En marzo ocupó titulares internacionales cuando el Festival de Málaga la reconoció con el premio a la mejor actriz por su papel en La mujer salvaje. También fue premiada en Brasil y en el Havana Film Festival de Nueva York. Pero el nombre de Lola Amores (Villa Clara, 1977) es familiar para el público cubano desde mucho antes. Después de años en el teatro, en 2016 dio un salto a la gran pantalla en Santa y Andrés, de Carlos Lechuga.
Estos protagónicos, junto a entregas como Una noche con los Rolling Stones, dirigida por Patricia Ramos, dan cuenta de la calidad de su trabajo actoral más allá del medio en que se desenvuelva. Conversamos con Lola Amores.
¿Cómo llegas a la escena, a la vida de actriz?
Eso supone un recorrido hacia atrás, bien hacia atrás. Empecé a hacer obras de teatro en la escuela primaria, sin ser consciente de que estaba haciendo teatro. Recuerdo una adaptación de “La Caperucita Roja” en la que con tremenda emoción tiraba al lobo contra un canapé. Recuerdo otra que se llamaba “La Moneda”, “La Visita llegará a las once”, donde hacía un personaje que recibía a un pionero ruso y hablaba un poco de ruso, creía yo. En la primaria hacíamos muchas obras.
Luego en la secundaria participé en festivales por la provincia, Villa Clara, que nos llevaban en ómnibus por diferentes pueblos. Trabajábamos en condiciones diversas con los niños, siendo yo niña también. Era una experiencia muy bonita. Y de ahí poco a poco hice otras cosas. Cantaba en un trío, presentaba poemas, hacía cuentos en concursos que hacía la bibliotecaria.
Ya en el preuniversitario queríamos que en mi pueblo, Vueltas, hubiese una Casa de Cultura. Hicimos una campaña cultural para lograrlo: coreografías, obras de teatro… Nos fuimos un grupo enorme a hacer pruebas del ISA. Había catorce plazas ese año, y pude obtener una. A partir de ese momento me quedé en La Habana y empezó otra etapa.
¿Cómo llegas a El Ciervo Encantado en el año 2000?
Cuando estaba en el último año de la carrera, no teníamos maestro para graduarnos. Un grupo de muchachas entramos en un proyecto de un alumno de dirección que se llamaba Sergio Barreiro. Y Nelda Castillo estaba de maestra de Sergio, de dirección. Ahí nos acercamos a ella y trabajó un poco con nosotras. Fue un primer acercamiento al trabajo de El Ciervo. Fue por poco tiempo. Pero fue muy importante porque ahí empezamos a conectarnos.
Pasado un tiempo me gradúo y mi papá se enferma en el hospital, grave, muere de cáncer y en ese tiempo ella contacta conmigo para estar en el grupo. Siento que pasar de una experiencia tan fuerte como la muerte de mi papá a empezar en El Ciervo fue como si mi papá mismo me dejara en un lugar donde en un futuro yo podría desarrollarme creativamente, un lugar donde conectaba profundamente.
Quise sentirlo así y realmente salí de esa experiencia muy dolorosa, a esa otra experiencia muy creativa, donde canalizar el dolor, donde empezar a buscar en mí y desarrollar todo un gusto estético, un valor ético, una manera de ver el teatro y ver el trabajo como actriz que me han servido desde entonces.
En El Ciervo tenían un fuerte entrenamiento y una noción distinta del personaje; muchas veces no lo llamaban de esa manera convencional.
El entrenamiento es psicofísico. Nelda tenía una investigación hecha cuando entré al grupo y siguió profundizando junto a los que estábamos con ella. Era un trabajo psicofísico muy particular, que tiene que ver con la liberación de tensiones; lo hacíamos durante mucho tiempo. Es un un sistema de ejercicios que llevan a un resultado luego, pero siempre sin pensar en el resultado, yendo poco a poco, por etapas, por escalas, y profundizando en ese proceso hasta que uno sale más de los lugares comunes y va profundizando en la memoria del propio cuerpo, que es algo más profundo, siento yo.
Se busca salir de la representación, por eso usamos la palabra “ser” para los personajes, aunque los llamamos personajes para comunicarnos socialmente. Pero para nosotros la palabra “ser” nos hacía profundizar en ese sentido: de ser, de estar, de no representar. La palabra para mí como actriz es fundamental. Porque soy un ser que tiene vida propia, que puede improvisar, que tiene sus maneras de comportarse, sus textos. Y eso es tan rico, tan bueno para un actor, llegar a ese estado de libertad. Todo ese entrenamiento te lo permite, esa profundización te permite llegar a esos estados de libertad y hace que por lo menos intentes no repetirte, porque vas por caminos desconocidos, te entregas a lo que no sabes y encuentras cosas que te sorprenden y te divierten, por supuesto, porque ni tú lo esperabas. Es muy rico, muy liberador, la verdad.
Todo ese proceso lo aprendí mucho en El Ciervo. Hasta donde pude, como siempre digo. Poniéndole todo mi empeño y mi esfuerzo. Y estando todos los años que pude estar ahí con Nelda, con Mariela Brito, con Eduardo Martínez, con Sahily Tamayo, Sara Susaeta, Mijail Rodríguez, el mismo Sergio estuvo un tiempo. Son muchas personas con las cuales y de las cuales también aprendí mucho. Y me ayudaron muchísimo en mi proceso, porque cada uno tiene un proceso distinto en ese entrenamiento. Y cada uno a partir de eso aporta.
Imagino que de alguna forma fue un proceso que se prolongó en 2012 cuando fundas junto a Eduardo Martínez La Isla Secreta. Con la particularidad de que establecen una relación diferente con el público, condicionada por el espacio escénico, que era un apartamento.
Al irnos de El Ciervo teníamos una rutina de entrenamiento. El cuerpo pedía ese trabajo. Poco a poco fuimos moviendo los muebles del lugar, dando espacio para entrenar, acomodándonos. Fuimos poniendo luego un telón negro en la sala, que era muy pequeña. Cabían veinte personas, si acaso, apretadas. Luego pusimos un piso de madera, unos cojines, pusimos un aire acondicionado, unas latas de tomate para hacer luces. Y cuando vinimos a ver teníamos una pequeña salita. Empezamos a hacernos propuestas que luego necesitábamos mostrar y empezamos a invitar a amigos.
Las propuestas eran una manera de trabajar del Ciervo y que seguimos desarrollando nosotros. En la investigación de algún tema nos hacíamos propuestas que eran ejercicios pequeños que no se ensayaban. Y nos presentábamos unos a los otros, con vestuario, texto… Es muy divertida esa parte, porque se hacen muchas locuras sin pensar. Y esos errores ayudan a conducir el camino. Fuimos haciendo esas propuestas y llegamos a un espectáculo. El primero fue Oración.
Hicimos muchas funciones. Hacíamos una tertulia luego del espectáculo y el público se quedaba a conversar. Brindábamos té, horneábamos un pastel de piña para la función y la gente iba a conversar.
Fue muy bonita esa parte porque tener al público tan cerca y luego hacer la tertulia, era como recibirlo en la casa, en tu espacio y brindarle lo que tenías. Pero también ellos te brindaban el hecho de ir, de compartir contigo tan cerca. Hablaban hasta de sus experiencias, de sus proyectos. Te dabas cuenta de que no estabas tan sola, que todo el mundo estaba en sus pequeñas islas. Hicimos conexión entre varias personas, surgieron proyectos, hubo gente que se hicieron novios ahí, que se conocieron y todavía están juntos y nos recuerdan eso: “Nos conocimos en La isla secreta”. Qué maravilla eso. En esa etapa nos pasaron muchas cosas, iban personas de todos lados, del mundo entero.
Tuvimos que hacer una función a los vecinos porque oían que estaba pasando algo y dijimos: “Vamos a hacer una función a ellos nada más”. Y fue súper bonito porque todos fueron, se vistieron para ver a los actores del edificio y conversaron un poco con nosotros. Hicimos la tertulia y nos contaron su experiencia de lo que habían visto. Y también tuvimos a muchas personas como Eugenio Barba, que iban a festivales de teatro, y pasaban por ahí.
Con La Isla Secreta estuvimos en México, en el Festival de Matanzas, con los dos espectáculos: Oración y Jardín Adentro. Hicimos ahí en ese espacio un Café Teatro, con lecturas por el Festival de poesía. Hicimos proyecciones, debatimos sobre cine, hicimos muchas cosas.
Hablas entonces de una conexión también con el cine.
Sí. Estando en la Isla Secreta hice algo en cine por primera vez. Fue un corto que se llama La Nube, en 2013, dirigido por Marcel Beltrán. Tuve la dicha de que fuera Marcel, una persona muy talentosa, y que además me tocara hacerlo con dos actores maravillosos de este país: Broselianda Hernández y Manuel Porto.
Broselianda fue la persona que me dijo el primer texto en cine, cuando improvisamos. Y yo, imagínate, nerviosa porque nunca había hecho cine y era Broselianda además, que para mí —no era— es una gran actriz del cine cubano y del teatro. Fue mi guía, la voz de Broselianda, Después tuvimos una amistad muy bonita.
Eso fue lo primerito, cuando todavía estaba haciendo funciones de Oración. Fue una dicha. Te cuento que en un momento cortaron algo por una equivocación y Porto me decía que no cortara. Me tocó así rápido: “No, no, en el cine hay que seguir, en el cine hay que seguir. Que después se edita”. Todas esas cosas las aprendí con ellos. Fue maravilloso.
Luego hice otras cosas en el cine. En la Escuela [Internacional de Cine y Televisión] hice algunos cortos. Y después hice Santa y Andrés (2016), que fue más compleja.
Te enfrentaste a un universo en alguna medida nuevo, a pesar de que ya eras una actriz con dominio de su cuerpo, de lo que era construir un personaje. Sin embargo, los medios son diferentes a pesar de tener puntos de contacto. ¿Cómo fue aprender a hacer cine?
Sí, Santa… con Eduardo, que además fue muy bonito que nos escogieran juntos. No tenían por qué. Lechuga hizo más casting con muchas muchachas. Y que nos eligieran juntos fue muy bueno, porque traíamos una relación de trabajo de años.
El trabajo en el cine para mí —y para muchos— es muy distinto al teatro, más aún del teatro que veníamos haciendo, con maquillaje, máscara, más extracotidiano. Pero el entrenamiento de El Ciervo y el que seguimos luego es maravilloso para hacer cine, es la base para un actor. Nosotros veníamos haciendo eso año tras año. Es como que vas caminando y caminando y encuentras que luego tienes el camino más corto para hacer otras cosas.
Claro, siempre hay que tratar de no olvidar, porque no es buscar resultados, sino procesos. El cine tiene mucho que ver con eso que aprendimos. Es simpático para mí, por ejemplo, cuando estoy haciendo cine que haya muchas personas trabajando. Nosotros en el teatro lo hacíamos todos: el vestuario, poner el cable, todo. Y además teníamos un entrenamiento de disposición, de estar dispuestos a hacerlo, a no esperar por el otro.
Son cosas del teatro que te ayudan, te dan resistencia. Porque el cine aparentemente no lleva un entrenamiento físico, pero sí una resistencia de tu mente, de tu psiquis. Debes tener una fortaleza mental para poder estar en condiciones extremas, porque pasamos mucho trabajo haciendo cine. En el mundo entero se pasa trabajo, pero en Cuba tenemos condiciones complejas. Y tienes que estar dispuesto, concentrado, queriendo, y sin la bobería de juzgar, de criticar. No puedes perder tiempo, tienes que estar. Por lo tanto, para mí hasta el cine tiene una parte espiritual, de disposición, de estar en función de algo que además no eres tú quien lo escribes, te entregas al trabajo de otros.
Viendo La mujer salvaje pensaba que saltaste de Santa, un personaje introvertido, y te enfrentaste a Yolanda, tan distinta. Cuéntame de esos contrastes y de lo que ha representado para ti como actriz a la hora de hacer cine, porque te ha permitido desdoblarte, verte en situaciones totalmente diferentes.
El trabajo de la actuación en el cine sigue el mismo camino del teatro, de entregarse a una investigación nueva cada vez, en la que no sabes a dónde tienes que llegar. Vas descubriéndolo junto con el director. Lo rico de eso es que cada director viene con una propuesta y tú te entregas. Si estás alerta a lo que quiere, no tienes por qué llegar a los lugares comunes, a lo que traías del anterior. Ayuda la pasión con que viene cada director con su proyecto.
Uno está muy alerta, sensorialmente hablando, para las palabras, las intenciones, lo que ellos quieren. Eso es importante para trabajar el personaje con sus particularidades. Entregarse a esa obsesión del director y no a la tuya, porque tú siempre estás defendiendo un lugar común.
Has trabajado con Carlos Lechuga primero y ahora con Alan González. Son jóvenes a quienes no les importa el riesgo, están todo el tiempo en disposición de dejarte fluir. Te he escuchado hablar sobre eso.
Sí, están más abiertos a las propuestas de los actores. Un director tiene que ser, pienso, muy capaz de estar conduciendo eso que el actor va encontrando.
Háblame un poco de los premios internacionales que has obtenido. Has sido reconocida en festivales en México, Miami, Brasil, ganaste la Biznaga de Plata por mejor actriz en el Festival de Cine de Málaga, con La mujer salvaje. Has pasado de iniciarte en el cine a convertirte en un rostro conocido y a quien hay que nombrar cuando se habla de cine cubano contemporáneo. ¿Qué significa para ti?
Bueno, con esto de los premios a veces digo: “Vaya, le estoy cayendo bien a la gente”. Pienso siempre que los premios son algo que uno no busca, que llegan y uno los agradece muchísimo. Cada vez que recibo un reconocimiento pienso en todo el equipo. Me digo qué contenta estoy. Qué alegría, porque es como confirmar algo para el resto del equipo. Como para decirles que hice lo mejor que pude y alguien más lo ve. Eso me emociona, me da hasta nervios, porque me emociona.
La gente cuando trabaja en equipo se une mucho y es un esfuerzo en conjunto. Me gusta mucho el trabajo en equipo. Y en los proyectos que he estado la gente para mí es muy importantes. Los fotógrafos, la gente de vestuario, luego se quedan todos de amigos. Cada vez que tengo un premio pienso en todo el mundo, en la alegría que se van a llevar. Y después te escriben: “Lola, estás acabando”… esa frase simpática.
Quienes no te conocen no lo saben, pero tengo que decir que en el caso de Lola Amores uno de los factores que determina el éxito es su humildad. La humildad ha determinado tu carrera, tanto en el teatro, cuando estuviste, haciéndolo todo, en el rol tanto de dirección como de atrecista, y en el cine también.
Gracias. Yo siento que cuesta mucho trabajo hacer cine, como el teatro. Pero estos reconocimientos tienen que ver con el esfuerzo que hemos hecho para lograrlo. Y es muy bonita esa parte. Si lo miro así, me alegra mucho. Después se me olvidan, ya pasó el momento y voy a otra cosa.
Además de Una noche con los Rolling Stones, ¿qué te veremos hacer próximamente?
Bueno, ahora estoy en un proyecto que se llama La levedad de ella, de Rosa María Rodríguez, todavía por filmarse. Ella me dio el guion y me encanta. Es un proyecto que me dará mucha alegría en cuanto a investigación y a conexiones con ella, con el texto que me dio, que es muy bonito. Sé que me va a gustar mucho hacerlo.
En el cine cubano hay personajes femeninos y actrices que han marcado una pauta, que se han convertido en el rostro del cine por mucho tiempo. Pienso en Lucía y Adela Legrá, Raquel Revuelta, Eslinda Núñez. Pienso en películas que vinieron después, en Isabel Santos, Beatriz Valdés, podríamos mencionar varios nombres, a los que creo que se va sumando el tuyo. En tus dos últimas películas has demostrado que comienzas a ser un rostro reconocido. ¿Cómo ha sido tu relación con las mujeres que has interpretado? ¿Alguna vez pensaste estar junto a los nombres que acabo de mencionar, que han marcado tanto en los espectadores cubanos?
Bueno, tú me pones ahí en esa lista. Y yo lo veo desde mi punto de vista, desde mi vida. Yo simplemente voy haciendo las cosas. Me encanta estar entre todas las actrices, me encanta estar entre la gente que está haciendo cosas, que ha hecho cosas así en el cine cubano. Esas películas maravillosas que tenemos en nuestro cine, todos esos nombres de grandes actrices, que admiro y sé, como cubana, lo que ha sido hacer cine en Cuba, y lo que los personajes que han hecho han representado para nosotras. Si estoy en esa lista, me encanta estar en esa lista. Y si no, igual. Porque siento que voy haciendo cine con todas. Y de todas ellas me nutro y son la base de donde estoy ahora, donde yo me paro, donde construyo. Se lo agradezco también a todas las actrices que hacen cine en Cuba, y a la gente de teatro. A las actrices de teatro también.
Me preguntabas por la relación con Yolanda y con Santa. Para mí la relación con los personajes tiene que ver mucho con los procesos, los puntos de partida. Cuando empecé a hacer Santa y Andrés, Lechuga nos dio como treinta y pico de preguntas relacionadas con el personaje, qué le gusta, qué sueña, los juegos de niña… Y me puse a responder en una circunstancia un poco extrema, mi mamá tenía cáncer y estaba muy mal en el oncológico en Villa Clara. Entonces me puse a responder a través de mi mamá, de la experiencia del campo de mi mamá. Del campo profundo. Toda la investigación que hice para Santa tenía que ver con mi familia.
Para mí fue maravilloso porque, aunque esos cuentos yo los había oído en otro momento, en esa circunstancia tuvieron otra dimensión. Me di cuenta de todo lo que yo como ser humano, a través de esa investigación, había evolucionado, avanzado o experimentado en mi vida, desde mi punto de vista, de mis muertos. Me emocionó muchísimo y me quedó esa sensación cada vez que veo a Santa, ver todo el recorrido de mi familia y esa investigación que había hecho con mi mamá. Que nos divertimos y todo, a pesar de la situación extrema que estábamos viviendo, mientras investigábamos todo eso.
Con Yolanda fue otra experiencia, porque la hice viviendo en Marianao. Y el director de la película, Alan González, vivía a tres cuadras de mi casa. Esa sensación de estar construyendo un personaje viviendo en Marianao, con Alan nutriéndome de videos, viendo cosas… Esa investigación y esos momentos en medio de la pandemia, hacen que el personaje lo vea desde una sensación de espacio-vida muy particular y que no olvido. Y me lleva a todas las mujeres de esa zona. Así que es muy intensa la experiencia también.
Creo que la oportunidad de hacer esos personajes se dio gracias a que, a pesar de las circunstancias que vive la isla y de que cada vez la emigración golpea más fuerte, has decidido permanecer en Cuba. ¿Qué significa para ti ser mujer, vivir en Cuba y hacer cine cubano hoy?
Hacer cine en Cuba, o cualquier otra manifestación, requiere una fuerte resistencia. Es una actitud de vida. Con tantas personas que se han ido las cosas también han ido cambiando. Pienso que todas esas personas que están fuera también pueden involucrarse en el cine cubano. Eso es lo rico y, además, hacen cine dondequiera que estén. Hay muchos amigos en España haciendo cine, en Miami… Las cosas están cambiando en ese sentido y hay una red de gente haciendo cine en diferentes lugares que es muy interesante.
Estar aquí y tratar de hacerlo aquí es una batalla que da fuerza y que es intensa, sí; pero se logra y se tienen resultados también.