Yadisley García González, vaquera

Entre el olor a caña y king grass fermentado, percibo la inconfundible figura de Yadisley acercándose a las cuadras. Su familia es ganadera, es hija de un vaquero y una amazona. Hace unos años se graduó de Ingeniería agrónoma y es campeona nacional en carrera con barriles. El olor a animal sudado, a potrero grande, a forraje y riendas fue el primer perfume que la envolvió y marcó su destino. A los siete años, cuando a conciencia montó caballos, empezó su vida de vaquera.

Sus ojos verdes, como el pasto, son lo primero que impresiona de ella. La voz firme sabe cómo pedir lo que quiere, el tono exacto y sus cariños logran domar a cualquiera. Acá en Rancho Alegre la admiramos. “Este pedazo de tierra, con sus gallinas, sus puercos, con el sinsonte cantando, es algo que no se encuentra en otro lugar. Esta es mi Cubita la Bella, de acá no hay quien me saque”. Así nos dijo una vez, luego de regresar de uno de sus tantos viajes. Ha competido varias veces en Colombia en los encuentros de mujeres vaqueras. Por allá fue que comenzó a colear toros, técnica que acá en Cuba no era común y mucho menos entre las mujeres. Es un arte que necesita práctica aunque como dice Papito, el papá de Yadisley: “tumbar un toro es más maña que fuerza”. Al regresar de uno de esos viajes se encontró con la terrible noticia de la muerte de Lorena, la yegua que la acompañó desde los tres años y con la que compitió por primera vez y obtuvo muchos premios. “A veces los animales son parte de la familia. No los sientes como bestias sino como parte tuya. La relación con los caballos es muy estrecha, estás con ellos constantemente, los alimentas, trabajas y entrenas con ellos, los bañas, les hablas. Llega el momento en que somos uno solo. Ya sabemos qué queremos o qué nos pasa cuando estamos juntos. El caballo y el atleta se convierten en una unidad, por eso es más fácil ganar un torneo”. Esas palabras no se me borran de la cabeza desde el día en que se las escuché. Ahora ella y yo entrenamos juntos, este año será el primero como pareja.

Para estos menesteres del rodeo se necesita un caballo como yo, un Cuarto de milla o Quarter Horse, fuerte y rápido. En la pista hay que ser muy versátil, unas veces enlazar, otras colear toros y lo que más nos gusta es la carrera con barriles, ahí nos lucimos haciendo gala de técnica y velocidad. No todos los caballos servimos para este deporte, hay que tener aptitudes y eso lo siente el jinete, así que estoy orgulloso de ser entrenado, eso quiere decir que soy bueno.

Ella pocas veces habla de sus nervios antes de entrar a la pista. Nunca se sabe qué puede pasar en plena faena. Ya se ha accidentado cuatro veces y ha terminado con fracturas en las piernas. Los caballos pesamos lo suficiente, como para hacer daño si caemos sobre un jinete. Pero ahí está sin miedo, incluso alguna que otra vez cabalga a Millonario, el semental arisco que tenemos en la finca.

Ya llega con la montura y los arreos, eso me pone ansioso, tengo deseos de salir. Afuera el sol apenas estrena la mañana. En una hora estaré sudado y jadeante de tanta vuelta y carrera entre los barriles. Camino despacio y doy un resoplido para ventilarme con ese aire fresco que abunda en el campo, las patas se me humedecen con el rocío, hay mucho verde allá adelante.

Foto: Alain L. Gutiérrez
Foto: Alain L. Gutiérrez
Salir de la versión móvil