A pleno sol

Fotos: Julio Alvite

El órgano más grande del cuerpo humano es la piel. Dicho así impresiona. Y sobre todo porque su cuidado apunta a la salud y belleza, y garantiza parte de la prestancia de la imagen personal.

Las capas de la piel —epidermis, la externa, y dermis, la interna— realizan funciones imprescindibles: actúan como barreras contra agentes del entorno, contienen los receptores de las sensaciones y regulan la temperatura corporal. Sin ellas, el organismo estaría desprotegido.

Estetas y especialistas en el tema afirman que el cuerpo en edad adulta está compuesto por un 80-70-13 de nivel hídrico. Es decir, un 80 por ciento del agua en la dermis; de un 65 a un 70 en la epidermis y un 13 en la capa córnea. En el momento en que la piel se disloca y estos porcentajes descienden bruscamente, la piel comienza a marchitarse, se deshidrata y hasta las arrugas se manifiestan prematuramente.

De ahí, la necesidad de conocer que la exposición al sol requiere control y cuidados especiales para evitar posibles secuelas. La primera medida está al alcance de la mano: no exponerse bajo el sol cuando sus rayos llegan verticalmente a la tierra. Entre las 11:00 am y las 3:00 pm, aproximadamente, su radiación es más intensa.

Playa, piscina, campismo y paseos al aire libre requieren auxilios. Entre ellos están el uso de grandes sombrillas, casas de campaña, ataviarse con sombreros, pañuelos, ropas frescas y cómodas. Paliativos que mitiguen el sol y su reflejo en el agua o la arena, efecto que incluso se mantiene en días nublados.

Los beneficios tampoco se pueden obviar. La alegría y luminosidad del astro rey ayudan al organismo a descargar parte del estrés acumulado. Sirve de soporte al equilibrio general y facilita también la eliminación de las capas muertas de la epidermis, su vitalidad y regeneración.

Existen tres tipos de rayos. Unos son infrarrojos; otros luminosos y los terceros, los ultravioletas, que ponen la piel más oscura.

Bajo los efectos de estos últimos el organismo pone en marcha varios mecanismos defensivos. Cuando la piel enrojece actúa como una pantalla que impide la penetración de estos rayos con profundidad. Y las células de la dermis forman un escudo protector: la melanina, el pigmento del bronceado.

Este color intenso —más o menos moreno, tostado, quemado…—, que se adquiere en los días de aire libre tan gratamente apreciados, constituye uno de sus mecanismos habituales de defensa. Cuando es demasiado en muy poco tiempo, las huellas perjudiciales se hacen sentir. Por lo que resulta absolutamente cierto que el bronceado más natural, bonito y duradero, se adquiere poco a poco y sin estar inmóviles, acostados, achicharrándonos.
También la deshidratación es un peligro. Hay que beber todo el líquido posible e incluir, además del agua, infusiones refrescantes, jugos de frutas, limonadas… No bajar de los dos litros diarios como promedio, y evitar en lo posible las bebidas alcohólicas —que no son nada recomendables.

Tips

Utilizar protector solar en todo el cuerpo, y cada media hora renovar el producto. Pecho, espalda, rostro, brazos, muslos, piernas, pies…

Ducharse con agua dulce y enjuagar el cabello para quitar todo vestigio de sal. No es tiempo de jabones ni champúes, sino de suavizantes naturales. Las infusiones de manzanilla, romero, hierba buena, los aceites esenciales son productos aliados para el mantenimiento, tersura y suavidad de la piel.

Cuidarse de los cosméticos. Bajo el sol, controlar los perfumes y afeites, colonias, cremas y desodorantes con fragancias, pues provocan irritación y hasta alergias.

En los paseos, el sol se concentra en la cabeza, frente, nariz, párpados… La protección llega mediante el uso de pamelas y sombreros. El ala suaviza el paso de los rayos solares. Incluir en ese inventario la espalda, hombros y, sobre todo, el busto.

Los labios también se afectan. Área muy sensible en la que el sol provoca rojeces, quemaduras, ulceraciones, grietas, granitos; requiere una buena nutrición y suavizarlos con miel, cremas y ungüentos especiales.

Recordar que aunque, se tome el sol con la piel mojada, sus efectos continuan: escozor, posibles quemaduras. Esa acción solamente hace más llevadero el calor, pues la humedad y el aire refrescan la piel.

Las prendas de algodón son las más indicadas. Ellas permiten la transpiración y filtran los rayos solares, todo lo contrario que los tejidos con mezclas sintéticas. Los colores oscuros absorben más luz y calor que las tonalidades claras.

En fin, la piel constituye el reflejo de cuanto sucede en el interior de ese maravilloso complejo que es el organismo humano. Prestar la máxima atención a las señales de alerta que ella envía, resulta esencial para garantizar la salud y una apariencia atractiva.
 

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