ocurrió en la Quema de Bayamo, el hecho histórico y lo que significó dentro de las luchas por la independencia. Sin embargo, yo recuerdo haber leído una novela llamada La concordia, en la que un capítulo narra esa Quema de Bayamo, pero a partir de los individuos que no querían abandonar sus casas por las razones que fueran. Dentro del mismo hecho histórico, había individuos y situaciones que no eran iguales. Eso me impactó muchísimo, porque creo que es lo que define el desempeño del arte a la hora de tratar con la Historia.
Yo traté de hacer eso, no tanto en Clandestinos como en José Martí: El ojo del canario. En esta última, me enfrentaba con una figura que tiene una significación muy poderosa para cada cubano, pero por otro lado se ha convertido también en una estatua de piedra; existe cierta santificación con él. Tenía que bajarlo de esa estatua. Yo creo que Martí ha llegado a nosotros de forma tan potente no solo porque era un excelente poeta, sino también porque miraba y ejercía la política con sensibilidad poética. Eso fue lo que yo traté de expresar en la película.
Con Clandestinos me pasaba que, desde la adolescencia, yo quería que mi primera película fuera sobre ese tema. Y también tenía que transitar un camino que no conocía en la ficción y una película de acción me lo permitía. Entonces, traté de humanizar esos personajes: un Ernesto que le tenía miedo a la tortura, una Nereida que seguía a Ernesto más por amor que por conciencia política y, lo más importante, que eran jóvenes que bailaban y disfrutaban como los de cualquier hijo de vecino. Siempre respetando la épica y el hecho histórico narrado desde el cine de acción.
La Habana es un personaje constante en casi toda su obra. En algunas, la muestra esplendorosa; en otras, rebelde, pero también en ruinas. ¿Cuánto falta por contar de esa Habana y cómo hacerlo alejándonos del relato simplista y binario del paraíso socialista o el infierno totalitario?
Yo me siento cubano, pero muy habanero. Y a mí me pasa que mis emociones vibran con las de la ciudad. En mis experiencias de cine fuera de Cuba, no me siento igual. Aquí es donde yo me siento como pez en el agua, donde soy más creativo. Me reconozco en cada hecho que sucede. Y lo que más caracteriza a nuestra ciudad es que cualquier cosa puede pasar.
Realmente lo creo: La Habana como espacio cinematográfico es inabarcable y eso tiene que ver con la gente que habita la ciudad. La Habana sin su gente sería solo escenografía. Esta ciudad está llena de historias, no solo ahora mismo, sino en el tiempo. Creo que los jóvenes cineastas las van a contar. Mis películas están ahí y ahora estoy tratando de hacer otra que se llama Nocturno. Está en fase de guion. Trataré de expresar cinematográficamente lo que he vivido y han vivido otros desde 1961 hasta acá. Por supuesto, con sus saltos temporales. Ojalá me dé tiempo.
El cine, desde los mismos inicios de la Revolución, ha sido una de las zonas del arte en las que más se debate a nivel público. Los cineastas siempre han sido artistas comprometidos con los destinos de su país. ¿Cómo ve ese proceso hoy? ¿Cuántos de esos debates se han desplazado a las redes sociales y qué vías encuentra usted para intervenir cuando lo cree necesario?
Yo soy de carácter melancólico y por eso a veces me domina la nostalgia, aunque no me gusta. Me gusta hacerlo desde la dinámica del presente. No obstante, recuerdo con nostalgia los años 60. No solo en Cuba, sino también en el mundo. Todo parecía posible. Mi generación estaba cambiando este país. Pero de verdad, desde las esencias. Todo lo que había que cambiar, se estaba cambiando. La dinámica del pensamiento vibraba y, aunque todo el mundo no pensaba igual, las ideas predominantes eran las del cambio. Es cierto que había muchas maneras de plantear ese cambio, pero se discutía públicamente.
Después de esa época, se ha ido limitando esa libertad. Sobre todo, en los medios masivos de comunicación. Ahí, los debates y paneles muestran casi siempre más una conclusión ya predeterminada de un tema que el proceso mismo. Creo que es una gran pérdida.
Ahora, con las redes, muchos jóvenes han encontrado el espacio que no encuentran en los medios más tradicionales. Yo veo las redes como algo positivo, pero también muy peligroso, porque se han convertido en un lugar muy contaminado por extremismos. Se navega muy superficialmente y no se da un intercambio con profundidad y respeto. Claro que también hacen falta discusiones ligeras. No todo tiene que ser complejo.
A mí, más allá de las que tengo para comunicarme, no me llaman la atención, aunque he tenido que recurrir a ellas para expresar ideas que no me publican en otros espacios. De todas formas, las ideas que me mueven como artista y como ciudadano, siempre he tratado de expresarlas a través de mis películas. Creo que es la mejor manera de participar. Salvo urgencias.
Usted ha declarado en otras entrevistas que empezó en el ICAIC como mensajero, sin ningún contacto en el mundo del cine, ni mucha formación en cuanto a técnica y método. La propia institución lo ayudó a formarse y le abrió oportunidades para crecer. Hoy tenemos academias como la FAMCA o la EICTV, pero ¿qué papel están desempeñando hoy estas instituciones — especialmente el ICAIC — en el acompañamiento al desarrollo intelectual de los profesionales del cine cubano? ¿Considera que hoy un joven, hijo de un cartero, tiene las mismas oportunidades que tuvo usted para hacerse director?
No tienen las mismas porque el contexto no es el mismo. Yo en el año 58 soñaba con hacer cine, pero la verdad es que nunca pensé que lo lograría. Cuando se creó el ICAIC en el 59, para mí fue un sueño. Yo entré al ICAIC llenando una planilla y me llamaron para ser Asistente de producción C. En papeles era eso, pero en la vida real era un mensajero. Vivía de aquí para allá llevando permisos de rodaje y dando recados. Sin embargo, había una nueva generación que se estaba formando como cineastas. Hubo dos maneras: a algunos jóvenes, el ICAIC los envió a estudiar fuera; y otros nos quedamos aquí aprendiendo en la práctica.
El ICAIC era un centro de producción y, al mismo tiempo, una escuela. Y cuando te digo «escuela», no era una academia, gracias a Dios. Lo que se hacía era trabajar y discutir constantemente. Se respiraba eso en el ambiente de aquellos años. Habían cinedebates, una biblioteca a la que llegaba lo último, no solo de cine, sino también de la literatura mundial. Recuerdo que fui asistente en la biblioteca, ayudaba también en las traducciones de ruso y me cayó en las manos la primera edición de Cien años de soledad cuando todavía no se conocía a García Márquez como sucedió después. Recuerdo también un folleto que se editaba sobre las últimas discusiones estéticas, el estructuralismo cuando empezaba, la Nueva Ola, en fin…
Y no solo el ICAIC. Era la época. Yo era técnico medio y, cuando entré en la universidad, tuve de profesores a Mirta Aguirre, a Camila Henríquez Ureña, a Roberto Fernández Retamar, a Beatriz Maggi. Cada uno era un Maestro. En ese terreno fértil crecimos nosotros, los que empezábamos en ese momento. Eso va conmigo siempre.
Para recuperar eso, podemos hacer lo que siempre he defendido de la EICTV. O sea, que las escuelas no sean academicistas, sino espacios de búsquedas creativas. Yo sigo pensando que el cine se aprende, pero no se enseña. Almodóvar también lo dice. Ahora también los jóvenes tienen la tecnología a su favor. Yo hice mi primera película de ficción a los cuarenta años. De todas formas, el cine no es fácil de hacer. Ni ayer, ni ahora. En todas las épocas habrá que luchar y perseverar para lograrlo.
El año pasado fallecieron dos fotógrafos notabilísimos que eran frecuentes en su trabajo: Raúl Pérez Ureta y Jaime Prendes. ¿Cómo fue trabajar con ellos?
Es la primera vez que voy a hablar de la pérdida de Raúl y de Jaime. Raúl era mi hermano. Crecimos juntos desde el Noticiero ICAIC. Tenía una nobleza muy particular. La próxima película que voy a estrenar está dedicada a él. Casi todo mi cine es con él. La pandemia le hizo mucho daño, pero así es la vida. Ya mi generación se va acabando.
A Jaime Prendes lo conocí en la Isla de la Juventud. Era un ser humano muy especial. Era muy libre, muy creativo, muy sencillo. Sin ninguna vanidad. Su muerte me impactó también mucho porque fue de repente. Asimilar esas dos muertes no ha sido nada fácil.
Recientemente ha terminado de rodar su más reciente película Riquimbili. ¿Qué nos puede contar de ella?
Después de haber hecho Insumisa, que es una película de narración mucho más clásica, quise volver a un cine donde jugara más con las estructuras narrativas y Riquimbili va por esa vía. Son varios cuentos entrelazados por una línea argumental que puede cambiar mucho. Aunque el género que la define principalmente es el humor negro, también hay un homenaje a otros géneros como el melodrama, el musical, etc.
Me tiene a la expectativa porque, hasta que no la termine, no sé si va a funcionar. El proceso ha sido complicado porque la pandemia lo ha demorado más de lo usual. A mí nunca me había pasado eso. Hubo un momento en que pensé que no saldría, pero por suerte lo logramos.
¿Y sobre Cuentos de un día más?
Fue una experiencia muy bonita de solidaridad coordinada por el ICAIC. En el momento en que la pandemia se estaba verificando más agresiva y casi todos estábamos en el encierro obligatorio, a la presidencia del ICAIC se le ocurrió convocar a este proyecto. Participaron jóvenes y también especialistas de mi generación.
Yo lo disfruté muchísimo por la manera en que se hizo. Fíjate que yo creo que algo nos protegió, porque a veces sin permisos salimos a rodar y, sin evaluar el resultado artístico final, parecía imposible, pero se hizo.
Ese proceso demostró la calidad de los seres humanos y la calidad de los profesionales que tenemos. Todavía podemos hacer grandes cosas. Lo único que hay que hacer es motivarlos, darles la oportunidad y el espacio. El cine no es un problema. El cine es una contribución al espíritu de la nación.
En 2013, usted formaba parte, junto a otros realizadores, del grupo conocido como G-20, una articulación para la propuesta más visible que buscaba reconocer la producción audiovisual independiente. En 2019, se dicta el Decreto Ley 373, que brinda el marco jurídico para las productoras independientes. Algunos creadores del campo lo han tachado de «ley mordaza»; otros reconocen su valía para el desarrollo de la producción audiovisual de manera autogestionada. Como uno de los líderes de esa propuesta, ¿cómo definiría el cine independiente para el contexto cubano actual? ¿Cuánto se ha logrado en su reconocimiento y cuánto falta?
El G-20 era la cabeza de un movimiento mucho más amplio. Para mí, lo que signó ese momento fue la Asamblea de Cineastas. Extraño mucho ese encuentro porque hoy ya no existe. Llámame utópico, pero yo soñaba con que iba a continuar. A través del G-20 se canalizaron muchas de las demandas. Las más importantes se lograron al cabo del tiempo. Hubo que esperar bastante, pero se lograron.
Es muy importante el Fondo de Fomento, para poner un ejemplo. La manera en que se concibieron los principios del Fondo de Fomento es bastante abierta. De todas formas, en lo que luchamos para que salga una Ley de Cine que regule la actividad, queda una cuenta pendiente, que es la exhibición. Porque todavía se siguen dando las censuras a lo largo del tiempo.
Es una lección no aprendida. El ICAIC como organismo rector tiene todo el derecho para decidir qué exhibe o no exhibe, pero no puede ser la única opción para la diversidad con la que se expresa y se va a seguir expresando el audiovisual cubano. Esos espacios tienen que existir y abrirse sin estigmatizarlos. Hasta que no se dejen de prohibir obras casi siempre por motivos ideológicos, habrá contradicciones. Esa es una discusión pendiente. Y esto no es solo del cine; se aplica también a todas las artes en Cuba.
El cine independiente ahora mismo es la parte fundamental de la producción cinematográfica cubana. Hasta el mismo ICAIC está colaborando con las productoras independientes. El cine independiente ha llegado para quedarse porque es la evolución de un proceso de producción que ha abaratado sus costos a través del desarrollo de la tecnología, pero también de la evolución de nuestra sociedad.
Hace un tiempo se preguntó mediante un cuestionario qué entendíamos por cine independiente y las respuestas fueron muy variadas. En mi opinión, a ese tipo de producción la define la diversidad, porque la independencia se la da uno mismo, si estamos hablando de independencia artística. Yo me considero un cineasta independiente haciendo cine con el ICAIC, haciendo sin el ICAIC, pero siempre haciendo el cine que he querido hacer. Eso es una actitud. Los jóvenes van a seguir creando sus productoras más allá de los decretos. Está bien que existan los decretos, pero ese proceso de evolución es lo que va a ir modelando la realidad del cine cubano.
Guardo un recuerdo muy lindo por la manera en que se expresaron muchos jóvenes que ni siquiera conocía. Y fue muy triste que el diálogo no continuara. La realidad es que iba a ser muy difícil conciliar las opiniones del grupo del 27/N, porque había opiniones de todo tipo, pero creo que faltó un esfuerzo, una voluntad por parte de las autoridades para que ese diálogo continuara. Creo que había que haber lidiado con la diversidad del grupo, en lugar de hacer una selección para ver con quién se dialogaba o con quién no. Eso marcó la ruptura.
Ese tipo de cosas hace que muchos jóvenes se frustren. Tengo la impresión de que, a partir de la pandemia y el ordenamiento económico, muchos jóvenes se han quebrado y se están yendo. Cada vez hay más jóvenes que se van porque no encuentran el espacio para expresarse y desarrollarse. Eso es de lo peor que nos puede pasar como país. Siento que los jóvenes están todo el tiempo frente a lo que les permitan hacer y no frente a lo que necesitan o desean hacer desde sus propias ideas, que muchas veces son distintas de las nuestras.
Esas restricciones tienen que levantarse. Como se tienen que levantar las restricciones de la economía. Yo no soy economista, pero nos hemos demorado tanto tiempo en tomar algunas decisiones que ahora es el peor momento y no dan respuestas. El discurso oficial va por un lado y la realidad por otro. Eso es muy dañino. La gente necesita respuestas, necesita diálogo. ¿Cómo mantener un diálogo? ¿A nivel de oposición? Yo no quiero ser opositor, pero ¿cómo voy a seguirte, si lo que me dices no tiene que ver con mi realidad?
Me preocupa mucho que el tiempo corra y la fractura se vaya haciendo más grande. Y, mientras pueda, voy a seguir luchando junto a los jóvenes que quieren cambiar el país en un sentido positivo. El cambio va a venir de los jóvenes; no va a venir por los «canales establecidos». Se van a equivocar más o menos, pero el cambio es natural y va a venir de ellos.
El imperialismo va a estar ahí, la CIA va a estar ahí; es como el cuento de Monterroso, pero nosotros no podemos depender de eso. Tenemos que propiciar el cambio para bien nosotros mismos. Mientras sigamos cerrados, con el mismo discurso; mientras no se abran nuestros medios y la Mesa Redonda vaya por una sola línea, esto no va a mejorar.
Las ideas triunfan porque son las ideas que necesita una época; no se pueden imponer. Tienen que crearse mecanismos de participación donde la gente pueda hacerlo de verdad. La prohibición y la represión no nos van a llevar a un país mejor. Si la CIA y toda esa gente logran hacer un golpe blando, es porque no hemos cambiado lo que deberíamos haber cambiado hace tiempo. Yo no quiero eso ni me interesa la politiquería de Biden. Ese país me parece que va al fascismo, pero nosotros no podemos depender de eso. Tenemos que lograr un país más plural, como lo quería Martí. Esa era la idea de la Revolución por la que luchamos. Y yo me siento revolucionario.
¿Qué futuro le augura al cine cubano?
Más que futuro prefiero pensar en presente. El presente que logremos desarrollar ahora va a determinar el futuro.
***
* Este artículo fue publicado en Luz Nocturna, OnCuba lo reproduce con la autorización expresa de sus editores.
Bien por Fernando. Ver luces y sombras es la base para la creación y la independencia. Otra cosa sería ser aceptar ser un clon.
Cómo piensa Fernando, piensan muchos intelectuales, piensan muchos ciudadanos de este país. No queremos ser opositor y necesitamos expresar nuestros criterios, nuestras consideraciones, nuestras propuestas.
Le propongo a Fernando un término que cre lo he inventado yo y me gustaría tomara vuelo: PROPOSITOR. Gracias. Un abrazo agradecido, ah y le recomiendo se busque un ejemplar de UN CURSO DE MILAGROS.
Me han impresionado mucho las palabras de Fernando Pérez, he compartido y he conversado con él y es una persona, para su estatus y nivel, Super sencilla.
Ojalá que los que deben leer e interiorizar esas sabias palabras lo realicen…
el no quiere ser opositor, el lo que no puede ser opositor, hace muchos años que es del PCC, así que no venga a engañar aquí.
Pues si es militante, estoy a su lado, esos son los que se necesitan para cambiar todo cuánto deba ser cambiado, para mejor. Muy acertado su juicio sobre los jóvenes. Saludos a este gran cineasta