Ya quisiera yo creer en un Dios y pensar que es justo, que si algo malo pasa bajo su dominio es para enseñarnos a ser mejores y más fuertes.
Ya quisiera yo creer que hago el bien apoyando posiciones libertarias y de derechos individuales y desconocer los daños que provocan algunos países —llamados civilizados— hacia otros pueblos y regiones y hacia la supervivencia misma del planeta al promover estilos de vida y formas de creación de riqueza insostenibles.
Ya quisiera yo poder admirar y venerar a alguna de las grandes potencias, y aplaudir o entusiasmarme con cada uno de sus logros científicos, bélicos y económicos mientras me burlo o desprecio los logros de las otras: las consideradas potencias enemigas.
Ya quisiera yo que, al estar molesto y decepcionado por mi gobierno, pensar que el tipo de gobierno y sistema de un país vecino resolvería automáticamente nuestros problemas, o que mi felicidad y total satisfacción pudiera llegar estando fuera de Cuba.
Ya quisiera yo poder criticar a diario la gestión del gobierno e ignorar o minimizar los efectos reales de los castigos, sanciones y agresiones de los sucesivos gobiernos de EE.UU. y no reconocer lo malvados que son los que las promueven y mantienen diciendo hipócritamente que es por el bien de los cubanos.
Ya quisiera yo condenar estas agresiones externas, señalar siempre al enemigo foráneo como causante de los males de mi país y restarle importancia o desconocer los errores internos o alabar al poder totalitario que los provocan mientras proclama hipócritamente ser representante de un pueblo unido por la independencia y la justicia social.
Ya quisiera yo poder cantar y esconder mi cabeza como un avestruz mientras la ciudad (y el país) se derrumban literal y simbólicamente, algo que, por cierto y por suerte, no hacen ni Silvio, ni otros (no tantos) intelectuales valiosos.
Ya quisiera yo, en caso de emigrar, aprovechar mi educación para obtener un buen empleo, salario y futuro asegurado y pensar que así es y funciona todo el mundo y que ese privilegio lo pueden lograr todos los que se esfuerzan, vengan de donde vengan, vivan donde vivan.
Ya quisiera yo contentarme viviendo en un país vibrante pero desigual, con una buena vida para la clase media a la cual pertenecería seguramente y olvidarme de miles de pobres adolescentes atrapados en un destino de rechazo y muerte temprana.
Ya quisiera yo dormir tranquilo y pensar que es aceptable que ante un ataque con un saldo de 1200 víctimas mortales, un gobierno tiene el derecho y el deber de vengarse y asesinar a más de 36 mil personas inocentes del bando contrario, muchos de ellos niños; y que además deba recibir ayuda y armamento de potencias amigas.
Ya quisiera yo pensar que se hace bien atacar a un país vecino y más pequeño porque existía la supuesta amenaza de que este era un peligro y de esta forma hacer que miles de jóvenes que nada tuvieron que ver con los poderes contrincantes y de naciones antes amigas, se mataran unos a los otros.
Ya quisiera yo creerme de verdad que el pueblo cubano está unido junto a su gobierno y partido y que los miles de hijos que se van cada mes lo hacen solo por razones económicas o que los que han sufrido discriminación, acoso, abusos y cárcel por su forma diferente de pensar no son más que manipulados, egoístas, anexionistas o apátridas.
Ya quisiera yo consternarme con los abusos de fuerzas policiales en Chile o Nueva York, solidarizarme con los jóvenes valientes que reclaman su derecho a expresarse en las calles y plazas y por otra parte, siguiendo el apagón informativo oficial cubano, creerme que todo el que protesta en Cuba es violento, vándalo, desestabilizador, asalariado del enemigo, o simplemente confundido y que es justo que cientos de cubanos que solo reclamaban libertad pacíficamente cumplan varios años de cárcel.
Ya quisiera yo vivir en otro país supuestamente libre, y sentirme un luchador por la libertad y la democracia incitando por una parte a las protestas en Cuba, llamándole esbirros a los que reprimen a protestantes y por otra denigrando a los que protestan por causas justas en universidades y calles de mi nueva ciudad y cerrando los ojos ante una represión mucho mejor equipada, efectiva y violenta.
Ya quisiera yo poder votar por un partido o presidente que prometa mejoras en la economía y no me importe el genocidio en Gaza, ni los inmigrantes desamparados, ni el cambio climático que ya hace y hará trizas esa misma economía.
Ya quisiera yo creer que un grupo de hombres permanentemente en el poder pueden pensar y actuar por bien de todo un país y no por su supervivencia y continuidad de privilegios.
Ya quisiera yo celebrar las victorias de Lula, Petro, Maduro, AMLO y Claudia en América Latina, donde ni los sindicatos y electores más izquierdistas quisieran un sistema como el cubano y después pensar que es justo y conveniente que el PCC esté por encima de la Constitución cubana y se le prohiba al pueblo ejercer libertades y derechos políticos básicos para definir el destino de sus vidas y del país.
Porque a estas alturas, ya se debe saber que el mundo no se divide en buenos y malos, a pesar de la polarización, simplificación y manipulación de los medios.
No obstante, también se debe saber que, por regla general, mientras más poderosos sean y menos democráticamente o legítimamente hayan obtenido ese poder local o global, tanto una persona, como un grupo de élite, una corporación, complejo militar industrial o una superpotencia, así será el grado de maldad que practiquen, especialmente en aquellas ocasiones donde se huela algún peligro para sus intereses.