Angerona: una leyenda y tres continentes

Fotos: Darío Leyva

La soleada carretera a Cayajabos tiene una invitación permanente para los viajeros que por ella transitan.  A poco más de cinco kilómetros de la ciudad de Artemisa, otro sitio, también con nombre mitológico, ofrece su historia, belleza y silencio.

El otrora cafetal Angerona, hoy en ruinas,  fue en sus años de gloria un punto casi cosmopolita. Fue un Aleph donde Europa, América y África, convivieron en franca desigualdad. Cuatro culturas y sus tradiciones: la alemana, la haitiana, la africana y la naciente cubana se mezclaron para trascender como historia de amor y ejemplo de emprendimiento.

El teniente coronel don Cornelio Souchay Escher, dueño de Angerona, nació el 21 de octubre de 1784 en la ciudad alemana de Hanau. Los orígenes de su familia datan del siglo XVI, de los hugonotes franceses, emigrados todos a Alemania a finales del siglo XVII. Hijo de buena cuna, llegó a Cuba con veintidós años y nunca más volvió a su Alemania natal.

Acá en La Habana conoce a Úrsula Lambert, una haitiana, nacida libre a finales del siglo XVIII y traída a Cuba, junto a sus padres esclavos, por el colono dueño de estos, luego de la Revolución de Haití.

Úrsula y Cornelio compartieron intereses económicos desde que se conocieron. Ella se ocupaba de los temas administrativos del alemán e, incluso, montó una pequeña tienda dentro del cafetal para consumo de los esclavos. Ambos comienzan a trabajar juntos a partir de 1815, pero no es hasta mayo 1822 que llegan a Angerona. La historia de un posible amor entre los dos se ha convertido en una hermosa leyenda.

Cornelio convirtió el cafetal Angerona en una obra sin par en la Isla. Sus instalaciones tenían casi todo previsto. Trabajó hasta el más mínimo detalle,  desde traer el agua por gravedad a través de instalaciones hidráulicas, hasta la habitación dedicada al ropero, donde en muebles con 300 gavetas, numeradas y con el nombre del esclavo y su compañera guardaba las ropas de estos.

Se cuenta que las construcciones eran lujosas y en extremo ordenadas.  Muchas historias cuentan que su mansión fue visitada por artistas, pintores, grabadores, escritores, hombres de negocios y adinerados burgueses que deseaban ver de primera mano la maravilla. A la entrada de la mansión recibía a los visitantes una estatua de Angerona, la diosa romana del silencio y que luego de ser rescatada de un robo hoy se exhibe en el museo de Artemisa.

Quizás la mano de Úrsula haya sido la que gestó tantos portentos. Fue una excelente administradora e instruyó en muchas prácticas a los esclavos y esclavas a modo de aliviar sus vidas. Angerona fue famoso por su trato a estos. Las esclavas que daban a luz recibían cuidados especiales. En este cafetal no existía el clásico barracón, Cornelio creó una especie de  poblado para los esclavos. Alrededor de una plaza había 27 chozas, en cada una de ellas vivían dos familias. También tenía este poblado un torreón con una campana que tocaba a ciertas horas del día. Había duchas y sanitarios comunes, una cocina y habitaciones para el mayoral.  Todo estaba  cerrado con muros de piedras y una sola puerta de hierro que aún sigue en pie.

Úrsula no era esclava, pero nunca podría llegar a ser el ama de Angerona. Cornelio nunca se casó ni tuvo hijos. Su heredero fue un sobrino quien, con su mal manejo administrativo, acabó  arruinado.  Úrsula significó mucho  para los esclavos y esclavas de Angerona. La amaban y respetaban. También esta mujer se ganó el respeto y admiración de muchas personas diferentes a ella social y racialmente, pero que supieron ser sus amigos.

Cornelio muere en La Habana el 12 de junio de 1837.  Los libros de la iglesia de Cayajabos dicen que fue enterrado en el cementerio del cafetal, del que también quedan las ruinas.

La haitiana Úrsula muere también en La Habana en 1860 a los 70 años. De ella se dice que fue precursora al defender su condición de mujer trabajadora en un alegato cuando no se le quería incluir en la lista de acreedores de Cornelio. Al irse del cafetal ya con más de cincuenta años, se establece en La Habana en el barrio de La Merced. Al morir dejó aclarado en su testamento que Andrés, el sobrino heredero de Cornelio,  aún le debía entre 10 y 12 000 pesos de los 20 000 que Cornelio le asignó pagaderos en cuotas anuales.

Angerona ya no es un cafetal. Ahora es un conjunto de ruinas, enseñoreadas por la diosa del silencio y rodeadas de un fantástico entorno que invita a pasar una tarde tranquila a la sombra de cualquiera de sus maltrechas, pero dignas estructuras. En la leyenda de amor que inspiró la relación entre Úrsula y Cornelio se basó el filme cubano Roble de olor, frase, que según afirman algunos, fue la última que dijo Cornelio antes de morir,  quizás evocando el recuerdo de esa haitiana con la que compartió su vida.

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