Fuerza Polski

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El silencio se impone entre el grupito de muchachas en la esquina; unos niños señalan con los dedos y saltan, y las cabezas se viran como si fueran parte de una coreografía cuando Emir González pasa manejando. Su transporte no es ni un Hummer ni una Harley, ni un Bel Air. González maneja un Fiat Polski 126p, el carro más chiquito de Cuba y, en este caso, el más rápido de ellos.

“Cuando está en condiciones de carrera, puede llegar a 160 km por hora,” dice este vecino de La Lisa, ganador de la carrera de Cocomar en diciembre del año pasado. Bastante impresionante para ser un carro tan pequeñito que puede ser elevado en el aire por tres hombres que tienen más barriga cervecera que bíceps.

«Era un cacharro podrido cuando lo adquirí hace seis años», explica González, mientras pasamos volando por el Malecón, a veces alcanzando velocidades que son inesperadamente emocionantes. «Lo reconstruí completamente, empezando por el chasis, la dirección, los componentes electrónicos, los frenos, las ruedas, todo». Reemplazó también el motor estándar de Polski por uno de Daewoo-Tico de más potencia y eso le dio la posibilidad, no solo de ganar en el Cocomar, sino también de alzarse con los primeros premios en las categorías de Tuning y Popularidad en ExpoCuba, recientemente.

Estas competencias y otros eventos los organiza el Club de Autos Fiat Polski, fundado en marzo del 2011 por un puñado de aficionados a los Polski —conocidos como «polaqueros» en la jerga local—. El club, joven y vibrante, reúne a los admiradores de estos autos menudos que parecen juguetes, fabricados en Polonia e importados durante los años boom del antiguo bloque del Este. No se conoce exactamente cuántos son los Polskis que recorren las calles de Cuba. Pero, según la cantidad que se ve, hubo muchos médicos y personal de las fuerzas armadas con méritos en los finales de los años 80, cuando estos carros fueron distribuidos como estímulo. El Club, que organizado independientemente y autofinanciado, ya tiene más de 80 miembros, todos en La Habana. 

«Somos apasionados por nuestros carros, y el Club canaliza esta pasión de una manera sana, se hacen nuevos amigos, se rompe con la rutina y se da un poco más sabor a la vida cotidiana», dice el presidente del Club, Duniesqui González. La cosa se pone caliente rápidamente cuando se reúnen más de dos docenas de polaqueros, como suelen hacer todos los sábados en la Peña de Amigos de Fangio.

«Comerías polvo, ¡y tú lo sabes! ¡El mío llega hasta los 100 km por hora!», grita un miembro del Club a otro, mientras pule con su pulóver el alerón de su 126p tuneado.

«¿En qué carretera? ¡Tú estás soñando, asere! —el otro replica, agitando las manos al aire dramáticamente— ¿Quieres probar ahora? ¡Vamos!»

Y así se arranca la «esquina caliente» de los Polskis. La esquina caliente es una tradición cubana de bullicioso debate público que ocurre en los parques, los solares, y donde sea que se congreguen las personas unidas por una pasión o actividad. Puede ser sobre la pelota, el Barça, o estos carros chiquitos que tienen el apodo de «sacapuntas». Los debates de la esquina caliente siempre son de mucho volumen, con una amplia dosis de gestos emocionados y poses. Si te asomas a cualquier esquina caliente en Cuba, parece que todo el mundo está peleando, pero en realidad, están divirtiéndose a lo cubano. Fomentar la diversión es la razón primordial de la existencia del Club de los polaqueros, y siempre organizan excursiones a Varadero, Parque Lenin y campismos locales, para estrechar lazos entre sí y jugar.

No importa dónde vivas o qué manejes; la vida no es todo juego y diversión, y los clubes de autos como este ofrecen una red de apoyo social a la que se puede acudir cuando las cosas se ponen difíciles.

«Llevo 17 años con mi Polski, me ayudó a criar a mis cuatro hijos», dice Mario Guillermo Monte, el vicepresidente del club. «Para mí, el Club ha sido una fuente de apoyo. Compartimos nuestros conocimientos y experiencias, y sé que si se rompe el carro, puedo contar con los otros miembros que me ayudarán».

Y donde hay un Polski, hay necesidad de auxilio. «Entré mal a la curva», confiesa Fidel Vargas con el ceño fruncido, recordando cuando se le volcó el Polski en Cocomar. «Parecía una jicotea en su carapacho; ¡las cuatro ruedas estaban en el aire!», dice otro miembro del Club, Javier Rojas, dándole una palmada en la espalda al joven chofer. «Todos corrimos a la pista para enderezarlo. Fue tremendo susto, pero también gracioso». 

Además de ser propenso a volcarse, el mecanismo del Polski también lo expone a otros problemas, especialmente con el motor, que está protegido en un compartimiento del tamaño de una caja de herramientas. «Es verdad que tienden a prenderse fuego», reconoce Frank Miravalle, un miembro del Club. De hecho, muchos Polskis que recorren las calles tienen la puerta de ese compartimiento abierta, para mitigar ese riesgo. «Por suerte, el mío no se ha prendido, porque modifiqué el motor», dice. Sin embargo, como todos los polaqueros, Miravalle mantiene un miniextintor de incendios dentro del carro y a su alcance, por si acaso.

La mayoría de los miembros del Club confiesan que si no fuera por el precio —y los obstáculos burocráticos—, el carro de sus sueños no sería un Polski. «Nunca me he arrepentido de tener un Polski, pero creo que todo el mundo tiene una tendencia de querer mejorar su situación. Eso se aplica al transporte también», dice Mayker Saumell, quien mejoró de un Polski a un Moscovich y ahora maneja un Chevy de 1956 de color rojo cereza. Pero sigue regresando al Club para pasarla bien, y aparece en las festividades de Polski como un primo perdido llegado de afuera.

De repente, gritos de todos lados.

«¡ASERE!»

«Guille, ¿¡qué bolá?!»

Acaba de llegar en su carro Guillermo Saumell, de 27 años, uno de los cofundadores del Club y un chofer de Polski por casi la mitad de su vida. Larguirucho y casi demasiado alto para un «sacapuntas», se desdobla para salir del asiento del chofer e intercambiar abrazos y palmadas en la espalda de sus compañeros del Club. Lo reciben con un cariño especial después del accidente espantoso que sufrió hace ocho meses. Luego de que lo animaran un poco, narra su historia de cuando perdió el control a 80 km por hora y chocó con un poste, provocando la destrucción total de su Polski. «Salí bastante bien y reconstruí el carro totalmente, pero toda esa experiencia me ha vuelto más tranquilo», dice este hombre, quien se autoproclama como “un quema’o” con una sonrisa traviesa.

«¿Tú? ¿Tranquilo? ¡No lo creo!», exclama Mario Guillermo Monte, envolviendo al joven en un abrazote.

«Esto es uno de mis más grandes amigos en el mundo», dice Saumell cuando se despiden. «Este hombre es un amigo incondicional. Eso es raro hoy en día», dice, con emoción genuina. Quizá no es tan raro cuando se trata de un Club al cual todos se refieren reiteradamente como una familia; por su cohesión, solidaridad y los fuertes lazos entre los miembros.

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