Villard: mago-ilusionista

Tuve que zapatear bastante para encontrar a este mago, a pesar de no ser yo de hojalata y él no estar escondido. Parecía un truco: siempre lo veo en la Plaza Vieja con su sombrero negro en la cabeza, que me recuerda un pistolero; de repente, cuando lo necesito no está. Allá va atravesando la plaza con su barba canosa que esconde los sesenta y tres años de su dueño. No puede hablar sin hacer magia.

Cuando tenía veinte años fue a casa de Miguel Alfonso Pozo, mejor conocido por Clavelito, aquel mago de los famosos versos sanadores: Pon tu pensamiento en mí/ y verás que en este momento/ la fuerza de mi pensamiento/ hará caer el bien sobre ti. Le pedí que me enseñara el oficio y se negó. Entonces le di la espalda y antes de salir le dije: “me enseñes tú o no, yo voy a ser mago. Bueno, malo o regular, pero voy a serlo y confío en que seré muy bueno”. Se lo dije muy serio y molesto. Antes de salir por su puerta me llamó y me hizo algunos pases que me pidió repitiera. Así empecé en esto.

Me pide que abra mis manos y coloca sendas pelotas. Su primera presentación la hizo en un plan de la calle allá por los años setenta, junto a los payasos Los Chorizos. La magia es como la medicina: nunca se termina de estudiar, de aprender. Abro mis manos, una de las pelotitas se pasó de lugar. Ahora tengo una mano vacía. El mago que no se pare frente al espejo, muchas, muchas horas, nunca va a ser un profesional, se queda mediocre. Bzzz, bzzz, otro pase. No estoy seguro cuantas pelotas tengo… en la mano. Las abro, ahora tengo tres bolas azules en la palma. Detrás del espeso bigote unos dientes de ardilla descubren la sonrisa pícara.

Se llama Armando Jiménez Martínez, tiene nombre de potentado. Ahora juega con las cartas y es muy rápido, también con el verbo. La magia es universal. No conozco a ningún ser humano que le disguste la magia. Es la única forma que a las personas les gusta que las engañen. Saben que es mentira lo que están viendo, sin embargo gozan el momento. Parece que se traga algunas cartas. Hace un guiño. Ya hay curiosos alrededor nuestro. Es un mito eso de que el mago se esconde las cosas en la mangas. Los trucos se hacen en las manos, no en los antebrazos. De repente una escalera de cartas le brota de la boca.

Conoció a Juan Tamarid Martell, uno de los mejores magos del mundo en magia close up. Compartieron algunos trucos y Martell le dijo que él era bueno. Y si una persona que ha ganado cinco campeonatos mundiales de magia le dice que es bueno entonces él se lo cree. Selecciono una carta. Ya la perdiste de vista, me dice. El relevo familiar está en su nieto que tiene 22 años y es graduado de la escuela de circo. Es mago, acróbata, malabarista y payaso. Todos se ríen de mí. Levanto la vista y mi carta está en su boca. A uno de los curiosos le toma de las muñecas, le sacude un poco. La escasez hace a los magos cubanos triunfar porque los obliga a inventar, ser más creativos. Le muestra el reloj al zarandeado. Hay risas. El mago de verdad no se convierte en delincuente porque su corazón bombea magia, magia, magia… Ya casi me voy y aparecen dos cervezas, de las de verdad, no hay truco pero es mágico sentir cómo desaparece el calor de la tarde. Nos damos la mano. Me voy feliz como el hombre de hojalata, aunque Willard no sea el Mago de Oz.

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