Un ex militar y un ex ministro de educación son favoritos para liderar la primera vuelta y disputar la presidencia en un segundo turno. Quienes son los candidatos, en qué contexto compiten, cómo se desarrolla la campaña y qué impacto puede tener la elección en la región. Las claves de lo que pasará en un país del tamaño de Europa.
1. Los competidores
147.306,275 ciudadanos brasileños están en condiciones de votar este 7 de octubre. Se eligen además de Presidente, 81 senadores, 513 diputades, 27 gobernadores estaduales y legisladores en 27 asambleas regionales. En total hay 27,149 personas postulando para algún cargo este domingo.
Quien lidera las encuestas es Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL). Se trata de un ex capitán del ejército de 63 años que reivindica la última dictadura militar, en los años 70, argumentando que en esa época la violencia era contenida mientras que la economía impulsaba la industrialización del país. El lema del PSL es “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todo”. Bolsonaro fue apuñalado durante un acto político de campaña y pasó el último tiempo de campaña en el Hospital recuperándose, no hablar lo ayudó y además ser víctima matizo su habitual personaje de victimario. Se jacta de ser autoritario. Lo que en otros contextos espantaba votos, ahora, como sucede con Le Pen en Francia y Trump en Estados Unidos, los atrae.
Fernando Haddad, con másters y doctorados en su haber, a los 55 años es, según todas las encuestas, el candidato que llegará en segundo lugar en la primera vuelta pero el que tiene más chances en la segunda. El ex alcalde de Sao Paulo es, básicamente, el representante del proscripto Lula en la contienda. Su candidata a vicepresidente es una joven militante feminista de izquierda, Manuela Ávila. Haddad propone un “Brasil, feliz de nuevo” y su emblema son las mejores épocas del gobierno del PT. Tiene el desafío de relanzar el PT. Más allá de que indulte o no a Lula, en caso de que llegue a ser presidente, Haddad representa una revancha: la posibilidad de relanzar al PT dejando atrás los casos de corrupción y los errores políticos.
También compiten otros 11 candidatos entre los que se destacan Ciro Gómez, ex ministro de Integración Nacional de Lula entre 2003 y 2006, que se llevará votos progresistas pero disconformes con el PT. Gerardo Alckmin, otro ex gobernador paulista y hombre del PSDB: una derecha tradicional opacada por Bolsonaro, el imitador brasileño de Donald Trump (aunque en una versión más salvaje). Henrique Meirelles del MDB del presidente Michel Temer, que acumulará el poco respaldo que tiene el gobierno (casi de facto) actual. Marina Silva, la ambientalista que compitió palmo a palmo con Dilma Rousseff hace dos elecciones pero que ahora perdió terreno político y electoral. Y Cabo Daciolo, un militar místico que pasó 21 días de la campaña en la montaña ayunando como sacrificio divino para ser bendecido con una victoria electoral.
Alrededor del 50 por ciento de los votos en la primera vuelta se repartirá, veremos en qué medida, entre Bolsonaro y Haddad. La otra mitad se dividirá por 13, aunque Gomez y Alckmin serán probablemente las primeras minorías de ese pelotón y sus votos definirán el segundo turno.
2. El contexto
“Brasil es un soplo”, parafraseando a Oscar Niemayer. Todo pasa y rápido.
Lula desde la cárcel conserva el poder suficiente para bendecir al próximo presidente en unas elecciones que si él compitiera, las ganaría cómodo. Pero el contexto brasilero es mucho más que el principal político proscripto. El desmadre se huele en todos lados: entre las últimas elecciones presidenciales en 2015, apenas en tres años estas pasaron muchas cosas: unos Juegos Olímpicos en Río, el escándalo de Oderbrecht y el de Lava Jato, fue destituída una presidenta con parlamentarios que invocaron mensajes de Dios en sus sueños como argumentos, asesinaron a la militante Marielle Franco (a Alexandre Pereira, líder comunitario y testigo del asesinato de Marielle) y se incendió el principal museo de Historia.
Pero sobre todo lo que pasó en Brasil es los mismo de siempre: desigualdad, violencia y una economía emergente en emergencia. Es la octava economía del mundo pero en los últimos 2 años el PBI cayó 11 por ciento y se duplicó la cantidad de desempleados.Todas aristas de un mismo problema. Por un lado menos del 10 por ciento de los más ricos acaparan más del 60 del ingreso. Por otro lado en el último año hubo cerca de 64 mil homicidios por causas que van desde el narcotráfico hasta la corrupción policial. Por eso emergen Haddad, que propone redistribuir el ingreso. Y Bolsonaro, que propone mano dura. Diferentes recetas para un mismo problema.
3. Una campaña rara
En las encuestas iba primero Lula pero fue preso. Entonces tomó la pole position Bolsonaro pero lo apuñalaron. Es un capítulo electoral raro en la historia brasileña. “El autoritario vs. el preso vs. el místico”, así lo sintentizó The New York Times.
Una primera minoría votará a uno que pide la vuelta de los militares y que propone un Estado de excepción: Bolsonaro hasta amaga con no aceptar los resultados si no lo dan ganador. Y la segunda minoría votará a uno que pide la vuelta de Lula y que afirma que ya existe ese Estado de excepción: Lula está preso sin condena firme, no se sabe si es culpable o inocente, cumple una prisión preventiva de una fuga que difícilmente iba a suceder teniendo en cuenta que iba derecho al Palacio de Planalto por tercera vez.
El electorado brasileño está marcado por el PT. Es el paradigma. El padrón está dividido entre, por un lado, los petistas leales (que votarán a Haddad) y los que sin ser petistas tienen buenos recuerdos de los gobiernos del PT (y se debaten entre apoyar a Haddad o a Ciro Gómez según sean más o menos críticos de la corrupción). Del otro lado están los anti PT que se dividen entre los que piden democratizar las balas (votarán a Bolsonaro), los apáticos (que buscarán refugio en el voto en blanco o en candidatos sin chances de segunda vuelta) y una diversidad que va desde evangélicos que buscan a Dios hasta creyentes en Michel Temer.
La manera en la que se distribuye el poder en las cámaras del Parlamento, en las gobernaciones estaduales y en los poderes regionales también determinará la suerte tanto de la segunda vuelta como del próximo presidente.
A esta altura de la historia moderna, ya entendimos que la democracia es mejor que el autoritarismo pero también nos resignamos a saber que consiste en elegir al menos malo. Esta elección deja expuesta de manera brutal esa máxima.
4. El posible efecto
En el segundo país más poblado de América Latina, México, ya ganó la izquierda a través de Andrés Manuel López Obrador. Ahora, en el más poblado, puede volver el PT.
Esos dos acontecimientos pueden ser los propulsores necesarios para comenzar a revertir una tendencia que dejó aislados a Evo y Maduro en el medio de mandatarios parados del centro hacia la derecha en el escenario ideológico de la región. Petro estuvo cerca de ganar Colombia pero triunfó el uribista Duque, Macri pierde cada día miles de votos al compás de sus devaluaciones pero sigue con chances de reelegir. Si gana Haddad, algo en ese tablero se moverá: al menos evitará que la derecha termine de construir hegemonía. Eso no quiere decir necesariamente que vuelva a haber una hegemonía de izquierda en América Latina. Pero sí se traducirá en que frente a la ola de liberalismos, una contracorriente de proteccionismos comience a equilibrar el panorama.
Si gana Bolsonaro, en cambio, sí puede haber una confirmación de tendencia y la construcción de una hegemonía regional conservadora en lo moral, militarizada en lo policial y (neo) liberal en lo económico. El país más sensible a estas elecciones en Brasil es Argentina: influyendo en su clima de opinión. Así como una victoria del PT puede ayudar a impulsar al kirchnerismo, una victoria de Bolsonaro puede cooperar consolidar al macrismo. Pero esos son efectos secundarios de una decisión que apenas comienza a tomarse este domingo.