Por Sara González-Ángel, Universidad de Sevilla
Pablo Picasso fue uno de los pocos personajes de la historia capaz de convertirse en icono y referencia universal durante su vida. Hoy, cincuenta años después de su muerte, es extraño encontrar a alguien que no conozca su nombre.
Sin embargo, Picasso, padre y verdugo del cubismo, pintor de vastísima producción, también ha pasado a formar parte del imaginario colectivo occidental apenas por un cuadro y una camiseta a rayas.
Es mucho lo que se desconoce de la persona, oculto por el personaje. Como por ejemplo, que el pintor malagueño también escribió poemas, de forma a veces casi compulsiva y usando la escritura automática. Esto lo ayudó en las épocas de bloqueo artístico y en sus transiciones estéticas y vitales.
Los textos de Picasso son interesantes por su valor estético y por su función dentro de la obra del artista. También son una fuente de información sobre el genio creador que se ha pasado por alto a lo largo de todos estos años.
Picasso poeta
Picasso comienza a escribir a mediados de los años 30 y sigue haciéndolo, en francés y en español, hasta 1959, cuando firma su obra más acabada, Trozo de piel, un homenaje a Góngora.
Acostumbrado a fechar todo lo que escribía, su primer poema parece ser del 18 de abril de 1935. Lo empieza tras la separación de Olga Khoklova, su primera mujer y madre de su primogénito.
La ruptura se salda con el desahucio físico y espiritual del pintor, una situación dolorosa para todos los implicados (el propio Picasso, Olga, su hijo Paulo, y también para Marie-Thérèse Walter, a punto de dar a luz a la segunda hija de Picasso, Maya). Esto supondrá una crisis pictórica y existencial para el artista.
En este momento, Picasso tiene ya más de cincuenta años y es reconocido por sus innovaciones pictóricas. Pero la edad, el éxito y la certeza de que quizá no pueda volver a España nunca más lo alejan irremediablemente de sus raíces andaluzas, tan valiosas para él porque le unen a su infancia y su familia.
Este alejamiento comienza siendo una percepción puramente emocional o intelectual pero, tras la Guerra Civil y la instauración de la dictadura, se convierte en algo impuesto, físico y real.
Al principio, Picasso escribe como un juego, un divertimento para evadirse de los dolores de cabeza del divorcio y la nueva parternidad. Pero pronto empieza a darse cuenta que ya no es un niño y que no va a tener esa familia tradicional andaluza que sí tuvieron sus padres. Necesita digerir esta circunstancia a través del arte y no hay arte que más se preste a la reflexión que la literatura.
Superponer el espacio y el tiempo
Como cuenta John Berger, el artista está aislado del mundo y ensimismado en sus crisis de identidad, lidiando con una profunda soledad. El bloqueo artístico que sufría solo podía solucionarse yendo más allá en su arte. Esto significa cambiar de medio de expresión.
A través de la escritura, Picasso toma consciencia de que la realidad no es como la había planeado y no logra dejar de sentirse solo, así que busca refugio. De este modo, crea en sus textos un espacio-tiempo donde dejar crecer sus raíces. Los poemas se convierten en una suerte de palacio mental surrealista y andaluz.
Esta superposición simultánea de los planos de espacio y tiempo, conocida como cronotopo, no coincide con la abstracción que se hace en la pintura, arte predominantemente espacial.
La imagen –espacio– combinada con la literatura –tiempo– y cristalizadas en la lírica –el género perfecto para la recreación del instante– se presentan como la vía idónea para la expresión del mensaje que (pre)ocupa al artista. Se tejen en la literatura picassiana las tres dimensiones: espacio, tiempo y emoción.
Entonces, al no tener ni un tiempo ni un espacio en los que echar raíces, pero decidido a tenerlos, el malagueño se dedica a crear y a crearse a sí mismo. Se incluye en un canon de genios hispánicos a los que puede hablar de “tú”, como querría haber podido hacer en persona.
El Siglo de Oro y el canon sentimental en los textos
Antonio Morón Espinosa escribe que la literatura siempre es “un resto de memoria”. Si la literatura y el arte forman parte de la memoria, entonces son susceptibles de convertirse en material literario, pasando por el filtro del recuerdo y convertidos en elementos del imaginario.
Es precisamente por este razonamiento por el que hay que buscar al Greco y a su señor de Orgaz, a Velázquez, a sus meninas, a Goya, a Góngora y su Polifemo, al Quijote, entre los personajes que desfilan por el universo andaluz que Picasso crea.
Todo lo que quiso y dejó atrás, junto a su tierra natal, se funde en estos grandes maestros. Por eso titula sus poemas más importantes haciendo alusión a ellos (El entierro del de Orgaz, que se publica ilustrado por el propio Picasso, o Trozo de piel, que alude a la metáfora común de que el mapa de España tiene forma de piel de toro). En su literatura no hay espacio para la lógica sino para la emoción y lo afectivo.
La función de la literatura para el malagueño es siempre catártica y evocadora: los poemas sugieren y recuerdan escenas de la infancia y la juventud, recrean olores, sabores y vagos recuerdos de la Málaga en la que pasó los primeros años de su vida, de La Coruña, Barcelona e, incluso, el París del fin de siglo.
De hecho, el mejor ejemplo para esta afirmación es el comienzo de su primer poema:
“Y dime tú que lo sabes, dime si puede ser que esta tarde aún llueva en mí el recuerdo húmedo de su cara y se deshaga el gris del cielo en el verde del árbol. Y dime si además podré coger un día los dedos que el sol pasará a través de la persiana por la mañana, al despertar cerca del mar Mediterráneo, y el olor del café y el pan tostado, que, aunque vengo de lejos, soy niño y tengo ganas de comer y de nadar en agua salada”.
Como he tratado de explicar, el Picasso poeta fue el más íntimo. En ellos se desnudó del disfraz del genio de la pintura y se permitió ser lo que era más allá y antes que eso: un exiliado que no pertenecía a ese espacio ni a ese tiempo, sino a otro que había dejado atrás.
Vivió su entrada en la atemporalidad que el canon otorga, y en la soledad del éxito se reencontró con Velázquez, con Góngora y con El Greco en su ascensión. Quedó por tanto vinculado a ellos de una forma que trasciende lo artístico y conduce directamente a lo íntimo y lo emocional.
Sara González-Ángel, Doctora en Literatura Española y Profesora del Departamento de Historia del Arte, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.