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Por Óscar Elía Zudaire, Profesor de Psicología, Universidad Europea
“Dale duro al gym y no le des más vueltas”.
Esa frase, a medio camino entre el meme y el consejo bienintencionado, tiene más trasfondo científico del que parece. Detrás de los batidos de proteínas y los selfies en el espejo hay una base científica sorprendentemente sólida: entrenar puede ayudarnos a olvidar malos recuerdos. Y no, no se trata de broscience (algo así como la ciencia de los devotos de los gimnasios), esto es neurociencia de verdad.
Nuevas neuronas al rescate
En lo más profundo de nuestro cerebro, en el hipocampo –una estructura cerebral clave para la memoria–, está la zona subgranular del giro dentado, donde se generan continuamente nuevas neuronas. Este proceso, llamado neurogénesis adulta, es uno de los pocos ejemplos de nacimiento de células nerviosas que perdura durante nuestra vida.
Las neuronas “recién nacidas” se integrarán en los circuitos cerebrales ya existentes formando nuevas conexiones sinápticas. Y es ahí donde viene lo interesante: estas nuevas neuronas y el nuevo “cableado” añadido a nuestro cerebro, además de ayudarnos a aprender, desestabiliza los recuerdos que ya no necesitamos.
En otras palabras, el cerebro está continuamente renovando sus conexiones, y esta reconexión hace que podamos olvidar ciertas cosas.
Un grupo de científicos ha demostrado en ratones que aumentando la neurogénesis en esa zona del hipocampo después de una experiencia traumática, el recuerdo de dicha vivencia y los síntomas de estrés postraumático asociados a ella se reducen. Los animales de laboratorio dejan de responder exageradamente a situaciones ante las que no deberían reaccionar, muestran menos síntomas de ansiedad y extinguen mejor los recuerdos asociados al miedo. Cuantas más neuronas nuevas, menos recuerdos traumáticos y menos conductas de estrés.
Ejercicio regenerador
¿Y cómo podemos aumentar la neurogénesis? Con ejercicio. Con cardio, con pesas o simplemente moviéndonos y manteniéndonos activos. Ya son varios los estudios que indican que la actividad física favorece la formación de nuevas neuronas en adultos. El ejercicio aeróbico moderado (como caminar a buen ritmo, correr o montar en bici) parece ser especialmente eficaz, aunque el entrenamiento de fuerza también puede aportar beneficios.
Este efecto se produce gracias a varias moléculas liberadas durante la actividad física, como el BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), que actúa como “fertilizante” para las neuronas, favoreciendo su crecimiento y conexión. Otras sustancias, como la irisina, el IGF-1 o las betaendorfinas, también están implicadas en ese proceso regenerador. Además de crear nuevas neuronas, el ejercicio mejora la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse y cambiar.
Para saber más sobre cómo funciona este proceso, un equipo de investigación simuló eventos de neurogénesis en una red neuronal entrenada para reconocer objetos. Al introducir nuevas neuronas (es decir, renovando algunas conexiones), la red funcionó mejor, y pudo generalizar el conocimiento a nuevas imágenes. Es posible que nuestro cerebro utilice la neurogénesis del mismo modo: previniendo la sobrecarga cognitiva, rompiendo con viejos patrones y haciendo hueco para los nuevos.
Antes de que la mala experiencia se grabe para siempre
¡Pero no hay que esperar demasiado! Otro estudio encontró que esta forma sana de olvidar, promovida por la neurogénesis, solo funciona mientras los recuerdos todavía dependan del hipocampo. Si esperamos demasiado y ese recuerdo traumático se “distribuye” por todo el cerebro, será menos susceptible a los cambios en la plasticidad del hipocampo y dará igual el ejercicio que hagamos: nos seguirá doliendo.
En resumen: hacer ejercicio no solo hace que nos sintamos mejor, puede ayudarnos a que nuestro cerebro se resetee. No solo enterrando viejas memorias, sino ayudando a olvidarlas desde un punto de vista biológico. Todo parece indicar que el cerebro necesita esa neurogénesis para ayudarnos a olvidar, adaptarnos y seguir hacia adelante.
Así que, al menos esta vez, tu amigo del gimnasio, ese gymbro, tenía razón.
Este artículo fue publicado en The Conversation. Lee el original.