El muro del Malecón

Desde que fueron descubiertas por los hombres, las islas se miran desde y hacia el mar.

Tal vez habitarlas nos hace ser personas curiosas, con una necesidad insaciable de explorar lo desconocido, de traspasar las fronteras, de arriesgarnos. Pero también, ese transitar juntos la misma suerte en la vida en un espacio reducido, nos ancla, nos une.

La relación de los cubanos con el mar es muy íntima.  Un paseo por el Malecón habanero —pudiera ser cualquier otro de los malecones cubanos—, es prueba suficiente. Desde todas partes de la ciudad acuden, cada día, cientos de personas al encuentro imprescindible con el olor y el color del mar: parejas de enamorados, grupos de amigos, familias, pescadores, jóvenes trasnochados, personas que tratan de escapar del calor sofocante del verano o del estrés cotidiano.

Es difícil encontrar un cubano que pueda pasarse mucho tiempo sin ver el mar y no extrañarlo. En mi caso, la necesidad de tenerlo cerca fue una revelación temprana. Recuerdo que pasear por el Malecón fue lo primero que hice cuando mis padres me permitieron salir sola. Allí también recibí el primer beso de amor y han sido muchas las madrugadas en las que el Malecón ha cerrado la jornada entre guitarra y amigos. Fue también allí, con el mar Caribe como testigo, el primer encuentro con quien después sería el amor definitivo.

Como muchos otros, le he confesado al mar secretos, alegrías y tristezas. Ha formado parte importante de mi vida, de mis necesidades y de mis afectos.

Este número de OnCuba lo hemos dedicado al mar, a ese hermoso mar que nos marca como cubanos.  Te regalamos artículos que ilustran maneras diferentes de relacionarse con él. De la mano experta de Natalia Bolívar nos acercamos a Yemayá, madre de la vida y dueña de todas las aguas. Nos asomamos a la magia azul de Alicia Leal, y a través de la mirada de estelares fotógrafos submarinos, penetramos en las profundidades del mar para descubrir sus misterios.

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