Por , Catedrática de Teoría de la Información, Universidad Complutense de Madrid
Cada nueva herramienta que inventamos los humanos nace con la pretensión de facilitar una necesidad determinada. Pero todas las herramientas tienen la posibilidad de acabar produciendo el efecto contrario al que se buscaba con ellas cuando se usan de manera extrema. Es lo que el pensador Marshall McLuhan denominó la “Ley de Reversión”, según la cual todo medio o herramienta humana, usando de manera exagerada, produce el efecto contrario al deseado, colapsando el sistema para el que se creó.
Podemos comprobarlo en cosas tan simples como un embotellamiento automovilístico: cuando usamos el coche masivamente, y provocamos un atasco, el coche, en lugar de ayudar a desplazarnos, nos aprisiona en el atasco, impidiendo que podamos siquiera caminar. El medio se convierte en un impedimento para el desarrollo que se quería producir con él.
Esta reversión explica por qué cuando aumentamos el uso de alguna herramienta o dispositivo más allá de cierto límite, se produce el efecto inverso al deseado. Así, la hipertestesia —exceso de estímulo sensorial— termina produciendo anestesia —ausencia de sensaciones—: exactamente como ocurre cuando echamos tanta sal en nuestras comidas que todo nos termina sabiendo soso, o cuando aumentamos tanto el volumen de nuestros auriculares que terminamos padeciendo sordera.
La reversión y la inteligencia artificial
La Ley de Reversión apuntaría, entre otras cosas, a que recurrir de manera masiva e indiscriminada a la inteligencia artificial para estudiar y resolver cuestiones académicas pueda generar una reversión muy grave de las capacidades intelectuales humanas.
La inteligencia humana, además de ser generativa, es evolutiva, es decir, cambia a lo largo de la vida y en función de los estímulos o las circunstancias. La inteligencia humana es un músculo: crece o se atrofia según es usada y ejercitada. Múltiples estudios médicos muestran que para impedir el deterioro cognitivo es clave la gimnasia mental. Porque no nacemos con una inteligencia estática, ni es un órgano o facultad que permanezca constante. La inteligencia experimenta transformaciones, ampliaciones o regresiones. Cultivar la atención y la reflexión ayuda a mantener nuestra capacidad de adaptarnos a la cambiante y profunda realidad.
Amnesia digital y memoria humana
Un estudio de 2015 de una firma de ciberseguridad alertaba de los peligros de la que denominó “amnesia digital”, la pérdida de información almacenada en nuestros cerebros, por el recurso constante a las inteligencias digitales; algunos expertos habían alertado previamente del “efecto Google” en nuestra capacidad de recordar.
Uno de los padres de la inteligencia artificial, el premio Nobel Geofrey Hinton, explica que estos sistemas superarán en breve a la inteligencia humana; pero no tanto por su avance en eficiencia, sino sobre todo por la recesión intelectual que pueden llegar a producir.
Según la Dra. Kathryn Mills, del Instituto de Neurociencia Cognitiva en el University College de Londres, el problema reside en el hecho de que estos sistemas pueden sustituir a la actividad cerebral autónoma, impidiendo que las personas busquen, memoricen o construyan la información por su cuenta.
Los cerebros en desarrollo y la IA
Si esto puede estar sucediendo ya en cerebros adultos, cabe preguntarse el efecto de recurrir, en la etapa de estudiante, a ChatGPT y otras tecnologías similares para idear, resumir, concluir o reflexionar sobre los temas que debemos aprender.
¿Qué ocurre en la mente de un joven universitario si pide a la inteligencia artificial que le sugiera un tema de análisis, idea o enfoque de cada tarea académica, que genere un resumen de un libro extenso que no lee, de una teoría compleja que no comprende o de un conjunto de aportaciones de autores que no va a revisar? ¿Qué sucede si dejamos de consultar directamente las fuentes y accedemos solo a la información sintetizada por esta tecnología?
Si estos sistemas sustituyen la capacidad de procesar, sintetizar y organizar la información de los cerebros de los estudiantes, algunos expertos alertan sobre el “sedentarismo cognitivo” que se genera. Entre ellos, el sociólogo e investigador Diego Hidaldo se pregunta si no terminaremos teniendo que ir a entrenar nuestro cerebro a un gimnasio, al igual que hacemos con nuestro cuerpo. David Vivancos, experto en educación y tecnologías, en su libro El fin del conocimiento alerta de la pérdida de atención y su sustitución por los sistemas de IA, que merman la inteligencia autónoma humana.
Un sistema que piensa por nosotros
Dos advertencias se deducen de estos estudios: la primera es el peligro de una reversión por atrofia de la inteligencia humana individual, suplantada por la inteligencia artificial. Los estudiantes, por primera vez en la historia de la especie humana, tienen a su libre disposición un sistema que piensa por ellos. La consecuencia es que ellos pueden dejar de pensar. Contando con un medio extensor, los miles de cerebros de los estudiantes pueden dejar de leer, de resumir, de idear, de concluir ideas.
Este fenómeno masivo puede afectar gravemente a los jóvenes en edad de desarrollo intelectual, especialmente en la suplantación de la ideación personal, es decir de la imaginación creadora de ideas o enfoques. De hecho, ya está comprobándose su efecto en la capacidad lectora.
Saturación informativa
La segunda reversión de la IA es una reversión por saturación. Cuando hoy en día abrimos Google o consultamos a cualquier otro buscador de la red, las entradas generadas por IA literalmente opacan la capacidad de encontrar fuentes diversas de información. El atasco intelectual generado en la red por la IA se manifiesta en la imposibilidad de encontrar una entrada en Google o Edge que no sea un texto de IA.
Como explica muy bien Freya Holmer, quien considera a la IA un “cáncer parásito”, la red se está saturando con información generada por IA que nos disuade de buscar fuentes y nos conduce a un conocimiento comercializado y conformista. La IA está haciendo buena a Wikipedia, la única fuente que resiste, y que hace algunos años era denostada por los expertos.
Si nada lo remedia, podemos encontrarnos con el mundo distópico de 2001: Una odisea en el espacio, película que ya hace casi un siglo imaginó los peligros de sustituir nuestra capacidad de pensar, y nuestro músculo intelectual, por una prótesis inerte.
Este artículo fue publicado en The Conversation. Lea el original.