Secretos de Topes de Collantes

Fotos: Autor

Entre verdes montañas se movía el todoterreno que alquilamos para la ocasión, lo mismo estábamos en la cumbre de una elevación, que en el fondo del comienzo de un valle fluvial, cuyas aguas, supe después, modelan los hoyos intramontanos y se escurren por cavernas o estrechos cañones. Nuestro destino era Topes de Collantes, habíamos dejado atrás a la hermosa Trinidad, con el Valle de los Ingenios, declarado Patrimonio de la Humanidad hacía veinticuatro años.

Entramos al hotel Los Helechos con las primeras sombras de la noche luego de arribar a la altiplanicie de Topes de Collantes; el GPS que portábamos marcaba los 800 metros de altura.

Una hermosa guía nos explicó que las montañas, los exclusivos bosques, el microclima con 21 o Celsius, el elevado endemismo de la flora y la fauna, más la abundancia de ríos cristalinos que forman pintorescos saltos y pozas naturales, son las principales características que distinguen el entorno. Con esas expectativas, nos fuimos agotados a la cama.

Partimos al amanecer hacia el salto del río Caburní; al centro de la altiplanicie, sorprende por su originalidad el singular reloj de sol. Unos 300 m adelante se encuentra la villa Caburní, por cuyo extremo comenzamos a descender rumbo al Salto. En un recodo del camino, nos sorprende La Solapa del Elefante, donde se conserva un sitio arqueológico aborigen, El gran Solapón es llamativo por las dimensiones de su bóveda.

A partir de aquí las pendientes alcanzan hasta los 45o; luego de 2,5 km, no sin antes tener divertidos resbalones, logramos llegar al Salto del Caburní, hoy declarado Monumento Nacional.

El torrente cae desde una altura de 62 m y corre sobre un piso rocoso muy inclinado, haciendo un hermoso arco que va a dar en una poceta de claras aguas, en la cual, luego de hacer infinidad de fotos, nos sumergimos para darnos un chapuzón refrescante y deleitoso.

Más allá del mediodía decidimos el retorno y comenzaba la odisea de ascender todo lo que habíamos descendido, pero valió la pena. En el camino una cartacuba se mueve inquieta.

De nuevo al lado del Kurhotel, decidimos visitar el más impresionante edificio-galería-rural del país, ya que en el interior de este gigante se atesoran más de cuatrocientas obras de arte, donadas por famosos artistas cubanos de la década de 1980: Tomás Sánchez, Roberto Fabelo, Flora Fong, Wifredo Lam, René Portocarrero, Mendive…

En las márgenes del río Guaurabo, se ubica el parque natural El Cubano; sobre hermosos caballos entre cafetales y bosques prístinos, llegamos a la Reserva de Javira, ubicada al sureste del pico Potrerillo, con 973 m de altura. Javira es un escenario natural protegido, formado por bosques primarios y arroyos frescos, paraíso para la observación de aves, entre ellas, el catey, este es uno de los pocos lugares para observarlo en vida silvestre.

Al retorno, visitamos la hacienda campesina de El Cubano, con su fotogénico salto de agua. Esta segunda jornada concluyó con un almuerzo en el restaurante del lugar, cuya especialidad es el pez gato.

Para llegar al río Vegas Grandes el tercer día, se tuvo que caminar al noroeste de pico Potrerillo, en este río impresionan los saltos de agua que le dan fama; en una de las orillas fue sembrado un arboreto con más 300 especies exóticas y autóctonas, y los mayores helechos arborescentes y caobas de Cuba.

De regreso, almorzamos en Mi Retiro, con exquisita comida cubana, restaurante ubicado al borde de un gigantesco valle fluvial. Luego del sabroso café criollo nos dirigimos hacia cueva La Batata, ubicada a solo tres kilómetros; caverna formada por un río con numerosas pocetas, cuyas aguas solo alcanzan los 20 o Celsius, y tienen propiedades curativas; está rodeada de vistas únicas.

La cuarta jornada fue intensa: un viaje rápido en jeep nos llevó a la hacienda Codina, para visitar Cueva del Altar, literalmente llena de formaciones secundarias; nos introdujimos a través de un pasadizo por donde salimos a una claraboya y de ahí al mirador Vista al Mar; desde allí disfrutamos una bella panorámica de Trinidad, península de Ancón y bahía de Casilda, envueltas en la bruma que da un color azul, que se confunde con el mar Caribe.

Para volver a la Altiplanicie un inmenso camión sirvió para salvar los 15 km hasta Guanayara. La bienvenida la dio La Gallega, una atenta campesina,  con una sorpresa para cada cliente. Intrigados, emprendimos el camino bajo el bosque tupido, hasta la poceta del Venado, donde no resistimos la tentación de un corto, pero exquisito baño. Apenas caminamos un par de cientos de metros más, la naturaleza nos premiaba con el inesperado salto El Rocío, cuyas aguas se despeñan desde más de treinta metros de altura. De regreso, ya cerca de las 4:00 pm, encontramos a La Gallega sonriente: sobre la mesa, un humeante arroz amarillo criollo y gigantescas postas de pollo en salsa, que hicieron las delicias de nuestros paladares.

Terminaban así cuatro días de especial espiritualidad, de contacto con lo más bello de la naturaleza cubana.

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