Así como Sevilla tuvo su barbero famoso, en la ciudad de La Plata, Buenos Aires, vive un barbero de cierta popularidad por ser cubano. El corte de cabello, la barbería, ha estado tan ligada a la vida de Isidro Oliverio Sánchez del Portal que en uno de los brazos lleva tatuado un símbolo: la tijera, la navaja y el poste del barbero.
“Mira”, dice y extiende los brazos para que observe tatuajes.
Tres de ellos se los hizo dibujar tras su llegada a Argentina, pero el resto ya los traía desde Cuba, de donde salió vía Guyana. Para llegar a La Plata debió cruzar Brasil en lo que considera un trayecto “duro” que incluyó abordaje de micros y aviones. Pero… aquí está, y lo disfruta.
Además del tatuaje que lo vincula a la barbería, pueden verse otros sobre su piel: un demonio, el rostro de uno de sus sobrinos, Mickey Mouse y su novia Minnie, así como una representación del santo que “se hizo” un mes y poco antes de abandonar La Habana. “Fue Yemayá con Obatalá”, me dijo.
Incluso antes de imaginar que se iba a radicar a miles de kilómetros de la Habana Vieja, de Cienfuegos, su calle; aun cuando ni siquiera existía esta barbería en la cual trabaja hoy, de nombre “Dominican”, fundada por dominicanos y llena de motivos deportivos del vecino país, ya practicaba el milenario oficio tan popular por aquella ópera italiana.
La Barbería, además, para Isidro constituyó la oportunidad de recomenzar una vida que él mismo no sabe cómo hubiera continuado de no desviar el rumbo que llevaba.
-Siempre me gustó cortar el pelo. Lo hice después que salí de la tabaquería.
-¿Y cuándo comenzaste a cortar el pelo?
-Después que me escaché, papi —dice en su jerga habanera.
-¿Cómo así?
La vida de este hombre de 34 años, antes de asumir la barbería como oficio, no fue sencilla; incluso el oficio llegó luego de entender que la existencia era aún más compleja de lo que ya había sido para él hasta ese momento en su Habana Vieja donde había tenido que ingeniárselas para sobrevivir .
A los 16 años se “escachó”, o lo que es lo mismo, tras haber sido apresado por la policía debido a que lo sorprendieron “arrebatando cadenas” en las calles de la siempre dura vieja Habana, y tras superar el incidente con una multa, entendió, por los consejos del teniente coronel de la unidad, un policía sobrino de su abuela, que el camino no era ese.
-Me dije: “más nunca”. Hoy soy quien soy por lo que me pasó.
-¿Por qué lo hacías?
-La necesidad obliga —dice en tono de justificación. En mi casa éramos “los muchos”.
Después de esa experiencia, comenzó a aprender la carpintería y trabajó en un taller cercano a su casa, situada en Cienfuegos 120. He estado en esa calle, a poca distancia del Parque de la Fraternidad. La calle es famosa por un libro del narrador cubano Amir Valle que durante unos años fue bastante mencionado entre los estudiantes de periodismo.
“No hay que robar para buscar dinero”, me dije. Y empecé a enfocarme.
De la carpintería, o acaso desde ella, pasó a ser tabaquero en la Fabrica Partagás. Pero, otro incidente imprevisto lo hizo emprender un nuevo camino y así llegó al oficio definitivo.
Siempre quiso salir de Cuba, y siempre llegar a Estados Unidos, aun cuando tenga un abuelo que vivió allí y luego regresó para la Isla. Su ex mujer y madre de su hijo estaba embarazada cuando se les dio la oportunidad de emigrar a Argentina. “Me habían pintado Argentina de una manera y cuando llegué aquí me chocó la verdadera realidad”, me dijo, siempre subrayando que está “muy agradecido de estar aquí”, pero “salí para ayudar a mi familia y no he podido ayudarla”.
-Mi hijo es argentino, qué te puedo decir…
Cierto, su hijo.
El niño ha estado todo el tiempo junto a nosotros. Un pequeño de unos tres años. Camina de un lado al otro de la barbería, hace amagos por agarrar objetos y tocar a la gente; alguien le pide que baile y otro lo carga por un buen rato. Después quiso agarrar mi agenda y un lapicero, quedarse con ella, pero le dije que ya había acabado su tiempo y que había convertido una de mis hojas en una verdadera maraña. Se quedó pensativo y se largó a otra zona del local.
Sus nombres son Roisán Iremí. “Iremí significa “miré” en yoruba”, apunta. Isidro Oliverio cuida de él sin más ayuda que la de los amigos. No me dio explicación, pero su ex mujer, la madre, se lo dejó después de un accidente que padeció el año pasado. En eso ocupa su tiempo libre ahora. Hace seis meses que es padre responsable.
Al inicio de la pandemia y por la larga cuarentena que vivimos aquí se vio obligado buscar trabajos alternativos ya que negocios como la barbería debieron mantenerse cerrados.
-Tuve que hacer delivery y todo. Estuvimos cerrados como seis meses. Tenía que buscar el dinero por algún lado. De hambre uno no se va a morir.
El barbero cubano de La Plata estudió hasta el noveno grado, luego sumó un mes de una carrera técnica, pero tenía que ayudar a la familia para comer. Tiene seis hermanos. A esa familia hace rato no la ve, aunque habla de ella como si la tuviera enfrente.
Por su modo de hablar parece que siguiera en La Habana. “Ayer hizo un frío de pinga, venía en la moto y quería morirme”, y se ríe. Cuando remodelen el local, un rectángulo con tres sillones donde ahora mismo, en este momento en el que tomo apuntes, se escucha reguetón, pondrá una foto de Omar Linares o de Germán Mesa, pues el sitio tiene ya algunas imágenes de deportistas dominicanos.
-¿Qué te dicen los clientes cuando conocen que eres cubano?
-Lo mismo que todo el mundo… quieren saber de Fidel Castro, de Raúl; esto, de lo otro. A todos les digo la verdad, la verdad o lo que yo viví; que fue duro, oíste.